Hay pocas ocasiones en las que este Occidente Atlántico acepta pensar en contra propia, transige con ese vicio de no querer hacer las cosas bien por miedo a que en algún momento nos vengan mal.
Y si había un ejemplo de esa poco frecuente tendencia era el concepto de jurisdicción universal que la legislación internacional se empeñaba en mantener pese a los constantes duelos y quebrantos que le provocaba.
Pues nuestro Senado, que es lo mismo que decir nuestro gobierno, acaba de ratificar su sentencia de muerte.
Acaba de clavar el último clavo en el ataúd de la justicia universal, de que los criminales, los grandes criminales -no los de portada de sección de sucesos y los de mini serie documental televisiva, sino los de verdad-, puedan ser perseguidos, juzgados y encarcelados en cualquier lugar del mundo.
Un día después de los fastos y recuerdos de un crimen internacional, en el mismo día en el que en Crimea se está gestando la respuesta a un crimen masivo de represión que desembocará con toda probabilidad en más crímenes multitudinarios; a la misma hora en la que el régimen sirio y parte de sus enemigos acumulan tantos delitos de Lesa Humanidad que no caben en sus tumbas, los inquilinos de Moncloa, a los que nuestros sufragios pusieron allí para otra cosa, entierran la jurisdicción universal.
Les dan a todos los criminales masivos de otros tiempos, de nuestros tiempos y del futuro, un lugar donde esconderse.
Desde Joseph Kony hasta Putin, desde Al Asad hasta los Ayatolas iranís, desde el PCCH hasta el PNA, desde Netanyahu hasta toda la corte de tiranos y tiranuelos con terno de gobernantes democráticos o con uniforme de revolucionarios que pueblan y han poblado el continente americano por debajo de Río Grande están dando palmas con las orejas. El Champan y la sangre corren para celebrar la recuperación del concepto de impunidad universal.
Y ¿Por qué?
Unos dirán que es por China, por los procesos abiertos contra sus gobernantes. Y tendrán razón. Solo una parte de razón, pero la tendrán.
Pero viendo como maneja el Partido Popular la justicia, como la ha convertido en un brazo armado de su política, como ha hecho todo para controlarla y mantenerla bajo su control, esos procesos se podían haber paralizado de otra manera, se podrían haber dejado morir en los despachos judiciales, se podrían haber ido derivando hasta que acabaran en manos de un juez afín, se podían haber hecho llegar a un Tribunal Supremo controlado, a un Tribunal Constitucional dirigido desde Moncloa y Génova, 13 que tiene un militante del partido como presidente.
Y así se habría tenido contento al gigante al que tanto se le pidió, reclamó y exigió despertar y que ahora nos está quitando el aire con su bostezo. Así se podría seguir mendigando inversiones y esclavos para los centros de producción deslocalizados de nuestras empresas. Así se podría seguir fingiendo cada aniversario de Tianammen que al Occidente Atlántico le importan los derechos humanos y jugar el resto del año al juego que, como diría el cansino cantautor, "que mejor juega y que más le gusta" que no es otro que revolcarse en el lecho con China por dinero.
Pero no se ha hecho así. Se ha ido a cargarse directamente el concepto de jurisdicción universal. Así que debe ser por otra cosa.
Y los habrá que dirán que es por aquello de cubrir los crímenes y desmanes de una dictadura y un bando de una Guerra Civil Española. Dos momentos históricos a los que no deberían sentirse vinculados si de verdad fueran lo demócratas que se llenan la boca de decir que son. Y tampoco les faltará razón.
Al gobierno español no debería importarle que Argentina juzgara a torturadores de otra época, pero misteriosamente le importa; no debería hacerle temblar el pulso o alzar la ceja que magistrados de allende de un océano u otro hablen de fosas comunes de la Guerra Civil o de los represaliados del franquismo, pero le importa.
Como les importó a otros que hicieron fracasar una Ley de Memoria Histórica que nunca debió ser legislada porque no se debe obligar a nadie a recordar solamente para vindicar la memoria de familiares muertos, de ancestros asesinados o de abuelos combatientes.
Pero podría hacerse de otra forma, aún con ese vicio hispano de impedir que la vida se convierta en historia. De no dejar que Franco, Azaña, Carrillo, Serrano Suñer, Mola, Queipo de Llano, Negrín, Calvo Sotelo o Ibarruri ocupen su lugar en los libros hasta el punto de que a nadie le importe quien de todos ellos tenía razón o si alguno de ellos la tenía -sinceramente, ¿alguien tiene una opinión formada sobre quien tenia o no razón en la Dictablanda de Primo de Rivera o en la Guerra de Sucesión? No. Pues a eso me refiero-.
Y no se hace a través de los arteros mecanismos que el Partido Popular suele utilizar para lograr sus objetivos judiciales porque en realidad el objetivo primario del PP no es el pasado de la historia reciente de España, ni el presente de la maltrecha economía del país.
Se dinamita el mismo concepto de jurisdicción internacional por el futuro. Por su futuro en el poder.
Porque, con Estrasburgo soltando guantazos a diestro y siniestro en sus enrojecidos mofletes por la Doctrina Parot, la exclusión sanitaria de inmigrantes, el aborto y hasta la reforma educativa, el gobierno del PP quiere dejar claro un concepto que es muy suyo, muy de aquellos en los que se apoya sin tener que apoyarse: "en mi casa mando yo".
Y si para enviar ese mensaje hay que aceptar que China mande en su casa a costa de la vida y la libertad de sus ciudadanos, pues se pasa por el aro; si hay que tolerar que toda suerte de tiranos machaquen a sus poblaciones, pues se tolera; si hay que permitir que los estados más poderosos militarmente cerquen por hambre y guerra a poblaciones indefensas, se permite; si hay que dejar pasar que los locos de la yihad y el paraíso mantengan a hombres y mujeres oprimidos bajo el terror del gobierno las falsas interpretaciones de las palabras de u profeta, pues se deja pasar.
Porque en realidad la jurisdicción universal es un peligro para el PP como gobierno -lo es para cualquier gobierno, no nos engañemos- porque le obliga a respetar reglas que no puede cambiar, a ajustarse a convenciones que no puede modificar. No vaya a ser que algún juez de algún lugar del mundo tenga un concepto de genocidio que incluya matar por pobreza, o que algún magistrado de alguna corte internacional considere fundamental derechos que ellos está cercenando y decida procesarles.
Por eso hay que mandar el mensaje de que a Moncloa -no a España, que no es lo mismo, aunque ellos quieran confundirlo- no le importa y no le gusta la jurisdicción universal, le trae al pairo lo que el universo diga sobre sus actividades. Se la pelan los crímenes internacionales, transnacionales o universales.
No es por el pasado de sus abuelos combatientes, no es por el presente de sus negocios. Es por el futuro de su poder y su mantenimiento en él.
Y eso es más peligroso que China y el franquismo juntos, marchando de la mano.
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