Mientras se granan y desgranan las píldoras diarias de la corrupción de Gürtel que ya salpican hasta a los intocables; mientras las izquierdas y derechas convencionales de este país se enfrentan una polémica baldío sobre la ley del aborto que tiene más de capote y de venda colocada en los ojos sociales que de otra cosa, la auténtica dinámica de la corrupción, la verdadera cara de la traición realizada a la sociedad por sus gobernantes en aras del beneficio propio, continua su lento caminar.
Un suizo realiza una peregrinación surrealista por los centros sanitarios catalanes, un senegalés muere de tuberculosis mal curada en un hospital, un hospital se niega a trata a un turista francés porque ha perdido su documentación en Valencia.
Y de momento torcemos el gesto pero nos encojemos de hombros. Al fin y al cabo nosotros no somos extranjeros. A nosotros no nos cobrarán 170 euros en el Hospital Puerta del Mar de Cádiz, nosotros no corremos el riesgo de que nuestro nombre aparezca en el listado de 14.000 personas a las que la Generalitat Valenciana ha facturado un millón y medio de euros en un intento recaudatorio inmisericorde para tapar los agujeros financieros que la mala gestión privada del experimento de Alzira generó en las arcas de la sanidad valenciana.
Pero la cosa se complica cuando nos damos cuenta de que aún siendo hijos del imperio, aun pudiendo probar sin duda ninguna nuestra condición de vástagos patrios, las cosas no mejoran. Un hombre realiza una carrera contra el tiempo y su corazón infartado porque un hospital madrileño le niega la atención; una mujer perece entre el papeleo de las urgencias de un hospital de gestión mixta en Vigo, un enfermo crónico espera en la frontera interior entre Castilla - La Mancha y Valencia a que las administraciones se pongan de acuerdo sobre cual de ellas tiene que pagar la ambulancia que le transporta.
Y todo eso, que otrora podía calificarse de burocracia desmedida, de duplicidad administrativa o incluso de incompetencia, ahora solo tiene un nombre: corrupción. No tiene nada que ver Gürtel, con los ERE, con las ITV catalanas o con cualquier otro de los casos que las primeras páginas y los sumarios de periódicos e informativos ponen ante nosotros pero es la auténtica corrupción.
Porque el suizo peregrina desesperado el senegalés muere y el castellano manchego espera impotente no porque no haya dinero, no porque se haya recortado para cuadrar las cuentas, sino porque el gobierno de este país ha convertido la sanidad en monedad de cambio y pago para aquellos que les sustentan y les apoyan.
Porque si no hubiera dinero para la sanidad, la Generalitat Valenciana no podría aumentar en 20 millones de euros su aportación a los hospitales de gestión privada mientras cercena las asignaciones de los públicos, encarece los medicamentos y pretende cobrar a los inmigrantes 170 euros por acudir al médico por un catarro.
El francés no es atendido y la gallega muere en la sala de espera porque el gobierno del PP ha decidido que el negocio de la sanidad es más importante que la salud de la población y tiene que ser rentable para aquellos que lo ejercen. Por eso asumen sin pestañear facturas mareantes de 280 millones de euros de hospitales de gestión privada por atender a enfermos de más allá de su área de influencia mientras pretende poner en la calle para ahorrar.a miles de médicos eméritos de la sanidad pública privando al paciente y al sistema de su experiencia.
Por eso se ordena en Madrid y Valencia que se deriven pacientes a los hospitales de gestión privada para que estos puedan facturarlos y cobrar por ellos y las concesiones que les han otorgado a sus parentelas, testaferros y amistades sean rentables y beneficiosas para las arcas helvéticas de sus socios.
Ya hemos empezado a penar y a morir por culpa de la visión monetarista y corrupta que Ana Mato, la capitana de ese ala en particular del ejército moncloita de Rajoy, ha trasplantado al sistema sanitario español.
Una visión que se basa en la rentabilidad y que permite que 650.000 personas se queden sin hospital en Vigo porque el presidente gallego Feijoo no encuentra ningún socio que quiera construir el hospital y no está dispuesto a pagarlo con dinero público por muy necesario que sea, la visión que hace posible que se pague anualmente 73 millones de euros a una clínica privada por actuar de hospital de referencia para varios distritos gallegos cuando en realidad lo que hace es diagnosticar y derivar a otros hospitales porque carece de capacidad -sobre todo quirúrgica para atenderles.
El mismo modo mercantilista y artero de proyectar la sanidad que posibilita que se acepte en Madrid y Barcelona que los pacientes de pago se salten la lista de espera en detrimento de los derechos de aquellos que no pueden pagar o que se mantenga abierto, se habilite y se dote de personal el quirófano un hospital público para operar por la tarde a la madre de un cargo de Castilla La Mancha cuando, asumiendo los costes cuando esos quirófanos ni siquiera se abren para operaciones urgentes en turno vespertino.
Y eso no es negligencia, no es ideología, no es mala gestión, no es una error de concepto o un fallo de calculo. Todo eso no es otra cosa que corrupción.
Así que la próxima vez que queramos saber de corrupción no nos detengamos en las portadas de Gürtel, Barcenas o los ERES, sigamos hasta la sección de sanidad. La próxima vez que queramos saber algo sobre el derecho a la vida no nos detengamos en las baldías columnas de opinión sobre el aborto y la Conferencia Episcopal, continuemos hasta las lineas que hablan de la salud en la sección de sociedad.
La corrupción de Génova, Gürtel y Bárcenas puede que nos moleste, la de los ERE y Mercasevilla puede que nos irrite y la de las ITV o el Liceu es posible que nos enfade. Pero la otra, la de la ministra Ana Mato y todo el emporio del Partido Popular que transforma la salud de todos en negocio de unos pocos, nos está matando.
Que cada cual decida cual es más importante.
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