Está claro que los gobiernos y las oposiciones tienen que enviar mensajes distintos, opuestos antagónicos -o a lo mejor no está tan claro, pero es lo que hacen-. Hasta ahí todo puede ser más o menos normal si ya hemos renunciado a lógica en el discurso político que aqueja y atora este país nuestro -no es pesimismo, es realismo, creedme-.
Pero lo que nos han obligado a desayunar esta mañana los que gobiernan y los que quieren gobernar va más allá de los límites que podemos considerar medianamente permisibles.
Los ínclitos proceres de los partidos mayoritarios nos han proporcionado uno de los mayores cuentos románticos y una de las más grandes tragedias griegas de todos los tiempos en un sólo día, en un par de discursos.
Nos han obligado a elegir entre la versión más rádical del del jefe de una aldea gala y el remix más positivista de ese ídolo de quiceañeras, que reivindica su derecho a entrar en zapatillas en los garitos de moda, llamado Dani Martín.
Y me explico.
El Presidente Zapatero llega a Ponferrada, a esa tierra en la que todos le escuchan porque es de los suyos, y se dedica a tirar de la candidez propia de la canción que el jovenzuelo músico grabara hace años con esa chica vasca de brazos orondos y voz ratonera.
¿Cual es su mensaje político, después de aprobar los presupuestos con un cinco raspado? ¿Cual es su plan para hacer resurgir un partido que se hunde en las encuestas y un gobierno bloqueado por sus propios apriorismos ideológicos y por sus tardías reacciones económicas? Pues el chico se acuerda del instituto y tira del famoso estribillo de "Puede ser que lo malo sea hoy". Y se queda tan ancho.
"En un año y medio pueden pasar muchas cosas". El optimismo que rebosa esa afirmación ante el entregado público leonés -siempre me he preguntado por qué motivo los líderes políticos hacen mítines ante los que ya están convencidos y no antee aquellos a los que tendrían que convencer- es digno de elogio, digno de admiración, es casi digno del concepto de esperanza que se estudiaba antaño en los famosos catecismos de Ripalda y Astete.
Así que ¿quién sabe?, dice aquel al que en teoría le pagan por saber -o, al menos por intentar saber-. A lo mejor la crisis desaparece, a lo mejor un día entre hoy y las próximas elecciones nos levantamos y nos damos cuenta de que la crisis, la destrucción de empleo, el hundimiento del tejido empresarial han sido una pesadilla colectiva provocada por unas esporas primaverales que nos han afectado a todos. Puede ser, como diría Dani Martín, que lo malo sea hoy.
El optimismo se hace peligroso cuando Zapatero continúa afirmando que el PSOE ganará las Generales, las Municipales y las Autonómicas en un ejercicio que transforma dicho optimismo en temeridad. Los socialistas no van a hacer nada para que ocurra, no van a modificar en nada su forma de hacer las cosas pero -¿quién sabe?, de nuevo- a lo mejor ocurre. En un año y medio pueden ocurrir muchas cosas. Puede ser que lo malo sea hoy.Y se convierte en enfermizo hasta la candidez infantil cuando afirma que en un año y medio el PNV jugará un papel importante en la desaparición de ETA y Otegui modificará su postura porque "las últimas palabras que ha dicho son mejores que las anteriores".
En ese punto, la masa, la población, la audiencia -como quiera que se nos llame ahora en las escuelas sociológicas actuales- debería ya estar asustada hasta el exceso, debería estar rebuscando con absoluta deseperación sus teléfonos móviles para llamar al 112 y avisar de la emergencia psiquiátrica que sufre su Presidente del Gobierno. Debería tener claro que Zapatero ha enloquecido víctima de un ataque de candidez presidencial, agravado con un acceso de optimismo desmesurado y de temeridad gubernativa.
Pero no. Ellos aplauden, aplauden a rabiar. Aplauden no porque le crean, sino porque necesitan creerle. Y en ese moneto el himno del PSOE suena hasta la saturación de los oídos. "Puede ser que lo malo sea hoy".
Y eso es lo peor. Zapatero habla así porque sabe que le escucharán, que le harán caso. Porque sabe que una buena parte de aquellos que vivimos y convivimos en lo que se ha dado en llamar el mundo occidental ya nos hemos rendido.
Nos hemos arrojado a ese impulso que parece valiente, que parece vital, que parece optimista, de vivir día a día, de no pensar en el futuro, de vivir cada día como si no fuera a haber mañana, de no hacer planes, de aceptar lo que la vida nos da y disfrutar de ello.
Nos hemos rendido porque alguien, en algún momento, nos vendió que esa rendición era la única forma de seguir combatiendo. O porque, en realidad, nunca hemos querido combatir. Así que Zapatero nos obsequia con su candidez simplemente porque nosotros le hemos pedido que lo haga.
Vivimos al día y esperamos, sólo esperamos, sin hacer nada por ello, sin asumir esfuerzo alguno que nos conduzca a ello, que lo malo sea hoy, que el día de mañana nos ofrezca algo mejor. Por eso vivimos al día, por eso nos negamos a hacer planes, por eso nos hemos rendido.
