Los Cazafantasmas, Thor….Parece que ahora el cine ha puesto de moda que ellos son ellas.
Y que conste que no he escrito intercambiar los sexos de los protagonistas heroicos de los filmes, he escrito ellos son ellas.
Porque, como en todo, esto no es reversible. Wonder Woman nunca se convertirá en el Hombre Maravilla -que por cierto, aunque no se crea, Marvel tiene ya un Hombre Maravilla, héroe de tercera regional simultánea-, ni la siempre a un paso del rol de Dominatrix Catwoman será sustituida por un Catman varonil con tendencias de esas a lo Christian Grey que se mal cuentan y hacen subir la lívido de muchas en secreto.
Ni molesta ni incomoda. Lo que si molesta e incómoda hasta el extremo es la polémica absurda y constante que surge de esos cambios.
Incomoda que un político -por llamar a Donald Trump de algún modo que no sea un insulto directo y antiguo- con aspiraciones a la famosa Ala Oeste lo utilice para manipular las quejas de los fans de la saga de Cazafantasmas para enviar otros mensajes, sugerir otras cosas y reproducir de la víscera inagotable de aquellos que desean sentirse superiores a alguien, sobre todo a aquellas que viven a su lado.
Pero también incomoda que, de pronto, las nuevas Cazafantasmas o Thor -no me atrevo a llamarla Thora por no echarme a reír- o cualquier otro personaje mudado de sexo se conviertan en los medios en los estandartes de todos esos lemas, principios y supuestas necesidades que el feminismo rancio -que no es todo el feminismo, matizo- que no ha sabido evolucionar más allá de su prisma.
Porque ninguno de esos personajes esta cambiado para dar visibilidad a las mujeres, para introducir el rol femenino en un mundo masculino, ni siquiera porque se considere que esas actrices son como se ha dicho “las mejores cómicas del momento”, sino por un simple motivo: dinero.
El nicho, estilo o género de película -llámese como quiera llamarse- en el que los personajes se mudan de sexo en estos tiempos es siempre uno en el cual la principal tendencia es de público masculino. Los cómics de superhéroes y por tanto las películas atrapan fundamentalmente al público masculino y lo que quieren las productoras -con toda lógica en su negocio- es atrapar a nuevo público. No es nada más que eso.
Hacen de héroes heroínas para sentar a más mujeres en los cines, como relatan las historias de una Patrulla X adolescente que nunca existió en los cómics para atraer a más adolescentes a las butacas,como crean un Capitán América negro para aumentar la afluencia de esa base racial a las taquillas. Es una operación de marketing.
Y es legítima y legal si el público quiere caer en ella, pero Si yo fuera mujer me sentiría ofendida -pero poco, eh- no por lo que digan Donald Trump o los fans del dios del trueno o de los Cazafantasmas.
Me sentiría enfadada -y tal vez decepcionada- por el hecho de que piensen que solo puedo sentirme identificada con una historia, con una comedia o con una película de acción si el personaje central es femenino, si la que corta el bacalao a golpe de escudo, maza o lanzador de rayos capturadores de ectoplasma -corríjanme los fans si tienen otro nombre esas cosas que utilizan los Cazafantasmas tienen otro nombre- es mujer.
Pero claro, es una tendencia tan normal desde la literatura hasta el cine, desde el documental hasta la pintura, que pasa inadvertida, que parece normal, que se vende como algo que no es.
Desde Outlander hasta La Vida es Bella, desde esas novelas llamadas románticas que son más bien el sustitutivo que algunas féminas utilizan del porno hasta la más intimista novela de Gioconda Belli, como su Mujer Habitada, no son más que un intento de ganar público femenino poniendo a un protagonista de su sexo con el que se pueda identificar.
Si yo fuera mujer lo consideraría un insulto leve e innecesario a mi empatía.
Porque yo soy hombre y he empatizado con Ana Frank, no me ha hecho falta que la cambiaran de sexo para entender su drama; porque yo soy hombre y he empatizado con Mary Stuart Masterson y Mary Louise Parker en Tomates verdes fritos, con Anna Karenina, con Julieta, con las brujas de Macbeth, con Trinity, con la Susan Sarandon de Pena de Muerte, con la Hale Berry de Monster Ball, con Alison Pill en Newsroom y con otros muchos personajes femeninos sin necesidad de que les cambiaran la posición interna de sus gónadas para acercarlas a mí.
Y si alguien pensara que no sé o no quiero hacer ese camino de ponerme en la piel de otro ser humano tan solo por ese motivo me sentiría ofendido. Aunque viniendo de quienes, con todo el derecho, quieren recuperar el dinero de sus inversiones cualquier ofensa es baladí.
Así que me parece un absurdo hablar de visibilidad e igualdad, de machismo y feminismo con esto de los cambios de sexo de los personajes de las películas de acción, ciencia ficción y superhéroes.
Porque si alguien hubiera pensado en la igualdad hubiera hecho otra cosa.
A lo mejor hubiera hecho una película sobre Hela, diosa de la muerte nórdica, o hubiera convertido a Lobezno, un personaje al borde siempre del animalismo más salvaje y la psicopatía asesina, en mujer. O no hubiera dejado a la principal malvada de los cómics de las X Men -con permiso de Magneto, claro está-, Emma Frost, tan lista como Xavier, tan poderosa como Xavier y tan telépata como Xavier, en un personaje reducido a su imagen externa de cuerpo impresionante siempre en ropa interior.
Si alguien hubiera querido hacer algo por la igualdad a lo mejor hubiera convertido a moquete en una fantasma -¿o hay que decir “fantasmesa” ahora?- obsesionada por los miembros viriles y atrapada en una ninfomanía ectoplásmatica eterna como su alter ego masculino.
Pero nadie lo ha hecho. Como nadie escribe libros, hace series o rueda películas sobre veteranas de la guerra de Irak -y hay unas cuantas- y las presenta en modo Nacido en Cuatro de Julio; como nadie cuenta en un filme la historia de Delphine LaLaurie, cuyo fantasma sirve incluso hoy para asustar a los niños negros de Nueva Orleans que se niegan a irse a la cama.
Bueno miento, alguien me parece, en mi modesta y molesta opinión, que lo ha hecho: el equipo de guión y la actriz Katee Sackhoff en Battlestar Galactica 2004
Esa Kara Thrace "Starbuck" cambiada de sexo del remake de Galáctica es tan borracha, pendenciera, sexista, adicta al sexo y excesiva como lo era su versión masculina -e incluso más porque la serie está mejor hecha y ahonda más en los personajes-.
Simplemente porque es igual que él. Un soldado entrenado para vencer que ha perdido, entrenado para combatir que huye, entrenado para ser la élite que ahora es un paria. Y en eso da igual ser hombre que mujer.
Pero eso no llamó la atención del público femenino hacia la serie a lo mejor porque no estaba hecho para eso.
Yo creo que si quisieran dar un ejemplo de igualdad hubiera hacho algo, aunque fuera poco, por demostrar que hombres y mujeres pueden ser igual de heroicos e igual de crueles, insensibles, asesinos e inhumanos. Vamos, harían reversible la cosa.
Pero eso, como es lógico, no llevaría a más mujeres a las butacas de los cines, me temo y encendería igualmente las iras del feminismo rancio aunque sin ganancias económicas. Así que me seguirá pareciendo absurdo que un ejercicio de marketing se transforme en un debate entre machismo y feminismo por mor de todos y todas las que quieren mantener la llama de ese enfrentamiento siempre ardiente y encendida.