Acaba hoy la parte de este invento en la que ne he dedicado a listar -e intentar explicar- las características que nos convierten en verdaderos escapistas de nuestra realidad, en seres que se refugian en si mismos para obviar a los demás, para intentar posponer asino evitar definitivamente el proceso que nos llevaría a descubrir que tenemos que rehacernos si queremos rehacer el mundo.
d) Nuevos merovingios a el voluntarismo como causa
La ética social del “me lo merezco” alcanza su máximo estadio con esta sustitución de términos del “nada se consigue sin esfuerzo” de los antiguos abuelos y patriarcas –o matriarcas- por el aparentemente inocuamente cambiado “todo se consigue con esfuerzo.
Acostumbrados a no dar nada y a recibir prácticamente todo aquello que exigimos, pedimos o reclamamos, se nos antoja que si nuestra voluntad y nuestro esfuerzo han de ser garantes de una recompensa.
Parece que nada ha cambiado, pero la máxima antigua no era una declaración excluyente. En ese adagio de antaño lo que venía a decirse que aquello que se busca depende de una multitud de factores y uno de ellos, ineludible e irrenunciable, pero sólo uno de ellos es nuestro esfuerzo.
Nosotros, incapaces de percibir la auténtica realidad de un mundo que no funciona según leyes ex machina lo cambiamos todo. Como el inolvidable Merovingio de la celebrada Matriz, llenamos el mundo de causalidad y eliminamos la casualidad. Nos convertimos en auténticos dioses que eliminan cualquier factor del movimiento cósmico salvo los que emanan de su voluntad.
Eliminamos la suerte, la casualidad, la justicia, la idoneidad y una multitud infinitad de agentes causales del éxito y el fracaso, de las culminaciones de los fines y los sustituimos exclusivamente por la causalidad del voluntarismo como detonante absoluto.
“Todo se consigue con esfuerzo" significa que pretendemos que el mundo se pliegue a nuestra voluntad. Como ancestrales señores feudales de nuestras propias vidas y de los universos de los que somos parte y centro, pretendemos someter la realidad a nuestra voluntad, a nuestro esfuerzo y convertirlos en ley.
Y lo que resulta menos llevado, más generado de un sinsentido es que nos damos cuenta de que no funciona y cuando eso ocurre no modificamos nuestra definición de lo que debe de ser; ni siquiera cambiamos nuestra percepción de lo que es. Nos limitamos a refugiarnos en el concepto de injusticia, en el moderno remedo del desprecio a los hados greco latino llamado discriminación.
Para no renunciar al voluntarismo, renunciamos a la voluntad y nos refugiamos en la mediocridad y en la inacción porque no sabemos y no podemos alcanzar el estadio de independencia de nosotros mismos que nos permita poner en duda nuestros puntos de partida.
Si nuestra voluntad no es la garantía de que nuestro esfuerzo produzca los beneficios deseados, entonces esos beneficios no llegarán nunca. Entonces es mejor dejarse llevar y conformarse porque cualquier otro factor será externo, no dependerá de nosotros y nos obligará no sólo a salir de nuestro voluntarismo sino del principio básico que rige nuestro mundo que se resume en el hecho de que la existencia se mide por exclusivamente por nuestro personalismo como forma de definir el mundo que nos rodea.
Todos estos aspectos nos llevan a escapar continuamente de cualquier cosa que nos recuerde que la persona, nuestra persona en concreto, no se encuentra en el equidistante centro del diámetro de nuestra esfera vital y por ello nos sometemos sin pestañear a una constante cadena de elusiones que nos impide chocar de frente con la realidad y despertarnos de una vez.
La ética social del “me lo merezco” alcanza su máximo estadio con esta sustitución de términos del “nada se consigue sin esfuerzo” de los antiguos abuelos y patriarcas –o matriarcas- por el aparentemente inocuamente cambiado “todo se consigue con esfuerzo.
Acostumbrados a no dar nada y a recibir prácticamente todo aquello que exigimos, pedimos o reclamamos, se nos antoja que si nuestra voluntad y nuestro esfuerzo han de ser garantes de una recompensa.
Parece que nada ha cambiado, pero la máxima antigua no era una declaración excluyente. En ese adagio de antaño lo que venía a decirse que aquello que se busca depende de una multitud de factores y uno de ellos, ineludible e irrenunciable, pero sólo uno de ellos es nuestro esfuerzo.
Nosotros, incapaces de percibir la auténtica realidad de un mundo que no funciona según leyes ex machina lo cambiamos todo. Como el inolvidable Merovingio de la celebrada Matriz, llenamos el mundo de causalidad y eliminamos la casualidad. Nos convertimos en auténticos dioses que eliminan cualquier factor del movimiento cósmico salvo los que emanan de su voluntad.
Eliminamos la suerte, la casualidad, la justicia, la idoneidad y una multitud infinitad de agentes causales del éxito y el fracaso, de las culminaciones de los fines y los sustituimos exclusivamente por la causalidad del voluntarismo como detonante absoluto.
“Todo se consigue con esfuerzo" significa que pretendemos que el mundo se pliegue a nuestra voluntad. Como ancestrales señores feudales de nuestras propias vidas y de los universos de los que somos parte y centro, pretendemos someter la realidad a nuestra voluntad, a nuestro esfuerzo y convertirlos en ley.
Y lo que resulta menos llevado, más generado de un sinsentido es que nos damos cuenta de que no funciona y cuando eso ocurre no modificamos nuestra definición de lo que debe de ser; ni siquiera cambiamos nuestra percepción de lo que es. Nos limitamos a refugiarnos en el concepto de injusticia, en el moderno remedo del desprecio a los hados greco latino llamado discriminación.
Para no renunciar al voluntarismo, renunciamos a la voluntad y nos refugiamos en la mediocridad y en la inacción porque no sabemos y no podemos alcanzar el estadio de independencia de nosotros mismos que nos permita poner en duda nuestros puntos de partida.
Si nuestra voluntad no es la garantía de que nuestro esfuerzo produzca los beneficios deseados, entonces esos beneficios no llegarán nunca. Entonces es mejor dejarse llevar y conformarse porque cualquier otro factor será externo, no dependerá de nosotros y nos obligará no sólo a salir de nuestro voluntarismo sino del principio básico que rige nuestro mundo que se resume en el hecho de que la existencia se mide por exclusivamente por nuestro personalismo como forma de definir el mundo que nos rodea.
Todos estos aspectos nos llevan a escapar continuamente de cualquier cosa que nos recuerde que la persona, nuestra persona en concreto, no se encuentra en el equidistante centro del diámetro de nuestra esfera vital y por ello nos sometemos sin pestañear a una constante cadena de elusiones que nos impide chocar de frente con la realidad y despertarnos de una vez.
Quizás para morir, pero despertar al fin.
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