jueves, agosto 18, 2016

Otegui, otra cortina de humo que nace muerta.

Estábamos tardando.
Ya se han sacado de la manga otra de esas cortinas de humo, el arma favorita de muchos en la política patria, para apartarnos la atención de lo importante, otro de esos movimientos de prestirigitación que unos y otros usan ante nuestros ojos como auténticos trileros que nos enseñan la carta que no es para ocultarnos la que deberíamos ver. Y, cómo no, de nuevo tiene que ver con el que durante décadas ha sido el simbionte favorito de los políticos y las políticas del miedo que han jalonado las campañas electorales españolas, de nuevo tiene que ver con la muerta y extinta ETA.
Ahora hay que discutir hasta la extenuación si Arnaldo Otegui puede o no puede ser candidato a las elecciones vascas, si el portavoz otrora de ETA es elegible o no.
Desgraciadamente para aquellos que quieren extender este debate por televisiones, tertulias radiofónicas y columnas de prensa, la solución a esta disquisición que deja a las discusiones bizantinas a la altura del betún no está en el nombre del abertzale, no está en ningún nombre o apellido relacionado con el entrono independentista. Esta en otros nombres y sitios.
Santiago Carrillo. Líder de las unidades republicanas que combatieron y purgaron en el Batalla de Brunete, responsable junto con Dolores Ibarruri de las checas -las cárceles represivas republicanas donde se fusiló sin juicio a centenares de personas-.
¿Han sido esas dos personas candidatas a unas elecciones en la España democrática?
Sí.
Manuel Fraga Iribarne. Responsable en varios gobiernos franquistas del ministerio de información, bajo cuya responsabilidad y mando operaba la Brigada Central de Información de la Policía Española, responsable de apresamientos, torturas y desapariciones durante la dictadura franquista.
¿Se presentó ese individuo como candidato a unas elecciones en la España de después de La Transición?
Sí.
Ricardo Sáenz de Ynestrillas Martínez. Procesado por diez acciones terroristas, condenado por disparar a un traficante de drogas, miembro de Fuerza Nueva, organización conocida por participar en agresiones, asaltos y ataques contra sedes de partidos de izquierdas durante la transición, bajo el mando de Blas Piñar.
¿Se presentaron esas dos personas como candidatos en unas elecciones?
Sí.
Antonio Cubillo militó e hizo atentados con el Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC), ¿se ha presentado como candidato a unas elecciones?
Si.
Y así se puede seguir con una lista interminable de miembros de Tierra Iure, el Batallón Vasco Español, Los Guerrilleros de Cristo Rey, El Partido Comunista Revolucionario de Los Pueblos de España...
Así que busquen otra cosa sobre la que hacer discutir a sus seguidores y simpatizantes en los bares para que no se den cuenta de otras cosas. Este debate murió antes de nacer.

lunes, agosto 15, 2016

Niza, EL Burkini, El Génesis y Ṣalāḥ ad-Dīn

Parece que en esto de la guerra contra el Falso Califato no nos cansamos de perder una batalla tras de otra. 
Y sobre todo pareciera que no aprendemos de todas y cada una de esas derrotas y seguimos saliendo escaldados porque no acertamos con las armas que usar en cada refriega, en cada escaramuza, en cada frente, bélico o no, en el que nos enfrentamos a los locos furiosos de la falsa yihad.
Ahora le toca el turno al burkini, nombre ya despectivo de por sí -otra pequeña derrota- que se da al bañador integral que utilizan algunas mujeres musulmanas por ser fieles a los preceptos de su religión. El Alcalde de Niza lo prohíbe y un tribunal de la misma ciudad le da la razón cuando algunos ciudadanos franceses protestan por la norma. Ahí comienza y acaba la escaramuza. 
Ahí empieza y se hace eterna la derrota.
Se dan argumentos que nada tienen que ver en apariencia con la verdadera causa y motivo de la prohibición. También es lo habitual. La intransigencia siempre se disfraza de otra cosa, como la estupidez se disfraza de arrogancia o la mezquindad de cobardía.
Como los fanáticos ayatolas iraníes o los locos sangrientos del falso califato, pretendemos presentar nuestras decisiones más intolerantes como si fueran producto de algo lógico, de algo indiscutible e innegable. 
Y ahí es donde empezamos a perder esta batalla. Justo en ese momento es cuando empezamos a ser lo que ellos quieren que seamos: exactamente igual que ellos.
Porque hablamos de higiene y el reglamento de cualquier piscina municipal cubierta nos desmiente una milésima de segundo después. ¿Cómo puede exigirse por higiene cubrirse totalmente el cabello cuando se nada en una piscina cubierta y exigirse por idéntico motivo no hacerlo cuando la cobertura nos recuerda a un velo islámico? No cuela. 
¿Los bañistas que lo hacen en bañador, bikini, trikini - que también los hay de neopreno, por cierto- o cualquier otra prenda de baño, presentan a la entrada de la zona de baños un certificado de que han lavado su ropa, de que no tiene restos orgánicos, virus o bacterias que pueden contaminar el agua? va a ser que no. Así que sigue sin colar. 
Si nadie prohíbe a los sufistas, submarinistas, nadadores de aguas frías y de largas distancias sus bañadores integrales en las competiciones y las playas por cuestiones de higiene ¿por qué no es higiénico el bañador integral sobre el cuerpo de una mujer musulmana?
Cómo nos quedamos sin higiene tiramos de laicismo. Francia es un estado laico y por eso no acepta símbolos religiosos. Y alguien, sin ninguna lógica ni argumentación, ha decidido que el bañador integral de las mujeres musulmanas lo es.
Aún comiéndonos el argumento de la simbología religiosa sabiendo que es un falso silogismo, el Génesis viene a darnos en los morros tan fuerte que nos hace sangrar por la nariz como un niño que recibiera un sopapo de dios padre.
«Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores.
Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh por entre los árboles del jardín.
Yahveh llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás?
Este contestó: Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo y eso me avergüenza; por eso me escondí.»

