La estrategia de las cortinas de humo es algo tan viejo como la política. El desviar la atención de lo importante hacia lo superfluo para ocultar, silenciar o minimizar acciones que, de otra manera, serían tan obvias y evidentes que generarían rechazo es algo que se estila desde que César atravesó el Rubicón con sus legiones, desde que los césares la tomaron con Britania para ocultar sus vergüenzas caseras.
Y nuestro gobierno, el que nos arrojamos sobre los hombros y el futuro en nuestra última visita a las urnas, tira de esa estrategia con la misma fruición con la que los sobres cogidos y entregados volaban por los pasillos de Génova, 13 de mano en bolsillo.
Esa estrategia nos arroja a Gallardón a la arena para despertar la ira de la progresía de salón con una Ley del Aborto aun inexistente que dejará las cosas exactamente igual y hará o dejará de hacer que aborten el mismo número de mujeres que con o sin ley de plazos.
Nos coloca el capote del españolismo de Rajoy y el catalanismo de Artur Más en un enfrentamiento de esgrima política que realmente oculta que su principal competición estriba en quién recorta más derechos y prestaciones a los ciudadanos bajo su gobierno; nos hace desayunarnos con el obispo Amigo -no se de quién, pero Amigo a la postre- dudando de la tradición democrática de los partidos que se oponen a su ideario como si el hecho de conducir bajo palio a un dictador, bendecir sus pantanos, pedir el voto para Fuerza Nueva en la Transición o santificar alzamientos militares como cruzadas por la fe nacional católica fuera una tarjeta de presentación democrática que les diera a los jerarcas purpurados patrios autoridad para pontificar sobre la materia
Y así con toda suerte de distracciones que los medios de comunicación colocan en primera plana cuando tendrían que publicar en las necrológicas y que sirven a nuestros gobernantes para que sus recortes en lo esencial, en lo fundamental, en el futuro, en nuestra capacidad de supervivencia como individuos y sociedad, pasen cada vez más inadvertidos.
Y la más trabajada de estas distracciones es la excusa permanente de que "es necesario", de que "no se puede hacer de otra manera", de que "de algún sitio hay que sacar el dinero".
Da igual los informes en contra que presenten los profesionales de la sanidad pública demostrando que no se ahorrará privatizando los hospitales madrileños; da igual que los presupuestos de las comunidades autónomas que más recortan en Enseñanza Pública presenten incoherencias de gastos millonarios en cesiones y concesiones a la educación privada mientras se niega lo esencial a la pública. Los inquilinos del gobierno nacional y de sus satélites autonómicos se han enrocado en esa explicación hasta que les ha sido imposible mantenerla.
Lo suyo sería que entonces reconocieran que en realidad actúan por ideología, por impulso teórico de lo que creen y lo que piensan.
En contra de los que se dice y se escribe no es perverso gobernar aplicando tú ideología. Es lo lógico. Nadie gobierna ni legisla desde la absoluta neutralidad ni, por supuesto, desde una ideología que no es la suya.
Y como eso parece lo normal, al final, con la boca pequeña y los dientes apretados en ese rictus soberbio y contrariado que se gastan permanentemente las huestes económicas de Moncloa, lo reconocen.
Afirman que es posible que haya otras formas de afrontar la crisis pero que ellos han decidido aplicar la austeridad porque creen en ella y porque piensan que es la política más acertada y responsable.
No habría nada que decir a eso -salvo que se equivocan- si fuera verdad. Pero en realidad es otra cortina de humo. La última salva. Como diría el escritor de anticipación, el mítico Frank Herbert, "la finta en la finta de la finta"
Utilizan su supuesta ideología económica como excusa y velo que esconde la verdadera motivación de sus decisiones, de sus planes. Dicen seguir su ideología en el aspecto económico para que no nos demos cuenta de que en realidad están imponiendo su ideología social. O su ideología antisocial, para ser exactos.
Lo hacen con la Universidad
Porque No cortan las becas de movilidad universitaria y eliminan la selectividad única para ahorrar y eso produce el efecto colateral indeseado de cambiar las condiciones de acceso a la universidad pública.
Cortan las becas de movilidad universitaria para limitar el acceso, para que nacer y vivir en Motilla del Palancar, Conquista de la Sierra o Tomelloso sea sinónimo de no poder estudiar una carrera universitaria a menos que tus padres puedan tirar de cuenta corriente para pagarte un alquiler en Madrid, Sevilla o Ciudad Real.
Porque eliminan la selectividad de distrito único para hacer imposible la permeabilidad social entre los estudios y los estudiantes, para transformar en autárquica, local e intrascendente una institución como la universidad que, por propio nombre y naturaleza, debe ser universal. Para minimizar su condición de catalítico social de la juventud, para eliminar la disensión colectiva que desde su creación en la Edad Media ha caracterizado al entorno universitario.
