En sólo una semana, cuatro madres han asesinado a sus hijos recién nacidos.
Cuatro mujeres, supuestamente preparadas genéticamente para los rigores psicológicos y físicos del parto y la maternidad, algo que hombre alguno podría soportar - si hay que hacer caso de lo que afirman aquellas que preconizan la supremacía femenina-, han acabado con la vida de sus hijos e hijas -que en esto parece también que se impone la paridad- recién nacidos. Y sólo en España
Y lo han hecho de las formas más brutales y crueles que se puede imaginar. Han golpeado su cabeza contra la barandilla de una terraza, los han arrojado por la ventana, los han parido y los han asfixiado con un pantalón viejo, los han metido en el microndas.
Uno no quiere imaginar como serían los titulares, los programas de televisión y las calles si ese nivel de brutalidad se hubiese desarrollado en cuatro casos de mujeres muertas a manos de hombres violentos. Pero más allá de eso; más allá de las calladas gargantas que cuando les viene bien piden una sociedad sin violencia doméstica y cuando les viene mal guardan silencio; más allá de gobernantes y gobernantas -supongo que Chaves lo diría así- que engrandecen unas realidades sociales y callan otras; más allá de todos los que lo ignoran con toda sencillez y compricidad criminal, yo, como demonio escribiente, me hago una pregunta ¿Qué les lleva a hacer eso? ¿Qué lleva a alguien a dar a luz y asfixiar a alguien que depende de ella para vivir? ¿Qué motivo puede arguir alguien que arropa el cadáver de un niño muerto por su mano y lo arroja a un contenedor de basura?
Y sólo encuentro una respuesta: el egoismo.
Me podrán hablar de depresiones postparto y yo les podré hablar de medicaciones; me podrán presentar situaciones económicas inestables o deseperadas y yo les podré facilitar la dirección de los servicios sociales y las oficinas de adopción; me podrán explicar el concepto de embarazo no deseadoy yo les podré prestar veinte euros para que compren preservativos.
No hay nada que justifique que, puestas en un plato de la balanza la vida de alguien indefenso que no tiene responsabilidad alguna sobre la situación y en el otro la comodidad, la depresión o la estabilidad de aquella que es plenamente responsable de ese nacimiento, el fiel se incline hacia las necesidades físicas, económicas o psicológicas de aquella que ha obligado a venir al mundo a un ser que no lo ha pedido.
Conozco mujeres que trabajan, crean, ríen y crian a una hija en soledad; sé de mujeres que han puesto en riesgo su estabilidad por convivir y colaborar en la atención de niños más que difíciles; podría citar el nombre de mujeres que, en las peores condiciones económicas, se han preocupado por reservar dinero, atención y cariño para las necesidades de niños que ni siquiquiera eran suyos. Y no hablo de nuestras madres y abuelas. Hablo de mujeres de hoy y probablemente de mañana.
Así que, cualquier argumento se ofrezca a favor de las egoistas asesinas que anteponen sus previsiones económicas y su estabilidad emocional a la vida de alguien que ellas mismas han traído al mundo sólo puede considerarse apologia del asesinato y complicidad con él. Quizás por eso, las adalides del feminismo beligerante guardan silencio en estos casos.
Como sigamos así, llegaremos a la situación de la novela de PD James, Hijos de los Hombres. No es que los humanos dejemos de tener hijos por propia voluntad, es que la naturaleza no nos va a dejar tenerlos para evitar que los sacrifiquemos en el altar de nuestro nuevo dios inmortal y omnipotente: El Egoismo.
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