De modo que, solo para que les conste a los defensores del enroque laicista contra el bañador integral, todo bikini por minúsculo que sea, todo trikini por sugerente que se antoje, todo turbo ajustado o bañador de flores de media pierna es producto de la evolución del tabú de la desnudez surgido de la moral judeocristiana desde el Génesis 3: 7-10 hasta nuestros días.
Si prohibieran el baño vestido con cualquier prenda sería creíble el momento de la defensa del laicismo, si multarán a cualquiera que llevara ropa como símbolo heredado de una creencia religiosa sería creíble idéntico argumento. Pero como no hacen ni van a hacer ninguna de las dos cosas. De nuevo han tardado un minuto en ver su castillo de naipes argumental desmoronarse.
Y así, cuando ya hemos perdido la primera batalla, cuando ya nos hemos comportado como ayatolas intransigentes o líderes furiosos de Hamas, que intentan sin conseguir ocultar su intolerancia bajo otros argumentos, nos lanzamos a perder la segunda y hacemos de nuevo lo mismo que nuestros enemigos. 
Exhibimos orgullosos nuestra intransigencia.
El alcalde de Niza asegura que es un “símbolo de extremismo religioso” y se queda tan ancho pero lo que es peor, mucho más del Falso Califato, un argumento digno de esos enemigos a los que queremos combatir afirma que "en el contexto de Estado de Excepción y de los recientes atentados islamistas en Francia puede crear o exacerbar las tensiones”.
Resumiendo: te prohíbo llevarlo porque me molesta que lo lleves.
Vamos, el mismo rollo de no te pongas minifalda para no provocar a los violadores de los obispos patrios o el de cúbrete el rostro por completo para no despertar la lascivia de los varones talibanes. El problema no está en lo que tú haces sino en la interpretación que nosotros le damos. Como nosotros no somos capaces de controlar nuestra visceralidad -ya sea nuestra lívido o nuestro miedo- tú no puedes hacer aquello que tienes derecho a hacer.
Como yo no puedo dejar de comportarme como un animal atávico y primitivo -el miedo irracionales tan paleolítico como el impulso sexual incontrolado, no lo olvidemos- tú estas obligada a perder tus derechos.
Y así el Excelentisimo Alcalde de Niza pasa a formar parte del selecto club del que ya son miembros Hasán Rouhaní, Khaled Mashaal, Abu Bakr al-Baghdadi, Benzi Gopstein, Joseph Kony y otros muchos que han decidido hacer ley en sus ámbitos de autoridad o de poder de lo que su moral, sus gustos, sus tendencias y su incapacidad de controlarse marcan para aquellos que no son como ellos.

De modo que, aunque creamos ganar porque no veremos ese molesto símbolo de islamismo radical y yihadismo que es en nuestras mentes el bañador integral, habremos perdido porque habremos convertido Niza en una sucursal de ese Falso Califato de sangre y muerte.
Una vez más habrán logrado que hagamos lo que quieren que hagamos: ser como ellos.
Porque el bikini o la falda corta o los pantalones cortos en los hombres están prohibidos en Teherán porque son "símbolos de la depravación moral que desvía a los creyentes" y el bañador integral está prohibido en Niza porque "es un símbolo de extremismo religioso".
Ninguno de los dos argumentos es cierto pero, si compramos el nuestro automáticamente compramos el suyo.
Porque a la falsa yihad sangrienta le importa bien poco el número de inocentes que mueran en sus ataques a mercados, a plazas públicas a iglesias o a mezquitas y nosotros demostramos lo mismo cuando bombardeamos hospitales, ciudades enteras hasta borrarlas de la faz del planeta o enviamos a las tropas de los kurdos a hacer limpieza étnica con tal de recuperar las posiciones estratégicas de la estructura militar del Falso Califato.
Y no podemos denunciar su crueldad, ni ningún otro rasgo inhumano mientras nosotros hacemos lo mismo.
Nuestra única herramienta para luchar en esta guerra es no ser ellos y ellos lo saben. Por eso nos retan una y otra vez a comportarnos a su imagen y semejanza: Y nosotros caemos cada jodida vez.
Si no nos damos cuenta que nuestra principal arma es no comportarnos como ellos, es no caer en la intransigencia, en la defensa moral de lo nuestro como lo único válido, no podremos siquiera luchar en esta guerra. 
Porque las masas de las que se alimentan como carne de cañón seguirán percibiéndolos como ellos quieren que nos perciban. Seguiremos siendo aquellos que no les dejamos ser como quieren, aquellos que matan inocentes con tal de matar un culpable. 
Y mientras seamos igual que ellos, esas masas, que son su verdadera arma, seguirán sumándose a sus filas porque de entre los dos monstruos, ese parece que está más de su lado.
Nuestra única arma es seguir siendo nosotros y ser coherentes con todo eso que decimos defender de boquilla. Y defenderlo para todos y en todo lugar, no solamente para nosotros y donde nos viene bien
Porque solo así podremos decirles de verdad a todos esos ojos que nos miran desde el oriente árabe lo que su único verdadero califa les dijo a los supervivientes cristianos del sitio de Jerusalem cuando se sorprendieron de que les dejara irse en paz, pese a los desmanes que los cruzados habían cometido contra musulmanes y judíos al tomar la ciudad: " Mi nombre es Ṣalāḥ ad-Dīn y yo no tengo nada que ver con esa gente".
A ver si de verdad empezamos a no tener nada que ver con esa gente.