El optimismo es una fuerza de impulso para hacer algo no para sentarte a esperar que la vida te lo de. Es un acicate para empujarte en tus esfuerzos, no para sustituirlos. Puede ser que lo malo sea hoy, pero tendremos que hacer algo para que lo bueno sea mañana ¿o no?
Parece que no, Zapatero y una gran parte de nosotros vive al día, toma lo que la vida le da y no se plantea nada más. Se han rendido.
Y luego estan los otros
Los Cospedales, Rajoys y Santamarías que se han dedicado todo el fin de semana a ejercer de jefes de aldea gala corriendo de un lado a otro con el escudo sobre la cabeza gritando ¡El cielo se cae sobre nuestras cabezas!
La oposición ha hecho honor a su nombre y se ha colocado en el lado completamente contrario del arco gaussiano. Hemos pasado del cuento de la lechera a la tragedía primigenia de la Titanomaquia.
Cuando, ante el ataque de candidez psiquiátrica de nuestro gobierno, los muchos o pocos que todavían se preocupan más de la realidad que de su percepción de ella exigen, piden, casi imploran, un poco de realismo, ¿como reacciona la oposición? ¿en qué mensaje basan su reacción a ese imposible optimismo cándido de José Luis Rodríguez Zapatero?
Pues con otro ejercicio de futurismo ficción que se coloca prácticamente en su mismo nivel. Contra la esperanzada utopía de los hados propicios siempre viene bien un poco de tragedía milenarista del Armagedom inminente.
En un año y medio tendremos ocho millones de parados, perderemos Ceuta y Melilla, ETA se rearmará y seguira matando. ¡El cielo se cae sobre nuestras cabezas!
Perderemos las pensiones presentes y futuras, nos quedaremos sin tejido industrial, el déficit público nos expulsará de Europa y nos llevará a la ruina más absoluta. ¡El cielo se cae sobre nuestras cabezas!
Todos nuestros soldados morirán en Libano y Afganistan, Nos veremos obligados a pagar la existencia improductiva de seis millones de inmigrantes, dependeremos políticamente de las decisiones de los organismos europeos, perderemos nuestra independencia. Vamos, que perderemos el Juicio Final por goleada. ¡El cielo se cae sobre nuestras cabezas!Cuando los líderes populares sueltan estas predicciones, estas amenazas, estas profecías, sus huestes -una vez más la manía de los políticos de redundar en el convencimiento de los que ya lo están- no sacan tampoco sus móviles o sus Blackberrys para llamar al Alonso Vega -o al frenopático más cercano- para avisar de el rebrote de paranoria milenarista que han sufrido sus políticos favoritos, complicada con síntomas de tragedia imposible y de determinismo opositor.
Los votantes del PP también aplauden. Y no aplauden porque les crean. También aplauden porque necesitan creerles. Porque es otra forma que también hemos adoptado para evitar pensar en el mañana, para evitar trabajar por él, para evitar la responsabilidad en la consecución de ese futuro. Rajoy y sus voceros también nos dicen lo que queremos oír porque saben lo mismo que sabe Zapatero. Que nos hemos rendido.
Las cosas no tienen arreglo, las han estropeado otros. Todo está fatal. No hay solución, no hay vuelta atrás. Parecería lo contrario del optimismo cándido y desmesurado que plantea el otro extremo del arco de la ilógica política que nos sacude.
Parece lo contrario pero es lo mismo.
Si las cosas están tan mal, si no tienen solución hasta que el PP no tome cartas en el asunto sólo nos queda una opción, una posibilidad: Vivamos al día aceptando aquello que nos dan y aquello que nos llegue porque no tenemos otro remedio que hacerlo. Por lo menos durante un año y medio.
Por fin ha ocurrido lo que más nos gusta que ocurra. Alguien ha elegido por nosotros. Nosotros no somos responsables. Las cosas son así. Sn cosas que pasan. Es culpa de una evolución ajena a nosotros. No tenemos nada que hacer porque no podemos hacer nada. Tenemos derecho a rendirnos.
Nos hemos rendido porque alguien, en algún momento, nos vendió también que esa rendición es el único camino porque resulta imposible vencer. O porque, en realidad, nunca hemos deseado el esfuerzo que exige esa victoria.Hemos optado por aprovechar el momento en lugar de por ponernos objetivos -realistas, eso sí- y luchar por ellos; hemos elegido vivir día a día en lugar de tomar compromisos que nos costaría esfuerzo mantener en lo político, en lo social, en lo afectivo y en lo personal.
Hemos decidido enmendar la plana al señor Ortega y Gasset y dejar de ser nosotros y nuestras circunstancias para ser solamente nuestras circunstancias.
Así que, una vez más, aquellos que quieren permanecer al mando o alcanzar ese mando en concreto nos venden lo mismo aunque perezcan cosas radicalmente diferentes.
No hay diferencia entre el optimismo ciego del adolescente "Puede ser que lo malo sea hoy" y el atávico miedo de "¡El cielo se cae sobre nuestras cabezas!". No hay diferencia entre el ídolo adolescente y el jefe galo. Los dos venden lo mismo: rendición, falta de compromiso, ausencia de esfuerzo, resignación e inacción.
Lo único que estamos dispuestos a comprar.
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