Mientras todos estamos lo poco pendientes que nos importa estar de unas elecciones que pueden no servir para nada o cambiarlo todo, depende como todo y como siempre de lo dispuestos que estemos a arriesgarnos, he decidido hablar sobre otra cosa.
Votaré, que para algo sangraron y murieron mi derecho varias generaciones precedentes, pero hoy voy a escribir de Francisco que ahora, tras recorrer las tierras de Al Urdum, la Jordania del millón de refugiados de otras partes, aterriza en Belén. Esa ciudad bendita y maldita por la guerra y la muerte.
Hay personas, hay gentes que perecen venidas de otro mundo. Hay voces que parecen que hablan otra lengua y Francisco es una de esas personas,es una de esas voces.
Se calza la sotana y se cuadra ante el mundo para dejar al descubierto, sin la fatua cobertura del silencio, el secreto, los pactos intramuros y los confesionarios, a esos locos que hacen de los niños y niñas sus víctimas. Y lo hace con la sencillez con la que suelen decirse en bares y tabernas cosas que ya se saben, cosas que siempre se han sabido pero que casi nunca se dicen en voz alta.
"No importa que sea un pecado, importa que es un crimen". Y se queda tan ancho. Como el que hubiera dicho una verdad conocida por todos. Al final es que sencillamente es eso lo que ha hecho.
No le importa dejar a la intemperie legal y criminal a todos aquellos protegidos por otros, desde el papa viajero hasta el gran inquisidor, porque él no lo ha hecho, porque sabe que su dios, su ética y su mente no lo aprueban y porque no está bien hecho.
No le importa dar un paso diagonal hacia un lado como un buen central de River o de Bocca -no hiramos susceptibilidades futboleras- y dejar a todo el aparato vaticano en un fuera de juego tan obvio y evidente que sus rostros comienzan a hacer juego con sus rojos capelos.
Y lo hace con todo. Como quien en la cosa nada tiene que perder porque nada ha ganado con ello.
Manda callar a nuestra curia patria y les exige que se ocupen de los niños y familias que mueren en el desesperado silencio de la miseria que muchos malos gobiernos uno detrás de otro han provocado y que el egoísmo social ha hecho estallar y dejen lo que hay debajo del ombligo a cada cual.
Manda callar a nuestra curia patria y les exige que se ocupen de los niños y familias que mueren en el desesperado silencio de la miseria que muchos malos gobiernos uno detrás de otro han provocado y que el egoísmo social ha hecho estallar y dejen lo que hay debajo del ombligo a cada cual.
"Ya sabemos lo que opina la iglesia sobre el matrimonio homosexual y el aborto. Hay cosas más importantes de las que hablar"
Los prelados españoles se quedan con el aire cogido en la garganta, a mitad de su penúltimo exabrupto moral, sin nada que decir al respecto.
Los prelados españoles se quedan con el aire cogido en la garganta, a mitad de su penúltimo exabrupto moral, sin nada que decir al respecto.
Descubre las finanzas vaticanas y entra, látigo en mano, en el nido de mercaderes y serpientes -¡Uy perdonen!, el buffet de a 2.000 euros el cubierto- de las canonizaciones con la furia del quien lo considera no solo un exceso innecesario sino un maldito insulto personal.
Acude a Lampredussa a escupirle a la sociedad italiana su desprecio por decirse católica y permitir que hombres, mujeres y niños mueran cuando están a escasos centímetros de su ayuda y sus costas.
Luego sigue besando niños, repartiendo bendiciones y sonrisas y bautizando hijos de divorciados y la corte de falsos santos y jerarcas que le siguen cada vez se encuentra más incomoda en su compañía porque cada vez les recuerda más a alguien que ellos dicen que hizo más o menos lo mismo hace ya mucho tiempo. Y no es que ese tipo le tuviera mucho cariño a ningún sacerdote.
Y ahora se va a Tierra Santa no para reclamarla para su dios en santa cruzada. Viaja para hacer apartar la mirada con vergüenza a cristianos, musulmanes, judíos y todo el que se pone por delante recordándoles que están parando el futuro de la tierra que dicen defender empeñados en una guerra interminable que nadie puede ganar y que solamente da alas a los fanáticos y radicales de uno y otro bando. Y que ninguno de los tres nombres de su dios que utilizan dijo nunca que quería eso.
“Las raíces del mal están en el odio y en la codicia por el dinero. Esto nos debe hacer pensar. La paz no se puede comprar. No se vende”.