domingo, agosto 14, 2016

Cazafantasmas, Kara Thrace y el marketing baladí

Los Cazafantasmas, Thor….Parece que ahora el cine ha puesto de moda que ellos son ellas.
Y que conste que no he escrito intercambiar los sexos de los protagonistas heroicos de los filmes, he escrito ellos son ellas.
Porque, como en todo, esto no es reversible. Wonder Woman nunca se convertirá en el Hombre Maravilla -que por cierto, aunque no se crea, Marvel tiene ya un Hombre Maravilla, héroe de tercera regional simultánea-, ni la siempre a un paso del rol de Dominatrix Catwoman será sustituida por un Catman varonil con tendencias de esas a lo Christian Grey que se mal cuentan y hacen subir la lívido de muchas en secreto.
Ni molesta ni incomoda. Lo que si molesta e incómoda hasta el extremo es la polémica absurda y constante que surge de esos cambios.
Incomoda que un político -por llamar a Donald Trump de algún modo que no sea un insulto directo y antiguo- con aspiraciones a la famosa Ala Oeste lo utilice para manipular las quejas de los fans de la saga de Cazafantasmas para enviar otros mensajes, sugerir otras cosas y reproducir de la víscera inagotable de aquellos que desean sentirse superiores a alguien, sobre todo a aquellas que viven a su lado.
Pero también incomoda que, de pronto, las nuevas Cazafantasmas o Thor -no me atrevo a llamarla Thora por no echarme a reír- o cualquier otro personaje mudado de sexo se conviertan en los medios en los estandartes de todos esos lemas, principios y supuestas necesidades que el feminismo rancio -que no es todo el feminismo, matizo- que no ha sabido evolucionar más allá de su prisma.
Porque ninguno de esos personajes esta cambiado para dar visibilidad a las mujeres, para introducir el rol femenino en un mundo masculino, ni siquiera porque se considere que esas actrices son como se ha dicho “las mejores cómicas del momento”, sino por un simple motivo: dinero.
El nicho, estilo o género de película -llámese como quiera llamarse- en el que los personajes se mudan de sexo en estos tiempos es siempre uno en el cual la principal tendencia es de público masculino. Los cómics de superhéroes y por tanto las películas atrapan fundamentalmente al público masculino y lo que quieren las productoras -con toda lógica en su negocio- es atrapar a nuevo público. No es nada más que eso.
Hacen de héroes heroínas para sentar a más mujeres en los cines, como relatan las historias de una Patrulla X adolescente que nunca existió en los cómics para atraer a más adolescentes a las butacas,como crean un Capitán América negro para aumentar la afluencia de esa base racial a las taquillas. Es una operación de marketing.
Y es legítima y legal si el público quiere caer en ella, pero Si yo fuera mujer me sentiría ofendida -pero poco, eh- no por lo que digan Donald Trump o los fans del dios del trueno o de los Cazafantasmas.
Me sentiría enfadada -y tal vez decepcionada- por el hecho de que piensen que solo puedo sentirme identificada con una historia, con una comedia o con una película de acción si el personaje central es femenino, si la que corta el bacalao a golpe de escudo, maza o lanzador de rayos capturadores de ectoplasma -corríjanme los fans si tienen otro nombre esas cosas que utilizan los Cazafantasmas tienen otro nombre- es mujer.
Pero claro, es una tendencia tan normal desde la literatura hasta el cine, desde el documental hasta la pintura, que pasa inadvertida, que parece normal, que se vende como algo que no es.
Desde Outlander hasta La Vida es Bella, desde esas novelas llamadas románticas que son más bien el sustitutivo que algunas féminas utilizan del porno hasta la más intimista novela de Gioconda Belli, como su Mujer Habitada, no son más que un intento de ganar público femenino poniendo a un protagonista de su sexo con el que se pueda identificar.
Si yo fuera mujer lo consideraría un insulto leve e innecesario a mi empatía.
Porque yo soy hombre y he empatizado con Ana Frank, no me ha hecho falta que la cambiaran de sexo para entender su drama; porque yo soy hombre y he empatizado con Mary Stuart Masterson y Mary Louise Parker en Tomates verdes fritos, con Anna Karenina, con Julieta, con las brujas de Macbeth, con Trinity, con la Susan Sarandon de Pena de Muerte, con la Hale Berry de Monster Ball, con Alison Pill en Newsroom y con otros muchos personajes femeninos sin necesidad de que les cambiaran la posición interna de sus gónadas para acercarlas a mí.
Y si alguien pensara que no sé o no quiero hacer ese camino de ponerme en la piel de otro ser humano tan solo por ese motivo me sentiría ofendido. Aunque viniendo de quienes, con todo el derecho, quieren recuperar el dinero de sus inversiones cualquier ofensa es baladí.
Así que me parece un absurdo hablar de visibilidad e igualdad, de machismo y feminismo con esto de los cambios de sexo de los personajes de las películas de acción, ciencia ficción y superhéroes.
Porque si alguien hubiera pensado en la igualdad hubiera hecho otra cosa.
A lo mejor hubiera hecho una película sobre Hela, diosa de la muerte nórdica, o hubiera convertido a Lobezno, un personaje al borde siempre del animalismo más salvaje y la psicopatía asesina, en mujer. O no hubiera dejado a la principal malvada de los cómics de las X Men -con permiso de Magneto, claro está-, Emma Frost, tan lista como Xavier, tan poderosa como Xavier y tan telépata como Xavier, en un personaje reducido a su imagen externa de cuerpo impresionante siempre en ropa interior.
Si alguien hubiera querido hacer algo por la igualdad a lo mejor hubiera convertido a moquete en una fantasma -¿o hay que decir “fantasmesa” ahora?- obsesionada por los miembros viriles y atrapada en una ninfomanía ectoplásmatica eterna como su alter ego masculino.
Pero nadie lo ha hecho. Como nadie escribe libros, hace series o rueda películas sobre veteranas de la guerra de Irak -y hay unas cuantas- y las presenta en modo Nacido en Cuatro de Julio; como nadie cuenta en un filme la historia de Delphine LaLaurie, cuyo fantasma sirve incluso hoy para asustar a los niños negros de Nueva Orleans que se niegan a irse a la cama.
Bueno miento, alguien me parece, en mi modesta y molesta opinión, que lo ha hecho: el equipo de guión y la actriz Katee Sackhoff en Battlestar Galactica 2004
Esa Kara Thrace "Starbuck" cambiada de sexo del remake de Galáctica es tan borracha, pendenciera, sexista, adicta al sexo y excesiva como lo era su versión masculina -e incluso más porque la serie está mejor hecha y ahonda más en los personajes-.
Simplemente porque es igual que él. Un soldado entrenado para vencer que ha perdido, entrenado para combatir que huye, entrenado para ser la élite que ahora es un paria. Y en eso da igual ser hombre que mujer.
Pero eso no llamó la atención del público femenino hacia la serie a lo mejor porque no estaba hecho para eso.
Yo creo que si quisieran dar un ejemplo de igualdad hubiera hacho algo, aunque fuera poco, por demostrar que hombres y mujeres pueden ser igual de heroicos e igual de crueles, insensibles, asesinos e inhumanos. Vamos, harían reversible la cosa.
Pero eso, como es lógico, no llevaría a más mujeres a las butacas de los cines, me temo y encendería igualmente las iras del feminismo rancio aunque sin ganancias económicas. Así que me seguirá pareciendo absurdo que un ejercicio de marketing se transforme en un debate entre machismo y feminismo por mor de todos y todas las que quieren mantener la llama de ese enfrentamiento siempre ardiente y encendida.

lunes, agosto 08, 2016

El nulo impulso de la inercia en las huidas.



