Existen dudas que deben ser resueltas por que si no, sin el conocimientos deesas verdades, la vida se convertiría en un deambular sin sentido. Alguien me dijo ayer que nunca se había planteado cuánto vivía un caracol y que eso no era justo para los pobres caracoles. Pues bien, hagamos justicia: La vida de los caracoles varía de una especie a otra. En su hábitat natural, los caracoles Achatinidae viven alrededor de entre 5 a 7 años y los caracoles del género Helix aproximadamente de 2 a 3. Los Caracoles Manzana acuáticos viven sólo 1 año. La mayor parte de las muertes son debidas a depredadores o parásitos. En ocasiones, los caracoles han vivido más allá de su vida normal, hasta los 30 años o más.
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Y la definición de esta justa necesidad de conocimiento me ha recordado algo, lo malo de demonios como yo, es que todo nos recuerda algo.
No es justo que no nos planteemos la esperanza de vida de otras especies. No es justo que la esperanza de vida de los nuestros, de los de nuestra misma especie, no supere los 50 años. No me he equivocado, no he querido decir 100, ni siquiera ochenta. He querido decir cincuenta.
Em Ghana, Gambia, Mali, Somalia, Eritrea, Sudan y otro puñado de países la esperanza de vida de un varon no supera los 50 años, apenas veinte más que el más longevo de los caracoles.
A esos años, si la desesperación, el sida o la guerra no ha acabado con su vida, lo habrá hecho el hambre. África vive poco más que un caracol y lo hace a un ritmo que ningún caracol podría soportar. Saltando de guerra en guerra, de esclavitud en esclavitud, de hambruna en hambruna. De desesperación en deseperación.
Africa vive menos que sus elefantes y por eso no puede tener su memoria; vive lo mismo que sus hipopotamos y que sus rinocerontes y por eso no puede engrandecerse en su resistencia. Africa vive poco más que sus leones y por ello apenas puede enfrentarse a sus depredadores.
Las niñas conocen la maternidad o la prostitución a los doce años y los niños la guerra o la revolución a los once.
Lo dramático de la situación no se encuentra en la explotación infantil. Lo trágico se encuentra en el hecho de que no puede ser de otra forma. Nadie quiere que su madre o sus soldados sean ancianos y en Africa a los treinta años se es casi un anciano.
Así que todos aquellos que abogan contra los soldados niños y la protitución infantil en Africa deberían tener claro que no se trata de una perversión de los hombres, mujeres y militares africanos. Se trata de una evolución sociológica. Hagamos más vieja a Africa y nos será mucho más fácil evitar que sus crias sean desgarradas por la guerra y la prostitución. Es algo que sólo podemos hacer con justicia, no con caridad, no con solidaridad. Sólo con justicia.
Quizás así consigamos que Africa deje de ser el caracol de la especie humana. Deje de arrastrase una vida media de 50 años sobre una baba de sangre y desesperanza.
A lo mejor de esta manera logramos que el niño y la niña africanos dejen de compartir con el caracol su principal causa de muerte.
Como en el lento mundo de este invertebrado olvidado, en Africa la mayoría muere a causa de depredadores o parásitos. Los depredadores se encuentran en sus tierras. Los parásitos en las nuestras.
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¿Y que tiene esto que ver con Mesón de Paredes? Por supuesto nada.
Pero Ayer me llegó un texto que hace una reflexión sobre esta calle para llegar a una conclusión que comparto, así que aquí lo tenéis. A lo mejor el sudor humano y la baba de caracol -esa que limpia, fija y da esplendor a la piel humana- tienen el mismo significado para los que usan y abusan de ellos. Son fluidos que deben extraerse de sus propietarios acualquierprecio para beneficiarse de ellos.
