Francia va a la batalla electoral y presidencial y, como todo el mundo supone, no pasa nada.Nada que no tenga que pasar, se entiende. Nigeria va a la batalla electoral y pasa lo que todo el mundo temía y sabía que iba a pasar-aunque me joda reconocerlo-. La batalla electoral se transforma en una batalla campal por las calles, las plazas e incluso las casas de las ciudades y pueblos del país africano.
Muchos podrían decir que es una cuestión de civilización; otros argumentarían que la presencia de grupos armados en respaldo de los candidatos de Nigeria propicia esa situación; otros dirán que la presencia de opciones islámicas -el beligerante y denonastado islam de hoy en día- facilita la persistencia de esa violencia.
Pero yo mantengo que, como otras muchas cosas, como casi todas las cosas que afectan a los humanos, es una cuestión de responsabilidad. De responsabilidad personal y colectiva.
Francia ha transitado por los caminos que debían recorrerse, en los tiempos que son necesarios para recorrerlos y con la conciencia de que era su responsabilidad recorrerlos. Y a lo largo de la historia sus líderes, desde los guillotinadores de reyes hasta los conservadores contrarios a la guerra de Irak, se han preocupado de exigirles a los ciudadanos una responsabilidad en ese camino.
Un 76 por ciento de los electores franceses acude a las urnas y lo hace no porque Royale sea guapa y elegante, no porque Sarkozy sea arroyador, no porque Ségolene haya dicho una sola palabra sobre la igualdad de géneros durante la campaña o porque Nicolás haya querido mandarla a casa a cuidar de sus niños.
Los franceses van a las urnas porque quieren borrar la ultraderecha del mapa político; porque quieren que se regule la inmigración; porque quieren salirse del euro y no ampliar la Unión Europea; porque quieren romper las bolsas de pobreza de las grandes ciudades o desmontar de forma definitiva la burbuja inmobiliaria: los franceses van a las urnas porque quieren decidir cuestiones sobre el futuro de su país, más allá de que un candidato les caiga bien o mal, más allá de que un político sepa lo que cuesta un café o esté dispuesto a reconocer en público lo que le paga el Estado por hacer política. Los franceses no acuden a votar porque sea un derecho, sino porque es su deber y su responsabilidad.
Por eso un agricultor de la gascuña afirma en un informativo que tienedudas entre la política de inmigración urbana de Sarkozy y Royale y además le de la razón a Le Penn en lo de que el euro ha hecho subir los precios. La política agraria en Francia es casi una cuestión de Estado y el agricultor -descendiente, sino de sangre sí de ocupación, de los campesinos que hace siglos hicieron en parte de Francia lo que es hoy- se plantea problemas que van más allá de sus necesidades directas, de sus intereses personales. Sabe que votar es una responsabilidad, que hace mucho que dejó de ser un derecho.
Por eso en las anteriores presidenciales los votantes de izquierdas depositaron sus sufregios en favor de Chirac -pese a desintoxicarse despues publica y simbólicamente-. Porque era su responsabilidad evitar que las ínfulas fascistas de le Penn tuvieran la oportunidad de resonar en El Eliseo.
Pero en Nigeria no ocurre eso. La democracia es algo regalado, forzado, obligado. Ninguno de los dos candidatos habría recurrido a unas elecciones si no fuera por el azul de los cascos de los soldados internacionales que contemplan en el horizonte cuando se despiertan cada mañana.
Hace un siglo habrían sido jefes tribales que hubieran pasado por las armas a sus enemigos y esclavizado a los supervivientes; hace una década habrían sido líderes guerrilleros que hubieran fusilado a sus contrarios y entrado en la capital disparando al aire sus armas -soviéticas o estadounidenses, eso depende- celebrando la victoria.
En Nigeria nadie cree en la democracia y los que menos los votantes. Los que votan son los mismos que empuñan las armas para matar a sus rivales cuando se dan cuenta de que el escrutinio va mal. En Nigeria se cree en la Sharia, en Dios Padre Todopoderoso, en el poder, en las amatistas o en el petróleo, pero nadie cree en la democracia. Ni siquiera los países que la fuerzan y la imponen para asegurarse de que un gobierno relativamente benéfico asegura el control occidental del petróleo. En Nigeria votar es todavía un derecho sin responsabilidad y también lo es intentar hacer volar la sede de la Junta Electoral en Abuja.
Pero la culpa no es de los nigerianos, ni del islam, ni de las multinacionales, ni del gobierno, ni de la oposición.
La diferencia entre Francia y Nigeria es una y simple. Hacen falta siglos de evolución y de líderes políticos responsables para que un ciudadado considere que le debe al Estado la responsabilidad de tomarse en serio las elecciones y de votar por el bien del país y no por el suyo propio o por sus gustos mediáticos. Hace falta una historia de sangre derramada para garantizar, incluso a los que son contrarios a ti, el derecho a decidir; hacen falta muchas elecciones perdidas por unos y otros sin que haya estallado ningún motín de los perdedores. Hace falta que los inventores de la República acepten la restauración de La Monarquía y que La Monarquía acepte su destitución definiva. Y simpre porque lo ha decidido el pueblo. Hace falta haber aprendido lo que la política supone para un país y que es mucho más de lo que afecta a un individuo. Hace falta haber aprendido con tiempo, sangre y cultura, que emitir un sufregio es un derecho pero que hacerlo de forma responsable es una obligación que no se puede ejercer por los sondeos, la sonrisa o los bonitos ojos de un político.
En Nigeria se ha luchado y se ha muerto por la fe católica, por el islam, por la tribu, por la familia e incluso por la libertad. Pero aún no se ha muerto por defender el derecho de los otros -no el propio- a decidir el gobierno. Para eso hace falta tiempo y cultura y no imponer la democracia a golpe de resolución y cascos azules de la ONU.
A nosostros se nos acercan unas elecciones muncipales y autonómicas y luego unas generales. Y los periódicos, las televisiones y las radios siguen hablando de lo bien que hablan unos y lo mal que hablan otros, de los talantes mediáticos de unos y otros. Todo parece muy moderno y civilizado pero, sinceramente, a estas alturas, no sé si estamos más cerca de Francia o de Nigeria.
No sé si Gallardón se presenta de candidato a alcalde de París o de Abujá