Esto de levantarse con el mar a los pies y el descanso en el cuerpo da para escribir más de lo importante que de lo relevante, del pensamiento que de la actualidad, de la filosofía que de la política.
Así que seguimos con eso de nuestra anomalía sistemica y nuestro reseteo. De eso que hacemos cuando descubrimos que arreglar lo que nuestra incapacidad para mirar más allá de nuestro ombligo ha originado.
Hablemos de la huida

La inercia del nulo impulso de la huida.
Si hay algo que hemos aprendido en este occidente atlántico nuestro es a generar expresiones que nos permitan resumir falsamente aquello que hacemos. La mayoría de ellas son perversiones manipuladas de las que se dijeron en contextos que  desconocemos o que ignoramos voluntariamente para que el significado nos cuadre.
"Ni un paso atrás, ni para coger impulso". 
Ahí está el resumen de nuestra absurda reacción a las anomalías y la quiebra general de nuestros sistemas vitales. La explicación de nuestras huidas.
Es lo único que nos hemos preparado para hacer cuando las cosas fallan porque desde nuestra más tierna infancia, que en ocasiones se extiende hasta el medio siglo de vida, hemos decidido que tenemos el derecho inalienable de no esforzarnos en nada, de no asumir los sufrimientos, de buscar una felicidad sin mácula y sin cansancio que nos ha de ser otorgada por esa fatalidad que ha sustituido al dios ex machina que antaño inventáramos y luego rechazáramos cuando no se sintió obligado a concedernos  deforma automática todos nuestros deseos.
Tenemos que huir porque no hacerlo supondría renunciar a nuestro condicionamiento de receptores de la felicidad, porque no huir supondría arremangarse y ponerse a trabajar en arreglar ese sistema que hace aguas, ese universo que de repente no nos vale. No podemos enfrentarnos al esfuerzo que eso supone, no podemos enfrentarnos al sufrimiento que supondría que al final no fuéramos capaces de hacer que funcionara de nuevo y sobre todo porque no podemos enfrentarnos a la posibilidad de descubrir con un mínimo de análisis introspectivo que el colapso del sistema ha sido provocado por nosotros y no por esos "otros" a los que tendemos a responsabilizar de cualquier acaso negativo en nuestras existencias.
Y esa escapada tiene que ser hacia adelante.
Tiene que ser una carrera alocada hacia un futuro ignoto que no puede suponer ni un leve giro de cuello hacia atrás, ni un atisbo hacia lo ocurrido antes porque idéntico motivo. Porque huir hacia atrás sería volver, sería recapitular, sería volver a atisbar esas sombras de las que ya hemos huido antes, todos lo cíclicos fallos que no arreglamos, que no asumimos, de los que huimos con anterioridad y que nos envían un mensaje que nos negamos a ver, del que, una vez más, no queremos hacernos responsables, que en cada ciclo en el que se hace presente la anomalía, en cada colapso sistémico solamente hay un factor común siempre presente: nosotros.
Lo sabemos pero no queremos asumirlo así que creamos una nueva cortina de humo, una nueva explicación que, aunque en apariencia, nos hace protagonistas de esas hecatombes vitales no nos hace ni mucho menos responsables.
Así si es en lo personal tenemos "mala suerte al elegir a los hombres", "poco ojo con las mujeres", "tendencia a enamorarnos de los raritos", "una atracción fatal por las mujeres complicadas"... y un torrente inagotable de expresiones que significan lo mismo; si es en otros ámbitos generamos variaciones sobre el mismo tema: "mala suerte con los jefes", "cosas de familia", "demasiada confianza en los compañeros"...
Lo que sea con tal de poder percibir interiormente que nuestros actos son perfectos, incuestionables, que no hay porque abordar dinámica alguna de cambio porque nosotros seguimos siendo siempre las eternas víctimas de los otros y de la mala suerte, porque nuestro único problema es rodearnos de satélites que no cumplen nuestras expectativas como deberían hacer. La responsabilidad es del azar, de la fatalidad y de los otros. Nosotros podemos seguir lanzando eternamente piedras sobre ellos porque estamos completamente libres de toda culpa.
Por eso, por esa negación completa del pasado y de nuestra responsabilidad en él, tenemos que huir hacia adelante y hacerlo con nuestro maravilloso lema por bandera, sin dar un paso atrás ni para tomar impulso.
Ignorando que en realidad si se marcha hacia adelante sin impulso no se avanza, simplemente se continúa por inercia. Ignorando que es preciso asentar bien los pies en el suelo que se va a dejar atrás para poder empezar una carrera que nos proporcione la velocidad terminal suficiente para que sirva para algo.
Preferimos aprovechar el impulso baldío de la inercia que nos impide cambiar de velocidad, y de dirección con tal de no asentarnos ni un instante, de no retroceder un solo momento para descubrir que la huida puede no ser la mejor forma de forzar el apagado de nuestro sistema vital para luego reiniciarlo porque en ea huida, en esa marcha de nuevo pasiva que solamente está dirigida por la inercia de nuestras necesidades vitales hay algo que no podemos dejar atrás porque no hemos cogido impulso para ello: a nosotros mismos y nuestra impermeabilidad a la posibilidad de cambio.

