El setenta por ciento de los españoles menores de 35 años -me niego a meterles a todo en el saco de la juventud, como se estila ahora- carecen de recursos económicos para acceder a la vivienda; un tercio de las empresas inmboliarias en nuestro país están en quiebra o lo estarán en breve ¿Quién es el ministro responsable? José Blanco -hasta hace dos días, como quien dice, compartía esas responsabilidades con Beatriz Corredor-.
Somos el tercer país en el que menos se lee de Europa, el cuarto en el que menos libros - de literatura- se publican, en el que menos es capaz de recuadar el cine nacional -supongo que tanto por culpa de los directores, como de las productoras y de él público- ¿Quién es la ministra encargada de ese área? Ángeles González Sinde.
Nuestro territorio es la puerta de entrada y de salida de Europa de las mafias de trata de blancas, de protistución organizada y el país de Europa en el que -al memos estadísticamente y sin entrar en honduras- más diferencia hay entre los sueldos de las mujeres y los de los hombres ¿Quién debería haberse encargado de eso dentro del gabinete del Gobierno? Bibiana Aido.
Nuestra economía está en el punto de mira de media Europa, consideran nuestros presupuestos generales inviables, la destrucción del tejido empresarial se multiplica y la de empleo alcanza límites que no son insostenibles porque nos hemos acostumbrado a casi cualquier cosa ¿Quién se encarga de esos asuntos en Moncloa? Elena Salgado.
Los cerebros se fugan de nuestro país, el presupuesto para los centros de investigación está en periodo de glaciación, la investigación y el desarrollo -el famoso I+D- en las empresas españolas ha pasado de ser un mal chiste a convertirse en un vago recuerdo de lo que pudo ser. ¿Quien se responsabiliza de esos aspectos? Cristina Garmendia.
¿A donde quiero ir a parar? Es sencillo.
Todas esas situaciones exigen rapidez de reflejos, capacidad de análisis, velocidad de reacción y un sinfín de cualidades más que sus responsables no demuestran al permitse el lujo de no reaccionar ante ellas, de dejarlas evolucionar casi libremente en espera de que escampen como una tormenta veraniega.
Blanco, Garmendia, Salgado, Aido, Corredor y Gonzalez Sinde pasan de puntillas por encima -más bien por debajo- de todas esas cosas en sus intervenciones públicas, en sus discursos, en sus declaraciones. Y visto como reaccionan, con que fuerza y con intensidad, ante otras cosas me veo obligado a llegar a la conclusión de que debe ser que no les importan.
Porque cuando algo es importante, cuando algo es verdaderamente relevante para el futuro de nuestro país y de nuestra sociedad, son ellos los primeros en salir a la palestra, en alzar sus voces en defensa de la justicia, la dignidad y el futuro de los españoles.
Así que estoy tranquilo. El nivel cultural, el hundimiento económico, la falta de un mercado inmobiliario equilibrado y estable, el aumento de la prostistución forzada y el estancamiento científico y tecnológico de nuestro país no son problemas graves. No lo son porque sus ministros no hablan de ellos. Lo verdaderamente preocupante, lo que realmente mantiene nuestro país al filo del abismo son los labios de Leire Pajín y el tratamiento adecuado que se le deber dar a Trinidad Jimenez.
Porque todos esos ministros de nuestro gobierno se han cansado de hablar una y otra vez de eso mientras Fomento, Ciencia y Tecnología, Economía y Hacienda y Cultura hacían aguas y Vivienda e Igualdad sencillamente desaparecían. Así que eso debe ser lo importante.
Más allá del incuestionable esperpento que supone que un alcalde electo de una capital de provincia relate sus fantasías sexuales en público -sean estas con una recientemente nombrada ministra o con una estanquera de su barrio-; más allá de la mala educación que ello supone y del machismo explicito -en este caso sí- en sus comentarios, el esperpento se transforma en tragedia dantesca cuando el ministro de Fomento dedica un mitín a castigar la complicidad del líder de la Oposición en tan fatuo incidente.
No es que me encuentre yo inscrito en el club de los defensores de Rajoy pero, ¿en qué es complice el ínclito Mariano? ¿es que él también piensa eso de Pajín?, ¿es qué él también tiene fantasías sexuales con las ministras socialistas? ¿es qué el estupido e irreverente alcalde de Valladolid forma parte de una cabeza de puente estratégica para resaltar los supuestos encantos femeninos de las ministras de nuestro gobierno, ideada y redactada en los pasillos de Génova?
Más allá de que Alfonso Guerra llame señora o señorita a Trinidad Jimenez -sobre lo cual ya dije todo lo que tenía que decir- ¿qué sentido tiene que ministras cuyos ministerios estaban al borde de la desaparición se lancen a una guerra dialéctica con él?, ¿qué importancia tiene para la cultura, la innovación tecnológica, la economía, la iguladad o la vivienda el tratamiento elegido por Guerra?
La respuesta a todas esas preguntas es la misma. Nada de eso es relevante, nada de eso es importante, nada de eso es síntoma de nada. Nada de eso tendría que ser sacado a la palestra política y ocupar declaraciones, discursos y mítines. Nada de eso tendríaque ser usado de excusa para no ocuparse de su trabajo por los miembros del gabinete
Comprendo la indignación de Leire Pajín -a mi también me daría asco imaginarme en la mente de semejante individuo en esa tesitura-, pero sí no puede soportarlo y si siente insultada -con toda razón- que vaya al juzgado más cercano y le plante una denuncia por insultos, injurias o lo que sea. Y que antes de hacerlo que se quite la pulsera Power Balance de la muñeca ¡Que es ministra de Sanidad, por el amor de dios!
Si Trinidad Jimenez se siente ofendida por el tratamiento concedido por Guerra -es curioso, ella no dijo nada. Quizás por esa gran muestra de diplomacia y buen juicio la hayan colocado como ministra de Asuntos Exteriores tras su fiasco electoral madrileño- que le llame y se lo haga saber, que Guerra se disculpe -si tiene a bien hacerlo- y si no lo hace, que se retiren la palabra en las reuniones en Ferráz o en los mítines socialistas.
Pero los demás no tienen vela en esos entierros, no tienen derecho a intentar hacernos creer que son importantes, que son relevantes, que tenemos que preocuparnos por ello.
Los sueños groseros de un alcalde no merecen un debate poítico, un diminutivo tirado en una frase no merece un ejercicio de disensión interna. Un país en plena crisis no merece que sus ministros y ministras estén preocupados de esculcar entre la basura editorial y mediática una declaración, una grosería, una falta de educación para convertirla en un estandarte de combate.
Quizás, sólo quizás, si estuvieran más pendientes de los datos que aportan sus carteras y de las soluciones para cambiarlos tendrían menos tiempo para esos torneos medievales en favor del honor de sus compañeras de gabinete.
Seis ministros me parecen demasiados para defender los labios de Pajín y las tarjetas de visita de Jiménez.
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