En ocasiones, el recuerdo es una herramienta de recomposición personal y social que nos asalta de forma inesperada. Como casi todo lo relacionado con estas demoniacas líneas, mi recuerdo y mi memoria tienen a veces estructuras y dinámicas perversas.
Hoy, cuando se cumple el post 365 de este invento, cuando se cumple lo que, si mi voluntad fuera más firme y mi tiempo más extenso, hubiera sido un año de jornadas dedicadas a alimentar mi impulso de hablar sobre el mundo y de entender la vida, el recuerdo de otro post me ha asaltado de repente.
Hoy me he acordado de un post que dediqué en su tiempo a esa muchacha, a esa criatura a la que la locura de un individuo convirtió en cadáver y a la que la locura de una sociedad transformó en trágico icono de programas de rojo y negro y de morbo perpetuo. Hoy me he acordado de Marta del Castillo. ¿Os acordáis de Marta del Castillo, esa chiquilla que un día alguien dijo que eramos todos?
Hoy, que buscaba una excusa para que este post hablara de la alegría, del amor o de cualquier otra cosa tan banal como necesaria, me he acordado de Marta del Castillo. Hoy que quería escribir sobre la vida, me he visto, como siempre últimamente, en la tesitura de sentir necesario escribir de la muerte.
Ha pasado un año y Marta del Castillo sigue muerta -nunca hubo esperanza de que fuera de otra forma. El circo mediático que se formó en torno a ella no pretendía encontrarla con vida -como en otros casos también recordados y olvidados-, no fingía colaborar para lograr un rescate o una localización, mientras lo único que vigilaba atentamente eran sus índices de audiencia. Tan sólo se limitaba a esperar que apareciera un cadáver, montaba guardia para regodearse en las presumibles lágrimas, en los anticipables gritos desgarrados en los más que previsibles juramentos de venganza.
Cuando no apareció el cadáver, cuando eso no ocurrió, todos dejamos de ser Marta del Castillo de repente, por el arte de la magia del descenso de audiencias. Dejamos de serlo porque no lo habíamos sido nunca, como nunca fuimos Madelaine, como nunca fuimos Jonathan, como nunca fuimos Sara.
Y ahora, un año después, sus padres, que si eran Marta y siempre serán Marta, presentan un millón y medio de firmas en defensa de la cadena perpetua revisable, del cumplimiento integro de las condenas.
Y es normal, es comprensible que ellos, que ni siquiera tienen un cadáver -con lo que eso supone para nuestro patrio sentido de la tragedia-, pidan eso o incluso que pidan que ajusticien a aquel que la mató pero que no es su asesino porque no hay cadáver. Ellos hacen lo único que pueden hacer: clamar venganza -no justicia, aunque también-.
Pero lo que me aterroriza de esa petición es que solicitan la cadena perpetua irredimible para delitos graves. Y no me aterroriza que lo pidan, lo que realmente me deja anonadado es que nadie pregunte ¿qué son delitos graves?. Lo que me deja sin aliento es que un millón y medio de personas no haya hecho esa reflexión antes de firmar.
Se podrá decir que los delitos graves son los asesinatos, pero, en el resto de los delitos la gravedad se fija en virtud de un término cuantitativo.
Un robo es más grave en tanto es más cuantioso, unos daños son más graves en tanto son más onerosos para la propiedad sobre los que se producen -no es lo mismo tirar una piedra a un cristal que incendiar un inmueble-, una agresión es más grave en tanto más lesiones se producen y así sucesivamente.
Pero ¿como medimos la gravedad de la muerte?, cuando alguien le arrebatas todo lo que es y lo que puede llegar a ser ¿cómo construimos la escala de gravedad?
Para cualquiera que se lo piense un instante, la petición encabezada por los padres de Marta del Castillo supone que todo homicidio tiene la misma escala de gravedad. Sería injusto que fuera de otra manera.
