Han hecho falta 22 días, diez militares isrelies muertos, 1.300 vidas palestinas masacradas y otras 5.000 a medio masacrar, para que las palabras del embajador de Israel en España, para que la política de los halcones de la guerra y la expasión en el Estado Hebreo, para que la locura yihadista de Hamás se conviertan en lo que siempre han sido: en humo. Para que vuelvan a ser de nuevo el vapor pernicioso que arranca las vidas de los palestinos, la tranquilidad de los hebreos y la esperanza de todos ellos.
Ha hecho falta hacer todo ese camino de sangre -algunos mantendrán que no era necesario, pero tristemente parece que sí-. Pero lo único que ha convertido en humo todos esos presupuestos y todas esas intenciones ha sido un muerto. El de hoy. El que murió depues de la muerte, el asesinato y la locura se enseñorearan de Gaza.
Y una sola muerte convierte en humo todo lo dicho por ambos. No porque sea más importante que las otras -como seguramente defenderan aquellos que se niegan a equiparar el progromo palestino con el judío-, sino porque ha demostrado que, en contra de lo que el ínclito hebreo destinado diplomaticamente en España mantenía, nada ha cambiado.
Esa sóla muerte ha transformado en fumatas rojas las arengas y los discursos israelíes que defendían que, después de la masacre -demostración de fuerza y determinación, la llamaban ellos- los terroristas de esa yihad absurda y mafiosa llamada Hamás se lo iban a pensar dos veces antes de cometer un atentado o de lanzar un cohete sobre suelo hebreo.
Los josues guerreros de Sión han empledo la sangre de 7.000 personas para escribir un mensaje sobre las jambas de las puertas de los yihadistas y estos se han negado a entenderlo, a leerlo e incluso a aceptar su existencia.
Ha convertido en humo -si es que no lo eran ya- las palabras de los líderes de Hamás y sobre todo las de su máximo responsable -o irresponsable, según se mire-Jaled Meshaal sobre su aceptación del alto el fuego, sobre su creencia en la necesidad de paz y sobre su dolor por la masacre que se comete día tras día en las tierras palestinas. Porque la muerte de ese soldado hoy en la frontera sólo lleva un mensaje por parte de Hamás.
No van a parar. No les importa el precio que la población de Gaza tenga que pagar, no les importa el dolor que ocasionen. Sólo ansían seguir en la cúspide del poder y establecer su reino de dios en oposición a la Tierra Prometida israelí.
Los fanáticos furiosos han prometido una tierra donde mane leche y miel y le han hechado la culpa de que eso no ocurra a los israelíes. Cuando les ha tocado a ellos, sólo han sabido hacer manar sangre. El único lenguaje que entiende un fanático.
Y esa muerte de ese único soldado en Kissufim ha convertido en humo la apuesta continuista de Obama, demostrando que si las cosas no cambian, simplemente irán a pero. Demostrando que repetir lo ya dicho no basta para solventar lo que esas mismas palabras no han erreglado en años. Que cambiar de lenguaje y de pregonero no supone un cambio real. Que el mensaje debe cambiar porque la situación debe cambiar.
Las 1.310 vidas -sumando palestinas e israelíes- no sirven para propiciar un cambio. Será porque los cambios políticos se deben hacer cambiando de ideas políticas -aunque parezca obvio y redundante-. El cadáver 1.311 de esta locura llamada ofensiva en Gaza ha demostrado que, pese a que unos y otros piensen que sus dioses están de por medio, los holocaustos, los sacrificios humanos -que eso es lo que significa holocausto, no se me subleve nadie- y las víctimas propiciatorias pueden ser válidas para mandar mensajes a las divinidades, pero nunca a los humanos. Enviar mensajes con sangre y muerte es propio de los dioses no de los políticos. Salvo que estos se crean dioses.
Y realmente pareciera que es así por el desprecio que unos y otros demuestran por la vida de los pobles mortales que habitan en la franja de Gaza.
Nada se puede hacer al respecto. Nada ha cambiado en Palestina salvo que, a día de hoy, hay 1.300 palestinos menos que hace 22 días. Los yihadistas no cambian, los sionistas no cambian y los muertos, por supuesto, no cambian. Ellos no pueden cambiar, los unos y los otros les han quitado la posibilidad de hacerlo.
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