Esta si que es buena. Según estos supuestos profesionales éticos, que parecen colocar la ética solamente por debajo del ombligo, resulta intolerable que se intente imponer la ideología de género.
La ideología de género, como ellos la llaman, no es algo cuestionable. Esa ideología, que emana de varías declaraciones universales de derechos y de otras tantas de la Unión Europea, supone básicamente dos cosas: que cada uno vive su sexualidad como quiere y que nadie puede ser discriminado por esa elección.
La ideología de género, como ellos la llaman, no es algo cuestionable. Esa ideología, que emana de varías declaraciones universales de derechos y de otras tantas de la Unión Europea, supone básicamente dos cosas: que cada uno vive su sexualidad como quiere y que nadie puede ser discriminado por esa elección.
¿Qué problema ético supone aceptar esa ideología?
Supone el mismo problema ético que aceptar que cada persona puede elegir donde vive, o cual es su trabajo, o cual es su forma de relación de pareja, o cual es su compromiso político. Es decir, ninguno.
Si no se puede imponer la “ideología de género” tampoco se podrá imponer la “ideología de sexo” o la ideología de religión”, con lo que será intolerable para el ciudadano que el Estado le impida golpear hasta la muerte a su pareja o que le impida perseguir con una espada en la mano a todos aquellos que no creen en el mismo dios que él. Y sobre todo que le impida transmitir esos conocimientos a sus vástagos.
El programa de la asignatura Educación para la Ciudadanía impone –como toda asignatura, no olvidemos que las matemáticas nos imponen estudiar las sumas- el conocimiento y el rechazo de las actitudes que impiden la convivencia. Textualmente: xenofobia, sexismo, racismo y homofobia.
Y estos filósofos de la revelación divina, mantienen que el Estado no puede considerar la homofobia como un comportamiento reprochable. “Tengo derecho, según la Declaración de Derechos Humanos, a enseñar lo que quiera a mis hijos y ello incluye el reproche ético a la homofobia”, claman estos falsos éticos.
El primer error consiste en no tener en cuenta que esa misma declaración de Derechos que tremolan se fundamenta en la obligatoriedad –si, la obligatoriedad- de no discriminar a nadie por ningún motivo.
La homofobia es reprochable porque no supone una crítica o una incomprensión. La homofobia es reprochable porque, para que las mentes obtusas que se sienten atacadas por la asignatura lo comprendan, supone coger tres piedras del suelo y arrojárselas a un individuo por ser homosexual. Eso es la homofobia.
Y ningún padre tiene derecho a enseñar eso a su hijo; como ningún padre tiene derecho a enseñar que se debe pegar a la pareja para mantenerla “ a raya” o que se debe perseguir a todos aquellos que consideren que existe un ser trascendente e inmortal.
Y no lo tiene porque el Estado –que no el Gobierno- tiene la obligación de garantizar la convivencia entre todos aquellos que forman parte de su sociedad. Por eso tiene derecho a definir, por consenso, los valores de convivencia que rigen en el territorio sobre el cual se asienta ese Estado. Eso es el Contrato Social. Y vale para la religión, para la ideología y para la inclinación sexual. Les guste o no a todos aquellos que siguen creyendo de forma encubierta en las teocracias.
Tampoco reconocen el error de no darse cuenta de que hay cosas que no tienen derecho a criticar ni a cuestionar porque no les incumben. Y para completar el absurdo, estos intransigentes, que exigen su derecho a la intransigencia, apelan a la cláusula de conciencia para reclamar el derecho a enseñar el odio a la homosexualidad. Es un argumento tan absurdo como cambiar de tumbona en el Titanic. Es una falacia circular.
“Mi conciencia me impide permitir que mi hijo aprenda que no se pueden coger tres piedras y arrojarlas contra un homosexual, señor juez”. Es de suponer que ese más o menos será el enunciado de su protesta. La cláusula de conciencia implica conciencia –como su propio nombre indica- y no hay conciencia que pueda sentirse inquieta por no odiar. Eso es lo que pretende enseñar la nueva asignatura.
Los homosexuales llevan generaciones enteras discutiendo con aquellos que les niegan el derecho a la existencia; que les consideran perversiones éticas o desviaciones genéticas y no han acosado a nadie por negarse a aceptarles ¿Será que los acosadores tienen miedo a recibir una moneda con la que sólo ellos han comerciado?
Ellos, acosadores y perseguidores seculares, mantienen que la homofobia es una cuestión ética, que tienen derecho a plantearla y a enseñarla. Pero no lo tienen.
La homosexualidad, la heterosexualidad y la transexualidad son conceptos que, en el caso de ser discutidos éticamente, no van más allá de la ética –que no la moral- sexual.
