Volvemos a las andadas.
De nuevo se juega con el miedo, de nuevo se vuelve a arrojar la pelota al campo de juego, de nuevo los eternos simbiontes del terror reaparecen y aplican sus fauces succionadoras de sufragios sobre la columna vertebral de Euskadi. De nuevo política y terror caminan de la mano. De nuevo no aprendemos De nuevo no cambiamos. De nuevo hay elecciones.
Ilegalizada Sortu por no querer creer lo que estaba diciendo, por no confiar en lo que ha escrito en sus papeles, en sus estatutos, comienza a ocurrir lo que siempre a ocurrido.
Las huestes del ínclito Mariano, que lleva tanto tiempo perdido entre sus cosas y sus amigos levantinos que ya ni se sabe donde está, se lanzan a la conquista del voto municipal, del sufragio autonómico con las manos libres para temolar en ellas la única bandera que hasta ahora les ha dado réditos electorales: el terror y el terrorismo.
Lo mejor sería -deben pensar aquellos que soñaban con oportunos estallidos de bombas en comicios anteriores- un atentado. Y si fuera contra uno de los suyos, mejor y si fuera, como antaño, contra el egregio líder, mayoría absoluta incontestable.
Pero hasta las obtusas mentes, cegadas por la sangre y la violencia, han aprendido la lección con respecto al Partido Popular. No habría nada que le viniera mejor al PP que poder exibir, como hicieron con Aznar, un lider atacado, en el punto de mira de la muerte y de la sangre, que tanto papel hace entrar en sus urnas. Y, en este caso, si le incapacitan mejor. Es más que preferible un mártir incpacitado que un líder incapaz.
Pero como no habrá atentados porque hay tregua; como no habrá rupturas porque ETA aprende más rápido que ellos -lo cual no es níngun mérito por su parte. Eso lo hace cualquiera-; como no habrá excarcelaciones que distorsionar porque hasta el PSOE les ha adelantado en el aprendizaje -¡manda huevos, que diría el señor Trillo!-, buscan otra cosa.
Como no hay nada de lo que les gusta que haya en unas elecciones como dios manda, de esas que ellos ganan, tiran de lo que tienen. De lo único que han hecho y que saben hacer. De buscar en el miedo vendido y propagado la llave de la puerta que da acceso al poder. Tiran de ETA y la llaman en su ayuda. Tiran del Caso Faisal.
No es tan impactante como un coche oficial abollado por una bomba activada a distancia, no es tan trágico como un Miguel Angel Blanco, no es tan frustrante como un De Juana Chaos, no es tan emotivo como una entrega de llaves a la familia de un inmigrante muerto en la T4. Pero es lo que hay.
ETA ni está ni se la espera en estas elecciones. Así que hay que echar mano del pasado. Y el caso Faisal hace su aparición por el lateral del escenario.
Y las sorayas y las dolores salen a la palestra política a exigir responsabilidades por esa fallida negociación, a vender por enésima vez que el gobierno, el pérfido y blando gobierno socialista, nos arroja en los brazos y los cañones de las pistolas de aquellos que sólo saben matar.
Pero esta vez llevan el rocambole de su condición de pez simbionte del tiburon cuyas fauces llevan devorando Euskadi desde hace treinta años a un nuevo nivwel de absurdo, de ridículo, de perversión.
Esta vez De Santamaria no agita los folios del Pacto Antiterrorista; De Cospedal -¿Por qué todas la lideres del PP son "De" algo?- no tremola enardecida La Constitucion. Lo que hacen es agitar ante las cámaras preelectorales de toda España los papeles de Thierry, las actas de ETA. La voz y la palabra de los que matan.
Toda incoherencia es poca cuando se trata de ganar un centenar más de concejales, un puñado más de diputados autonómicos. Aunque tu incoherencia siga matando Euskadi.
Las palabras de los asesinos y los sicarios del terror se convienten, de repente, por mor de la necesidad electoral, en argumento de ley para demostrar que el Gobierno no lucha adecuadamente contra los terroristas. Los escritos de aquellos que han usado los dedos tantas veces para apretar el gatillo que ya apenas saben usarlos para redactar un documento, se convierten en argumentos irrefutables, en pruebas fehacientes, en verdades incontestables, tratadas ante los medios de comunicación como revelaciones evangélicas redactadas ex catedra.
Los etarras dicen que hubo promesas políticas y hay que creerles; los jefes de la mafia asesina que sangra Euskadi escriben que se prometieron excarcelaciones y que se paralizó la acción policial y se convierte en evidencia fidedigna de la realidad del pasado.
La palabra de ETA es ley, es carga de prueba, es incuestionable. Es la verdad en estado puro.
Y El Gobierno, ese gobierno aquejado por las dolencias de los pocos que hasta ahora le habían mantenido sus escasas fortalezas, tira de lo mismo.