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La calle del Mesón de Paredes fue una de las primeras que quise ver al venir a vivir a Madrid. En 1939 mi padre, que venía con los de Franco y con 19 años de su edad de entonces, se estableció en esta calle, y de ella le oí hablar desde niño, en mi infancia de barriada andaluza. No sé si mi padre lo sabía entonces, pero en la Edad Media, un Simón Miguel Paredes tenía por aquí el más grande mesón de la villa.
El emplazamiento de la fonda, en una de las subidas al burgo medieval, y la endémica escasez y calidad de las ventas y mesones ibéricos (de creer a los viajeros de todo siglo pasado) parece que favorecieron el florecimiento del negocio. Tanto que, unos pocos Paredes más tarde, el apellido acabó por tomar preposición y sus portadores, cargos públicos en el gobierno local. Para los cuarenta del siglo acabado de pasar ya no estaba la fonda famosa, pero sí los fondos de un barrio abigarrado y trajinero, que fue lo que gustó a mi padre, quien no en vano venía de pueblo y de una guerra.
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Pero entre los medioevos mesoneros y la posguerra de buscavidas, y según cuenta Pablo de Répide, se halló en la calle del Mesón de Paredes una de las más reputadas y antiguas pastelerías de España, y aún de Europa, una que ya era famosa en tiempos de Quevedo. No eran las de aquella época como las de hoy, ni era su principal negocio la producción de croissants o pastas de té, sino la de pasteles o empanadas rellenos de carne, como la que sirvió de último reposo a los restos mortales de los padres del Buscón de Quevedo, quien no le tenía al gremio mayor aprecio que a los de médicos o escribanos, lo cual es mucho y malo que decir...
Y es que los bulos, fundados o no, de la España aurisecular acusaban a algunos pasteleros de pocos remilgos a la hora de obtener carne para el picadillo del relleno, no haciendo ascos a la de ajusticiados, no tratándose de los quemados por el brazo secular, quienes, además de herejes, quedaban inservibles por culpa de la cruel barbacoa.
También cuenta Répide que en sus tiempos (los comienzos del siglo XX) abundaban en la calle Mesón de Paredes las agencias de amas de cría, y añade un comentario crítico sobre la inocencia de las chicas de pueblo, que perdían la doncellez en los prados del norte para poder así entrar en el negocio del alquiler mamífero. Resulta irónico, tanto canibalismo directo o indirecto, y curiosa la coincidencia de vocaciones en la Historia de esta calle.
Desaparecieron los pasteleros sospechosos de canibalismo pesetero, y los sustituyeron las lactantes por horas, pero en el fondo el negocio continuó siendo el de alimentar a unos a base de otros, menos afortunados. Ya fuera a costa de sus proteínas lácteas o cárnicas.Y, cómo no, un paseo por la actual calle del Mesón de Paredes confirma la tradición y quiere perpetuarla.
Hoy, esta calle empinada sorprendería a mi padre, quien quizá sería incapaz de verse en los rostros inmigrados que animan las esquinas del siglo XXI. Yo, que no conocí el Madrid de la posguerra, sí puedo y quiero ver en el vecindario de hoy la herencia y la continuación de lo que fue.
Aunque cambien los rasgos y las lenguas, sigue habitando Mesón de Paredes gente trabajadora y humilde, que intenta hacerse hueco y lugar, y que en el proceso arma ruido y recorre las calles incesantemente. Pero claro, yo no he conocido el barrio como otros, que llevan toda la vida aquí y ven ahora como se les ha ido, porque ya nada es lo mismo. Como yo soy nuevo, puedo creerme que no hay tanta diferencia entre un senegalés recién llegado y mi padre hace sesenta años, recién salido de una guerra y con ganas de seguir vivo.
Y cuando digo que sigue la tradición, también me refiero a la de la venta de secreciones corporales. La de ahora no es exclusiva de mujeres paridas. Hoy se alquila el sudor de la gente con o sin papeles, o se le chupa el sustento pidiendo alquileres astronómicos o se apuran los beneficios excluyendo al trabajador extranjero de seguros sociales.
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