domingo, agosto 07, 2016

Reseteos, intimidades y mentiras de patio de instituto

Nos habíamos quedado con la anomalía sistémica de nuestro sistema operativo vital haciendo colapsarse aquello que dábamos por sentado, que nos habíamos acostumbrado a dar por hecho y nosotros echándole la culpa a dios, al empedrado pero sobre todo a los demás, esos "otros" que tienen la insana costumbre de no conformarse con ser los satélites de nuestro sistema persocéntrico.
Así que reiniciamos el sistema, tiramos de reseteo para ver si así nos libramos de esa anomalía llamada realidad que impide que las cosas funcionen como deberían funcionar para nuestras necesidades y deseos.
Y todo reinicio tiene sus fases. Las del nuestro son esencialmente un reflejo de lo que somos, de lo que queremos ser y de lo que nos hemos conformado con ser.
Para empezar hacemos lo que creemos que debemos hacer para forzar el apagado del sistema.
La intimidad del patio de instituto o el complejo Maldita Nerea
La primera fase de nuestro apagado del sistema se podía resumir en una frase de una de las canciones del a veces insufrible pop del grupo español: "antes de hacer o decir nada, miento".
Necesitamos reiniciar todo pero no podemos renunciar al hecho de necesitar ser incuestionables, infalibles. No podemos responsabilizarnos de que el momento del fallo se ha producido por nuestra responsabilidad. Así que forzamos la realidad a través de la mentira.
Intentamos adecuar, en cualquier ámbito, la realidad a nuestras necesidades a través de esta herramienta psicológica. Mentimos a los demás y nos mentimos a nosotros. Falseamos curricula, inventamos motivaciones, creamos o engrandecemos problemas, fingimos sentimientos, inventamos persecuciones, interpretamos dramáticos enfados,  forzamos enfrentamientos...
En definitiva, hacemos todo lo necesario para arrojar la responsabilidad del colapso más allá de nuestra órbita, a los demás, a los elementos satelitales de nuestro universo personal, a aquellos de los que creemos que podremos prescindir el próximo encendido de nuestro sistema operativo. Como necesitamos que los demás sean los virus que han hecho imposible que el sistema funcione, alteramos nuestra imagen en el espejo para que siempre se vea bien, para que siempre resulte inocente, para que siempre sea la víctima y nunca haya ni una posibilidad de que sea percibida como verdugo.
Eso nos impide arreglar el sistema, nos impide encontrar la forma de balancearlo, de hacerlo funcionar, pero ya hemos renunciado a eso. 
Arreglar el sistema supondría leer con atención los mensajes de error, supondría aceptar que hemos ejecutado mal aquello que nosotros mismos creamos y eso no podemos aceptarlo porque sencillamente no podemos concebirlo. La entropía no puede negarse a sí misma.
Y para que nadie de los que están en esos entornos nuestros pueda internar arreglar el sistema, pueda negarse al apagado y optar por la reconstrucción, tiramos del otro elemento de nuestra primera fase de apagado: la intimidad.
De nuevo falseamos, manipulamos y pervertimos un concepto que fue creado para evolucionar más allá de los estadios tribales de la sociedad, que fue desarrollado para proteger al individuo de la injerencia del Estado y la moral pública en su vida y lo utilizamos de arma arrojadiza contra los demás.
Pero no la definimos como el mundo interior de los presocráticos, ni siquiera como el ámbito privado de Cicerón y los estoicos y mucho menos con el potencial de responsabilidad personal hacia los demás con el que la interpretara Lacan, la definimos como un adolescente en el patio de recreo de un instituto.
En Twitter, esa colección inagotable de sentencias baldías, plagiadas y descontextualizadas en 140 caracteres, encontré hace un tiempo una frase que resumía perfectamente el concepto.
"Para que conste: en el mundo adulto ocultar verdades relevantes es un sinónimo perfecto de mentir."
El resumen es perfecto. Usamos la intimidad para ocultar todo aquello que es relevante a los que están en condiciones de influir en nuestro universo autocreado y egocéntrico. Utilizamos nuestra intimidad como una forma de mentira en la que ocultamos lo que es necesario saber para los demás.
Como un estudiante de secundaria afirmamos que no mentimos, que solamente ocultamos la verdad, que no es lo mismo, porque tenemos derecho a hacerlo ya que forma parte de nuestra intimidad.
En lo personal, ocultamos otras pasiones, otros sentimientos, dudas o certezas, cualquier cosa que sirva para comprendernos a aquellos que forman parte de nuestra intimidad y que, por definición, deberían ser los primeros en saberlo.
Lo mismo hacemos en los ámbitos sociales y laborales, ocultamos incapacidades, errores, inconsistencias, ideas o propuestas, todo aquello que les permita a los demás hacerse una idea real de nosotros más allá de la imagen que hemos decidido proyectar.
Todo ello para evitar que los demás tengan algo que nosotros reclamamos a gritos y a llantos para nosotros: libertad.
Les negamos la libertad que otorga conocer la información necesaria para tomar sus decisiones, para decidir más allá de nuestras necesidades, de lo que nosotros hemos decidido que nos viene bien, de lo que nuestros sistema solar persocéntrico.
Se lo negamos para que no vean nuestros errores, para que no perciban la realidad más allá de nuestras decisiones, para que en ningún caso se les ocurra intentar arreglar el sistema ahora colapsado.
Como se lo negamos cuando creíamos que el sistema era perfecto para evitar que no quisieran formar parte de él, ahora se lo negamos para que no detecten el error, que ese error está parcialmente en nosotros y nos puedan exigir que cambiemos para poder volver a balancear la ecuación que hace el sistema estable.
Porque por supuesto preferimos el reinicio de todo en la esperanza de que la magia de una tecnología ignota lo haga de nuevo funcionar como si nada hubiera pasado que afrontar el esfuerzo, el sufrimiento y la posibilidad de fracaso que supone intentar arreglarlo depurando los errores y cambiando partes esenciales de su programación.
Y así, convencidos de que no hay otra solución, iniciamos la segunda fase de nuestro proceso de apagado y reinicio del sistema vital egocéntrico y egoísta que hemos decidido que es nuestra existencia: la huida.