“Las raíces del mal están en el odio y en la codicia por el dinero. Esto nos debe hacer pensar. La paz no se puede comprar. No se vende”.
Para colmo de males de escribas y fariseos -¡Uy, perdón otra vez, que se van los términos evangélicos al teclado! Quise decir de obispos y prelados- hace lo que nadie ha hecho desde aquello del ojo de la aguja.
Clama contra el dinero.No llora la pobreza, denosta la acumulación especulativa de riqueza.
Clama contra el poder. No reza por los oprimidos, señala y acusa a los opresores.
Clama contra la desigualdad. No sufre por los explotados, rabia por los explotadores.
Clama contra el dinero.No llora la pobreza, denosta la acumulación especulativa de riqueza.
Clama contra el poder. No reza por los oprimidos, señala y acusa a los opresores.
Clama contra la desigualdad. No sufre por los explotados, rabia por los explotadores.
"El actual sistema económico nos está llevando a la tragedia, nos está robando la dignidad”.
Eso ya no deja fuera de juego a la curia, los prelados y toda la jerarquía católica. Es que la expulsa directamente del partido. Y comienzan a mirarse entre ellos y a hablar bajito como si hubieran puesto en el sitial de Pedro al anticristo.
Hace siglos, quizás milenios, que los cristianos del mundo no reaccionan, no hacen caso e ignoran olímpicamente aquello que el papa les dice, les escribe o les grita. Siguen haciendo con sus fortunas, sus negocios y sus entrepiernas lo que les da la gana y luego se van a misa.
Pero ahora Francisco -y a este sí le llamo por su nombre porque está ejerciendo de lo que dice ser- no les deja.
Casi parece que le importa un comino con quien se acuesten o no y que sí le preocupa lo que hacen con aquello que la buena sociedad católica española -y de otros muchos sitios- cree que nada tiene que ver con su dios: el poder y el dinero.
Casi parece que le importa un comino con quien se acuesten o no y que sí le preocupa lo que hacen con aquello que la buena sociedad católica española -y de otros muchos sitios- cree que nada tiene que ver con su dios: el poder y el dinero.
Las mesnadas del Opus, reclutadas a golpe de cilicio y talonario, comienzan a removerse intranquilas, los legionarios entonan un tardío e insulso mea culpa por los excesos aberrantes de su fundador en un intento de acallar a la fiera que les grita desde Roma y Kiko, el falso iluminado del fanatismo neocatecumenal, se revuelve en su mansión romana esperando una audiencia que no llega.
Y encima sin mentar a dios a todas horas. No es porque dios lo diga en tal versículo y capítulo, en tal encíclica promulgada Ex catreda hace un puñado de siglos o en tal epístola apostólica. Es porque es justo. Punto.
Y encima sin mentar a dios a todas horas. No es porque dios lo diga en tal versículo y capítulo, en tal encíclica promulgada Ex catreda hace un puñado de siglos o en tal epístola apostólica. Es porque es justo. Punto.
Y claro los cristianos, los pocos que quedan entre la hueste inmensa de los que dicen serlo y no lo son y de los que dicen no serlo y lo son por pura tradición, dan palmas con las orejas, se sonríen de lado y miran a su cielo con un gesto de "ya era hora, jefe. Ya era hora".
¿Y nosotros qué hacemos? Todos los que no creemos que haya un dios o los que consideramos que su existencia no es tema de debate porque es absolutamente irrelevante, ¿qué hacemos?
En España, el idiota, como siempre.
Nuestra izquierda falsamente laica y rabiosamente anticlerical sigue a lo suyo.
Sigue estampando el ariete de su queja y su protesta contra las reforzadas e insonorizadas puertas de las catedrales y los palacios episcopales; siguen con una estrategia que no les ha llevado nunca ha nada, siguen buscando un objetivo imposible desde fuera: que la iglesia española, apegada al dinero y el poder, cambie y modifique sus prácticas arteras.
Su anticlericalismo les hace rebuscar en las hemerotecas y sacar una frase que Francisco dijo hace no se sabe cuantos lustros sobre la homosexualidad o le achaca que está en contra del aborto, obviando el hecho incuestionable de que tiene todo el derecho del mundo a estarlo. Seguimos con una estrategia que ya no sirve, que les hace el trabajo a los jerarcas.
Se intenta desacreditar la cabeza para esparcir descrédito sobre todos los demás olvidando el hecho de que las jerarquías ya están desacreditadas por todo lo que hacen y han hecho y Francisco no. Ignorando la circunstancia de que, hoy por hoy, Francisco y las jerarquías no son la misma cosa.
