¡Si es que no hay manera! Cada vez que reinicio mi actividad en esto de los espacios virtuales no tardan más de un par de días en echárseme a los post es club social de recalcitrante hidropesía llamado Iglesia católica Y sobre todo, sus jerarcas, sus más egregios representantes, aquellos que se supone que han conseguido más boletos y han acumulado más números de feria para la muñeca chochona que es la salvación en la feria ambulante de las religiones -porque si el premio fuera un perrito piloto habría alegría y alboroto y eso es algo, sobre todo el alboroto, que no se permite en las antesalas vaticanas.
Será que, como me hallo más allá de la salvación porque se me antoja que no hay nada de que salvarse, está se empeña en reaparecer ante mi puerta, ya sea porque, como demonio declarado, la ignoro o porque alguna nueva encíclica ex cátedra de esas que se estilaban en los buenos viejos tiempos -para ellos- de dominio e inquisición o incluso de palio y nacional catolicismo haya convertido la insistencia en la cuarta virtud teologal.
Y en esta ocasión, se acercan a mi no por mor de sus desmanes orales u oratorios -que de esos he dejado pasar algunos, como el sin apenas desperdicio discurso de año nuevo papal, ¡Uy, perdón, homilía!-. Se acercan porque el presidente Zapatero, ese al que Berlusconi y la curia llaman "comecuras", parece que ha decidido elegir a Cañizares, nuestro hombre en Roma, como interlocutor.
Dicen las lenguas políticas que Cañizares es más dialogante que Roucco; dicen las lenguas políticas que el contacto con Cañizares permite puentear a Roucco Varela para llegar a Benedicto, el ínclito papa inquisidor, y puentear a la Conferencia Episcopal española, más preocupada hoy por hoy de las encuestas electorales del Partido Popular que de su feligresía patria.
Es posible que todo eso sea cierto pero yo me pregunto algunas cosas
¿Por qué las lenguas políticas hablan de Roucco o en su defecto de Cañizares?, ¿por qué las lenguas políticas pretenden tener contacto fluido -o no fluido, ya puestos- con Roma y las salas pontificias?, ¿no se supone que la Iglesia católica -y ya que estamos, la protestante, la ortodoxa, la presbiteriana o cualquiera de los clubes de salvación que pululan por el mundo- no deben intervenir en política?
En esto de la elección de Cañizares como interlocutor político del Gobierno Español, se me antoja que Zapatero, sus asesores, su gobierno y las lenguas política se han situado a la altura del espagueti western que en su día protagonizara ese mal actor que se rebeló como excelente director llamado Clint Eastwood. Es decir "cometieron dos errores".
Podría decirse que el primero de ellos es elegir a Cañizares como el hombre con el que hay que hablar. Es posible que sea el primero, pero, como en el caso del perverso juez que decreta el ahorcamiento de Clint, no es el más importante.
Cierto es que considerar dialogante a Cañizares va mucho más allá del optimismo –y créanme, lo digo por experiencia propia-. Considerar dialogante a alguien que es conocido entre la curia como el pequeño Ratzinger es tan absurdo como aseverar que es un sumnita convencido alguien que fuera conocido en Teherán como el nuevo Homeimi.
Más allá de la estatura y el pelo blanco –rasgo este último que comparte el 90 por ciento de la curia vaticana y si nos ponemos de la prelatura española-, los rasgos físicos que unen al egregio papa con el no menos ínclito cardenal se reducen a cero. ¿No es pues lógico pensar que su apodo viene del hecho de que hace exactamente lo mismo que Ratzinger?
Y, ¿qué ha hecho Ratzinger los primeros treinta años de sus treinta y tantos años moviéndose por los pasillos del poder sacro en Roma? Pues dirigir la Congregación para la Pureza de la Fe, es decir la Inquisición.
Y si esto no fuera suficiente, resulta que al inquisidor austriaco le ha faltado tiempo para promover a su pequeño reflejo a una prelatura vaticana y ¿le ha puesto al mando de La Evangelización de los Pueblos?, ¿le ha colocado a cargo de la Congregación de las Causas de Los Santos para investigar, cual Indiana Jones con bonete, milagros alrededor del mundo? No. Le ha nombrado prefecto de la Congregación Vaticana para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos?
