En estos dias, entre tanta ida y venida de los nuevos aires que alientan la Casa Blanca -aún blanca pero ya menos- y las constantes sólo venidas de la muerte en Palestina, casi tengo olvidado lo de aquí. Los parados de aquí, la economía de aquí y sobre todo a la oposición de aquí. Esa oposición que se deshace en cotilleos y espionajes internos con cargo al tesoro público -autonómico pero público-, esa oposición que casi ni aparece y que cuando lo hace se presenta con rostro desabrido, mirada perdida y expresión de confunsión general que raya en la apoplegía. Esa oposición que manda y comanda Mariano Rajoy.
El ínclito gallego está que se hace cruces y no se atreve a decir en alto casi nada -no vaya a ser que a él también le estén espiando-. Y como ocurre siempre que las cosas le van mal, mira a su alrededor y decide copiar algo.
El ínclito gallego está que se hace cruces y no se atreve a decir en alto casi nada -no vaya a ser que a él también le estén espiando-. Y como ocurre siempre que las cosas le van mal, mira a su alrededor y decide copiar algo.
Lo intentó con Aznar en las últimas elecciones, copiando su estilo arbitrario, autoritario y desmedido, sus postulados españolistas, su discurso del método de "España, con nostros iba bien"y la verdad es que estuvo a punto de costarle ese indeseado puesto de líder de la oposición -que, aunque indeseado, no deja de ser un puesto-.
Esta vez ha decidido copiar a lo grande. Quizás porque espere un gran resultado o porque el problema al que se enfrenta es muy grande, pero ahora Rajoy se disfraza de Obama. No es cuestión de tostarse a rayos UVA hasta adquirir una tonalidad morena, ni de cambiar los gustos cosméticos y estilísticos de su señora. Rajoy cree que con emular el discurso bastará.
Lo intenta y -como casi siempre, cuando se trata de copiar- lo consigue. Pero cuanto más grande se hace el discurso, más pequeño se hace el bueno de Mariano. Cuanto más habla a lo grande más pequeña se hace la política del PP.
Porque la política del PP, la situación del PP, no acepta grandes discursos, no los tolera como los celiacos la lactosa. Cuando Rajoy alza sus manos y mira fijamente a los presentes, con ojos encendidos y mirada perdia, y les conmina a "la unidad, pase lo que pase", Las primeras filas encogen sus hombros y miran a diestra y siniestra -más a diestra- y se preguntan asustadas "¿que va a pasar ahora?"; cuando clama al viento por la esperanza, la militancia se vuelve preocupada hacia el sitio que ocupa la espia rubia de bote y, como mal menor, sonríe sino tuerce el gesto.
Cualquier referencia que haga en su pensado, preparado y medido discurso se hace pequeña, se vuelve éfimera y bordea el ridículo, porque un partido que se espía unido no permanece unido; un partido que se acuchilla unido no permanece unido. Porque la Esperanza en el PP de hoy en día es la peor de las referencias posibles.
El PP se ha hecho pequeño porque presenta una propuesta de defensa de las lenguas oficiales del Estado -o sea, del castellano en Catalunya y Euskadi, no del euskera y el catalán en Madrid-, no para enfrentarse al gobierno, ni siquiera para enfrentarse a los gobiernos autonómicos, sino para contrarrestar el aumento de UPyD, una formación que no existía hace tres días, como quien dice, y que ahora amenaza con arrebatarles el centro. El mismo centro al que Aznar y Rajoy les han arrastrado de boquilla y no de espíritu.
Las huestes de Rajoy se han hecho pequeñas porque se encienden cuando su líder toma un discurso prestado e inaplicable del mismo modo que lo hacen cuando critica el tamaño de los carteles del Plan de Inversión Local. Porque los segundos, terceros y cuartos del partido han convertido esa formación política -si es que alguna vez no lo fue- en los pasillos del palacio de Tiberio, donde todos los pensamientos son ocultables, todas las conjuras posibles y todos los vicios utilizables contra el otro.
Asi que el ínclito Mariano, preboste de la moderación conservadora, se enfrenta a un problema que se le antojaba lejano, sino ignoto, cuando accedio a los aledaños del poder como líder de la oposición. El partido se le empequeñece por momentos, se le hace de andar por casa, se le vuelve minúsculo en los fondos y las formas, se le muda en camarilla y se le muta en algo informe que solo tiene ojos para reunir información sobre los que se sientan a su lado.
El discurso de Obama no va a cambiar eso. De nada sirve hablar a lo grande cuando todos piensan en pequeño.
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