Ya volvemos a las andadas.
El país se viene más o menos abajo -algo no demasiado grave, puesto que lo hace regularmente cada ocho años, más o menos-; el Partido Socialista se vuelve a enredar en luchas intestinas -algo tampoco grave puesto que ocurre cada cuatro años, mes más, mes menos-, el Gobierno dilapida la poca credibilidad que tuvo en sus inicios con unos presupuestos imposibles y una reforma laboral crispante e inútil -algo que tampoco es inhabitual, puesto que le ocurre con cada presupuesto y cada reforma- y la oposición se ahoga en la corrupción, no aporta salidas, ideas ni opciones de cambio - algo tampoco llamativo puesto que le pasa cada día desde que es oposición-.
Y entre tanta rutina más o menos acostumbrada, la prensa, los opinadores, y las fuerzas sociales -excepción hecha de los sindicatos que cada vez son menos fuerza por incapacidad y menos sociales por ceguera- se ocupan de lo verdaderamente importante: Que Alfonso Guerra ha llamado señorita a Trinidad Jimenez -aunque es de suponer que lo habrá hecho sin ninguna acritud, como lo hace él-
Este asunto no merecería un post por estravagante, absurdo y desmedido, pero lo merece por vergonzonso y ridículo.
No sé quién ha decidido que el término señorita es despectivo y no lo es el de señor o el de señora, pero resulta absurdo que las banderas de la paridad política - ya absurda de por si- se tremolen en ese sentido y se haga de ello un asunto del que tengan que opinar todas las mujeres del Gobierno y del Partido Socialista.
La ministra de Igualdad, Bibiana Aído, que sólo sale a la palestra para alegrarse de que haya más parados hombres que mujeres, pide de inmediato que se trate "con igual respeto a hombres y mujeres".
Ella, defensora impenitente de la discriminación positiva, de los cupos por sexo, de las ayudas por sexo, de la diferencia de castigos y de condenas por sexo, de toda suerte de discriminaciones y faltas de respeto hacia el concepto de igualdad entre sexos -y seguiré negándome a hablar de géneros-, pide ahora igualdad de respeto a un Alfonso Guerra que quiere enviar el mensaje de que el PSOE está dividido y no tiene sentido ocultarlo.
La vicepresidenta económica del gobierno, Elena Salgado, no quiere escuchar "tópicos tan antiguos", mientras consigue ridículos mucho más modernos y el dudoso honor de ser la primera ministra de economía que recibe por parte del FMI el calificativo de "inverosímiles" para sus Presupuestos Generales del Estado. Y lo mismo le pasa a la ministra Corredor, que mantiene el mercado inmobiliario en España al borde del colapso, que no ha conseguido que repunte ni que los españoles tengan un acceso más sencillo a la vivienda, pero a la que eso no le preocupa -o al menos no lo dice en público-.
Lo que le preocupa es que Alfonso Guerra llame señorita a Trinidad Jimenez. Tampoco le debe preocupar que Guerra diga que los perdedores en la FSM deben asumir su derrota y aprender de ella. A lo mejor es porque ella gastó más tiempo en apoyar a Trinidad Jimenez que en hacer los deberes que le exigía su cargo -si es que, como a Aido, le exige alguno, que aún no lo se-.
Y la lista sigue con mujeres -¿debo decir señoras?, ¿a lo mejor decir mujeres también es peyorativo en nuestros días? que deberían ocuparse de otras cosas.
La secretaria de Política Internacional de los socialistas, Elena Valenciano, afirma, en una frase digna de vestibúlo y placa de bronce: "El sexo y el árbol genealógico no deben ser elementos de discriminación en el PSOE, en el que todas las mujeres son señoras y compañeras".
Claro, por eso protestaron cuando Alfonso Guerra realizó toda una campaña llamando "señorito andaluz" a Javier Arenas -pero claro el señorito de Arenas no es discriminatorio porque es hombre- o cuando acusa -con mucha razón, por cierto- a Esperanza Aguirre de ser descendiente de la oligarquía que quiere que todo siga igual. Supongo que en esos casos meterse con el árbol genealógico es asumible, y utilizar el "señorito o señorita" sí es positivo para la sociedad.
Pero, en realidad, la protesta de Valenciano y de todas las demás quizás intente lo que intentan siempre este tripo de debates. Desviar la atención de que en el PSOE no todos son compañeros y compañeras y, por supuesto, no todos son señores y señoras -como en ningún partido político, por cierto-.
No me molestaría esta estúpida discusión sobre el señorita y el señora, el compañero y la compañera y el don y la doña si ocurriera en otro momento, si se produjera en pleno apojeo de debate ideológico dentro del partido que la suscita y en pleno arrebato de ideas de gestión del Gobierno.
Me molesta porque no es más que una cortina de humo, no es más que una forma burda, artera y ridícula de intentar desviar la atención de lo que dijo Alfonso Guerra en verdad. Que, no por ser obvio, es menos importante.
"Ganó el señor (Tomás) Gómez y los que le apoyaban y no ganó la señorita Trini (Jiménez) y los que la apoyaban, eso es evidente, y todo lo demás son interpretaciones para salir del paso. Todos los que apoyaron a la persona que ha perdido no pueden estar entre los ganadores".
Lo que intetan ocultar es que Guerra ha puesto el dedo en la yaga de que el partido socialista -al menos el de Madrid- le ha mandado un recado a Zapatero y todos aquellos -y aquellas- que siguen su línea política. Y claro, las ministras se cuentan en ese selecto grupo.
Me molesta eso y la falta de memoria. la falta de coherencia, la falta de criterio -¿por qué me sigue molestando eso a estas alturas?
La falta de capacidad de recuerdo de ocho mujeres que posaron en la puerta de la Moncloa, vestidas con ropas de Chanel, que acuden a actos nocturnos, a presentaciones culturales y a actos políticos luciendo las formas y emanando los efluvios de una marca que fabrica perfumes -anunciados por cierto por la frágil e inefable Keira Knightley- que están hechos pour mademoiselles. Será que puede ignorar la discriminación del tratamiento señorita en nombre del glamour y no en el de la reflexión política
Será que cuando la intelecutalidad femenina progresista no sabe de qué hablar y no tiene nada mejor para ocultar sus carencias ideológicas, habla de machismo. Esa es una rutina a la que también nos hemos acostumbrado.
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