Esto puede sparecer tan inocuo como cualquier otra cosa pero no lo es. La cosa se complica si tenemos en cuenta que de esa congregación han partido las últimas ideas gloriosas como la de volver a celebrar la misa en latín, la de afirmar que cualquier música posterior al gregoriano -lo que incluye, Bach, Mozart y Haendel y, por supuesto, sus misas y sus requiems- no es apta para la liturgia o la de desacreditar las liturgias celebradas por las iglesias suramericanas -en las que se pedía justicia y la "desaparición" de algún que otro tiranuelo local.
Y en esta ocasión, se acercan a mi no por mor de sus desmanes orales u oratorios -que de esos he dejado pasar algunos, como el sin apenas desperdicio discurso de año nuevo papal, ¡Uy, perdón, homilía!-. Se acercan porque el presidente Zapatero, ese al que Berlusconi y la curia llaman "comecuras", parece que ha decidido elegir a Cañizares, nuestro hombre en Roma, como interlocutor.
Dicen las lenguas políticas que Cañizares es más dialogante que Roucco; dicen las lenguas políticas que el contacto con Cañizares permite puentear a Roucco Varela para llegar a Benedicto, el ínclito papa inquisidor, y puentear a la Conferencia Episcopal española, más preocupada hoy por hoy de las encuestas electorales del Partido Popular que de su feligresía patria.
Es posible que todo eso sea cierto pero yo me pregunto algunas cosas
¿Por qué las lenguas políticas hablan de Roucco o en su defecto de Cañizares?, ¿por qué las lenguas políticas pretenden tener contacto fluido -o no fluido, ya puestos- con Roma y las salas pontificias?, ¿no se supone que la Iglesia católica -y ya que estamos, la protestante, la ortodoxa, la presbiteriana o cualquiera de los clubes de salvación que pululan por el mundo- no deben intervenir en política?
En esto de la elección de Cañizares como interlocutor político del Gobierno Español, se me antoja que Zapatero, sus asesores, su gobierno y las lenguas política se han situado a la altura del espagueti western que en su día protagonizara ese mal actor que se rebeló como excelente director llamado Clint Eastwood. Es decir "cometieron dos errores".
Podría decirse que el primero de ellos es elegir a Cañizares como el hombre con el que hay que hablar. Es posible que sea el primero, pero, como en el caso del perverso juez que decreta el ahorcamiento de Clint, no es el más importante.
Cierto es que considerar dialogante a Cañizares va mucho más allá del optimismo –y créanme, lo digo por experiencia propia-. Considerar dialogante a alguien que es conocido entre la curia como el pequeño Ratzinger es tan absurdo como aseverar que es un sumnita convencido alguien que fuera conocido en Teherán como el nuevo Homeimi.
Más allá de la estatura y el pelo blanco –rasgo este último que comparte el 90 por ciento de la curia vaticana y si nos ponemos de la prelatura española-, los rasgos físicos que unen al egregio papa con el no menos ínclito cardenal se reducen a cero. ¿No es pues lógico pensar que su apodo viene del hecho de que hace exactamente lo mismo que Ratzinger?
Y, ¿qué ha hecho Ratzinger los primeros treinta años de sus treinta y tantos años moviéndose por los pasillos del poder sacro en Roma? Pues dirigir la Congregación para la Pureza de la Fe, es decir la Inquisición.
Y si esto no fuera suficiente, resulta que al inquisidor austriaco le ha faltado tiempo para promover a su pequeño reflejo a una prelatura vaticana y ¿le ha puesto al mando de La Evangelización de los Pueblos?, ¿le ha colocado a cargo de la Congregación de las Causas de Los Santos para investigar, cual Indiana Jones con bonete, milagros alrededor del mundo? No. Le ha nombrado prefecto de la Congregación Vaticana para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos?
Esto puede sparecer tan inocuo como cualquier otra cosa pero no lo es. La cosa se complica si tenemos en cuenta que de esa congregación han partido las últimas ideas gloriosas como la de volver a celebrar la misa en latín, la de afirmar que cualquier música posterior al gregoriano -lo que incluye, Bach, Mozart y Haendel y, por supuesto, sus misas y sus requiems- no es apta para la liturgia o la de desacreditar las liturgias celebradas por las iglesias suramericanas -en las que se pedía justicia y la "desaparición" de algún que otro tiranuelo local.
Si la Congreción para la Doctrina se encarga de buscar herejes en el pensamiento, la Congración del Culto Divino se encarga de hallarlos en los ritos. Así que podemos decir que es la división de plata de la inquisición católica y ya sabemos que en Segunda División el juego suele ser mucho más duro que la máxima categoría -eso es lo que dicen los expertos en fútbol-.