En lugar de utilizarle a él y a su impulso para desacreditar a los que dicen seguirle, de usar sus palabras que son tan parecidas a las nuestras, de atacar a las jerarquías bajo la linea de flotación de su supuesta obediencia debida por no hacer lo que él les exige, nosotros les hacemos el trabajo.
En cierto modo es lógico cuando uno se enfrenta a lo que desconoce por odio o por desidia ocurren estas cosas.
Bien haríamos en aplicarnos esa evolución en el tiempo que tanto demandamos con criterio y justicia a la iglesia romana y todos sus satélites -y a todas las religiones en general- porque deberíamos tener en cuenta que Francisco nos hace mucha falta y nosotros deberíamos saber que no creer en un dios no implica no apoyar a las gentes que hacen las cosas bien aunque crean en él.
Como las guardias bárbaras de los césares, los cosacos de los zares, las escoltas vikingas de los reyes egéos y los guardias numidios de Cartágo, puede que seamos los únicos que puedan proteger a Francisco en su intento de hacer la religión tolerable para las sociedades de aquellos que dicen que le deben obediente vasallaje.
Quizás sea Francisco la mejor herramienta de la que disponemos para lograr que la religión -al menos una, que con otras lo tenemos bastante más difícil- sea algo entre el ser humano y su mente y no pretenda impregnar las sociedades.
Que me temo que entre las huestes bíblicas que inundan el mundo desde el dios de la zarza el periodo de cadencia entre los nacimientos de alguien que entiende la religión de esta manera es bastante elevado: uno cada dos mil y pico años.
Y uno ya está mayor.
¿Y nosotros qué hacemos? Todos los que no creemos que haya un dios o los que consideramos que su existencia no es tema de debate porque es absolutamente irrelevante, ¿qué hacemos?
En España, el idiota, como siempre.
Nuestra izquierda falsamente laica y rabiosamente anticlerical sigue a lo suyo.
Sigue estampando el ariete de su queja y su protesta contra las reforzadas e insonorizadas puertas de las catedrales y los palacios episcopales; siguen con una estrategia que no les ha llevado nunca ha nada, siguen buscando un objetivo imposible desde fuera: que la iglesia española, apegada al dinero y el poder, cambie y modifique sus prácticas arteras.
Su anticlericalismo les hace rebuscar en las hemerotecas y sacar una frase que Francisco dijo hace no se sabe cuantos lustros sobre la homosexualidad o le achaca que está en contra del aborto, obviando el hecho incuestionable de que tiene todo el derecho del mundo a estarlo. Seguimos con una estrategia que ya no sirve, que les hace el trabajo a los jerarcas.
Se intenta desacreditar la cabeza para esparcir descrédito sobre todos los demás olvidando el hecho de que las jerarquías ya están desacreditadas por todo lo que hacen y han hecho y Francisco no. Ignorando la circunstancia de que, hoy por hoy, Francisco y las jerarquías no son la misma cosa.
En lugar de utilizarle a él y a su impulso para desacreditar a los que dicen seguirle, de usar sus palabras que son tan parecidas a las nuestras, de atacar a las jerarquías bajo la linea de flotación de su supuesta obediencia debida por no hacer lo que él les exige, nosotros les hacemos el trabajo.
En cierto modo es lógico cuando uno se enfrenta a lo que desconoce por odio o por desidia ocurren estas cosas.
Bien haríamos en aplicarnos esa evolución en el tiempo que tanto demandamos con criterio y justicia a la iglesia romana y todos sus satélites -y a todas las religiones en general- porque deberíamos tener en cuenta que Francisco nos hace mucha falta y nosotros deberíamos saber que no creer en un dios no implica no apoyar a las gentes que hacen las cosas bien aunque crean en él.
Como las guardias bárbaras de los césares, los cosacos de los zares, las escoltas vikingas de los reyes egéos y los guardias numidios de Cartágo, puede que seamos los únicos que puedan proteger a Francisco en su intento de hacer la religión tolerable para las sociedades de aquellos que dicen que le deben obediente vasallaje.
Quizás sea Francisco la mejor herramienta de la que disponemos para lograr que la religión -al menos una, que con otras lo tenemos bastante más difícil- sea algo entre el ser humano y su mente y no pretenda impregnar las sociedades.
Que me temo que entre las huestes bíblicas que inundan el mundo desde el dios de la zarza el periodo de cadencia entre los nacimientos de alguien que entiende la religión de esta manera es bastante elevado: uno cada dos mil y pico años.
Y uno ya está mayor.
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