Pone a todos los suyos a esculcar entre las lineas, mal concebidas y peor redactadas, de esas actas para encontrar el argumento contrario. Intenta buscar en la exégesis de la verdad revelada, por los repentinamente creíbles papeles de ETA, una forma diferente de contrarrestar la vieja estrategia electoral del Partido Popular de devolvernos el terrorismo a la mente y la víscera cada vez que comienzan a colocarse las urnas en los colegios electorales.Da igual que encuentren frases como "el gobierno nos la ha clavado", da igual que descubran sentencias como "creímos que podíamos conseguirlo en el ámbito político y fue rechazado".
No importa que ETA de la razón a unos o a otros. Lo que es relevante, tristemente relevante, repugnantemente relevante, es que unos y otros buscan el apoyo de sus palabras, necesitan el impulso de sus escritos.
Si unos y otros no son capaces de utilizar como argumento otra cosa que no sea lo que los violentos y los asesinos furiosos dicen de ellos, más les valdría no presentar lista alguna en las próximas elecciones. Si han de mostrar como defensa o como acusación la voz de la sangre y usarla de testimonio de calidad, más les valdría disolverse como los partidos políticos que han dejado de ser y constituirse oficialmente en las logias secretas de poder cuyos compartamientos maquiavélicos imitan. Más les valdría volver a todos a las cavernas..
Y todo ello apenas un latido histórico después de que ambos argumentaran que lo dicho y escrito por ETA y los que fueran su entorno no es digno de crédito.
Todo ello después de forzar por presión al Tribunal Supremo -algo muy vagamente democrático, por cierto- a imponer una tesis de ilegalización, tan injusta como peligrosa, basada en que no podemos creer en la sinceridad de las palabras de ETA cuando habla de dejar las armas ni en las de Sortu cuando dice que se ha separado de ETA, la rechaza y no quiere que siga manando la sangre y el odio en las tierras y las sociedades vascas.
O sea que no podemos creerles cuando sus palabras sirven para avanzar, para buscar una salida y una esperanza para Euskadi, pero estamos obligados a hacer caso de sus letras cuando estas demuestran lo que queremos, cuando sus documentos nos dan la razón y nos permite seguir jugando al mismo juego en le que tenemos todas las de ganar, porque ponemos y cambiamos las reglas a voluntad.
Una vez más, los dos grandes partidos de este país han demostrado que no merecen su nombre ni su autoimpuesta denominación. Ni son grandes, ni son constitucionalistas.
No han tardado mucho en demostrar cuales son los motivos reales por los que no han consentido la entrada en el juego democrático de la izquierda abertzale radical democrática -los llamaré así hasta que sus actos demuestren lo contrario. Es mi viejo y anacrónico vicio de la presunción de inocencia. Muy molesto, lo sé-.
El PSOE no podía consentirlo porque hubiera sido presentado por el PP como la última concesión del Gobierno y hubiera tremolado las actas del caso Faisal para demostralo. Y el PP no podía permitirlo porque, si la paz estaba conseguida y sellada, a lo mejor a nadie le importaba ya que hubiera sido lograda a través de una negociación secreta y de algunas concesiones políticas y se hubiera quedado sin escualo asesino entre cuyos dientes rascar para encontrar los votos que le alimentan cada cuatro años.
Los socialistas y los populares han jugado y están jugando al mismo juego que han jugado siempre. Al juego que jugamos, lamentablemente, todos nosotros cada día en nuestras familias, en nuestras empresas, en nuestros hogares, en nuestros encuentros y en nuestros desencuentros.
A ese rompecabezas absurdo y continuo que supone tomar en consideración solamente aquello que queremos oír; dar y quitar credibilidad, dependiendo de si se habla en favor o en contra nuestra; intentar recomponer la realidad tomando solamente las partes que nos vienen bien; dar la razón a los que dicen lo que ya hemos decidido que es cierto, aunque sepamos que no lo es, y quitársela a todos aquellos que afirman algo que va en nuestra contra, aunque tengamos la certeza de que es verdad; dudar de la realidad de los hechos en favor de nuestra percepción de los mismos; cambiar de argumento y de defensa cuando somos pillados en un renuncio, cuando cambiamos de objetivo.
Y lo peor es que ese juego que vuelven a jugar el PP y el PSOE, ante nuestras complacientes miradas cuando se acerca una nueva votación, no está perjudicando a Sortu, no está perjudicando a ETA, no esta perjudicando al Gobierno Vasco ni a las formaciones políticas españolistas, nacionalistas vascas o independentistas. Ese juego está impidiendo vivir a Euskadi.
Pero, tranquilos, no es tan grave. El que jugamos nosotros, nos está matando a todos.
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