La sabana es la sabana. Siempre lo es. Siempre será el sustrato de una vida en la que la muerte es sólo la opción menos recomendable, pero siempre una opción. La sabana posee siempre vida y siempre tendrá muerte, siempre habrá lluvia y siempre existirá el tórrido calor que mata por presencia y asfixia con su manto.
En sabana siempre hay viento.
-¿Por quién ruge el león? -pregunta el viento en su susurro y las gráciles orejas de la gacela se alzan al escucharlo-.
-Ruge por mi - contesta. Y eso para la gacela apenas significa nada. Apenas es nada. Es tan cotidiano, tan común, que el ruído de una brizna de hierba que cayera a diez metros de donde ella pasta la alteraría más que el bramar de la fiera.
- Yo corrí tras de él, quise ser como él y él se detuvo. Me miró e intentó que aprendiera su caza, su ritmo, su existencia. Y lo inténté.
- ¿Lo intestastéis? - ulula el viento con curiosidad insana-.
- No. Lo intenté. Yo lo intenté. Él no sabía siquiera lo que estaba intentando. No se lo dije. Luego necesité volver a comer hierba y tampoco lo supo. El siguió siendo león. Pero un león no siempre acierta con la presa y cuando falla varias veces el tiempo se hace eterno, el hambre se hace eterna, la furia se diluye. Yo intenté cazar pero no se lo dije. Él no lo supo.
- ¿Y te intentó cazar? - la voz de la brisa parace asentir. Un león siempre es un león en la sabana.
- No. No lo hizo, pero yo lo temí. Necesite ocultarme, necesité alejarme. Necesite pastar de nuevo entre la hierba sin correr, sin cazar. Y lo hice y el león arañaba un día y otro con su zarpa la entrada de la cueva en la que me escondía. Al principio creí que era para cazarme, pero no era para eso. Era para sacarme, para llevarme al pasto, para darme su caza. Pero yo quería estar en esa cueva y allí permanecí.
- ¿Al final, él te hizo salir? - Si el viento se sorprende, aún en un mar de hierba, sopla un poco más fuerte.
- No. Necesité salir y salí y el me esperó de nuevo. Se mantuvo tranquilo, quieto y agazapado, esperando que llegara a hasta él. A veces se acercaba y yo daba unos saltos. Quería ir a hasta él pero temía que el viniera hasta mi. Necesitaba ser yo la que llegara a él.
- Lo entiendo - Y esta vez el susurro del viento sabe que una gacela es siempre una gacela al igual que la sabana es siempre la sabana- ¿Por eso el ahora te llama? ¿Por eso te dejaste atrapar en la jaula de bog y de bambú? ¿Por eso está abierta la puerta?
- No me deje atrapar, me metí sola. Y el león no me llama. Me despide. Necesito estar en un lugar en el que no esté él. Necesito saber si soy gacela o león, ambas cosas o ninguna. Necesito que no esté y por eso se marcha. Pero regresa cerca cada noche, abre la puerta y vuelve a alejarse. Está vez no lo hará.
- ¿Y el león también lo necesita? -la brisa comenzaba a susurrar tristeza-.
- Creo que el necesita encontrar una leona, encontrar alguien que le siga a la caza, que le siga en su vida.
Cuando el viento medita arroja nubes sobre la sabana. El sol comienza a desparecer de los ambarinos ojos de la gacela
- No he preguntado elo que crees que necesita -las nubes hicieron eco el viento- He preguntado qué es lo que necesita.
La gacela deja de rumiar y abre la boca. Si alguna vez lo supo no lo recuerda. Si alguna vez lo oyó no lo escuchó. Si alguna vez lo escuchó no pudo hacerle caso. Ella necesitaba...
- ¿Qué es lo que canta el león en su rugido? -interrumpe el viento sus pesares-.
- Es mi nombre. Shayera, El bien que llega tarde.
- Bonito nombre el tuyo -ulula la brisa sobre las nubes-. ¿Cual es el suyo?
La gacela no sabe. En todo el tiempo de vida y muerte, de amor y desamor, de agua y sangre, pasado en la sabana nunca lo preguntó.
El viento lo comprende. Una sola ráfaga de aire huracanado cierra y encaja la puerta de la jaula. La lluvia se une al viento.
Cuando la sabana no entiende lo que pasa, llora sobre los vivos.
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