La economía está llamando a nuestras puertas. La economía, ese animal bicéfalo que mira con buenos o malos ojos según le caiga el dia, ha dejado de atisbar por la ventana y quiere entrar. Ese dios ciego y maniqueo que reparte dones y castigos sin pararse a mirar a sus víctimas o sus beneficiados, llama a nuestras puertas, a las puertas de nuestras alquiladas o hipotecadas viviendas. Y ya no lo hace con timbre o aldabón, ni siquiera lo hace a puñetazos. Lo hace con un ariete.
Y lo hace porque la hemos consentido hacerlo. Porque, una vez más, nuestra falta de previsión y nuestra irresponsabilidad nos ha llevado a caer en sus garras y en sus bolsas. Lo hace porque somos incapaces de aprender de nosostros mismos cuando de dinero se trata.
Durante una generación -o probablemente dos- hemos puesto nuestras esperanzas en lo económico, nuestra definición en lo económico y nuestra estima en lo económico y ahora lo económico ha demostrado que está más allá de nuestro control, más allá de nuestras espectativas, más allá de nuestras posibilidades.
Es fácil echarle la culpa a los gobiernos, al Banco Central Europeo, a la burbuja inmobiliaria o al mileurismo y es más que cierto que todos esos factores han contribuido a la situación. Pero los responsables somos nosostros por permitir que ocurriera, por hacer de nuestro futuro un elemento de cambio y bolsa, por jugar al poquer cubierto contra la lógica, por escribir el cuento de la lechera con nuestras casas y nuestros ingresos.
No es lo que vende, no es lo que se suele decir en estos casos. Pero salvo un puñado de gente que vive de alquiler porque no puede costearse otra cosa y otro puñado que apenas puede hacer frente a una hipoteca ajustada que es lo mínimo que puede pagar, todos los demas somos víctimas de nuestros propios delirios de grandeza.
No es apopiado caer en el vicio de la generalización, porque es cierto que muchos han hecho cuentas y cuentas para comprar la única vivienda que podían comprar, para alquilar el único piso que podían alquilar y aún así lo pasarán mal. Esos y esas son los que pueden éticamente permitirse reclamar, exigir su derecho a la mínima dignidad de tener un techo. Pero, como siempre, son mínoría. La responsabilidad y el buen criterio es minoritario. Si lo es en los gobiernos, ¿cómo no va a serlo en los pueblos?
Pero hay otros y otras. Los que han permanecido en las casas de sus padres para poder gastarse sus sueldos mileuristas en ipods y viernes por la noche; los que se han metido en hipotecas de 700.000 mil euros contando con dos sueldos mileuristas como si el amor durara para siempre; los y las que han construido castillos de naipes contando con aumentos prometidos, herencias futuribles y ayudas parentales imposibles; los que han comprado un apartamento y lo han vendido sin habitarlo para comprarse un piso que también han vendido para, a su vez, comprarse un chalét, muy por encima de sus posibilidades, que han pretendido pagar con el alquiler del piso en el que apenas han vivido. Todos esos no pueden reclamar, todos esos son complices y artífices de la especulación que ahora amenaza sus vidas, su autoestima y su futuro. Todos esos sólo pueden sentarse ante los pedazos rotos del cantaro y maldecir y llorar sobre la leche esparcida por el suelo e inutilizable.
La irresponsabilidad nos ha llevado a donde estamos y ahora no podemos pararlo, no podemos controlarlo y no podemos culpar a nadie.
Porque nadie nos obligó a elegir tipos variables en lugar de fijos, cambiando estabilidad por beneficio; porque nadie nos obligó a comprar viviendas muy por encima de nuestras posibilidades, contando con que nuestros padres morírian o nuestros jefes nos ascenderían en unos cuantos años, cambiando previsión por esperanza -en muchos casos macabra-; porque nadie nos obligó a firmar hipotecas que suponían el setenta por ciento de la suma de nuestro sueldo y el de nuestra pareja esperando que nunca se diera la tesitura de tener que dividir los ganaciales, intercambiando así realidad por sueños románticos.
