Han pasado unos pocos meses y todas las dudas se han disipado. Pese al escepticismo -un escepticismo surgido del más profundo de los machismos ibéricos, por supuesto- El/la Ministerio/a de -preposición sin género- Igualdad/amiento -que igualdad es femenino e igualamiento masculino- ya ha dado sus frutos.
Y el primero de ellos ha sido una consecución veloz, casi repentina. Con la misma velocidad que la minsitra Aido se inventó un término o metio la pata con el lenguaje, su ministerio parece haber logrado que se iguale la situación laboral entre hombres y mujeres.
Y ciertamente es un logro sin parangón, porque además se ha conseguido que haya más parados hombres que mujeres, por primera vez en este país desde los años ochenta. Solbes, el parco ministro de economía que tiene el mal gusto de hablar bajito y con moderación, y Corbacho, el chulapo minsitro de Trabajo que no habla bajo ni en un funeral vikingo, no estarán muy contentos, pero Bibiana Aido debe estar exhultante. Nunca llueve a gusto de todos.
Así que, después de todo, al Ministerio de Discriminación -porque todos sabemos que igualdad es lo mismo que discriminación, positiva, eso sí- se le ha ido un poco la mano y se ha pasado de la paridad, su más agitada y coloreada bandera.
Hay más hombres parados que mujeres, incluyendo a las siempre estadísticamente presentes amas da casa que sin ninguna intención de trabajar que estan registradas en el INEM. Pero algo no cuadra.
Si se tiene en cuenta que hay más mujeres que hombres en edad laboral, tendría que haber más mujeres paradas que hombres, no por machismo patriarcal arcaico, sino por un concepto llamado proporcionalidad estadística que tiende a no desaparecer pese a que la política y la demagogia lo ignoren.
Pero no las hay y el Ministerio de Igualdad -si realmente lo fuera- tendría que hacer algo al respecto -o al menos proponer, que su dotación presupuestaria no da para muchas realizaciones, más allá de algunas campañas propagandísticas y entregas de premios-.
Vaya por delante que deseo fervientemente que la paritaria Bibiana Aido no proponga despedir a 500.000 mujeres para igualar las cifras. Y la matización no es baladí, porque nunca se sabe las gloriosas ideas que las maldades de la numerología paritaria pueden ocasionar en las mentes de aquellas que se mueven en el angosto mundo de la discriminación positiva.
Pero si el ministerio -si el Gobierno, en general- creyera de verdad en el concepto de Discriminación Positiva -si es que se puede creer en algo que se niega a si mismo en su propia definición lingüística- ahora la aplicaría en otra dirección al menos en los aspectos laborales.
Es de suponer que cuando se cree en algo se cree para todas las situaciones en las que es aplicable. Por tanto, si se concibe la discriminación positiva como una actuación que favorece a los colectivos más perjudicados, poniéndoles por delante de los que no están en mejor -no en óptima- situación, ahora sería el momento de aplicarla en dirección contraria. Sería el momento de ofrecer ayudas y desgravaciones a las empresas que contrataran hombres -puesto que hay más en situación de desempleo-, que incorporaran a sus plantillas a varones mayores de 35 años -puesto que también son los que más pierden su empleo- y cosas por el estilo.
Pero no. La solución es mantener las bonificaciones por contratar mujeres -y mujeres maltratadas especialmente-, madres -que no padres- monoparentales, etc. Vamos, que la discriminación positiva no ha cambiado de dirección porque, según las ideologas del concepto y las ministras que la palican, sólo es positiva cuando beneficia a la mujer, no cuando beneficia al varón. Esa siempre es negativa.
Poner por delante de las necesidades de la sociedad actual la supuesta balanza de agravios y desdichas de generaciones que nacieron y murieron hace dos siglos, puede dar mucho relumbrón a los programas electorales, puede llenar los bolsillos de aquellas que medran con ellos y las urnas de aquellos que obtiene rédito político de la demagogia de la Discriminación positiva, pero, al cabo del día, sólo hace que la incoherencia de aquellas que la aplican -entre las que se encuentra la ínclina ministra Aido- se muestre en todo su explendor. Porque cuando el escenario cambia, ellas se niegan a cambiar el sentido de esa mal llamada discriminación positiva.
Por eso yo no soy de discriminar -positiva ni negativamente-. Si se es coherente, los conceptos se aplican cuando le viene bien a nuestro género y cuando le viene mal. Si no se hace de este modo, la discriminación positiva se transforma en arribismo vengativo.
Que, por otra parte, es lo que siempre fue.
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