Cuando las cosas son globales, como esta crísis nuestra de estos tiempos, la primera consecuencia es que todos las miran, todos las observan.
No porque resulten llamativas e hipnóticas -que también- sino porque allá donde giremos la mirada nos la encontramos y no podemos eludirla. Si hasta la publicidad televisiva ya utiliza la crisis para sus fines, es que en ningún lugar podemos refugiarnos de ella para poder fingir que la ignoramos.
Podría decirse que eso es bueno, que, con tantos ojos mirando hacia ella, el viejo adagio de "cuatro ojos ven más que dos" se elevaría a la millonésima potencia. Pero parece ser que, una vez más, la sabiduria popular se antoja insuficiente para casos como este. En realidad todos miran hacia ella, pero se antoja que el efecto es el contrario. Todos la miran, pero nadie la ve.
Debe ser que cada uno mira en su concreto cuadrante, enfocando la vista por medio de un concreto par de gafas, a través de su pequeño prisma de intelectualidad ideológica . Y por eso, en los últimos días, todos creen encontrar, al atisbar por las facetas de sus alteradas lentes, que la crisis es buena para algo.
Primero están los dé las gafas de cerca. Esos que sólo saben que lo que tienen cerca y a veces ni eso porque la enseña gualda y roja siempre está haciendo visajes delante de su ojos.
Para esos la crisis por lo menos es buena porque está haciendo que se reduzca a menos de la mitad la llegada de inmigrantes ilegales y a cotas prácticamente insignificantes la llegada de legales.
Los de las gafas nacional españolistas de cerca dicen que eso es bueno porque así el trabajo -cuando lo haya, si es que llega a haberlo- será para los españoles, para los de pura cepa, para los de Chamberí, Triana o lo del mismo centro de Bilbao.
Sus peculiares anteojos focalizados en la patria y la bandera les impiden ver que lo que hasta ahora se solucionaba con la emigración se comenzará a intentar solucionar con la revolución o simplemente no se podrá solucionar ni siquiera mal y parcialmente como hasta ahora. Que el hambre matará más y mejor allende los mares.
Ignoran el hecho de que la falta de esa salida económica está potenciando los gobiernos personalistas en suramérica; está enquistando la explotación en Africa; está obligando a muchos a dejarse morir de hambre en lugar de arriesgarse a morir en mitad del Estrecho. No está salvando a nadie. Esta cambiando una muerte con posibilidades remotas de supervivencia por una muerte cierta.
Cuando levantas la vista con tus gafas de cerca -como diría el abuelo- todo se ve borroso en la distancia. Así que lo mejor es ignorarlo o fingir que no se ve.
A esos se unen los otros y las otras que ven todo a través del confuso mónoculo de la división de género.
Para ellos y ellas -que hablando de género hay que ser paritario- también la crisis tiene lecturas positivas.
Como sólo ven por un ojo y encima lo ven engrandecido -eso es lo que pasa con los monóculos-, la crisis se les antoja una ocasión inmejoraable para romper el patriarcado, el concepto de dominación masculina, los roles de género y todas esas cosas que, según su ideología, son lo que marcan el desarrollo de la civilización -y por tanto son los causantes de este crisis nuestra y de todos.
Que los hombres pierdan su trabajo es bueno porque así se rompera su rol de sostenedor de la familia; que los varones se vean abocados al paro es positivo porque así aprenderán a hacerlas labores domésticas y así un sinfín de bondades más de la destrucción de empleo que salvarán al mundo del patriarcado deforma gloriosa e irreversible.
Pero resulta curioso que, forzando la vista a través de su traslúcido monóculo, entre tantas reflexiones sobre el género y el empleo no hayan podido ver el hecho de que esta crisis ha generado que 800.000 hogares no tengan ingresos de ningún tipo, pero todavía haya dos millones de amas de casa.
¿No debería cambiar también el rol de esas mujeres que creen que pueden elegir si contribuyen o no al mantenimiento económico de su familia y creen que pueden eliminar esa responsabilidad, cambiándola por la del cuidado doméstico y de los hijos?, ¿ese concepto de feminidad no está en crisis?
Es de suponer que es mucho pedir para quienes ven en aumento sólo uno de los géneros, que su reflexión laboral no eluda el dato de que, pese a que en España el número de varones parados ya supera al de mujeres, se siguen mantendiendo 21 modalidades diferentes de ayuda a la contratación de mujeres y ninguna a la contratación de hombres.