Nadie nos obligó a hacerlo pero lo hicimos porque así se hacián las cosas. Porque era lo que nuestros amigos de nocturnidades sabatinas y nuestros compañeros del resto de la semana habían hecho. Se hizo porque se suponía que era lo que tenía que hacerse, como hay que comprarse un monovolumen cuando se tiene un hijo, como hay que explotar a los abuelos para cuidarle, como hay que vivir de la teta paterna y materna hasta que se puede comprar una casa en la que probablemente no se planea vivir y con la que sólo se quiere especular para dar el salto de calidad que te lleva a la vivienda de ostentación. Esa que se supone que tenemos que tener aunque no podamos pagarla.
Y como la lechera vemos caer nuestros sueños y nuestras falsas previsiones cuando el cantaro se hace añicos por un tropezón. Cuando la burbuja se desinfla porque no hay nadie que compre las casas, porque nadie sale de su casa para vivir de alquiler en pisos compartidos, porque no hay aumentos de sueldo, ascensos, ni herencias millonarias, porque nuestros padres se niegan a arriesgar su futuro por nosostros como se niegan a esclavizarse a sus nietos para garantizarnos el constitucional derecho a la jarana nocturna, el puente y el polvo sin interrupciones.
Vemos caer nuestra escenificación del futuro porque los bancos, los constructores, los padres y los avalistas se empeñan en ser protagonistas de sus vidas en lugar de actores secundarios de las nuestras.
Y convertimos nuestra comedia romántica en tragedia pero, ni aún así, aceptamos nuestras responsabilidades. Quemamos nuestras casas para cobrar el seguro y así poder pagar las deudas con los bancos -de momento sólo lo hacen en Estados Unidos, pero todo llegará-; hacemos explotar viviendas que no son nuestras porque nos van a deshauciar del alquiler y escribimos una carta echándole la culpa a la Administración y acusándola de maltratadora por no hacer fácil la vida a una mujer maltratada; exigimos al Gobierno que controle los tipos de interés cuando no puede acerlo y que obligue a los empresarios a aumentar los salarios, mientras, los que pueden, incrementan los alquileres a sus inquilinos para hacer frente a su hipoteca.
Pero en realidad nada de eso debería ser importante si hubieramos separado amor, esperanza, autoestima y futuro del único concepto al que hemos vinculado todo en los últimos veinte años: el dinero.
Pero tampoco conviene preocuparse. Aunque todos los que tomaron ese camino merecieran acabar debajo de un puente, alguien arreglará las cosas. Todavía quedan muchos chalets, parcelas, coches todoterreno, urbanizaciones con golf, balneario y paddel, ipods, plasmas, duplex y áticos que vender.
Ya que nosotros nunca aprenderemos de nuestros errores porque nunca los consideraremos nuestros. Acabaremos la fábula echándole la culpa a dios o a la mala suerte. Al fin y al cabo ninguno de los dos puede defenderse: uno porque no existe y la otra porque no habla.
3 comentarios:
Aquí tienes una interesante explicación sobre lo que nos espera. Para echarse a temblar.
http://www.nachogiral.com/2008/03/explicacin-la-crisis-financiera-que-nos.html
Mi queridisimo House, creo que Benjamin Franklin define bien el termino economia cuando dice: " Amo la casa en la cual no veo nada superfluo y hallo todo lo necesario". Siempre me gusto esa definición por eso queria compartirla, no obstante, si miras por esa pequeña ventana al 80% del mundo, te daras cuenta de que la situacion en España no esta tan mal como lo planteas. Es cierto, debemos aprender de los errores pero como bien dicen, somos el unico animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Hola,soy el marido de natacha.Mi mujer maneja el dinero en casa y he dejado de fumar porque no me da ni pa' cigarrillos.Eso sí:es muy linda
Publicar un comentario