A su condición de pequeño inquisidor reconocido -en tamaño y atribuciones, que no en insistencia y fiereza- se suma el hecho de que Cañizares no es ni mucho menos -como podría ser monseñor Amigo o algún otro- ajeno a los tejemanejes políticos del PP. Cañizares utilizó su púlpito en Toledo para afirmar que "La Unidad de España es un bien moral" cuando las huestes de Génova tremolaban banderas a diestro y siniestro contra el Statut catalán; Antonio Cañizares fue el que afirmó que el Estado no puede negociar con el terrorismo mientras el PP y sus medios afines depuraban su estrategia de aterrorizarnos con la venta que el gobierno Zapatero estaba haciendo de España al sentarse a hablar con ETA sobre el abandono de las armas.
Así que Cañizares no sólo no es dialogante, sino que además comulga con las ideas y postulados puramente políticos del PP. Comulgar supongo que lo hará con todos los días y comulgar con el PP, por lo visto, lo hace siempre que tiene ocasión.
Así las cosas, elegir a Cañizares por muy bien que se lleve con la vicepresidenta del Gobierno -casi tan "dialogante" como él-, es el primer error de este western iglesia Estado. Es como decretar el injusto ahorcamiento de Clint Eastwood.
Pero al igual que en el inmarcesible western almeriense, el segundo error es el más importante.
El segundo error no es achacable a la iglesia, ni a la curia, ni a las condiciones de Cañizares, ni siquiera a la intransigencia omnimoda de Roucco. Es simplemente achable al Gobieno. Y es un error de concepto.
No es que no haya nada que dialogar con el club social milenario. Habría que hacerlo si hubiera leyes que les impidieran prácticar su fe o algo por el estilo -y si nos ponemos exquisitos quizá las únicas que existan hoy en día en nuestro país sean las que hacen referencia a la claúsula de conciencia médica. Y hay que hilar muy fino.
El meollo de la cuestión es que un Gobierno no tiene porque dialogar politicamente -se entiende- con iglesia alguna. Si no hay dialogo político no hace falta un interlocutor. Fin del problema.
Para la curia española -y desgraciadamente para buena parte de la feligresía nacional- el dialogo con la su institución consiste en pedir permiso para hacer cosas para las que el Estado -y sobre todo uno aconfesional- no debe pedir permiso alguno.
Si el Gobierno decide que no se enseña religión en las escuelas, no hay que pedir permiso; si el Gobierno decide que no se pagan los sueldos de los sacerdotes, no hay que pedir permiso alguno; si el Gobierno decide que no se subvencionan los colegios religiosos, no hay que pedir permiso alguno; si el Gobierno decide ampliar la ley del aborto -y que conste que yo me opongo- o la de la eutanasia -y que conste que me opongo también-, no hay que pedir permiso alguno; Si el Gobierno decide que se contempla el matrimonio gay y lésbico, no tiene que pedir permiso alguno; si el Gobierno decide poner en marcha una nueva asignatura, no hay que pedir permiso alguno.
Deberá pedir permiso al Congreso, al Consejo de Estado, al Tribunal Constitucional o cualquier otra institución que el Estado marque como contraladora de sus funciones y, por supuesto, tendrá que pedir permiso a los ciudadanos, convertidos en votantes, que han puesto sobre sus hombros la responsabilidad del gobierno. Pero desde luego no tiene que pedirselo a la curia católica ni a la feligresía.
El respeto del Estado a la religión se limita a garantizar que nadie les persigue, les insulta o les impide llevar sus prácticas y su tómbola de salvaciones a buen término -sin molestar más de lo estrictamente necesario a los demás -a todos aquellos que o bien no coinciden con sus ritos o, simplemente, no coinciden con rito ninguno y ni siquiera con la necesidad de los mismos-. El Estado, y por ende el Gobierno, no está obligado a garantizar que nada de lo que ocurre en el país en el que viven -o que ninguna ley promulgada- les ofende. Si les ofende, tienen dos opciones: votar a otros que no hagan leyes que les ofenden o se cambian de país.
Así que, el segundo error de este western es no tenr claro que un gobierno de un estado aconfesional no tiene que mantener un flujo de negociación política con Roma.
Si ordenar ahorcar a Clint, o sea seleccionar a Cañizares como interlocutor, fue grave, Admitir que se debe mantener una negociación política con la iglesia y la curia romanas, o sea no asegurarse de que Clin estaba bien ahorcado y por consiguiente muerto, es mucho peor.
Y algún dia os contaré mi experiencia personal con Cañizares.
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