Como en todo, como en lo más cotidiano, tenemos que sufrir las imposiciones de la tradición judeocristiana que nos rodea. Así que, hasta los demonios, hasta los antiteistas, hasta los enemigos jurados del mismo concepto de dios, hemos sufrido y vivido la Semana Santa.
Y algunos hasta hemos tenido nuestra propia Pascua. Por no decir que han aprovechado estas fechas para hacérnosla, la pascua digo.
Y algunos hasta hemos tenido nuestra propia Pascua. Por no decir que han aprovechado estas fechas para hacérnosla, la pascua digo.
Pasado hace tiempo, tanto que podría medirse en eones, el tiempo de la pasión y de la gloria hemos tenido que decidir recorrer nuestro camino hacia el calvario.
Porque, eso sí, si los que hemos de llegar al calvario no sacamos los pasos, los 343 pasos necesarios para ascender a nuestro peculiar Gólgota, el monte donde hemos de ser crucificados no viene hasta nosotros.
Vamos, que la montaña nunca viene a Mahoma. Eso sólo pasa en el Islam.
Así que hemos tenido que ascender al monte de la calavera y allí nos hemos enfrentado a nuestros dioses -o a nuestras diosas que, en los tiempos de la paridad, las diosas están en boga-.
Pero, en estos tiempos de éticas múltiples, ni siquiera los dioses lo tienen claro. No hay última cena, no hay consagración, no hay huerto de los olivos, ni siquiera hay domingo de ramos. Hay quien podría pensar que merece la pena sufrir el calvario a cambio de lo que se experimenta con una entrada triunfal en Jerusalem. Y tampoco eso.
Lo más que están dispuestos a darte los dioses de los nuevos calvarios es un café. El último café.
Y como todo está tan liado, los dioses olvidan y se confunden. Son ellos los que te niegan tres veces, son ellos los que te ofrecen la salvación. Pero, desde luego, no te ofrecen tú salvación. Sólo te ofrecen la suya.
Pero hay cosas que nunca cambian. Te ofrecen una nueva vida sin preguntarte si la quieres; deciden que quieres otra vida cuando no te preguntaron si querías la que tienes ahora. Los nuevos dioses quieren apartarse de sus acólitos, de sus servidores y ascender a sus propios cielos o descender a sus `propiosinfiernos, infiernos creados por ellos mismos de los que tú has intentado sacarlos. Pero quieren hacerlo solos.
Sin embargo, para que ellos consigan vencer sus Gehennas privados o recrear sus paraisos pérdidos alguien tiene que subir al calvario. Tiene que haber un holocausto, tiene que haber un sacrificio.
Los dioses homéricos se conformarban con el humo y el olor de la sangre de los animales. Después llegó Jehova y exigió a Abraham que sacrificara a su vástago y Abraham lo hizo: Más tarde el dios de los católicos pidió servidores eunúcos -o por lo menos célibes- sólo dedicados a él. Y los obtuvo.
Los dioses de esta mi semana de calvario -de una forma u otra- obtuvieron todo ello y lo consiguieron porque yo quería dárselo. Pero, cuando ha llegado el momento, han decidido que todo ello les impedía ser dioses, les impedía ascender a unos inexistentes cielos o descender a unos autocreados infiernos.
Pese a ello no han decidido, no han prometido, no han negado. Se han limitado a esperar, sentados en el Gólgota, que yo me crucifique a mi mismo, que sea yo quien decida: Ni siquiera han tenido el valor de decir Has de morir, esa es mi palabra. La falta de intención exime de culpa en la mente de un dios.
En fin, como mandan los cánones, el descenso a los infiernos se ha producido antes de la resurreción. Pero los dioses ya no bajan a rescatar a aquellos que han luchado por ellos. No bajan a compartir la gloria y la pasión. Bajan solamente a alejarse de ellas. Han convertido el infierno en un retiro espiritual.
Aquellos que no manejamos la dinámica de la fe y la creencia, la dinámica del impulso exterior e invisible, no podemos saber si eso es bueno o es malo.
Sólo sabemos que de nada sirve resucitar si no hay alguien a la entrada de la tumba que te ayude a salir. Si no hay un Tomás que meta los dedos en tus heridas para demostrarte que estás vivo. Pero eso era con los antigüos dioses, cuando amar era combatir; cuando La Guardia era leal al reino porque el reino era leal a la vida.
La resurreción significa que alguien te tiende la mano y te grita: Lázaro, sal.
PD: Los que sepan de que va lo entenderán. A los que les interese preguntarán. Los demás no son factor.
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