Desde el pasado 14 de abril echo mucho de menos ver pechos al descubierto por las calles de España.
Pero no solamente en las de España. También en las de Londres, en las de Bruselas, en las Europa en particular y el mundo occidental atlántico en general.
Y dicho así podría considerarse un ataque hormonal de proporciones clínicas. Y más si añado que también los echo de menos en los periódicos, en los informativos, en el Congreso de los Diputados e incluso en las puertas de las embajadas.
Pero no es es eso.
Desde el 14 de abril 223 mujeres están secuestradas en Nigeria, desde el 14 de abril son violadas varias veces al día, obligadas a someterse al islam -como si a algún dios, en caso de existir, le valieran ese tipo de conversiones-, desde el 14 de abril están sufriendo y muriendo y con la amenaza de ser vendidas como esclavas.
Y yo no veo pechos al descubierto por el mundo.
Las mismas que se indignan por una ley de aborto que ni siquiera impedirán abortar a las mujeres que lo deseen -y si no al tiempo-, la mismas que convocan minutos de silencio por muertes de género que luego resultan no serlo tras la investigación policial, las mismas que están asentadas en todos los países occidentales y se movilizan, según ellas, de forma radical contra todo tipo de violencia contra la mujer, ahora están calladas, no inundan las calles y las puertas de las embajadas con sus senos al viento.
Quizás sea porque las adolescentes que sufren lo hacen en Nigeria y, bueno, al fin y al cabo una mujer que nace en Nigeria ya debe estar acostumbrada al sufrimiento; o a lo mejor por es una de esas zonas del mundo a las que cuesta viajar y en la que la cobertura de Internet no asegura máxima difusión en las redes sociales o porque nos ha pillado por medio la Semana Santa y el Puente de Mayo que son fechas para lucir los pechos en otra tesitura.
Pero a lo peor es porque no nos importa un carajo. A lo peor es porque como no compartimos cultura, continente, religión ni mundo en general con ellas, no consideramos que tengamos que hacer nada para impedir su sufrimiento, a lo peor es porque damos por sentado que como no son occidentales atlánticas las adolescentes nigerianas no tienen los mismos derechos que las mujeres de este nuestro mundo.
Tenía que llegar el día en que se nos notara que no somos lo que decimos ser, que en realidad somos otra cosa. Tenía que llegar el día en el que esa supuesta defensa de los derechos universales que todos decimos hacer se rebelara como una defensa de "nuestros" y solamente nuestros derechos.
Y los medios de comunicación están en las mismas. Se apresuran a catalogar como violencia de género y poner en portada la aparición del cadáver de una mujer boliviana mientras en la misma información se ven obligados a decir que la investigación policial todavía no descarta ninguna hipótesis, pero mantienen el secuestro para su posterior venta y esclavización de 223 mujeres en Nigeria en las partes bajas de sus versiones digitales y en las páginas interiores de sus ediciones impresas.
Ellos que han llenado secciones enteras defendiendo otros derechos de la mujer, clamando contra la violencia contra la mujer e intentando forzar la realidad más allá del drama existente no sabe-bueno sí se sabe- con qué objetivos., ahora catalogan la violación sistemática y diaria de 223 mujeres en Nigeria como Terrorismo islámico, trafico de personas y delitos.
Y es todo eso pero no le colocan una sola etiquete como igualdad, violencia contra la mujer ni nada parecido.
Resulta chocante. Casi tan chocante como no ver pancartas malvas y senos desnudos con los nombres de esas mujeres manifestándose ante la embajada de Nigeria o acudiendo en masa a Chibok -es la ciudad nigeriana donde se produjo el secuestro, porque en África también las ciudades tienen nombre- para solidarizarse con las familias de las víctimas y exigir su liberación.
El día del a incongruencia occidental en la defensa de los derechos de la mujer ha amanecido en Nigeria, como el de los laborales amanece en todas y cada una de las huelgas generales, para alumbrarnos con el sol de nuestro propio egoísmo. Para recordarnos que somos capaces de luchar hasta la extenuación por derechos que consideramos nuestros, incluso aunque sea reflejen en expresiones legal y éticamente cuestionables, pero no movemos un dedo cuando esos mismos derechos son abiertamente conculcados en la carne, la sangre y el sufrimiento de otros.
Así que la próxima vez que saquen a pasear sus senos en defensa de alguna causa -que todo su derecho tienen, nadie se lo niega- no se preocupen de pintarlos. Estarán manchados con la sangre y el sufrimiento de 223 mujeres por las cuales se olvidaron de hacer algo, de intentar algo, aunque probablemente no hubiera servido para nada.
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