viernes, enero 26, 2007

La Sonrisa Gualda

Hoy, recién despertado y según tanteaba la alfombra de Ikea con los pies en busca de mis seculares chanclas, he decidido intentar ser como Mariano. No como Mariano, el ilustre personaje forgesiano -tiempo ha que no tengo la condición sine qua non para tal personaje de tener una Concha -, sino como el ínclito gallego de apellido Rajoy.
Así que, entre legañas y bostezos mañananeros, he querido alegrarme como él. Alegrarme como español.
Es posible que lo temprano de mi vuelta al mundo de los despiertos, cuando aún no se habían disipado los recuerdos de lo soñado en ese periodo de tiempo que tiende a unir el nódulo límbico con el punto G, mi primer motivo de alegría ha sido el recuerdo, traido con los vapores de lo onírico, de una estupenda señor,a vestida con camisa amarilla de jaretas imposibles de planchar, llegando a mi casa y manteniéndome placenteramente fijado a un sofa.
No me ha parecido un motivo muy patriótico de alegria, salvo por el gualdo nacional color de la camisa. Y a eso me he aferrado, en mi sorrisa remenbrante, para alegrarme como español.
Pero el esfuerzo me ha durado poco.
Cuando del recuerdo ha desaparecido la camisa del color nacional -no olvidemos que el rojo es cosa de izquierdistas radicales- mostrando aquello y a aquella que ocultaba, mi alegría ha ido en aumento con lo que, muy a mi pesar, he concluido que mi alegría no se debía a la presencia en mi recuerdo del amado color de la enseña nacional.
Algo desmoralizado por mi temprano fracaso pero insistente, he agitado levemente la cabeza parsa apartar de mi tan sensuales imágenes antes de irme a la ducha. No tanto por respeto a mi intención de alegrarme como español, sino por el recuerdo permanente que, gracias al Kevin Spacey genial de American Beauty, tengo de que introducirse en la ducha mañanera con tan lúbricos pensamientos suele ocasionar acciones patéticamente futiles.
De camino a la ducha he pensado -el pasillo de mi casa es largo, aunque alquilado, y permite pensar- en tararear los acordes del himno nacional para inciar el día, como Rajoy, alegre como español. Me he puesto a ello, pero en la puerta del cuarto del excusado me he descubierto silbando malamante el himno ruso soviético.
No se porque ha sido. Quizás porque, al fin y al cabo, el maestro Grau Vergara no deja de ser un catalán -por tanto sospechoso de secesionista- o porque el citado autor no le llega ni a la suela del zapato al discipulo deTchaikovsky -o al propio Tchaikovsky, según las malas lenguas- a la hora de componer tonadas patrias. Vamos, que el himno ruso sovietico es un himno y lo nuestro una fanfarria. Otro golpe para mi esfuerzo marianil de alegrarme como español.
Por último, antes de salir al autobús, a la nieve y a los faraónicos intentos de Gallardón por pasar a la posteridad junto con Ramses II y Juan de Herrera, he intentado fijar mi alegría como español recurriendo a la furia futbolística de la selección española -la de futbol, claro, que de todos es sabido que no hay otra para un español que se precie-. Para ello he entonado varios belicosos y pírricos ¡A por ellos oe! mientras descendía las escaleras.
Tal llamamiento me ha traído recuerdos de Cardeñosa pegándole una patada al césped, de Arconada dejando pasar un balón por debajo de su cuerpo como una sardina del cantábrico, de Eloy fallando un penalty, de Puyol cagándose en Dios y buscando otro defensa que le permitiera dejar de recurrir a la ubicuidad para salvar los muebles...
En fin, que me he sonreido. Pero, claro, reirse de la selección tampoco puede considerarse -y mucho menos por Mariano- alegrarse como español.
Así que me he rendido en mi esfuerzo patrio. Cautivo y desarmado he cogido un libro y he rendido mis últimos objetivos nacionales.
No sé alegrarme como español, señor Rajoy.
Que De Juana permanezca en la cárcel o salga de ella no me entristece ni me alegra ni como español, ni como integrante de cualquier otro colectivo municipal, provincial, regional autónomico, nacional, internacional o supranacional en el que la estádistica y la casualidad de mi alumbramiento me hayan integrado sin mi permiso previo.
Es posible que se deba a las innegables taras genéticas que mi condición de medio demonio y medio negro hayan colocado en mi persona, pero no siento alegría ni pena por dicha circunstancia y mucho menos sé como se tiene que hacer para alegrarse o deprimirse uno como español.
Mi único motivo de alegría a estas alturas es la posibilidad -remota pero no imposible- de que la estupenda señora repita en ocasión cercana la placentera inmovilización en el sofá. Con camisa gualda o sin ella, aunque sería mejor sin ella.
Claro que usted, inefable alegre español Mariano, no tendrá la oportunidad de alegrarse por idéntico motivo y situación. Por muy español que se sienta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo cierto es que, alegre o triste, Mariano sigue teniendo el mismo aspecto de señor mayor al que todos echan encima los recados. Pone la misma boca para decir que se alegra como español que luciéndose con aquello de que del Prestige apenas salían "cuatro hilitos". Los supergestores, ay, la memoria, que es lo que tiene. Mariano, alégrese usted, diga que sí, pero para otra parte: no nos salpique.
Angelcaido.

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