Lo hacen con la atención sanitaria.
Que los inmigrantes se queden sin atención no es un efecto secundario de ajustar las cuentas es el objetivo primario de aquellos que utilizan el ahorro para justificar una ideología que odia al extranjero, que considera inferior al inmigrante, que hace de la sangre y la cuna el centro de un orgullo nacional baldío y medieval.
Que los enfermos crónicos, los discapacitados o los dependientes se queden sin sostén y sin ayudas no tiene nada que ver con la necesidad de austeridad. Lo hacen porque consideran que sobran, que cuanto antes desaparezcan mejor, que el Estado no tiene porque ocuparse de aquellos que no pueden generar réditos económicos a las arcas en las que luego ellos meterán la mano para beneficiarse.
Lo hacen con el empleo
Porque generan una formación profesional que te arroja al mercado laboral en condiciones precarias no porque no haya dinero para otra cosa, sino porque piensan que el trabajador debe tener lo justo para comer y tener un techo por los pelos y dedicarse a trabajar por aquello que quieran pagarle sin expectativas, sin ocio, sin capacidad de vivir más allá de su supervivencia.
Y pergeñan un sistema de contratación y unas condiciones laborales extraídas directamente del servilismo feudal porque están convencidos que aquel que tiene que recurrir a su trabajo para ganarse la vida debe dar gracias a los poseedores del capital por arrojarle las migajas y conformarse con lo que estos quieran darle a cambio de su trabajo. Y, si se les ocurre reimplantar el derecho de pernada, agachar la cabeza y sentirse honrada porque el señor del castillo -o de la empresa- decida meterse entre sus piernas.
Lo hacen con la enseñanza
Porque las revalidas y el nuevo sistema de educación obligatoria y bachillerato no pretende ahorrar un céntimo de euro, lo único que busca es arrojar de las aulas al mayor número de estudiantes cuanto antes porque estarán mucho mejor cobrando 800 euros el resto de su vida que aprendiendo cosas que luego podrían utilizar contra el Gobierno y cursando estudios que les harán pensar por sí mismos y les pondrán las cosas difíciles a sus empleadores, transformados en señores feudales del siglo XXI.
Lo hacen con los medios de comunicación.
Destrozan Telemadrid, conducen al ridículo a Televisión Española, hacen desaparecer Canal 9 no porque no tengan dinero para mantenerlos, no porque su doctrina económica les imponga cercenar esos gastos, sino porque su ideología sobre la función de los medios en la sociedad les hace pensar que esos medios tienen que estar al servicio de su aparato de propaganda, de su eterno mantenimiento en el poder, de la constante justificación y engrandecimiento de sus actos.
Lo hacen, en definitiva, con la democracia.
Porque no intentan recomponer los poderes públicos para ahorrar, para gastar lo mínimo necesario, sino que lo hacen para intentar lograr que todos los poderes del Estado estén bajo su férula y su control y para conseguir que los ciudadanos, sus votos y sus decisiones trabajen en beneficio de esa élite guerrera de los negocios y los cohechos que forma su entorno.
Lo hacen para que la forma de la democracia esconda el fondo la plutocracia oligárquica y feudal que es la sociedad que tiene en mente su concepción ideológica.
El ahorro, la austeridad, la ideología económica es simplemente el último velo de la indecente danza de engaños que lleva interpretando la corte genovesa desde que accedió al poder.
Seguramente habrá bienintencionados votantes del Partido Popular que hayan votado creyendo que se trataba de aplicar el liberalismo económico y aún crean que esto va de eso.
Pero el problema no radica en que se gobierne según la propia ideología -.eso lo hace todo el mundo, aunque en ocasiones resulta bastante irresponsable-. El problema es la ideología en sí misma.
No es que el Partido Popular no tenga derecho a gobernar según su ideología, es que no tiene derecho en el mundo moderno a tener esa ideología social.
Y puede que para los monseñores y los genovitas eso sea "profundamente antidemocrático", pero resulta que hace varios siglos se estableció una linea ideológica que no puede traspasar ningún gobierno: no se puede tener una ideología que suponga que un Gobierno ejerce el poder en beneficio propio y en detrimento de sus ciudadanos.
Y no fuimos nosotros quienes establecimos esa frontera infranqueable. La estableció el cortante filo de una señorita con apellido francés y la sangre fluyente de un rey.
No se trata de economía, se trata de sociedad. No se trata de que sea perverso gobernar ideológicamente sino de que la ideología con la que se gobierna es perversa, injusta e ilegal. No se trata del dinero, se trata de libertad.
Ellos mismos. Nosotros mismos.
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