viernes, agosto 05, 2016

Cuando los otros nos hacen estar vivos


Una vez más estaba yo en esto de sistematizar mi pensamiento sobre el entorno cuando la realidad ha encontrado una mejor manera de decir lo quiero decir. Sé que no es muy sistemático pero es que la digresión viene al pelo.
De nuevo es la ficción, ese extraño universo credo por historias que inventamos, la que viene a rescatar a la definición, a la palabra, a la filosofía.
Un individuo llega cabreado y herido a la puerta de su casa, sangra, suda y resopla como todo buen actor debe hacer cuando está cabreado y herido y ¿qué se encuentra?
Aparte de la inmensa música de Max Ritcher decorando el silencio de la escena, halla una colección de seres y de estares que no deberían estar allí. Encuentra su vida, encuentra sus elecciones.
Encuentra una hija adolescentemente tocapelotas, una ex mujer egoísta, fanatizada y vuelta una y otra vez del derecho y del revés, un hijo de además de pródigo le ha vuelto con una nieta que en su momento -por mor de los giros de la serie- él decidió criar como su hija, una pareja amorosa pero bastante poco comprensiva en ocasiones, un cuñado clérigo que le ha metido en mil líos y su mujer -son protestantes, no escandalizarse-. Todos allí, en una casa en la que debería estar solo, en la que mejor sería que estuviera solo, que muriera solo de su herida sangrante.
"You're at home" le dice alguien con acento tejano. Y eso es lo que pasa. Está en casa, está en su vida.
Y ¿qué hace? lo que no hacemos nosotros, lo que no somos capaces de asumir encerrados en nuestros universos individuales, unívocos y egoístas. Sonríe y llora al mismo tiempo y lo acepta. Se responsabiliza de sus elecciones.
Porque su vida son sus elecciones y no busca una excusa para volver atrás y cambiarlas aunque le hayan llevado a tener una herida sangrante en el abdomen. Porque sabe que esas elecciones conforman parte de su existencia y no puede desandar el camino para tomar la opción que abandonó en su momento.
Porque no piensa que su hija tocapelotas le estropea la vida, sino que es su vida; porque no cree que la ex mujer que le abandonó por una sexta milenarista le enturbia la vida sino que es su vida, porque no cree que su cuñado y su mujer ocupan una parte de su vida que podría dedicar a otra cosa, saben que son su vida; porque no cree que su hijo y su nieta le van a obligar a vivir una vida que no quiere, sabe que son su vida.
Son sus elecciones y por tanto son su vida.
Así de sencillo, así de complejo, así de doloroso, así de humano.
A diferencia de nosotros, de muchos de nosotros, de los que conforman la mayoría de esta sociedad occidental atlántica del individualismo mal entendido y el egoísmo disfrazado de necesidad, ha integrado a los demás en su universo y se ha integrado en el universo de todos y cada uno de ellos, se reconoce como un ser que ocupa diferentes posiciones en infinidad de partidas.
No pretende ser el rey o la reina de una única partida de ajedrez, el personaje principal del largometraje de su vida. Al menos no solo eso. Sabe que es peón, torre, alfil y caballo en otras múltiples partidas; sabe que es personaje secundario, partenaire y personaje de reparto en otras muchas secuencias de las películas de las vidas de otras gentes.
Sabe que sus elecciones le han llevado a esas personas, a esos "otros" que ahora le esperan, que ahora son su vida, no parte de su vida, no satélites de su vida, no elementos secundarios, convenientes y desechables de su vida, sino su vida.
Sonríe y llora porque sabe que todo lo que ha elegido darles y les dio le mantiene vivo, lo quisieran o no, lo entendieran o no, lo aceptaran o no, lo devolvieran o no. Porque sabe que, como diría otro mítico personaje maestro de asesinos en una novela también mítica, "no hemos de volver a los lugares, hemos de volver a las personas".
Kevin, el personaje, después de dos años de vicisitudes literalmente de ciencia ficción no vuelve a casa porque vuelva a sus cuatro paredes, vuelve a casa porque vuelve a todos aquellos a los que para bien o para mal eligió y por eso vuelve a sí mismo. Porque son los otros los que nos hacen estar vivos, porque son nuestros sentimientos por los otros los que nos hacen humanos.
Aunque el guionista probablemente no vea así la escena está es una digresión en la sistematización de mi pensamiento y yo lo veo así, elijo verlo así. 
Así que Kevin sonríe y llora porque está vivo, aunque sufra está vivo, aunque no triunfe está vivo. Aunque muera está vivo, los otros y sus sentimientos le hacen estar vivo.



jueves, agosto 04, 2016

Respirar para no ir saltando de derrota en derrota.

Parecerá reiterativo y casi redundante; se antojará digno de un buen síndrome de Casandra sin diagnosticar o de un complejo profético fallido, pero no es nada de eso. 
Es simplemente algo a lo que debemos acostumbrarnos.
Estamos en guerra y en las guerras todos los días hay un parte de guerra. Y los nuestros se cuentan por derrotas.
Hoy le toca a Londres.
Un enfermo mental coge un cuchillo y la emprende a cuchilladas en plena calle con todo transeúnte que se encuentra. Mata a una mujer, hiere a otras cinco a algunas de ellas casi mortalmente y es detenido antes de que prosiga con su carnicería.
No tiene nada que ver con los locos del falso califato; no tiene nada que ver con la guerra distribuida y atomizada en la que estamos inmersos por mor de nuestra incapacidad para gestionar la paz en beneficio global y no propio.
No tiene nada que ver con nada, pero nosotros no lo sabemos y hacemos lo que ya nos hemos acostumbrado a hacer. Llenamos las redes sociales de hashtag con la palabra atentado o terrorismo o cualquier otra que sirva de paupérrimo eufemismo de "acción bélica" o "ataque enemigo".
Misma reacción de siempre, misma derrota de siempre.
No tiene nada que ver con comandos enemigos infiltrados en nuestros países occidentales atlánticos, no tiene nada que ver con mentes desesperadas o enfermas reclutadas por nuestros enemigos para sus fines, pero los gobernantes y la policía británica no lo sabe y tarda lo que se tarde en descolgar un teléfono en desplegar un operativo armado de Estado de Sitio por las calles de Londres. Ni más ni menos que en Inglaterra, donde hace poco tiempo los policías ni siquiera iban armados por la calle.
Misma respuesta. Misma derrota.
De nuevo desde la lejanía y hasta con la más absoluta inacción nos cambian el paso por no saber dejar de ser como siempre hemos sido, por no querer controlar nuestra visceralidad y nuestro miedo.
Tenemos que pararnos y respirar. Tenemos que usar esa racionalidad de la que estamos tan orgullosos cuando queremos y no inundar las redes de algo que no existe y no clamar contra algo que no se ha producido. Nuestros gobernantes y nuestros servicios de seguridad tienen que darse un tiempo mínimo para analizar las situaciones, recabar datos y actuar en consecuencia.
Tenemos que ser responsables en nuestras reacciones aunque la responsabilidad sea algo que nos cueste tanto asumir y desarrollar.
Porque si no lo hacemos seguiremos perdiendo cada día, seguiremos dando a nuestro enemigo el poder de provocarnos terror hasta sin hacer nada. Cada muerte pública, cada asesinato, cada homicidio será una granada de fósforo blanco que nos queme las entrañas y nos ciegue lanzándonos al miedo. Cada muerte violenta será una victoria de aquellos que están en guerra con nosotros.
Porque ahora pensamos "menos mal, ha sido un loco desequilibrado y no un atentado" y consideramos que ese asesinato, que esos cinco heridos graves son asumibles simplemente porque son solo "víctimas", no son "bajas de guerra".
Y eso también es una derrota.

