Cuando las cosas se vuelven turbias, se enfangan, se confunden y se enlodan, lo mejor es siempre tirar de lo seguro, de lo que ya está dicho y escrito.
Y eso es lo que ha hecho nuestro nuevo presidente del Gobierno, el nunca suficientemente ponderado Mariano Rajoy. Si hombre, ya saben, el primer presidente del Gobierno español desde Serrano Suñer -el cuñadísimo- que se preocupa más de lo que dice Alemania que de lo que opina su propio país.
El tipo, que está dispuesto a batir todos los records, se ha lanzado a una vorágine de acumular títulos honoríficos como si se tratara de Rafa Nadal en busca del perdido número uno del mundo.
Su mentor tardó legislatura y media en que se le pillara en un renuncio de esos de "lo sabías y no dijiste nada, cacho perro". Cierto es que fue de los de órdago a la chica cuando estás a falta de doce. "pero si sabías que no había armas de destrucción masiva, pero si sabías que los aviones pasaban cargados de prisioneros ilegales por nuestro espacio aéreo y repostaban en nuestros aeródromos camino de Guantánamo, pero si sabías que se estaba negociando con ETA".
Pues nuestro ínclito Mariano ha tardado tan sólo un periodo bíblico de creación del mundo en que se le descubra que sabía algo y no lo dijo. Sabía que el déficit se iba a ir al ocho por ciento, sabía que eso significaba que no hacían falta 16.000 millones, sino 36.000 para lograr el añorado e incomprensiblemente arcano necesario para la salvación 3 por ciento de déficit, Pero se calló miserablemente.
No es tan grave quizás como lo de la guerra, pero su mérito tiene.
Y nos preguntamos por qué y la respuesta es tan sencilla como lo suele ser todo en la manipulación social -y toda campaña electoral es una tesis doctoral de manipulación social-. Porque si no ocultaba ese dato no podía mentir de una forma creíble.
¡Y ese es el segundo record que ha batido Mariano, que ya se codea con Usain Bolt y otros grandes recordmen del mundo!
Su antecesor en el cargo, al que algunos recordarán como el más funesto presidente de la democracia española -eso es porque no se acuerdan de Leopoldo Calvo Sotelo y prefieren no acordarse de José María Aznar- necesitó siete años para que se le pillara en una mentira flagrante, una de esas rupturas de promesa electoral que parecen que no pueden producirse. Prometió no desmantelar el Estado del Bienestar y propuso y aprobó la Reforma Laboral que incluía el aumento de la edad de jubilación y las condiciones más stajanovistas de contratación que se recuerdan en este país.
Si, acordaos. Esa contra la que no movimos un jodido dedo, amparados en que los sindicatos eran unos pintas y nosotros teníamos derecho a ser egoístas y mirar solamente por nuestro propio culo -como es fin de año hago uso del comodín anual del lenguaje soez-.
Pues bien a Zapatero le hicieron falta siete años pero a Mariano, que debió competir en velocidad en sus años mozos en su colegio de pago y de curas, le han bastado siete días para incumplir flagrantemente sus promesas electorales.
Y no una o dos de las pequeñas, no de esas que se hacen aunque todo el mundo sabe que no pueden llevarse a cabo, no una de esas demagógicas como la de "prometo una España más segura" o "voy a acabar con las diferencias entre clases sociales", que todo el mundo aplaude entusiasmado en el mitin y en la conexión televisiva aunque saben que se quedará en agua de borrajas. Ni siquiera una de esas que se pueden interpretar de mil formas, de manera que el digo que dije entonces se transforma, por virtud de la magia electoral, en el diego que digo ahora.
Él ha incumplido en el tiempo en el que el dios de las barbas tardó en hacer el mundo todas sus promesas y además de las gordas.
Prometió no congelar sueldos funcionariales y lo ha hecho. Prometió no paralizar las reposiciones de funcionarios públicos y lo ha hecho. Juró y perjuró que no elevaría las tasas y lo ha hecho, gritó a los cuatro vientos que no asumiría la Ley Sinde -ya saben la ministra grupi que no le habla al cine español- y la ha asumido, que no tocaría las pensiones y sube las de unos un uno por ciento y baja las de los funcionarios porque elimina las aportaciones estatales a sus fondos de pensiones.
Y, sobre todo, prometió no subir los impuestos. La primera en la frente.
Los sube porque tiene que hacerlo, porque en su visión -que desde Alemania le dicen que es la acertada y la única posible- es lo único que puede hacer. Los sube porque el déficit está en un ocho por ciento, los sube porque ya no puede permanecer, como hiciera durante cada mitin y cada comparecencia electoral, paralizado en mitad de la escalera rezando para que nadie supiera si subía o bajaba.
Lo hace porque ocultar el dato y hacer la promesa le ha servido para acceder al gobierno pero no le sirven para gobernar. Lo hace porque, como todo político, cree que tiene derecho a mentir y ocultar la verdad -que es otra forma de mentira, aunque muchos se empeñen en ponerle matices- para acceder al poder y luego encontrar una forma de justificarlo.
