miércoles, mayo 23, 2007

¿Ciudadanía o Feligresía?

Basta que te pases unos días con gastroenteritis para que te reincorpores al mundo en plena disentería de intransigencia y estupidez.
Simon el mago y sus cohortes de ilusionistas y nigromantes han sacado sus ensalmos, sus varas y sus báculos y se han lanzado al ruedo para exorcizar al último demonio, el último leviatán salido directamente del infierno: la Educación para la Ciudadanía.
Y, como siempre, lo hacen recurriendo a la libertad. Una libertad que ellos llevan siglos sin respetar, milenios sin alimentar, eones sin conceder. Como siempre reclaman para ellos lo que nunca le han otrogado a los demás.
También como siempre, recurren a un decálogo. No pueden hacer nada sin dividirlo en diez, como en su día hiciera para ellos ese señor suyo que les concedió la verdad.
Vayamos pues por partes.
Aquellos que es oponen a esta asignatura -ciertamente burda, todo hay que decirlo- afirman en Arial Black que el hablar de la condición humana o de educación afectivo emocional es una intromisión ilegítima del Estado en la educación moral. Que es algo que sólo corrsponde a los padres.
Pues resulta, señores de la ética debajo del ombligo, es decir de la moral, que todos los que han desarrollado esos conceptos no lo han hecho porque sus padres les hayan introducido en ellos. Dicen que es un derecho de los padres pero se equivocan de medio a medio. La identidad personal es, como su propio nombre indica, algo personal. Corresponde al individuo, no a los padres del individuo. Los padres no pueden cercenar una identidad personal ya sea sexual, ideológica o afectiva, simplemente porque hayan engendrado y parido a un individuo; simplemente porque su identidad no les sirva para sentirse orgullosos ante los vecinos.
Lo que dice la asignatura es que hay que tener claro que tú identidad personal es tuya y es tú responsabilidad crearla, analizarla, modificarla y asumirla. No les dicen como tienen que ser sino que es su obligación decidir como quieren ser.
Y luego entramos en la educación emocional afectiva. ¿El Estado no puede intervenir en eso? ¿Desde cuando? En este país no se puede querer a alguien golpeándolo, lo dice la ley. En este país no se puede querer a alguien anulándolo, lo dice la ley. En España resulta imposible forzar la afectividad de alguien si este no está de acuerdo, lo dice la ley. En nuestro territorio no se puede abusar y manipular a aquellos que nos quieren -incluidos los hijos-, lo dice la ley. El Estado lleva interviniendo en la afectividad desde el principio de los tiempos. La asignatura enseña lo que no se puede hacer, no lo que se debe hacer. Si no les gusta a los padres, significa que no les gustan las leyes que rigen España y pueden irse a otro lugar donde la legalidad no imponga estos "frenos" a la afectividad. Iran, por ejemplo.
La construcción de la conciencia moral pasa por lo mismo. Se trata de enseñanzas en negativo. La moral en este contexto, según la Real Academia de la Lengua española, significa "Que no concierne al orden jurídico, sino al fuero interno o al respeto humano".
Puede que los magos, adalides de la revelación esotérica de su dios, defiendan la inexistencia de una moral de respeto humano universal, pero la hay: Se llama Declaración de Derechos y no fue elaborada en 1948 sino en 1789 por un grupo de ateos. Lo sentimos.
Para acabar con este primer punto nos enfrentamos a la condición humana ¿Quien duda a estas alturas de la condición humana? Puede que ellos crean que la condición humana se basa en el hecho de ser hijos de dios y estar construidos a su imagen y semajanza, pero la condición humana está definida desde hace tanto tiempo que ni su dios opina en contra de ella: Somos animales racionales que tienen a la socialización. Y el anciano de las barbas no tiene nada que decir al respecto.

Eso sobre el primer punto de su decálogo. Vamos con el segundo.