miércoles, agosto 03, 2016

Un flashmob expulsa a Occidente de la infancia

He estado dos veces en Platja d’Aro. Dos veces me he sentado a beber cerveza en su paseo marítimo y me he bañado en esas playas donde el mar parece que nunca empieza.
Si no supiera lo que sé lo que sé y que todos sabemos no podría explicar aquello que está pasando.
Pero sé que los locos furiosos del odio y de la sangre para tomar el mundo van ganando, sé que la constante apelación de gobiernos y autoridades al orgullo por este Occidente Atlántico nuestro no funciona; se qué la incapacidad para evitar que el mensaje de nuestros enemigos se instale en lo más profundo de nuestros cerebros y de nuestras vísceras hace que vivamos con un terror atávico con el que ellos contaban cuando contraatacaron en esta guerra que se lleva librando desde siempre.
Sé que estamos perdiendo y lo estamos haciendo porque reaccionamos justo de la manera que ellos anticiparon que lo íbamos a hacer.
Hace unos años un flashmob en una localidad turística hubiera originado las típicas reacciones, desde los quejicas universales que hubieran protestado hasta los amantes de la juerga y la sorpresa que se hubieran unido. 
Los turistas hubieran cogido su jarra de cerveza, dado un largo sorbo y se habrían encogido de hombros; los vecinos hubieran protestado amargamente a la policía municipal por no poder dormir y en definitiva lo habríamos visto al día después subido a Internet varios cientos de veces con los comentarios en uno u otro sentido.
Pero no hay constancia virtual del flahmob de la localidad catalana porque nadie cogió su móvil 4G con cámara de no sé cuantos millones de megapíxeles y lo subió. Todos cogieron su miedo y echaron a correr arramplando con todo a su paso; cogieron su pavor y se arrojaron debajo de las mesas; cogieron su terror y se convirtieron en una turba sin pensamiento que buscaba refugio desesperadamente de uno enemigos que no estaban allí, de unos AK47 que no tableteaban su percusión de muerte, de unas bombas que nunca iban a estallar.
Porque, pese a los discursos y los hashtag en Twitter, sí tenemos miedo.
Y que conste que es normal y comprensible que lo tengamos, no es lógico, pero sí es normal y comprensible.
Porque antes veíamos de vez en cuando a los agentes de policía patrullando con una cierta desidia aburrida con una porra y una pistola al cinto medio disimulada y ahora los vemos por doquier, armados hasta los dientes con armas automáticas de ráfaga múltiple y gran calibre colgadas en bandolera sobre el pecho con el dedo en el gatillo; porque antes nos cacheaban en la puerta de los estadios para buscarnos mecheros y bengalas en aras de la protección del occipucio de árbitros futbolísitcos y ahora pasamos arcos detección de metales para buscarnos armas y nos olisquean perros para buscarnos explosivos.
Porque sabemos que nuestros gobiernos tienen miedo y por eso nosotros también lo tenemos, porque nos demuestran que nada es seguro, pese a que luego nos pidan que nos comportemos normalmente, que sigamos con nuestra vida, que no van a vencernos.
Para ser justos, los gobiernos están entre la espada y la pared. Si no aumentaran la seguridad, la presencia policial, cada nuevo ataque sería achacado a su falta de diligencia y al aumentarla hasta niveles nunca conocidos transmiten a aquellos a los que quieren proteger esa sensación de guerra, de estado de sitio, de vivir con la muerte a la espalda, que sus discursos y arengas pretenden evitar.
Algo que los locos que usan la sangre y la falsa religión para ganar la guerra ya sabían que ocurriría cuando decidieron traer esta batalla a nuestras calles, nuestras plazas y la puerta frontal de nuestras casas.
Porque ellos nos conocen y nosotros a ellos no. Porque nosotros quisimos creer que loco es sinónimo de estúpido. Porque nuestros ejércitos, nuestros servicios de inteligencia, nuestros gobernantes y nosotros mismos siempre quisimos pensar que esto no podía ocurrir, que íbamos ganando y nunca nos quisimos preparar para ir perdiendo.
Pero no son los gobiernos, atrapados en ese bucle sin aparente salida del miedo y la seguridad, los que más contribuyen a nuestro miedo, no son sus arengas fallidas ni sus despliegues policiales.
Son aquellos que se han lanzado de forma irresponsable a llenar los espacios virtuales con trillones de bits en los que pretenden combatir el odio con el odio.
Son los que escriben, tuitean, retuitean, postean y comparten cada día, cada minuto, mensajes en los que todos los musulmanes son el enemigo, en los que el Islam es el enemigo, en los que pretenden enfrentar el odio con el odio, en los que nos envían el mensaje que, por saturación, cala en muchos cerebros y sobre todo en muchas visceralidades de que todo árabe, magrebí, pastún, bereber, alauita, hachemita, sunita, chiita, azarí, sufí o incluso todo indonesio es nuestro enemigo porque su religión se lo exige.
Esos son los principales aliados de nuestros enemigos porque ellos también hacen lo que nuestros enemigos sabían que íbamos a hacer.
Eso y las reacciones sin pensar de las autoridades que detienen y procesan por alteración del orden público a unos alemanes que en realidad han hecho lo que se les pidió, que no han dejado que esta guerra cambiada de escenario y traída hasta nosotros les cambiara la vida: que han decidido vivir sin miedo. 
No ha sido su performance lo que ha alterado el orden público ha sido nuestro terror, nuestro pavor, nuestro pánico. 
La estampida de Plantja d'Aro es nuestra peor derrota que no puede ser compensada por más que los estadounidenses bombardeen las posiciones del falso califato en Libia o que el dictador sirio esté a punto de reconquistar Alepo con la cobertura aérea de los mig rusos.
Porque esas derrotas no cambian a nuestros enemigos. Son algo que conocen 
Ellos llevan generaciones saltando sin solución de continuidad de una guerra a otra, levantándose cada mañana y acostándose cada noche con la posibilidad de morir a manos de sus enemigos.
Ellos corren para cambiar de posición y seguir disparando, se esconden para evitar un bombardeo y poder seguir matando. Siglos de conocer la paz solamente como el breve lapso de tiempo que hay entre dos guerras les han preparado para eso.
Ellos no nos tienen miedo y nada de lo que hagamos hará que nos teman lo suficiente como para dejar de combatirnos. Y ese será siempre su principal arma.
Pero nosotros decidimos ser una civilización y una sociedad por siempre joven y ahora sus disparos, sus explosivos y sus cuchillos que degüellan sacerdotes católicos en las iglesias de un occidente que siempre se creyó sin riesgo y sin mácula, nos han hecho perder esa juventud de golpe sin pasar por la madurez adulta. Porque, como diría Whitehead, "la definición más profunda de la juventud es la vida aún no afectada por la tragedia" y nosotros ya no podemos vivir sin la tragedia y no sabemos vivir con ella a cuestas.
No hay gobierno, arenga, discurso, despliegue policial o arco de detección que pueda borrarnos la tragedia de la memoria o pueda enseñarnos a vivir con ella.
Quizás el único camino sea descubrir que siempre hemos vivido así, que desde que nacemos vivimos así, que hasta que morimos vivimos así. 
Que cada día nos acostamos y hacemos planes como si el sol fuera a salir necesariamente el día siguiente pero en realidad no tenemos ninguna certeza de que vaya a ser así. 
Darnos cuenta de que no podemos dejar de vivir como queremos hacerlo por miedo a morir porque entonces ya habremos dejado de vivir. Claro, que para eso hacen falta generaciones y no sé si tenemos tanto tiempo.
Y probablemente nos derroten de igual manera pese a ello. Pero al menos habremos vivido.