Y con eso bate otro récord mundial.
Zapatero tardó dos años en inventarse eso de la discriminación positiva y la violencia de género unidireccional para justificar algo que sólo podía definirse como fascismo anticonstitucional; Aznar empleó cuatro años de su tiempo en inventarse al Movimiento de Liberación del Pueblo Vasco para quedar bien en el extranjero, mientras aquí ejercía de irreductible martillo de infieles independentistas.
Pero Rajoy, que parece ir a la carrera en todo después de no haberse movido de su sitio, oscuro y anodino, durante más de una década, de nuevo ha inventado un término que le justifica, que cree que le ampara, que cree que le explica. En solo 198 horas se ha inventado el término "recargo temporal de solidaridad" para intentar decorar su incumplimiento, ocultar su mentira, ignorar su promesa.
Pero aunque él cree que no. Aunque él y Montoro piensan que es solamente una frase gloriosa que decora su fraude, un concepto relativo que oculta su mentira, esta vez y sin que sirva de precedente Rajoy ha dado con su frase en el clavo.
Su "recargo temporal de solidaridad", nunca ha podido ser mas cierto. Porque si acudes al diccionario de la Real Academia de la Lengua -y esto explica un par de miles de líneas tarde el comienzo de este post- puedes leer:
Solidaridad: Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros.
Y eso es lo que es esto. Eso es lo que es esta subida de impuestos. Una adhesión circunstancial -y en nuestro caso la circunstancia es que el gobierno nos obliga- a la empresa de otros -y en este caso son los grandes bancos, y las corporaciones-.
Nunca un eufemismo fue tan cierto.
Rajoy nos hace solidarios de la necesidad de que otros y las empresas de otros mantengan sus niveles de beneficio, mantengan sus ganancias que luego serán distribuidas, en forma de dividendos, entre sus accionistas, no reinvertidas. No reutilizadas en la creación de empleo, sino simplemente transferidas a cuentas en el BNP de Luxemburgo o en el Banco Internacional de Caiman Brac para uso y disfrute de los rentistas.
Por eso somos solidarios. Porque nuestros sacrificios les producen beneficios a las empresas de otros. Beneficios que nosotros no veremos ni disfrutaremos.
Y aunque algunos de los amigos de siempre vean en esta afirmación mi ramalazo anarquista de entonces, intentaré explicarme.
Puede que controlar el déficit sea la solución. Y digo puede porque Brasil será en el primer trimestre de 2012 la quinta economía del mundo y su déficit y su gasto público esta once puntos por encima del de Grecia -la peor de los nuestros-; porque China es la primera economía del mundo -aunque digan que es la segunda- y nadie sabe si controla o no su déficit; porque Estados Unidos es el mayor generador de riqueza -no de reparto de la misma- del mundo y aunque el déficit federal se coloca en un asumible cinco por ciento, su déficit estatal -es decir, el que para nosotros sería autonómico- se dispara hasta el dieciocho por ciento.
Pero hagamos caso a la matrona alemana de furia pronta y memoria histórica huidiza y pongamos que hay que controlar el déficit.
Para eso necesitamos 36.000 millones de euros. Hagamos cuentas -Yo me hice de letras creyendo que la palabra y las ideas salvarían al mundo y ahora resulta que tengo que tirar de economía. ¡No sé qué haría sin la calculadora de Windows!-.
La banca española -sólo la banca- obtuvo el pasado año, después de impuestos 11.000.000 millones de euros de beneficios, según el informe del Fondo Monetario Internacional -para los escépticos-.
El dinero destinado a fundaciones sociales -que se desgrava íntegramente y a fundaciones culturales -que se desgrava en un cincuenta por ciento- fue de 8.000 millones de euros.
Veamos.
Si se les impiden las aportaciones a esas fundaciones que no son otra cosa que formas bellamente camufladas de eludir los impuestos -podemos pasarnos un año sin que Unión Fenosa sufrague la exposición de un individuo que clava con un hierro herrumbroso un trozo de carbón sobre un cacho de césped y le llama "Madre Asturias". Y es algo literal- tenemos unos beneficios de 19.000 millones después de impuestos.
Si se les impiden las aportaciones a esas fundaciones que no son otra cosa que formas bellamente camufladas de eludir los impuestos -podemos pasarnos un año sin que Unión Fenosa sufrague la exposición de un individuo que clava con un hierro herrumbroso un trozo de carbón sobre un cacho de césped y le llama "Madre Asturias". Y es algo literal- tenemos unos beneficios de 19.000 millones después de impuestos.
Si les subimos un diez por ciento los impuestos -¿por qué?, porque somos el gobierno y si no le gusta que el Santander cierre todas sus oficinas en España y las abra en Madagascar, por ejemplo- , tendríamos que a ellos aún les quedan 15.000 millones de beneficios para repartir entre accionistas, sufragar exposiciones y fundar hogares de acogida para inmigrantes o potenciar la integración de discapacitados. Que no seré yo quien diga que todo eso no es necesario.