Y en la ética sexual hay muchas cosas que discutir: ¿Nuestro cuerpo es un objeto? , ¿Podemos utilizar a los demás como objetos? ¿Son éticos los comportamientos sexuales que incluyen obligación, imposición, tasación, arbitrariedad o falta de consentimiento de alguna de las partes?
Esas son las preguntas de la ética sexual. El cómo, donde, cuando y con quien no se incluye en la discusión. Es mero cotilleo intransigente y morboso.
No puede haber crítica ética a la homosexualidad porque la homosexualidad no tiene nada que ver con la ética. Con la ética tienen que ver la homofobia y la heterofobia, porque son actitudes reprochables que impiden la convivencia. Pero la homosexualidad y la heterosexualidad no tienen ningún elemento ético que discutir.
En realidad, no pueden disimular que el único argumento que tienen es que su dios –porque dios es sólo suyo- les dijo en un libro, escrito por rabinos judíos miles de años después de la supuesta creación, que sólo pueden copular hombre y mujer.
Eso y la “quiebra” de un concepto de familia que no reconocen como una evolución cultural sino como una imposición divina y trascendental de como tienen que funcionar las cosas.
La tolerancia, la solidaridad, la justicia, la igualdad, la responsabilidad y el compromiso social e ideológico no sirven para articular la sociedad. Sólo sirve el hecho de que una mujer y un hombre tengan un par de críos. Esa es su sociedad, esa es su cultura.
Es posible que ellos tengan derecho a vivir así pero, ¿les han preguntado a sus hijos si quieren hacerlo?
Supone el mismo problema ético que aceptar que cada persona puede elegir donde vive, o cual es su trabajo, o cual es su forma de relación de pareja, o cual es su compromiso político. Es decir, ninguno.
Si no se puede imponer la “ideología de género” tampoco se podrá imponer la “ideología de sexo” o la ideología de religión”, con lo que será intolerable para el ciudadano que el Estado le impida golpear hasta la muerte a su pareja o que le impida perseguir con una espada en la mano a todos aquellos que no creen en el mismo dios que él. Y sobre todo que le impida transmitir esos conocimientos a sus vástagos.
El programa de la asignatura Educación para la Ciudadanía impone –como toda asignatura, no olvidemos que las matemáticas nos imponen estudiar las sumas- el conocimiento y el rechazo de las actitudes que impiden la convivencia. Textualmente: xenofobia, sexismo, racismo y homofobia.
Y estos filósofos de la revelación divina, mantienen que el Estado no puede considerar la homofobia como un comportamiento reprochable. “Tengo derecho, según la Declaración de Derechos Humanos, a enseñar lo que quiera a mis hijos y ello incluye el reproche ético a la homofobia”, claman estos falsos éticos.
El primer error consiste en no tener en cuenta que esa misma declaración de Derechos que tremolan se fundamenta en la obligatoriedad –si, la obligatoriedad- de no discriminar a nadie por ningún motivo.
La homofobia es reprochable porque no supone una crítica o una incomprensión. La homofobia es reprochable porque, para que las mentes obtusas que se sienten atacadas por la asignatura lo comprendan, supone coger tres piedras del suelo y arrojárselas a un individuo por ser homosexual. Eso es la homofobia.
Y ningún padre tiene derecho a enseñar eso a su hijo; como ningún padre tiene derecho a enseñar que se debe pegar a la pareja para mantenerla “ a raya” o que se debe perseguir a todos aquellos que consideren que existe un ser trascendente e inmortal.
Y no lo tiene porque el Estado –que no el Gobierno- tiene la obligación de garantizar la convivencia entre todos aquellos que forman parte de su sociedad. Por eso tiene derecho a definir, por consenso, los valores de convivencia que rigen en el territorio sobre el cual se asienta ese Estado. Eso es el Contrato Social. Y vale para la religión, para la ideología y para la inclinación sexual. Les guste o no a todos aquellos que siguen creyendo de forma encubierta en las teocracias.
Tampoco reconocen el error de no darse cuenta de que hay cosas que no tienen derecho a criticar ni a cuestionar porque no les incumben. Y para completar el absurdo, estos intransigentes, que exigen su derecho a la intransigencia, apelan a la cláusula de conciencia para reclamar el derecho a enseñar el odio a la homosexualidad. Es un argumento tan absurdo como cambiar de tumbona en el Titanic. Es una falacia circular.
“Mi conciencia me impide permitir que mi hijo aprenda que no se pueden coger tres piedras y arrojarlas contra un homosexual, señor juez”. Es de suponer que ese más o menos será el enunciado de su protesta. La cláusula de conciencia implica conciencia –como su propio nombre indica- y no hay conciencia que pueda sentirse inquieta por no odiar. Eso es lo que pretende enseñar la nueva asignatura.
Los homosexuales llevan generaciones enteras discutiendo con aquellos que les niegan el derecho a la existencia; que les consideran perversiones éticas o desviaciones genéticas y no han acosado a nadie por negarse a aceptarles ¿Será que los acosadores tienen miedo a recibir una moneda con la que sólo ellos han comerciado?
