Yo soy cuántico. Sé que es algo que la gente no suele ser y que no acostumbra a formar parte de la esencia sustancial del ser humano, pero yo, en contraposición al universo espacio temporal lineal einsteniano, soy cuántico. Tengo derecho a serlo y tengo derecho a educar en ese sólido principio sobre la naturaleza del universo a mis vástagos.
Pero ahí no acaban la cosas, además de cuántico soy Eratostenico. No, no es una enfermedad. En contra de otros que son pitagóricos o Euclidianos, yo soy eratosténico y eso significa que defiendo que la existencia empieza en la unidad -es decir, que no existe el cero- y que el meriadiano se desplaza según las estaciones. Comprendo que, para muchos, lo arcano matemático no sea fundamental en el desarrollo de su experiencia personal y vital, pero para mi lo es y La Constitución Española me garantiza el derecho a serlo.
Así que, cuando mi hija llega del colegio, la siento en un sofá y, con un gran tazón de cacao caliente, le explico los misterios del espacio y el tiempo de Plank y le inculco lo importante que es ser cuántico para el ser humano. Y los fines de semana los empleo en intentar que su pequeña mente en formación capte la maravilla vital que supone el eratosténico concepto del meridiano en movimiento y la ausencia de cero.
Pero lo que no hago es exigirle que se salte las clases de física, matemáticas y geografía del colegio para que su pobre mente no entre en contacto con la perversa realidad del universo lineal einsteniano y la matemática averroíca -y eso tampoco es una enfermedad- del cero absoluto.
Porque -como a estás alturas ya habreis descubierto- yo puedo ser sarcástico, cuántico y eratosténico, pero no soy son un fanático ilegalista pasivo.
Y exactamente eso es lo que se antoja que son aquellos aquellos que, aún hoy, siguen defendiendo, tras una sentencia del Tribunal Supremo que imposibilita el hecho, la objeción de conciencia en la materia de Educación para la Ciudadanía.
Son fanáticos porque no aportan pruebas, ni razones, sólo siguen los dictados de una jerarquía episcopal que, también sin aportar pruebas ni razones, les ha llamado a la lucha en defensa de sus principios religiosos, en contra del perverso Estado aconfesional que nos quiere conducir al, aún más perverso, laicismo.
Son ilegalistas porque, pese a la sentencia -que ha sido clara y ampliamente mayoritaria en contra de la objeción de conciencia-, estas asociaciones de supuestos padres, supuestos educadores y aún más supuestos éticos siguen llamando a la objeción, argumentando la falacia de que el Tribunal Supremo sólo ha invalidado las objeciones que se han producido hasta ahora.
Ignoran de esta manera el hecho -fundamental en toda praxis legal civilizada, incluida la canónica- de que ha invalidado esas objeciones y los motivos por los cuales fueron planteadas. Lo cual anula a priori toda objeción que se fundamente en los mismos motivos. Quizás yo podría objetar por cuántico y eratosténico, pero cualquiera de ellos que objete por católico correrá la misma suerte legal, así que el argumento es tan debil como viciado.
Y son pasivos.
Porque, pese a todos sus gritos y manifestaciones; pese a todas sus campañas y propagandas, lo único que buscan es no tener que cargar ellos con la responsabilidad que les corresponde. Lo único que hacen es exigir el derecho a su pasividad a la hora de educar a sus hijos. Su derecho a vivir en un Estado que les libre de la onerosa carga de tener que dedicar su tiempo de ocio y el tiempo libre de sus hijos a inculcarles, explicarles y ejemplarizarles su religión.
Si mi hija viene del colegio con la idea de que el universo es einstenianamente lineal yo -como buen cuántico- me veo obligado a dedicar tiempo y esfuerzo a explicarle la concepción cuántica del universo. Me veo obligado a eso y a saber de qué estoy hablando.
Pero es mucho más fácil que los niños no puedan hacer preguntas sobre la homosexualidad, sobre el origen de la existencia, sobre la organización del Estado o sobre cualquier otro elemento para que yo no me vea en la obligación de tener que explicarlo.
Y aún voy más allá y exijo que sean los colegios y los Estados los que faciliten la educación religiosa para que yo pueda seguir siendo un elemento pasivo en la educación de mis hijos y no tenga que esforzarme en absoluto en ese aspecto.
Si tanto les preocupa la educación moral de sus vástagos, llévenla directamente. Siéntense todos los días con ellos y que vean y oigan salir de su boca que los homosexuales son enfermos o pervertidos o desviados; que oigan de su propia voz que el Estado no debe ser aconfesional sino nacional católico; que escuchen de sus propias palabras que la evolución humana no existe, que somos la única especie entrópica del universo, porque estamos hechos a imagen de un dios del cual no tenemos imágenes.
Educación para la Ciudadanía es tan preocupante para estas personas de misal y creacionismo no por lo que dice, sino por lo que les obliga a decir a ellos.
Porque cuando sus hijos se den cuenta de que los homosexuales son gente normal, de que la vida empezó con los seres unicelulares, de que el mejor estado posible es aquel que no se relaciona con ninguna religión y de que la evolución de las especies es un hecho, no tendrán el parapeto de que se lo explicaron en el colegio profesores equivocados. Se girarán hacia ellos y les señalarán con el dedo por haberlos arrojado al pozo de la incultura y el falso misticismo moralista.
Y eso no puede ocurrir, porque ya se sabe que los hijos tienen que honrrar a su padre y a su madre.
Pero los padres y las madres no se enfadan ni exigen a gritos que nadie les hable a sus retoños del Estado aconfesional, de los homosexuales o del matrimonio homosexual. Eso lo hacen los fanáticos.
Los padres, los auténticos, tomán las riendas, explican lo que tienen que explicar y desmontán lo que tienen que desmontar. Que para hacer eso haga falta reflexión, perspicacia y conocimiento, no es culpa de Eduación para la Ciudadanía, es culpa de la dialéctica y la cultura. Otros dos perversos inventos de los estados laicos.
En lugar de objetar y arriesgar el futuro escolar de sus hijos, dediquense a educarles. Dediquense a ejemplificar y explicar todos esos principios contra los que dicen que atenta Educación para la Ciudadanía.
Y si esos ejemplos que dan con su carne y sus actos son acciones ilegales dentro de un Estado de derecho -como, por ejemplo, denostar y discriminar a los homosexuales o afirmar que el matrimonio homosexual no existe- y van a la cárcel por ello, no se preocupen.
Hace mucho que la reserva espiritual de occidente -o sea España- no da mártires a la causa de su dios. Sus hijos estarán orgullosos de ustedes y de su fanatismo.
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