Pues parece que lo han hecho una vez más. El próximo 22 de julio entra en vigor la norma por la cual se puede elegir el orden de los apellidos, anteponiendo el de la madre al del padre si así se quiere.
No me hace falta ni escribir de nuevo sobre ello. Esto nos viene de 2010, de una de esas ideas gloriosas e incultas del emporio paritario que antepone la ideología a la historia, la reflexión y la lógica.
Y hasta aquí lo nuevo. Todo lo posterior es de 2010. Y salvo la reelección de Obama, tiemblo al darme cuenta de que poco o nada ha cambiado.
Con ustedes Ocho apellidos femeninos.
No me hace falta ni escribir de nuevo sobre ello. Esto nos viene de 2010, de una de esas ideas gloriosas e incultas del emporio paritario que antepone la ideología a la historia, la reflexión y la lógica.
Y hasta aquí lo nuevo. Todo lo posterior es de 2010. Y salvo la reelección de Obama, tiemblo al darme cuenta de que poco o nada ha cambiado.
Con ustedes Ocho apellidos femeninos.
Barack Obama se desestructura a sí mismo y se pone a pensar en su reelección en lugar de en su país -algo normal en Estados Unidos y sus presidentes, con o sin Tea Party de por medio; Los franceses y sus sindicatos siguen elevando el nivel de su acción sindical a limites de resistencia y salvajismo que no se conocían desde los tiempos de Emile Zola; los iraquíes siguen matándose y muriéndose por un quítame allá ese dios medieval -sea cristiano, chiita o sunita- de enfrente de la cara... y así en una sucesión inacabable de asuntos reiterados y continuos que nos llevan a la eterna anticipación de un desastre que amenaza con hacerse inevitable, no porque lo sea, sino porque no tenemos la voluntad de evitarlo.
Y nosotros, ¿qué hacemos? Nosotros hablamos de apellidos.
Aún sin ministerio de Igualdad, aún sin ministra de chaneles y diccionarios sexistas, nosotros seguimos con el burro atado a la misma noria, dando vueltas sobre el mismo surco y pretendiendo hacer de lo banal una sustancialidad que se antoja, ya no sólo ridícula, sino cargante. Y ahora le toca el turno al apellido paterno.
Las hay que dicen que es un vestigio del patriarcado -las mismas que ocultan datos sobre la prostitución masculina, las mismas que eliminan el móvil del delito en los crímenes contra mujeres- y el Gobierno las escucha y decide que ahora el apellido paterno es el nuevo caballo de batalla de la lucha por la igualdad.
Porque es sexista que, en caso de conflicto, se prime el apellido paterno y por eso es mejor que, en caso de conflicto, se recurra al orden alfabético, para que, en caso de conflicto, los restos machistas del patriarcado imperante no se reproduzcan.
Y entre tanto razonamiento se olvidan de hacerse dos preguntas ¿qué lógica tiene que haya un conflicto por el orden de los apellidos?, ¿por qué es importante fomentar ese conflicto, hacer ver que se puede producir?
La lógica impone que un individuo - y no diré una individua, me niego- pueda elegir el orden de sus apellidos cuando la mayoría de edad le abra la puerta de esa elección, como se la abre del cambio de nombre o del cambio de sexo. Más allá de eso, toda discusión es versallesca.
Ahora resulta que los apellidos paternos son un resto de la sociedad patriarcal. Y el razonamiento es aparentemente estable en lo histórico, medianamente comprensible en lo social y ligeramente asumible en lo político -sobre todo si se reconoce que hace tiempo que se hace política con una inexistente guerra de los sexos-. Pero se queda corto, muy corto.
Por primera vez desde que las descendientes del feminismo historicista y clasista estadounidense arribaran a las costas de nuestras asociaciones de mujeres y colectivos de féminas, se quedan cortas.
Porque, si la prevalencia de los apellidos paternos es un resto del patriarcado innombrable e inasumible como vestigio histórico, entonces tenemos que ir más allá.
El debate sobre la libre elección del orden de los apellidos -o incluso la prevalencia forzosa del apellido de la madre, que también se les puede ocurrir con eso de la discriminación positiva- es una discusión tan inútil y banal como discutir sobre qué pieza interpreta la orquesta del Titanic mientras se hunde.
Porque cualquiera que sepa un mínimo de historia, un poco de sociología y tenga una sola pizca de capacidad de razonamiento lógico tiene que darse cuenta de que, hoy por hoy, todos los apellidos son paternos.