Su vista centrada e incrementada en un género les impide fijarse en el aumento de los suicidios de hombres parados en España, les imposibilita reconocer que, por mucho cambio de rol de haya, cuando se ejecuta la hipoteca, tanto la ama de casa que no ha modificado el suyo, como el terrible y horrible patriarca que sí lo ha hecho y ya sabe cocinar, estárán en la calle y sin recursos.
A lo mejor no lo ven o a lo mejor no pueden reconocer que lo que ha hecho crisis es el modelo de discriminación laboral positiva tan políticamente correcto en nuestros días y que es la marca de fábrica de los que han construido los monóculos de género que tan orgullasamente lucen.
Pero todo lo que queda fuera del monóculo es pequeño y borroso y no merece la pena ser tenido en cuenta.
Pero ahí no acaba la cosa.
Para seguir con el muestrario de lentes difusas y confusas que salpican las bondades de la crisis, están los que la miran a través del telecospio. y todos sabemos que los telescopios sólo pueden mirar al cielo. Y en el cielo está dios -eso es irrefutable-.
Así que la crisis es buena porque nos da la oportunidad de mirar hacia el más allá, hacia el futuro que está aún más lejos del futuro y que nos llevará al paraiso o al infierno. La crisis nos permite volver la vista a la entelequia para pedir salvación, como nuestros ancestros visigodos pidieron el agua para los campos o la salud para las vacas.
Con el telescopio vuelto al cielo, la crisis nos hace posible volver a la moral que hemos perdido, a la abstinencia, al ascetismo y así recuperar el favor de aquel del santo nombre y nuestras posibilidades de salvación eterna.
La ausencia de recursos, la falta de soluciones terrenales -ya se sabe que lo humano es terrenal- está potenciando que se vuelva -eso al menos dicen los que cuantifican las miradas al cielo como formas de comunicación con el altísimo- a la confianza en dios, al respeto de sus normas y valores. A que los hijos pródigos del redil evangélico -cuantas esdrújulas tiene el lenguaje divino ¿por qué será?- se de cuenta de que son como Lot, separados de la felicidad por la perfidia moral de sus ciudades y gobernantes.
Con un ojo pegado a la contemplación celeste y el otro totalmente cerrado, queda completamente fuera del campo de visión que los que no practican el sexo será porque la crisis les ha dejado sin ganas, sin casa o sin coche para hacerlo, que la moral no da comer y que el maná sólo cae de vez en cuando en el Sinaí y no puede dar de comer a cuatro millones de parados.
Pero lo que no puede verse cuando se pone la visión en el cielo es que no importa. Si hubiera que tenerlo en cuenta dios mnadaría una señas. O algo parecido.
Y para rematar la colección de gafas y antiparras Crisis 2009 están aquellos que sólo se ponen las gafas de lejos y mirán a distancias kilómetricas en el tiempo y el espacio, buscando como solución ancestrales new deals roosveltianas de gente haciendo zanjas para luego taparlas por miserables salarios públicos.
Los que se ponen las gafas de sol ahumadas -de montura biodegradable, eso sí-, buscando soluciones ecológicas ea través de cambios de modelos energéticos en plazos prácticamente infinitos, que nos harían vivir una vida mucha más limpia a los que consiguieramos comer del aire y calentarnos con los cuerpos de nuestras parejas durante el proceso.
Los que utilizan el catalejo más arcaico para atisbar la lejanía en la línea del horizonte y lanzan sus rastas y sus puños alzados al viento, dando vivas al fin del imperialismo y a la liberación de los pueblos, que seguirán muriendo de hambre, pero liberados.
Los que se limitan a fijar sus ojos de miopias curadas por costosas operaciones con láser en el miscropio electrónico en el que pueden ver sus balances contables y exigen constantes inyecciones de miles de millones para salvar sus traseros y el sistema que ellos han llevado a la ruína, ignorando que el dinero hace falta para conseguir para otros lo que a ellos no les faltará, incluso sin empleo.
En fin, todo un catálogo de visiones parciales y lentes deformadas que hacen que, por mucho que miren a la crisis, sea imposible que la vean.
Así las cosas, la única solución para la crisis está en la denostada ciencia de la óptica y en la actividad industrial.
La ciencia debe inventar de una vez un modelo de gafas progresivas multifocales de amplio espectro con polaridad adaptable que corrijan todos los defectos visuales a la vez y que nos permitan ver a la vez lejos, cerca, al lado, alrededor dentro y fuera.
Quizás así se podría ver la misma crisis sin que nadie arrimara el ascua a su sardina y buscara oportunidades para reforzar sus privilegios o mantener sus posiciones.
¡Y la industria debe fabricar siete mil millones de pares de esas maravillosas lentes!