Pero nosotros, la España de andar por casa, que no somos ni discapacitados, ni artistas New Age, hemos ganado para nuestras arcas la no desdeñable suma de 4.000 millones de euros.
¡Estupendo, solamente nos quedan 32.000!
Y eso contando a los bancos, que otras corporaciones como Iberdrola, Telefónica o FCC también se encuentran en la misma situación y hacen la misma operación de cambiar impuestos por cuadros caros y supuestas acciones sociales que rara vez llegan a nada.
La solidaridad ha sido siempre -diga lo que diga la RAE- el compromiso de los que mas tienen con los que menos tienen, pero en este nuevo y rajoniano -¡como me gusta inventar gentilicios!- concepto es al revés.
Tres cuartas partes del esfuerzo solidario lo hacemos las clases medias y bajas, o sea los que trabajamos por un sueldo.
¿Y el capital? el capital aporta a nuestra tirita anti déficit 1.400 millones de euros.
Pero... ¡Un momento!. La bolsa, o sea el capital español, ha crecido en 25.000 millones de euros este año. Pese a la crisis de la deuda, pese a los bandazos, pese a la siempre aparente congoja de nuestros inversores y al perpetuo acojonamiento egoísta de nuestros accionistas, los beneficios bursátiles han experimentado 25.000 millones de euros de aumento.
Apliquemos un diez por ciento más de recargo impositivo sobre esas rentas -no un 0,5 como ahora-.
¿Por qué?, porque nos hace falta, porque no tenemos mas remedio. Porque los inversores y rentistas no pueden pretender que sus rentas sean intocables mientras nuestros sueldos no lo son, que sus ganancias sean sacrosantas mientras los réditos de nuestro trabajo disminuyen por el incremento del coste de la vida y de sus impuestos.
¿Por qué?, porque nos hace falta, porque no tenemos mas remedio. Porque los inversores y rentistas no pueden pretender que sus rentas sean intocables mientras nuestros sueldos no lo son, que sus ganancias sean sacrosantas mientras los réditos de nuestro trabajo disminuyen por el incremento del coste de la vida y de sus impuestos.
Bien, pues si aplicamos ese porcentaje, tenemos ni más ni menos -según un estudio realizado por el instituto Americano de Inversiones, nada sospechoso por otra parte de rojo, republicano, radical, revolucionario ni ninguna otra "erre" que se nos ocurra- que 6.000 millones más de ingresos en nuestras arcas públicas, marcadas por estigma del déficit cero, aquejadas por el síndrome psicológico del techo de déficit que Alemania necesita para que le cuadren sus negocios con Europa.
32.000 - 6.000 = 26.000. Esto es fácil hasta para uno de letras puras como yo. Si queréis os lo pongo en griego Koiné.
Y luego subamos los impuestos. Pero todos. De hecho, antes de subirlos hagamos que todos paguen sus impuestos.
Y para eso solo hay que hacer una cosa. Obligar a la donación del piso como único pago de las hipotecas.
Eso y hacer que los bancos paguen el impuesto de transacciones y las plusvalías.
Me explico.
Ahora mismo, según fuentes fiables del mercado hipotecario, los bancos españoles tienen casi un millón de viviendas que han sido obtenidas de los hipotecados que se han quedado a la luna de Valencia.
Pues bien. Los bancos no sólo no tienen la obligación de registrar esas viviendas a su nombre -lo cual sería una pasta-, sino que además no pagan el impuesto de trasmisiones patrimoniales cuando las venden.
No digo yo -que el optimismo social no es mi rango imperante- que vayan a vender todas en el próximo año. Pero si vendieran la mitad a un precio medio de 250.000 euros -que es también el estimado por el mercado inmobiliario- el pecunio nacional ganaría aproximadamente 11.000 millones, déjenme que lo repita, 11.000 millones de euros con el impuesto de trasmisión patrimonial y los gastos de escrituración nominal que ahora no pagan las entidades financieras.
Estábamos en 26.000 y le quitamos 11.000. Pues nos quedan 15.000 millones de euros para ajustar el presupuesto.
Y hecho todo eso, súbannos los impuestos, congelen nuestros sueldos, retiren sus aportaciones a nuestros planes de pensiones, hágannos trabajar dos horas y media más o beban nuestra sangre en un cáliz dorado y ofrezcan nuestros cuerpos en el altar de la expiación del déficit cero. Pero háganlo después de hacer pagar a todos, de apretar el cinturón de todos.
Si no es así, no intenten convencernos de que debemos ser solidarios con aquellos a los que se les mantienen sus privilegios fiscales, sus dádivas y sus beneficios como si ellos no fueran los principales artífices del problema en el que ahora nos hayamos.
Así que, cuando este año se nos escapa con la invención sorprendente por parte de nuestro presidente del gobierno de la solidaridad inversa, sólo nos queda alzar nuestras copas, comer nuestras uvas y apurar nuestros cavas.
Brindemos.
Con 2011 se acaba la crisis. Se acaba la crisis y empieza la miseria.
Más vale que estemos borrachos para recibirla.