Hay una frase muy típica de las pelis estadounidenses.
Ese momento en el que quien ejerce la función de heroe en la historia duda entre hacer o no hacer algo y su colega -generalmente el negro que termina muriendo un puñado de fotogramas después- le dice aquello de "en la vida, en realidad, solo hay una elección: empeñarse en vivir o empeñarse en morir".
Pues esa es la elección que afrontan la justa reclamación de un proceso que decida sobre la independencia de Catalunya . Y esa es la decisión que, aunque no lo crean los nacionalistas españoles, afronta la democracia y el Estado de Derecho española a través de su legítimo gobierno.
Los independentistas, que han logrado de nuevo el refrendo de la mitad de la población catalana en las urnas -aunque repartidos de otro modo- tienen que mantener viva esa reclamación, esa necesidad de clarificar de una vez por todas si Catalunya quiere ser independiente o no.
El paso a un lado de Puigdemont es, para mi, el primer paso que se da en ese sentido. Un paso casi de sardana, de esos que retiran el pie un poco hacia atrás antes de completarlo totalmente.
¿Por qué? Porque la propuesta de Jordi Sánchez como su sustituto, encarcelado y pendiente del proceso judicial absurdo iniciado por orden del Gobierno español contra el antiguo Govern y el independtismo en general, no es el heroe de la peli cargando sus armas, afilando sus cuchillos y haciendo flexiones para ponerse en forma y derrotar a sus enemigos. No es ese "empeñarse en morir". Es más bien un paso de danza que deja la posibilidad de "empeñarse en vivir" a su antagonista, al coprotagonista de esta peli, que se ha querido vender como de buenos y de malos, y que en realidad es una historia de bandas rivales: el Gobierno español.
Porque ahora es el Gobierno español el que debe demostrar que él también está "empeñado en vivir". No en vivir eternamente en el poder, no en vivir en su ideología nacional españolista por siempre y para siempre. Empeñado en que la democracia española persista, en que todos, catalanes o no, nos podamos creer que vivimos en un país en el que tenemos derecho -aunque sea poco- a decidir nuestro destino.
Le toca de deshacerse de todas las memeces -sí, memeces- de que la democracia se defiende a golpe de decreto, de proceso por rebelión, de intervención a través del manido y manipulado artículo 155 de la Constitución.
Le toca adelantar el pie en esa sardana hacia Jordi Sánchez, si sale elegido, y demostrar que sabe que la democracia se basa en lo que siempre se basó: el derecho de los que deben decidir algo a decidirlo.
Le toca decidir entre empeñarse en la muerte de seguir escuchando los cantos de sirena de los nacionalistas españoles de bandera en el balcón y argumentos absurdos, que van desde el falso imperio histórico hasta la pretensión de que toda España participe en ese referendum, o empeñarse en la vida que a esta nación -y a la que eventualmente podría surgir de una independencia catalana- la daría saber que aquí las cosas se solucionan hablando, dialogando, acordando, escuchando y dejando que la gente decida lo que quiere hacer con su futuro.
Y eso solo puede hacerse con un referendum al que no se niegue el gobierno español por mucho que tema perderlo, por mucho que le abuchee el nacionalismo español que no tiene arte ni parte en este asunto, salvo aquellos que vivan en Catalunya y quieran expresarlo con su voto en esa consulta sobre la indepependencia catalana.
Hace un puñado de meses ambos, enfrentados al paso diez del camino del heroe -así lo llama el profesor de guión cinematográfico de mi hija-, se empeñaron en morir.
Morir en la vía unilateral, morir en una declaración virtual de independencia imposible, morir en el penoso, vacuo y esperpéntico intento, digno de Valle Inclan, de impedir una votación requisando papeletas y urnas, morir en la puesta escena mas absuda de una represión policial encerrada con raciones de emergencia en un barco bajo bandera de Piolín, morir en procesar por rebeldía a alguien que quería marcharse y no acceder al poder en España.
Ahora, la magia de las urnas ha obrado el milagro, y les devuelve a la vida, les lleva unos cuantos miles de fotogramas atrás en esta película, digna del teatro del absurdo de Ionesco o Pirandello, dándoles la oportunidad de transformarla en una historia que no sea una película de bandas de gansters enfrentadas y pueda convertirse en otra cosa.
"En la vida, en realidad, solo hay una elección: empeñarse en vivir o empeñarse en morir". A ver si esta vez se empeñan en vivir y comprenden que vivir es danzar con quien se tiene enfrente.
Así que eso nos arrastra a esa otra orden cinematográfica famosa: "Danzad, danzad, Malditos". A ver si vuestra danza le devuelve la vida a España y Catalunya. Juntas o separdas, que da igual.
Que lo único que importa es que sigan vivas las dos tras vuestra danza.
Que lo único que importa es que sigan vivas las dos tras vuestra danza.
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