Llevamos siglos -e incluso milenios- nombrando así a las personas, organizando de esa manera las referencias genealógicas basadas en los apellidos para la identificación de las personas y de los linajes.
En las sociedades arcaicas esa elección no se tomó por el hecho de que fueran hombres o de que fuera más importante el linaje masculino, sino por el simple motivo de que todo el mundo estaba presente en la gestación -y hasta en el parto- de los hijos y tenía claro quien era su madre y no se podía decir lo mismo del padre, si no era por su apellido.
Pero más allá de todo eso, si ponemos delante el apellido de la madre no estamos eliminando vestigio patriarcal alguno. Porque estamos cambiando un apellido paterno por otro. Lo único que hacemos es saltarnos una generación.
Por si las hijas de Catharine A. Mackinnon no se han dado cuenta, después de un milenio de matrimonios y alumbramientos, todo primer apellido de una mujer es el de su padre. Así que también es patriarcal. El niño pasa de llevar el apellido de su padre en primer lugar a llevar el de su abuelo. El patriarcado se retroalimenta a sí mismo.
Todo apellido que se lleve, en el puesto que se lleve, es el apellido que en alguna generación, hizo referencia directa a la filiación paterna de la persona que lo lucía.Y eso no pueden cambiarlo. Todo primer apellido es el apellido del padre. Lo porte una mujer o un hombre.
Así que se han quedado cortas. Deberían haber exigido -en aras de la igualdad genealógica- la eliminación de todos los apellidos españoles acabados en "ez". Los Rodríguez, Fernández, Miguélez, Estébanez no significan otra cosa que "hijo de Rodrigo", "hijo de Fernando", etc. Así que fuera del registro Civil por patriarcales.
Y exijamos que no haya nombres de varón y de mujer. Yo tengo un amigo al que le pegaría tremendamente llamarse Casandra y una amiga a la que le vendría estupendamente poder llamarse Borja. La imposición de un sexo para el nombre también es patriarcal. Fuera con ella.
Pero no hacen eso. No piden eso ¿por qué?, ¿no eliminarían esas normas los insoportables restos del patriarcado que actúan como pesadas rémoras en el camino hacia la igualdad?
No lo hacen porque eso no generaría lo que realmente quieren. Eso no provocaría conflicto.
No lo hacen porque eso no generaría lo que realmente quieren. Eso no provocaría conflicto.
Hay tantas mujeres que se apellidan Fernández como hombres, hay tantas mujeres que considerarían raro que una mujer se llamara Julián como hombres. Así que todos estarían de acuerdo. No habría conflicto.
Pero si vendes que lo que tienes que hacer para luchar por la igualdad es defender tu apellido -aunque sea tan patriarcal como el de tu pareja- por encima del suyo, entonces el conflicto está asegurado.
Entonces volvemos a entrar en la deseada guerra de los sexos en la que el hombre es el enemigo y la mujer es la víctima social por antonomasia. Entonces podemos resucitar a Mackinnon.Y eso responde a la segunda pregunta ¿por qué necesitan ese conflicto?. Porque si no hay conflicto su visión apriorística del mundo no les vale, no les funciona. Así que hay que generar un conflicto.
Y el Gobierno, presa de unos complejos en este asunto que resultan incomprensibles, entra en ese juego.
Igual que anteriores gobiernos cambiaron una ley, abrieron un debate social y montaron un espectáculo para facilitar el aborto libre a las menores cuando sólo suponen un seis por ciento de las mujeres que abortan; igual que han invertido millones, han realizado campañas imposibles, han manipulado cifras y han burlado el espíritu y la letra de La Constitución, para hacer grande un problema que afecta -trágicamente, eso sí- a menos de uno por ciento de la población femenina española.
Ahora nadie se pelea por el apellido, pero el Gobierno les muestra con su repentina idea sobre la prevalencia patriarcal del apellido paterno un nuevo campo de batalla, ¿por qué? Pues porque las feministas de este país -por lo menos aquellas que pretenden ejercer de altavoz del feminismo en los pasillos del poder- necesitan un conflicto, porque han bebido de la fuente del feminismo clasista estadounidense y no del feminismo igualitario francés.
Por que necesitan un enemigo y necesitan que ese enemigo sea masculino. Porque en el caso contrario tendrían que reflexionar en lugar de oponerse, tendrían que pensar en lugar de protestar. Tendrian que crear en lugar de destruir.
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