sábado, septiembre 03, 2016

Amargura Solidaria o el Síndrome de Ebenezer


Alguien se ha inventado hoy en las redes sociales  el Dia del Amargado. Y está bien porque esas personas merecen un poco de nuestro tiempo y nuestra reflexión.
Amargura Solidaria o el Síndrome de Ebenezer
Los hay que dicen , con la resignación propia de los que no medran en los conflictos, que de todo tiene que haber. Que, al fin y al cabo, forma parte del mismo concepto de sociedad y de civilización occidental atlántica que haya de todo un poco entre los seres que se hacen llamar humanos.
Y los hay que decimos que no. Que la sociedad no exige la existencia de determinados perfiles pseudohumanos que pululan por el mundo. Que hay que identificarlos, aislarlos y colocarlos en algún espacio que evite que su forma de entender la existencia destruya, castigue y dificulte la vida a los demás.
Y uno de esos tipos cuasi humanos dignos de estudio y aislamiento terapeútico es el de los solidarios de la amargura.
Bote pronto, lo de solidario puede sonar bien. Ese moderno remedo de la caridad, virtud teologal inmarcesible, tiene tan buena prensa que parece imposible que nada emparejado a tal adjetivo sea, ni de lejos, digno de crítica.
Pero claro, no siempre las cosas son lo que parecen.
Los hay que, incapacitados por su propia vida, por sus absurdas decisiones o por su escasez de neuronas, viven en una permanente sensación de amargura, de sinrazón, de pobreza existencial, que alcanza cotas incomprensibles e inexcrutables para el común de los mortales.
Ellos se sienten Sartre, Camus o cualquier otro existencialista  y así manejan su amargura constante, pero son en realidad el enano gruñón del pueril y edulcorado Blancanieves animados cuando menos. 
O incluso tiran de nihilismo existencial a lo Kropotkin para darle arrogancia y explicación  a su amargura pero no pasan de ser como mucho ese personaje de Moliere enrrocado en su misantropía innecesaria
Los hay que cada día, cada semana, cada año y cada lustro se levantan con el mismo pie izquierdo que ya ha creado sabañón de tanto tocar el frío suelo por las mañanas; los hay que, desayuno tras desayuno, ingieren las mismas miserrimas cantidades de mala baba hasta el punto de sufrir en sus estómagos cuajarones eternos de leche -mala, por supuesto- reconcentrada y rancia.
Los hay que persisten tanto tiempo en el humor aciago de un mal día, que son incapaces de salir de esa jornada y la transforman en algo secular, eterno, interminable. Como la gran Shirley McLaine, cuando se disfrazara de metálica magnolia, no están enfadados, no están enojados, ni siquiera están hastiados o deprimidos, simplemente llevan cicuenta y tantos años de mala leche.
Los que son así podrían dar lastima, podrían generar esa piedad judeo cristiana tantas veces predicada, si vivieran en soledad ese eterno día de la marmota de amargura y tristeza. Pero se empeñan en no hacerlo.
Estos seres de amargura temprana e ilógica irrascible podrían dar pena -como hiciera el anciano Ebebezer de Dickens- si no se empeñaran en ser solidarios. Si no se empeñaran en compartirla con aquellos que no queremos recibirla ni formar parte de ella.
Como no tienen familia, no pueden compartirla; como no poseen alegría no pueden exportarla; como carecen, en la mayoría de los casos, de inteligencia y sensibilidad son incapaces de poner nada de eso en el cesto común del universo. Sólo tienen su amargura, su falta de alicientes, su monotonía formal y material y es ló unico que pueden aportar al mundo.
Estos nuevos ebenezeres, hijos de sus propias carestías y de sus limitaciones cerebrales y afectivas, no sólo diseñan sus vidas para abarcar la mayor cantidad posible de amargura, sino que además se sienten molestos, contrariados e insultados hasta casi la indignación cuando los demás no manejan sus existencias con el mismo diseño.
Como ellos no tienen hijos les molesta que otros los tengan; como carecen de objetivos desestiman, desprecian y dificultan los de los demás; como no practican el sexo se sienten insultados si otros lo hacen, como no saben amar intentan destruir, minimizar o criticar por absurdo y pueril el amor de otros. Como no viven, que otros tengan vida las resulta inaceptable hasta la indignación.
Y entonces es cuando más solidarios se hacen. Cuando más se empeñan en compartir su amargura de forma universal y solidaria.
Sean familiares, amigos -palabra que utilizan pero que no practican- compañeros o jefes, vuelcan todos sus esfuerzos en que los demás compartan la hiel de sus elecciones y el páramo de sus existencias. 
Se transforman en sembradores de minas anti alegría, lanzadores de misiles contra la tranquilidad, zapadores del buen rollo, barreneros de la lógica y dinamiteros del ambiente distendido y amigable.
En fin, que desparraman una solidaridad en su amargura tan constante como no deseada por los demás y sólo cuando, por su intervención, un entorno calmado se vuelve tenso y una vida placida se transforma en infernal se sienten complacidos y sacan pecho, orgullosos de haber conseguido que su amargura y el hedor de su muerte en vida se difunda en el aire.
Todos conocemos a alguno o alguna de ellos.
Y quienes tengan oidos para oir que oigan.

No hay comentarios:

Lo pensado y lo escrito

Real Time Analytics