Poco a nada he querido escribir sobre este nuevo asalto entre los nacionalismos catalán y español que parece que se dirimirá mañana en unas elecciones que se han convertido en plebiscito porque nadie ha querido hacer uno como la democracia manda.
Y poco he dicho porque no hay muchas cosas nuevas que haya que decir.
Los catalanes tienen que decidir sobre su futuro como región, autonomía nación o Estado independiente. Punto y final. No hay pero, no hay matiz, no hay excusa. Eso es lo que la democracia exige.
La Constitución Española no es excusa para evitarlo porque no puede éticamente anteponerse al derecho de un pueblo a decidir sobre cómo se organiza si ese pueblo no quiere vincularse a ella; la historia no es argumento porque no es necesario haber sido independiente en el albor de los tiempos para serlo en el tiempo presente y la opinión del resto de los ciudadanos españoles -entre los que me encuentro- no es relevante porque ellos no forman parte de aquellos que habitan, han nacido o residen en ese territorio.
Así que todos los argumentos que da el Gobierno, el partido que lo ostenta y la corriente ideológica que lo mantiene, son insustanciales, ilegítimos y baladís para justificar el hecho de que no haya habido aún un referéndum sobre el asunto.
Que la mitad de la población catalana no quiere la independencia que lo exponga en las urnas y ganará quien tenga que ganar, sea por un voto o por un 90%. Eso es la democracia.
Que va a ser perjudicial económicamente para Catalunya, que los votantes lo tengan en cuenta; que va a ser perjudicial económicamente para España, nos jodemos. Así de claro. Que venga bien o mal a España tampoco es relevante. Supongo que a Roma le vino fatal que los visigodos escindieran la provincia de Hispania del Imperio, a los Omeyas que Abderraman declarara el Califato Independiente de Córdoba y a Felipe II que la dieta alemana votara a un primo lejano suyo para darle el imperio alemán y su cuñada le arrebatara el reino de Portugal. Pero así son las cosas en esto de los estados y naciones.
Así que poco demócrata no será el que declare unilateralmente la independencia tras escuchar lo que desean los catalanes si alguien lo hace, lo está siendo quien lleva generación y media poniendo trabas a que expresen cuál es su deseo. Será muy español, muy nacionalista español o muy españolista, pero que no mire a nadie a la cara y se atreva a hablar de democracia.
Y por lo demás pienso que la escisión unilateral es como mínimo un riesgo innecesario como es un error de proporciones mayúsculas seguir anclados en el orgullo y honor patrio español de unidad nacional frente a otros estados -y en español se puede poner cualquier otro gentilicio nacional- en un mundo en el que solo son posibles soluciones globales y en el que la única esperanza es un gobierno global que perciba la humanidad como un conjunto.
Pero esa es mi opinión. Tengo derecho a exponerla pero no a imponerla. Sea un ciudadano o un gobierno. Y tengo que tener claro que si soy demócrata debo saber que no es relevante a la hora de que los catalanes decidan su futuro.
Y si deciden que son independientes, sea. Y si deciden que quieren ser una nación o un estado federal dentro de España entonces, y solo entonces, la opinión y el deseo del resto de España sí será relevante y tendrá que ser expuesto en las urnas igualmente.
No sé si me he expresado con la suficiente claridad.
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