miércoles, diciembre 28, 2011

El francotirador que erró el tiro del maltrato

Siempre me ha costado entender cual es el motivo por el cual el asesinato mítico de toda una generación de recién nacidos en la seca Galilea de hace un par de milenios se conmemora con bromas de mal gusto y noticias falsas en los rotativos. A lo mejor es porque para determinados fanáticos religiosos eso es tan recurrente -Egipto, Herodes, Qana-, que ya les hace gracia.
En cualquier caso, hoy es el día de Los Santos Inocentes, y por lo que se ve toca hablar de ellos.
Así que se supondría que ahora me tocaria aporrear el teclado con algo sobre los niños cordobeses desaparecidos, con algo sobre la mujer muerta a manos de su ex pareja ayer por la noche -y del novio actual herido de muerte, que esas cosas siempre se olvidan- pero no voy a hacerlo.
Podría hablar de Clarisse y Victorien, allá en la lejana Burkina Fasso -eso está en África, para quien le importe saberlo- y podría decir que la lencería femenina mata y esclaviza más niñas y mujeres en el mundo que La Internacional del Maltrato -si es que esta existiera-.
Podría decirles a las indignadas adalides del victimismo feminista, ultimamente calladas y acalladas por otras realidades y gobiernos, que su indignación contra Victoria Secret, Etam o cualquiera de las voluptuosas marcas de interiorismos humanos femeninos no debería centrarse en los turgentes pectorales ni los sólidos gluteos expuestos con fruición de sus modelos, sino en las varas de boabab y los camastros que las niñas de Burkina Fasso que recogen su algodón, o las de India o Sri Lanka, que lo convierten en tan excitantes prendas, sufren cada mañana y cada noche a manos de Herodes forzosos, que no tienen otra manera de sacar benficio a sus campos y a sus fábricas.
Podría decirles que sus maravillosos sujetadores y tangas rojos de Nochevieja han matado a más niñas que cualquier machismo en el mundo.
Pero no lo haré. Eso sería hablar de los inocentes. Eso sería intentar generar una urticaria recurrente a todas aquellas que sintieran el roce de su preciosa ropa interior en los pezones o los muslos. Eso sería machista.
Eso sería intentar quitarle a la mujer su más inalienable derecho: estar guapa a cualquier precio. Caiga quien caiga. Muera quien muera. Sufra quien sufra.
Así que, haciendo caso a aquellos que exclusivamente valoran mis escritos, más que por su poca o nula calidad, por su mayor o menor capacidad de tocar las narices, hoy, Día de los Santos Inocentes, voy a hablar de culpables.
Y para ello les presento a José Ángel Lozoya.
El hombre, de cuya buena intención no dudo en ningún momento, tiene en su haber la idea original -y esto lo digo sin el más mínimo sarcasmo-  de crear el primer grupo de hombres por la igualdad. Y eso es un mérito incuestionable no solamente por la idea, sino por haber conseguido, hace ni más ni menos que 26 años, que otros hombres la aceptaran y comulgaran con ella.
Claro, como no había ningún hombre en la firma de la Declaración Universal de Derechos que especificaba que "todo ser humano nace libre e igual"; como no estaba presente varón alguno en la elaboración del manifiesto sindical de las Trade Unions, allá por 1830, que afirmaba que "todo trabajador, sea cual sea su origen o condición, tiene derecho a un salario justo por su trabajo a título individual"; como no se puede encontrar rúbrica masculina ninguna en las conclusiones de los Estados Generales de Francia que, en el siempre recordado -o no tanto- 1789, sancionaron la abolición del Derecho de Pernada, del Derecho de dote y de La Sanción Matrimonial, es logico pensar que el bueno de José Ángel Lozoya pueda ser considerado el padre del primer grupo de hombres que se preocuparon por la igualdad a lo largo de los tiempos.
Por si no lo habéis notado, esto sí es sarcasmo.
Pero a lo que vamos.
A Lozoya por tan plausible motivo le entrevistan, le dan la posibilidad de decir lo que quiere y, como hacemos todos o casi todos cuando un periodista nos pone una grabadora delante para hablar de lo nuestro, se convierte en un francotirador. El tipo toma su AR 5 de mira teléscopica, se aposenta sobre el trípode del arma, se sube en la azotea de sus convicciones y dispara a matar.
"Si los hombres son el problema, trabajar con ellos debe ser parte de la solución".
Pero, quizás porque no está acostumbrado a estas misiones encubiertas que exigen disparar un solo tiro y dar en el blanco sin posibilidad de error, quizás porque no tiene bien calibrada la mira, quizás porque no tiene en cuenta el viento y la distancia, falla el blanco, yerra el objetivo. Y además lo hace por kilómetros, por millas.
