Aquí abajo estamos acostumbrados a los gemidos y los gritos de socorro de aquellos que no lo merecen -no olvidemos que los diablos estamos en el infierno y al infierno sólo van los malos y algún que otro despistado-. Pero a lo que no estamos tan hechos es a que esas actitudes, que se presuponen exclusivas de estas bóvedas basálticas, se ejecuten de forma impune -o depurada, si se prefiere- en los lares humanos.
Y mucho menos que las lleven a cabo instituciones enteras -las de crédito, en este caso- dirigidas, eso sí, por personas que tienen su sitio reservado por estos andurriales desde casi el momento de su concepción -porque el banquero nace, no se hace-.
Sí. Me refiero a los bancos y me explico.
Desde que estallara este fiasco mundial que se denomina crisis -como si algo fuera a cambiar realmente cuando la superemos, aquellos que lo hagan-, hemos oído a las instituciones financieras llorar, gimotear, berrear, pedir y hasta exigir, en muchos casos, inyecciones de liquidez por parte de los gobiernos. Y sus lloros y peticiones han dado resultado en la mayoría de los casos.
Cantidades mareantes de millones de euros han salido de las arcas públicas de todos los estados europeos -y no digamos del gobierno estadounidense- para ir a parar a las de las entidades financieras y de crédito. Y todo eso ¿para qué?. Según nos dicen los expertos en dinero -que por aquí abajo también hay unos cuantos-, para que la confianza vuelva, para que el dinero fluya y con eso el sistema se recupere.
Pero el dinero tiene que fluir entre los propios bancos, que han visto como muchos de ellos quiebran o no afrontan los pagos del mercado interbancario, y han perdido la confianza en ellos mismos. Así que en realidad los cientos de miles de millones de euros y de dólares son la factura psiquiátrica de la terapia de grupo más cara de la historia de la humanidad.
Aunque nosotros no hicimos los negocios arriesgados; no compramos activos tóxicos -que no son fábricas de polonio radioactivo-; no dimos créditos arriesgados para conseguir hipotecar tres veces a todo un país de buen tamaño y no compramos entidades de crédito rápido, que ahora acumulan millones de recibos impagados, tenemos que aceptar darle nuestro dinero -porque el dinero del Estado es nuestro- a las entidades de crédito para que se tumben todas en un divan comunal y recuperen el cariño y el gusto por intercambiar cromos entre ellos.
Y lo hacemos. Lo aceptamos porque nos dicen que eso es lo bueno.
Cabría esperar que las entidades financieras mostraran un poco de cortesía -el agradecimiento es algo que los banqueros no conocen y, cuando lo conocen por casualidad, hacen todo lo posible para olvidarlo- con aquellos que, por utilizar términos financieros de gran precisión, les han salvado el culo. Que no es el gobierno, ni el ministerio, ni el estados. Somos los pueblos, en este caso los españoles.
Ellos, los banqueros y sus corporaciones, aseguran que muestran esa cortesía., más se antoja que lo cortes no sólo no quita lo valiente, sino que no quita lo especulador -término de eufemismo moderno para avaro-. Porque cuando un Gobierno, en este caso el vasco, les pide ayuda para que los que sufren la crisis puedan superarla, ellos se niegan en redondo.
El Gobierno Vasco plantea pagar de su bolsillo las hipotecas de los parados que estén en situación de deshaucio, alojarlos en viviendas públicas de alquiler reducido hasta que encuentren un trabajo y luego venderles esas viviendas o que ellos adquieran otras para dejar esas libres.
Idea arriesgada, como todas las del consejero Madrazo del Gobierno Vasco, pero que demuestra que hay alguien -aunque eso sí nacionalista, antiespañol y sospechoso por tanto de terrorista- que se preocupa por aquellos que lo pasan peor.
Pero encuentra la oposición frontal de los bancos. Esos mismos bancos que lloraban y suplicaban ayuda,; esos mismos bancos a los que les hemos pagado la terapia; esos mismos bancos que han cubierto con dinero público sus agujeros de avaricia e imprevisión.
¿Se les pide a los bancos que cancelen las hipotecas, perdiendo el dinero? No. ¿Se les pide que presten dinero al Gobierno Vasco a fondo perdido para la asunción de los costes de este proyecto? Tampoco. ¿Será entonces que les demanda el ejecutivo de Euskadi que financien con créditos blandos la construcción de las viviendas públicas para alojar a los desauciados? Ni mucho menos. Lo unico que Madrazo les solicita es la renuncia por el banco o caja a cobrar el 20% del crédito pendiente de amortización, los intereses y cualquier comisión por cancelación anticipada del crédito.
No se les pide que pierdan dinero a espuertas sino que renuncien a una pírrica parte de los beneficios Puesto que la medida se aplicaría en hipotecas que no superen los 275.000 euros, su pérdida máxima -en el peor de los casos posibles en que no se haya amortizado ni un céntimo- sería de 54.000 euros y seguirían cobrando 211.000 euros más los intereses que ya hayan cobrado hasta ese momento.
Y ellos se niegan porque nadie puede pedirles que renuncien ni a un sólo céntimo de sus ganancias. Esa es la cortesía que demuestran con aquellos que han impedido que sus ganacias se redujeran a cero y sus pérdidas se incrementaran hasta el punto de ser consideradas criminales y ser pagadas en la cárcel.
Las instituciones financieras se arriesgan con el dinero de otros, se meten de cabeza en la boca del lobo de la crisis y, para que el sistema funcione, hay que evitar que se hundan. Pero ellas no reconocen -porque los gobiernos parece que sí- que sin personas no hay dinero y sin dinero no hay instituciones financieras que puedan gestionar mal sus depósitos. Así que, una vez salvadas, vuelven la espalda a aquellos que les echaron el cabo con sus impuestos para que no naufragaran y los dejan perecer entre estertores de incomprensión.
Ellos no van a aprender, pero a lo mejor esto sirve para que la próxima vez -y habrá una próxima vez- los gobiernos piensen que la mejor forma de que los ciudadanos afronten la crisis económica es sin la carga de sus hipotecas. Y la mejor forma de que no tengan esa carga es dejar que las entidades de crédito se hundan y no haya nadie para reclamar los pagos de esas hipotecas.
Y la terapia de los banqueros que se la haga el psicólogo de la institución penitenciaria en la que vayan a parar a cumplir su condena por quiebra fraudelenta. Y si no, se la haremos aquí abajo, que psicólogos y terapeutas también tenmos unos cuantos. Eso sí, dicho todo esto, con mucha cortesía.
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