Hay cosas que se hacen porque se quieren hacer y hay otras que se realizan porque si no las haces nadie creerá que estás dispuesto a hacer lo que todos creen que en realidad no te atreveras a hacer. Esto es un trabalenguas -o trabaojos, si no se lee en voz alta-, pero además es lo que ha hecho Barack Obama, reciente y esperanzado presidente estadounidense. Resumiendo, en eso consiste cerrar Guantánamo.
Porque el nuevo presidente del país de la hamburguesa y las falsas nociones de geografía debe terminar antes de empezar. No se trata de un remedo del antiguo oráculo de Delfos ni nada por el estilo. Lo que debe hacer el nuevo líder de ese país donde la esperanza quiere sustituir a la avaricia es poner un punto y final.Debe concluir lo que comenzó su antecesor y por eso lo obligado es acabar con Guantánamo, con Irak y con todo aquello que Bush hijo hizo para concluir la guerra de Papá.
Porque el nuevo presidente del país de la hamburguesa y las falsas nociones de geografía debe terminar antes de empezar. No se trata de un remedo del antiguo oráculo de Delfos ni nada por el estilo. Lo que debe hacer el nuevo líder de ese país donde la esperanza quiere sustituir a la avaricia es poner un punto y final.Debe concluir lo que comenzó su antecesor y por eso lo obligado es acabar con Guantánamo, con Irak y con todo aquello que Bush hijo hizo para concluir la guerra de Papá.
Los votos que ha recibido Barack Obama, las mayorías aplastantes en Congreso y Senado, la entrega incondicional de la confianza de un pueblo que no está acostumbrado a confiar -ni siquiera en su dios, aunque lo digan sus billetes-, le convierten en un nuevo tirano destinado a regir el imperio que ha sido puesto en sus manos.
Para ser exactos, le convierten en un dictador -tal y como lo entendían los romanos- y en un tirano -tal y como lo enténdían los griegos-. Es decir, en alguien que ha recibido todo el poder de forma legítima por delegación -eso era dictador- y que lo utiliza para hacer avanzar su sociedad más allá del límite que se habian impuesto los órganos habituales de gobierno -eso era tirano-. O sea que sería algo así como un dictador tiránico -suena horrible ¿no?-.
Un tirano de los griegos, de los que, como Perícles, fundaron y refundaron mil veces la democracia hasta que les salió medio bien; hasta que consiguieron convertirla en el menos malo de los sistemas posibles de gobierno-. Y la obligación de todo gobernante que se encumbre en esas condiciones es terminar antes de empezar.
Obama debe borrar todo rastro de lo que George W. Bush -el hombre de la incompetencia y las guerras de nuestros padres- hizo para llevar el mundo a donde lo quería tener; de comvertir en aire y recuerdos sus esfuerzos por hacer del mundo Améria a la fuerza y por las bravas.
Y Barack -no confundir con Barak, el israelí, el que de acabar con algo lo haría con Palestina y punto- lo hace. Ha decidido convertir a su antecesor en uno de los pocos presidentes de su país que no haya dejado legado alguno -salvo algunas toses etílicas con galletitas saladas de por medio y una cara de incpacidad manifiesta en el momento en que la guerra llegó a su país-.
La ha sumado a ese selecto -y afortunadamente reducido- club del que ya forman parte por deméritos propios Martín van Buren, deseoso de continuar a cualquier precio con la esclavitud; el arribista conspirativo Lyndon B Johnson, capaz de obedecer a aquellos que habían asesinado a su antecesor y por supuesto Thruman, capaz de reducir su mandato al hecho aislado de ordenar un holocausto nuclear cuando era absolutamente innecesario.
Pero lo importante del caso, lo que convierte a Obama en un tirano clásico -o en un dictador clásico, tan clásico casi como los heroes de la antiguedad-, es como lo hace.
Podría haber empezado por barrer la casa, por sacarla de la crisis. Podría haber entrado a saco con los números e intentar solventar los problemas de los suyos. Pero, como hiciera Pericles firmando la paz con los odiados persas; como hiciera Pompeyo firmando la paz con Egipto y con el Imperio Partho, el nuevo dictador tiránico americano empieza por los de fuera. Empieza por redefinir sus dominios ante el mundo.
Cerrar Guantanamo, proporcionar un juicio justo a los allí retenidos -lo que no garantiza que no vayan a acabar en la silla eléctica-, soltar a los inocentes y encarcelar dignamente a los culpables, supone empezar por aquellos que no le votan, que no pueden votarle y que, aunque pudieran hacerlo, nunca la votarían. Supone empezar por el principio y acabar con el axioma de que lo más importante es América - su américa, claro está- y luego el mundo.
Obama pide a los jueces militares que interrumpan los juicios sumarisimos y estos lo hacen, en reconocimiento de que es -como no lo era nadie desde Eisenhower- el auténtico dictador tiránico de Estados Unidos, que tiene derecho a demandar de todos y de todo -incluido el poder judicial militar- la colaboración absoluta para su nueva visión de la situación.
Si Guantánamo e Irak -y por supuesto la retirada acelerada en previsión de posteriores ridículos y tirones de orejas que han realizado las fuerzas israelíes en Gaza- sirven para cambiar, no la visión que el mundo tiene de Estados Unidos -que eso es sólo marketing-, sino la visión que Estados Unidos tiene del mundo, entonces ya podrá comenzar a arreglar la casa por dentro.
Que eso es lo que peor suele tener un dictador tiránico. Y si no que se lo pregunten a César o a Pericles. Que sus funerales los originaron los de dentro, no los enemigos de fuera.
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