Intenta eliminar al culpable, que es a lo que vamos, de un solo disparo y no acierta ni de lejos.
Falla por un par de palabras, un plural y una concordancia verbal copulativa, pero falla. Y su error convierte su intento en algo baldío, improductivo, infinitamente carente de sentido.
Porque el hombre no es el problema. Algunos hombres son parte del problema.
En este país este año han muerto cien personas en números redondos a manos de sus parejas, de sus afectos o de sus antiguos afectos. Setenta mujeres y treinta hombres.
En este país, los celos, la incapacidad de aceptar el desamor, la venganza afectiva, la psicosis amatoria, la forma falsamente pasional y posesiva que tenemos de concebir el amor y las relaciones han llenado cien catafalcos, han originado un centenar de funerales.
Si nuestro concepto de amor es parte del problema, trabajar con nuestro concepto de amor debe ser parte de la solución.
En España se han producido más de 10.000 sentencias por agresiones dentro de la pareja -18.000 sin cotabilizamos las sentencias judiciales en contra de mujeres, que curiosamente siempre se eliminan de la estadística porque no son consideradas, claro está, violencia de género- y la inmensa mayoría de ellas se producen durante los procesos de divorcio motivadas por la perdida de propiedades, por la adjudicación de la custodia o del disfrute de bienes comunes, por el pago o no pago de las pensiones compensatorias o las asignaciones alimentarias. Es lo que tienen los juicios, que cuando alguien agrede a alguien tiene que explicar por qué. Los titulares nos permiten eludir esa molesta obligación, pero los juicios no.
Así que el hecho de que nuestra división y liquidación de gananciales esté legalmente vinculada a la custodia, que no se aplique de forma automática la custodia compartida, que se mantenga el arcaico concepto de pensión compensatoria -como si las mujeres no pudieran trabajar y ganarse la vida por el hecho de haber estado casadas-, que se permita a las mujeres sustuir sus obligaciones económicas para con sus hijos con el nebuloso concepto de "cuidado materno", parece, solamente parece, que forma parte del problema
Si la legislación matrimonial y de divorcio es parte del problema, trabajar con nuestra legislación matrimonial y de divorcio debe ser parte de la solución.
En este país 50.000 niños sufren agresiones en el entorno familiar -el setenta por ciento a manos de sus madres-, 15.000 sufren acoso escolar -por niños y niñas sin ningún distingo-, el 40 por ciento de los pleitos por tráfico tienen aparejadas denuncias de agresiones verbales o físicas de hombres y mujeres indistintamente, un treinta por ciento de las personas dependientes sufren maltrato por parte de aquellos que tendrían que cuidarles, se juzgan varios centenares de miles de juicios de faltas por peleas, agresiones menores, insultos, amenazas e injurias, se juzgan casi 10.000 denuncias sindicales y laborales por mobing o acoso laboral.
En este pais -y supongo que en otros muchos- el recurso a la violencia, a la agresividad, es la primera cabeza de puente que establecemos cuando queremos solventar un conflicto, cuando nuestra paciencia llega a su límite, cuando creemos tener razón y nadie nos la da.
Si nuestra forma de concebir las reacciones, nuestra agresividad, es parte del problema, trabajar con nuestra tendencia a la violencia debe ser parte de la solución.
En España, según tres jueces decanos y la propia Fiscalia del Estado, el 85 por ciento de las denuncias de malos tratos no tienen base probatoria y son archivadas, un alto porcentaje son malintencionadas -no dire falsas para no caer en la trampa legal que supone que una denuncia falsa es una denuncia que amaña las pruebas, no solamente una en la que se miente-, los abagados recomiendan acusar de malos tratos para conseguir una orden de alejamiento automático y por tanto la custodia provisional y el uso de los bienes gananciales.
Hay mujeres condenadas por fingir agresiones, procesadas por fingir violaciones, encarceladas por perseguir a su antigua pareja con un cuchillo de cocina. Hay mujeres que creen que la venganza es el camino para la divorciada, para la abandonada. Hay mujeres que se empeñan en negar la alienación parental mientras queman y esconden todos los regalos que un padre divorciado le hace a sus hijos, mientras lloran desconsaladas chantejeando a sus vátagos cada vez que se van de fin de semana con "ese cabrón que nos ha abandonado", que niegan a los abuelos paternos el acceso a sus nietos y, por definición, a sus hijos el acceso a sus abuelos.