Llegamos a uno de esos puntos que duelen. La verdad no es permanente. Teológicamente, eso supone un problema, puesto que hace que Dios no sea inmutable, pero lamento comunicarles que la teología no es una materia que se incluya dentro de las necesarias para ser ciudadano. Y de eso va la asignatura, de ser ciudadanos. No de ser buenos católicos.
El hombre descendía de Adan y Eva, la Tierra era plana, los buenos iban al cielo, los malos al infierno. Si empatabas con dios ibas al limbo y si perdías por la mínima al purgatorio. Hasta anteayer eso eran verdades absolutas para los católicos y el inquisidor Benedicto se lo ha cargado de un plumazo. Lo siento señores, la verdad absoluta no existe.
La enfermedad de la gota dependía de los humores malignos que pululaban por el cuerpo; la sangre circulaba hacia la derecha; el tiempo era líneal; el universo era estático; la luz sólo se desplazaba en línea recta; toda masa tenía peso... y todo eso se lo ha cargado la ciencia. La verdad permanente no existe.
El problema que tienen estos defensores de la ética inmutable es que no comprenden el concepto de consenso. Llevan siglos imponiendo y manipulando y no se dan cuenta de que el consenso es el único arma para que una sociedad, una ciudadanía -no una feligresía- decida lo que se puede y lo que no se puede hacer.
Volvemos al concepto de educar ciudadanos, no personas individuales, de mantener el consenso social no de imponer la ética personal. No se trata de lo que está bien y lo que está mal, sino de los mecanismos necesarios para la convivencia en una sociedad y en un Estado. Pero, como cuando estos defensores de la ética inmutable han detentado el poder nunca han recurrido al diálogo, tienen problemas para captar el concepto de Contrato Social ¿Les suena?

Y, como si de una sevillana rociera se tratara, vamos con la tercera.

Aquí llega el primer auténtico meollo del asunto ¿Los éticos que han elaborado este colorido documento protestaron cuando se daba religión en los colegios? ¿Se exaltaron exigiendo que no se diera de forma obligatoria ética y moral cuando era la suya la que se desgranaba en las horas lectivas? La respuesta es no. La moral debía enseñarse en los colegios públicos, a cuenta del Estado y de sus erarios porque era la moral que había que enseñar. Porque no hay otra.
Pero ahora resulta que los crios -si atienden lo suficiente- se darán cuenta de que la ética, la bondad o la maldad, la responsabilidad ciudadana y la necesidad del consenso no parten de Dios ni de ese individuo con buenas intenciones que, en caso de existir, se hizo nombrar hijo suyo.
Las tradiciones religiosas no se silencian, se omiten por improcedentes.
Nuestro Estado, nuestra ciudadanía no se basa en las tradición religiosa ¿Qué tradición religiosa anticipó la división de poderes? ¿Qué verdad religiosa creó el Estado de Derecho? ¿Qué herencia católica, protestante o islámica mantiene el Habeas Corpus y la Presunción de Inocencia como principios conformadores de nuestro sistema judicial? ¿Que verdad divina revelada originó la democracia?
La ética para la ciudadanía se debe basar en los principios del Estado del que se es ciudadano y nuestro sistema, los principos que nos rigen, fueron creados por paganos -los romanos y los griegos eran paganos- o por ateos -los enciclopedistas lo eran-. Nuestra sociedad y nuestro Estado se fundamenta en eso. No en las procesiones, los laudes y las rogativas.
Si quieren que Dios y la Trascendencia formen parte de la Ética social, lo primero que tendrían que hacer es demostrar la existencia de ambas cosas. Mientras no lo hagan, mientras su dios no llegue a un consenso ético con el resto de los habitantes y ciudadanos del Estado Español, su moral, su revelación y sus mandatos no serán otra cosa que una ética personal que asumen los que creen en él y que no tienen porque tener relevaciá alguna en la vida pública ni en la organización social.
Y por el momento basta.
No sé si mi gastroenteritis o la diarrea mental de aquellos que han creado el decálogo ético contra la Educación para la Ciudadanía me obligan a ir al baño. Pero seguiré.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Firmo, punto por punto, lo dicho por Gerardo. Yo, simplemente, iría al discurso real de estos tipos, y no al aparente. No les importa nada, salvo el poder, que ejercen a través del miedo. Ya lo hicieron con la risa, ¡La risa!, que llegaron a cuestionar: ¿es pecado?. Ahora es el preservativo, las relaciones homosexuales o las señoras ejerciendo de sacerdotes. Todo eso les da igual. Absolutamente igual. No discutamos: cuando señalen, no les miremos el dedo, sino adonde señalan, que es, idefectiblemente, en dirección al poder. No tienen ninguno sin el miedo. Son una nada ridícula. "Si no fueran tan dañinos, nos darían lástima", dice Serrat. A mí, ni lástima. Simplemente asco. No soy de su misma raza. Somos especies distinas.

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