¡Remodelación gubernamental Habemus! Y claro no hay más remedio que leer de ella, opinar de ella y hablar de ella.
Voy a obviar el hecho, que debería ser evidente, de que cambiar a las personas de cartera y a las carteras de persona no supone en realidad cambio alguno. Pero parece que sí, parece que es una forma de reforzar el Gobierno, de darle un nuevo rumbo, de inyectarle nuevos bríos. No entiendo el motivo, pero eso es cosa mía. Nunca he entendido por qué la imagen de gobernar es más importante que el hecho de hacerlo. Debe ser que estoy algo chapado a la antigua en materia de lo que es el Ser, el Estar y el Parecer
Y como yo soy mucho más de elegías que de loas, de panegiricos que de odas, voy a empezar por hablar de aquello que desaparece.
En el nuevo gobierno desaparecen dos ministerios, dos carteras de esas que surgieron de la nada y que vuelven a esa nada habiendo sido nada. Es lo que suele ocurrir con las cosas que se colocan en un lugar solamente para que sean vistas. Tienden a desaparecer cuando la gente deja de mirar.
Resumiendo, Desparecen los ministerios de Vivienda e Igualdad. Las dos caras del mismo error. Uno finiquita su existencia porque era imposible que hiciera la política que se tenía que hacer, el otro porque se quería que hiciera una política imposible de hacer.
La primera de las que ha pasado a engrosar la lista de nuestras ex (ministras, que no ex cualquier otra cosa, que ya quisieran algunos) es la titular de Vivienda, Betriz Corredor.
Víctima ha sido la buena de Beatriz del mal que aquejara a aquella tocaya suya a la que el poeta italiano amante del infierno y sus descripciones queria "hacer pequeña para llevarla en lo más grande que era su alma". La ministra Corredor fue puesta en un ministerio con un problema grande para hacer una política pequeña.
Parches, tiritas, propuestas imposibles, declaraciones de intenciones, rectificaciones y más parches, tiritas y propuestas imposibles han sido el devenir continuo de lo que la ministra Corredor se ha visto obligada, mandada o incluso impelida por si misma a hacer en la cartera ministerial que ahora se convierte en recuerdo.
Con la burbuja inmobiliaria estallando en mil trozos junto a nuestros tímpanos, nuestros bolsillos, nuestros sueños de especulación y nuestras hipotecas, el Gobierno se sacó de la manga el as del Ministerio de Vivienda que parecía llamado a poner las cosas en su sitio. A volver a hacer respirar a los propietarios, sobrevivir a los hipotecados y construir a las constructoras, que habían olvidado que ese y no especular era su principal objeto empresarial.
Pero Corredor ha pasado sin pena ni gloria, sometida al empequeñecimiento de sus funciones, a la corrección de sus propuestas, a la ignorancia constante y continua de sus iniciativas, condenada a la política pequeña de gestos y de paños calientes.
Y es posible que no haya sido culpa suya. Lo más probable es que sea responsabilidad de quien se olvidó comunicarle al entregarle la cartera de su ministerio que la gran política de vivienda con la que soñaba, con la que hasta parecía ilusionada, no podía llevarse a cabo por el mero hecho de que las cosas ya estaban en su sitio en el ámbito de la vivienda.
La culpa puede ser de aquel al que se le olvido decirle que, habiendo hecho lo que habiamos hecho todos, no había otro sitio para nuestro mercado inmobiliario que ese en el que estaba. En la más absoluta de las quiebras y en el borde interior del abismo.
Porque Corredor ignoró que todos habiamos participado en ese desaguisado, que habíamos querido especular en lugar de buscar residencia, que las inmobiliarias no iban a participar en la solución de un fiasco que habían propiciado desde el principio e iban a arrojarse a la obra civil para salir de los números rojos, que los bancos no iban a ablandar sus condiciones ni sus hipotecas aúnque su amplio cedazo para concederlas antaño fuera parte del problema actual.
Así que se vio condenada a la política pequeña para un gran problema y su ministerio se vuelve humo como lo fue la política de imagen por la que fue concebido y el gobierno de gestos en el que participó.
Y luego tenemos el Ministerio de Igualdad -aunque siento un impulso irrefrenable de hacer el ya clásico juego de palabras de Igual Da, no lo haré (bueno, ya lo he hecho)- encabezado y conducido por la inefable Bibiana Aído.
El mal que aquejó desde siempre al ministerio estrella de la segunda legislatura socialista de José Luis Rodríguez Zapatero fue el contrario. Estaba llamado a hacer grande una política que no lo necesitaba.
Aído sujetó fuerte el mastil de una política que engrandecía los problemas para presentar sus soluciones como titánicas, que manipulaba sutilmente titulares y estadísticas para presentar que la única función que se le había encargado era de vital importancia, el centro necesario e inamobible de la politica social de nuestro país.
Engrandeció numérica y estádisticamente la tragedia vital de unas pocas mujeres desafortunadas para convertila en el pequeño modo de supervivencia de otras muchas a las que realmente les importaba bastante poco el sufrimiento real de aquellas a las que esa masificación de las cifras y de las presencias mediáticas perjudicaba.
Se hizo una política grande para un sólo problema, para un sólo mensaje. Se echó mano de crispación, de enfrentamiento, de manipulación solamente para mantener un presupuesto ideológico y un análisis social que estaban obsoletos prácticamente desde el momento mismo de su creación.
Se hizo grande un ministerio que funcionaba mejor cuando era una pequeña secretaría de Estado -si es que una secretaría de Estado es pequeña- porque así parecía que se estaba haciendo algo grande ya que el problema era enorme. Cuando, en realidad, seguía sin hacerse nada porque a corto plazo nada puede hacerse. Todo el mundo sabe que la educación lleva al menos una generación para dar sus frutos.
Aído se lanzó -en su caso estoy convencido que fue también convicción propia- a hacer una política, tan grande como erronea, que sacralizó la discriminación, que paralizó los tribunales, que perdió a víctimas y verdugos (fueran del sexo que fueran) entre toneladas de papeleos y de cortinas de humo, que aprovechaban esa grandilocuencia y ese miedo engrandecido para otros fines, para otros logros.
El Ministerio de Igualdad tenía dos grandes objetivos, sólo dos: La Violencia de Género y el Aborto y ya ha logrado los dos. Así que estaba condenado a desaparecer porque no se pueden seguir inventando grandes problemas -aunque lo han intentado con la prostitución- cuando realmente existen otros reales que les centuplican en magnitud.
Las mujeres que morían por causa de la furia discriminadora de sus parejas - que no es cualquier mujer que muere a manos de un hombre, dicho sea de paso- siguen muriendo. Y el ministerio se va. El aborto sigue siendo una salida para aquellas y aquellos irresponsables que olvidan que existen métodos anticonceptivos si no se quiere tener un hijo. Y el ministerio se cierra. Las prostitutas y los prostitutos siguen en las calles, sus anuncios en la prensa y la explotación sexual -no toda la prostitución, dicho sea también de camino- sigue su deambular delctivo más allá del machismo y del feminismo. Y el ministerio y la ministra Aído dicen adios.
Dos ministerios se van porque la realidad siempre supera a la ficción, a la ideología política que no sabe basarse en la realidad social, a la utopía estancada basada en fotografías fijas de lo que fue y lo que debería ser.
La remodelación del Gobierno es un bofetón de realismo que las encuestas, la sociedad y la vida -que no la Oposición, que esa es tán mitómana como el Gobierno- le han dado a Moncloa y aquellos que allí habitan y gobiernan. Aunque es más que dudoso que eso sea suficiente para despertarles.
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