Si determinadas actitudes y comportamientos de la mujer son parte del problema, trabajar con la mujer que demuestra esos vicios y esas actitudes debe ser parte de la solución.
Y en este país hay asociaciones, colectivos e ideologías que pretenden justificar todo eso de una forma u otra porque son mujeres.
Que intentan vendernos que puede haber una discriminación positiva aunque sea negativa para otros. Que defienden que todo eso está justificado por una supuesta deuda histórica. Como si una bisabuela maltratada fuera a descansar más cómodamente en la tumba porque ahora su bisnieta se aprovechara de leyes injustas y tuviera derecho a hacer cualquier cosa, a convertir la necesaria capa de la igualdad en el amplio sayo de la discriminación masculina, amparada en su pretérito sufrimiento.
Ideologías que defienden que la mujer debe estar presente en el poder por imperativo legal aunque no se lo haya ganado -que hay que ser muy perro o perra para llegar al poder-, que se puede disfrutar de un chulazo medio en cueros en un anuncio, pero no de un pibón semidesnudo en una valla publicitaria, que ellas pueden soñar con George Clooney o meter a un boys diez pavos en el tanga, pero los hombres no pueden fantasear con Anastacia o plantar un billente de veinte en la solida nalga bamboleante de una stripper. Que es divertido que se humille a los hombres en la publicidad, pero intolerable que se haga lo mismo con las féminas.
Si la perversión ideológica del feminismo político militante es parte del problema, trabajar para eliminar esa perversión ideológica debe ser parte de la solución.
Y en este país -no se me olvida- hay personas, hombres y mujeres, que aún piensan que la mujer debe estar sometida al hombre, que el matrimonio es un remedo de esclavitud consentida, que el hombre tiene razón por el mero hecho de su sexo, que él es el que tiene que tomar las decisiones, que la mujer debe plegarse sin rechistar a sus deseos sexuales o de cualquier otro tipo, que la mujer no tiene derecho a negarse a nada, ni a ser independiente, ni a vestir como quiera, ni a abandonar a aquel al que ha dejado de amar.
Si el machismo reclacitrante es parte del problema, trabajar para erradicar ese machismo decimonónico de hombres y mujeres debe ser parte de la solución.
Y, por supuesto, en este pais hay hombres que definen su masculinidad por el grosor de su mata de pelo en el pecho y por la fortaleza de sus golpes. Que piensan que la agresión es la forma de imponerse, que ser hombres les da derecho a meterse entre las piernas de cualquier mujer, quiera ella o no, que para ser un verdadero hombre hay que rugir, golpear, humillar y mantener a los demás -sean mujeres o no- bajo su férula de mando.
Si algunos hombres son parte del problema, trabajar con esos hombres tiene que ser parte de la solución.
Claro que el bueno de Lozoya puede que no tuviera tantas balas en su fusil de francotirador, puede que su entrevistadora no tuviera tiempo ni ganas de permitirle recargar y apuntar en todas direcciones para hacer de su misión algo productivo, algo real, algo que mereciera la pena ser apoyado.
Al fin y al cabo la entrevista iba destinada a un blog de mujeres. Y se supone que las mujeres no quieren leer eso. Como no quieren leer que sus minúsculos y sugerentes interiores matan y esclavizan niñas.
Para eso está la sección de Internacional. Para eso está el resto del periódico. ¡Que se preocupen de eso los periodistas masculinos. Nosotras, las expertas en igualdad, tenemos nuestras prioridades!
Pero a lo mejor, el pobre de Lozoya, simplemente no se ha dado cuenta de una cosa muy simple. Le han dado una carabina de largo alcance y le han mandado a una misión imposible en un día equivocado.
Alguien le ha cargado el arma y le ha arrojado a la jungla con su bonito uniforme de camuflaje para que mate al culpable y salve a los inocentes y al apuntar se ha dado cuenta -o debería haberlo hecho- de que, pese a la conmemoración que toca hoy de la locura infanticida del tetrarca galileo, no tiene nadie a quien salvar, no tiene nadie a quien proteger.
En esto de la violencia social que nos aqueja no hay Santos Inocentes. Todos somos culpables.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Amén.

Tu economista de cabecera dijo...

Espectacular. Vaya forma más primorosa de exponer verdades por las que llevo años también luchando.

Enhorabuena!!!

Lo pensado y lo escrito

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