Y, aunque no queramos pensarlo, aunque estampemos nuestra firma sin reflexionarlo, eso significa que la madre que por negligencia deja que su hijo muera en un accidente por no ponerle el cinturón de seguridad debería cumplir cadena perpetua irredimible; que el médico que se confunde en una operación debería cumplir cadena perpetua irredimible; que aquel que limpia imprudentemente un arma y por accidente dispara y mata a alguien debería cumplir cadena perpetua irredimible; que quien sobrevive a un accidente en el que conduce en estado de embriaguez y en el que ha muerto alguien debería cumplir cadena perpetua irredimible; que aquel que deniega el auxilio a alguien que ve sangrando por la calle o que no se detiene en un accidente que acaba con víctimas mortales a las cuales su intervención podría haber salvado debería cumplir cadena perpetua irredimible.
Porque sino es así lo que estamos diciendo es que hay muertes forzadas graves y leves. Lo que estamos estableciendo es una escala de importancia en las vidas que se quitan. Lo que estamos defiendo es que hay vidas más importantes que otras. Y eso no. Por mucha cólera, mucho miedo y mucha tristeza que se albergue, eso no.
Más allá de que las cadenas perpetuas irredimibles -porque decir revisables es decir irredimibles- no funcionan y está demostrado. Más allá de que el país que todos tenemos en mente como ejemplo de ese sistema de sentencias es el cuarto con mayor índice de homicidios del mundo -Por detrás de Colombia, México y Tailandia-, que un millón y medio de personas consideren esa posibilidad da miedo. Que un millón y medio firme de sin pensar de lástima, pero si lo han pensado y han firmado entonces da auténtico pánico.
Porque significa que ya estamos tan deshumanizados que estamos dispuestos a considerar que la pérdida de una vida es menos grave que la otra; porque supone que nuestro miedo se ha impuesto a cualquier pensamiento racional al respecto; porque es un síntoma de que no estamos en condiciones de superar nuestro propio egoísmo y consideramos grave aquello que nosotros creemos que nunca podríamos hacer, pero no aquello que tememos que nos pueda ocurrir en algún despiste o algún golpe de mala suerte.
Porque anuncia, de forma más impactante que cualquier espacio televisivo de muerte y morbo y que cualquier campaña de victimismo solidario, que hemos perdido la esperanza.
Los padres de Marta del Castillo tienen una hija muerta y una vida rota como excusa para ello ¿Cual tenemos nosotros?
2 comentarios:
Las personas que han firmado, no creo que hayan pensado lo que tú. Piensan mas bien, en la chica asesinada, en la desesperación de sus familiares, en la crueldad de jovenes perversos, sin ningún tipo de decencia.
Han pensado en Marta y en otras muchas a las que han quitado la vida, sin ningún motivo. Han pensado en el Rafita, que se pasea impunemente, despues de haber asesinado de manera brutal a esa pobre chica..Pero no solo deberiamos culpar a estos chicos, quizás nuestra sociedad sea responsable de la pérdida de valores y respeto a los demás..
Os digo ,Marta está en el rio, cerca de Sanlucar, no aparecerá pronto, lo hará cuando nadie la busque,la encontrará un vecino de Sanlucar.
El problema está en que han pensado en eso y sólo en eso. El problema y el miedo que produce está en que no han tenido en cuenta lo que su exigencia supondría para una sociedad y sólo se han preocupado de lo que les envía la visceralidad (aunque tengan todo el derecho a sentirla). No se puede pretender que una sociedad se estructure a través de nuestros miedos y de nuestros odios. Tenemos la responsabilidad de superar eso y pensar las cosas más allá de la viscera.
Te digo. Tu predicción es tan obvia que no merece la pena hacerla. Ya nadie busca a Marta (oficialmente), las corrientes del Guadalquivir llevan a Sanlucar de Barrameda todos los materiales de alubión del río (¿por qué crees que se formaron las marismas?) y, si nadie busca ya a Marta y su cadáver va a Sanlucar por inercia fluvial, ¿quién es más lógico que lo encuentre?
Tu predicción tiene tanta validez premonitoria como anticipar que el partido inaugural del próximo mundial de fútbol lo jugará España. Puede que la gente no se haya fijado en el dato, pero ya se sabe que será así.
Y, por cierto, también tenemos la responsabilidad de no alimentar circos ni espectáculos. No voy a entrar en si tienes dotes premonitorias o prescientes, pero en casos como estos, harías mejor en guardártelas para tí.
Un saludo
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