martes, agosto 02, 2016

Hay silencios que matan como las armas

Según para qué cosas me encantan los silencios.
Hay silencios intensos de esos que mantendrías todo el tiempo del mundo y silencios tranquilos de esos que persisten en la memoria más allá de los ruidos que acaban por matarlos.
Y luego hay otros silencios.
Silencios sorprendentes como el de aquellos que pese a estar siempre con Venezuela en la boca y la pluma, pese a hablar y escribir hasta la extenuación de un informe escrito para el gobierno bolivariano y criticarlo hasta la extenuación, ahora callan cuando nuestro Gobierno aprueba ventas de patrulleras y cañones por valor 10 millones de euros a ese régimen como callaron el año pasado cuando hizo lo mismo con armas y material antidisturbios por valor de otros 15 millones.
¿No contribuye ese material y esas armas más al sostenimiento del régimen de Maduro de lo que lo hiciera un informe de estrategia política al de Chávez en su momento?
Los autores de ese sorprendente silencio no contestan, solo callan.
Como callan aquellos que, después de hablar y perorar hasta que se les inflamaron las cuerdas vocales porque unos políticos salían hablando en una cadena financiada con dinero iraní o porque hacían visitas a la cuba castrista, ahora no dicen una palabra sobre los 14 millones de euros autorizados en armamento para su venta en Irán o en los 208.000 en material de visión nocturna para la policía cubana.
¿No sirven más las armas para mantener controlada la disidencia anti islámica que un programa de televisión en España?, ¿no apoya más el islamismo vender armas a un país que financia y arma a Hezbollah en Líbano y a otros grupos y grupúsculos violentos en todo el mundo árabe que hacer un debate político ante las cámaras en España?, ¿no es más útil un equipo de visión nocturna para controlar a los balseros y reprimir la disidencia que una visita organizada por el malecón de La Habana?
Sigue sorprendiendo que no haya respuesta. Sigue sorprendiendo el silencio.
Hay silencios sospechosos. Como el de esos que, tras escribir, vomitar y escupir todo tipo de diatribas contra el Islam y contra la perfidia de esa religión y de los que la aplican a sangre y fuego, permanecen en un silencio trapense cuando este gobierno, nuestro gobierno, el gobierno al que ellos votan una y otra vez, autoriza la venta de material militar este año a Arabia Saudí por valor de 533 millones de euros, después de que el año pasado lo hiciera por 557 millones, incluyendo también material policial.
¿No contribuye ese material a una intervención militar en Yemen tan ilegal como la proclamación del Falso Califato, puesto que también ha sido rechazada por Naciones Unidas?
¿No sirve ese material policial para detener a personas que luego son lapidadas por adúlteras, flageladas por infieles, amputadas por ladrones o colgadas por el cuello hasta morir por ser homosexuales?
Pero no contestan, siguen sospechosamente callados.
Y el mapa de los silencios aumenta y se extiende como puede verse aquí

Hay silencios reiterados que se mantienen a despecho de la más elemental coherencia ideológica cuando se contemplan los 162 millones en ventas de armamento autorizados a Omán en 2015 o los 158 de este año, los 289 a Qatar, los 12 a Emiratos Árabes Unidos o el millón a Kuwait y Bahrein, países todos ellos en los que, al menos parcialmente, rige la Sharia y en los que se obliga a las mujeres a ir veladas, se persigue o dificulta otros cultos que no sean el islam y todas esas barbaries contra las que sí se grita cuando son practicadas por los locos furiosos del poder y la sangre escudados en su falsa interpretación de la religión.
¿No son esos regímenes tan totalitarios, medievales y bárbaros como el ISIS?, ¿No hay que clamar y señalar a quienes les ayudan?
Los que deberían responder continúan en su silencio persistente y mantenido.
Hay silencios preocupantes. Como el de aquellos que van a pasearse y hacer discursos por calles y avenidas extranjeras, denunciando la falta de democracia y afirmando que las dictaduras no tienen cabida en un mundo democrático, y ahora callan cuando el gobierno español con el que ellos o aquellos a los que entregan su sufragio quieren gobernar, autoriza ventas de armas por valor 106 millones a Egipto o de 170 a Turquía, regímenes que o son dictatoriales o son falsas democracias en las que la represión civil es un hecho consumado, denunciado y constatado por organismos internacionales públicos y privados.
¿No debería negarse el apoyo militar a esos regímenes por el hecho de no ser democráticos como se pide con otros?
El silencio seguirá siendo la respuesta.
Y lo mismo con los 12 millones autorizados en armas para Rusia, con Chechenia, Osetia y Crimea incluidas; los 18 millones a China, con el Tibet y su secular represión incluidas, los 4 a Tailandia con la oposición entrando y saliendo de la cárcel un día sí y otro también, los 85 a Irak, con una guerra civil entre las distintas facciones religiosas y los continuos y misteriosos ataques y robos de los arsenales militares...
Si se es civilizado, demócrata, garantista, respetuoso de los derechos humanos y defensor de los principios occidentales ¿no se debe estar en contra de todos aquellos que van en contra de ellos?, ¿no se debe gritar y escribir contra aquellos que autorizan que se venda armamento un año tras otro a los que se pasan esos principios por el arco del triunfo?
Claro que también, por incoherente desgracia, hay silencios culpables.

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