Ellos, acosadores y perseguidores seculares, mantienen que la homofobia es una cuestión ética, que tienen derecho a plantearla y a enseñarla. Pero no lo tienen.
La homosexualidad, la heterosexualidad y la transexualidad son conceptos que, en el caso de ser discutidos éticamente, no van más allá de la ética –que no la moral- sexual.
Y en la ética sexual hay muchas cosas que discutir: ¿Nuestro cuerpo es un objeto? , ¿Podemos utilizar a los demás como objetos? ¿Son éticos los comportamientos sexuales que incluyen obligación, imposición, tasación, arbitrariedad o falta de consentimiento de alguna de las partes?
Esas son las preguntas de la ética sexual. El cómo, donde, cuando y con quien no se incluye en la discusión. Es mero cotilleo intransigente y morboso.
No puede haber crítica ética a la homosexualidad porque la homosexualidad no tiene nada que ver con la ética. Con la ética tienen que ver la homofobia y la heterofobia, porque son actitudes reprochables que impiden la convivencia. Pero la homosexualidad y la heterosexualidad no tienen ningún elemento ético que discutir.
En realidad, no pueden disimular que el único argumento que tienen es que su dios –porque dios es sólo suyo- les dijo en un libro, escrito por rabinos judíos miles de años después de la supuesta creación, que sólo pueden copular hombre y mujer.
Eso y la “quiebra” de un concepto de familia que no reconocen como una evolución cultural sino como una imposición divina y trascendental de como tienen que funcionar las cosas.
La tolerancia, la solidaridad, la justicia, la igualdad, la responsabilidad y el compromiso social e ideológico no sirven para articular la sociedad. Sólo sirve el hecho de que una mujer y un hombre tengan un par de críos. Esa es su sociedad, esa es su cultura.
Es posible que ellos tengan derecho a vivir así pero, ¿les han preguntado a sus hijos si quieren hacerlo?
Y, como en ningún festejo de toros - o de cabestros, según se mire- hay quinto malo, la que sigue a acontinuación tampoco tiene desperdicio.
Precisamente ellos, que llevan años, siglos, milenios experimentando el fracaso de la tesis de "la moral con sangre entra" se quejan de que no se recurra a la vara de avellano y al copiar mil veces para introducir los elementos éticos en las mentes de sus hijos, si es que los tienen y si es que los reconocen.
Se podría estar de acuerdo con la necesidad de una ética del esfuerzo y de la voluntad como material necesario para la supervivencia ética en la sociedad, pero nunca en contraposición a los aspectos afectivos y emocionales. Las emociones configuran una parte esencial de ese "concepto de ser humano" que ellos se niegan a aceptar y no se entiende a un ser humano sin sus relaciones afectivas. Por mucho que te esfuerces, por mucha voluntad que le pongas, resulta imposible entenderse sin comprender tus emociones y tus afectos.
Pero, una vez más, topamos con lo que topamos siempre. Para todos estos éticos de sacristía y filósofos de presbiterio, las emociones deben controlarse, los afectos deben apartarse. La ascética del acercamiento a su dios lo impone y eso tiene que valer para todos, incluso para los que quieren mantener a su dios a una distancia prudencial y para los que simplemente cuando ellos señalan a su ser divino ven un conjunto de neuronsl mal organizadas. Si quieren enseñar ascetismo a sus hijos que lo hagan, pero el Estado sólo les enseña a reconocerse como seres humanos. Ser humano es una condición indispensable para ser ciudadano. Ser eremita, no.
Se podría estar de acuerdo con la necesidad de una ética del esfuerzo y de la voluntad como material necesario para la supervivencia ética en la sociedad, pero nunca en contraposición a los aspectos afectivos y emocionales. Las emociones configuran una parte esencial de ese "concepto de ser humano" que ellos se niegan a aceptar y no se entiende a un ser humano sin sus relaciones afectivas. Por mucho que te esfuerces, por mucha voluntad que le pongas, resulta imposible entenderse sin comprender tus emociones y tus afectos.
Pero, una vez más, topamos con lo que topamos siempre. Para todos estos éticos de sacristía y filósofos de presbiterio, las emociones deben controlarse, los afectos deben apartarse. La ascética del acercamiento a su dios lo impone y eso tiene que valer para todos, incluso para los que quieren mantener a su dios a una distancia prudencial y para los que simplemente cuando ellos señalan a su ser divino ven un conjunto de neuronsl mal organizadas. Si quieren enseñar ascetismo a sus hijos que lo hagan, pero el Estado sólo les enseña a reconocerse como seres humanos. Ser humano es una condición indispensable para ser ciudadano. Ser eremita, no.
Y aún nos faltan cuatro.
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