Mientras nuestra sociedad y nuestra prensa se hacía cruces sobre el "inexplicable" crimen que acabó con la vida de una política leonesa y que ha terminado siendo de todo menos inexplicable, nuestro Gobierno, que se ha llenado la boca durante tres días de decir y repetir que no hay que banalizar el sufrimiento, que todas las vidas son iguales y demás lugares comunes que todos sabemos que ni se creen, ni esperan que nos creamos, ha seguido a lo suyo.
A acrecentar el sufrimiento de los que menos recursos tienen en aras de algo que no es más que su obsesión, su obtusa y pretenciosa manera de ver el futuro. Y esta vez le ha tocado a los autistas.
Centenares de familias han visto como desde las oficinas del ministerio que preside el proceloso José Ignacio Wert han salido cartas denegándoles las becas para la terapia extra que precisan estos niños enfermos para poder integrarse en el mundo que les rodea con unas garantías mínimas de existencia normalizada.
Y así, de un plumazo, echan por tierra toda su demagogia funeraria sobre que "toda vida es importante", sobre que "no se debe banalizar la existencia humana" porque ellos, los inquilinos de Moncloa y del Ministerio de Educación toman como nada la existencia de estos niños y sus necesidades, la vida de sus padres y familiares y su esfuerzo y su sufrimiento, las necesidades de cohesión y solidaridad de toda una sociedad.
Porque no hay nada que haga más banal la existencia humana que medirla por su coste monetario.
En otro de esos ejemplos de maltusianismo social que les caracteriza y que tiene como principal abanderado al ministro Wert vuelven a considerar que el gasto en los autistas no es necesario, es prescindible. Y como Leónidas y los espartanos arrojan por las laderas del monte a sus vástagos no perfectos para librarse de ellos.
Porque consideran que no merece la pena gastar dinero en alguien que es posible que nunca llegue a estar en condiciones de ser las máquinas de producir sin pensar que ellos quieren que sea todo español para su beneficio y el de toda su clientela.
Y poco les importa que el nivel intelectual entre los autistas tienda a ser extremadamente elevado, nada les importa que la pérdida de esas becas suponga un retroceso evolutivo, les estanque, les impida salir de una enfermedad que les hace muy difícil relacionarse con su entorno y sus semejantes.
Desde Murcia a Alcalá de Henares, desde Baleares a Cantabria, desde Andalucía a esa Castilla León donde han estado todo este tiempo diciendo que no hay que "hacer de menos el sufrimiento humano", deniegan las becas de 20.000 euros para las terapias especiales mientras consienten que la consejera de educación valenciana -que parece querer iniciar el camino hacia Génova- gaste lo que no está escrito -bueno sí está escrito, pro lo oculta- en subvencionar colegios religiosos, en ceder terrenos y edificios a universidades privadas -también católicas, claro-.
Les niegan el pan y la sal a aquellos que más lo necesitan mientras consienten que Lucía Figar, consejera de Educación de la Comunidad de Madrid, se conceda a sí misma una beca de ayuda el sueldo combinado de ella y su esposo es uno de esos de seis cifras que rara vez se ven en las nóminas de los españoles.
Y la excusa que dan para denegarlas es de traca. Sería divertida si no fuera trágica, sería esperpéntica si no fuese dantesca. Afirman que ya están tratados en sus colegios.
Colegios en los que un solo logopeda tiene que atender cuatro aulas con ocho niños con necesidades especiales, colegios en los que el mismo profesor especial debe tratar a la vez con autistas, alumnos con síndrome de Down, con parálisis cerebral o con déficit de atención pese a las diferencias mas que evidentes que suponen cada una de las afecciones y su tratamiento y evolución.
Pero al ínclito ministro y a toda la corte genovesa que busca dinero para cuadrar unas cuentas públicas que ellos mismos han descuadrado en las comunidades autónomas en las que gobernaban nada de eso les importa.
Dicen que lo único que han hecho es ponerse más "estrictos" con el cumplimiento de los requisitos exigidos y hasta podría ser elogiable tal actitud.
Si también hubieran abandonado su laxitud a la hora de conceder becas de comedor hasta el punto de que han dejado colar una concedida por una consejera de educación a sí misma, si también hubieran abandonada su laxitud a la hora de pasar por alto la indolencia criminal con la que algunos directores de centros de enseñanza han tratado la pedofilia de alguno de sus profesores, si también hubieran recuperado la rigidez a la hora de exigir a los centros religiosos concertados que no cobren dinero alguno -disfrazado de lo que esté disfrazado- a las familias de sus alumnos cuando el Estado les subvenciona.
En todo eso permanecen laxos, relajados, dejando que el dinero circule a espuertas y siga saliendo de las cajas públicas para acabar en las privadas. En eso parece que no hay que ponerse estricto.
Hay familias que se han endeudado hasta las cejas pidiendo préstamos para adelantar -como todos los años- los gastos en espera de recibir la beca y ahora no pueden afrontar los pagos. No solo dejan a la intemperie a los autistas, sino que abocan a la miseria a sus familias.
Porque es obvio que en una sociedad moderna, solidaria y equilibrada hay que ser comprensivos con los gastos multimillonarios de las empresas que construyen carreteras privadas inviables y hay que compensarles por su fracaso empresarial, es evidente que para que un país sea justo y se preocupe por sus ciudadanos hay que gastar miles de millones de euros en el rescate de una burbuja inmobiliaria, financiera y bancaria que ha estallado por la furia especulativa de quienes se beneficiaron de ella.
Pero dar 20.000 a las familias para que puedan afrontar con unas mínimas garantías el esfuerzo y las dificultades que supone que uno de sus miembros tenga necesidades educativas especiales no, eso no debe hacerse. Eso no es justo, no es liberal, no es procedente.
Así que la próxima vez que, enlutados hasta las cejas, repitan que todo asesinato es execrable alguien debería recordarles al oído que no pueden decirlo, que es mejor que se callen.
Porque Wert, su ministerio y su absurdo maltusianismo social están matando las esperanzas de futuro y de integración de autistas y otros niños con necesidades educativas especiales.
Eso es casi peor que dispararles a bocajarro. Es matarles en vida. Y que un gobierno haga eso sí que es "inexplicable".
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