lunes, febrero 14, 2011

Sinde recoge el Goya para Hannah Montana

¡Habemus gala!, ¡Habemos Premios Goya! y habemus lo que teniamos que tener, teniendo el Gobierno que tenemos. Que es justamente el que nos merecemos.
Y nos lo merecemos porque es el reflejo de nosotros mismos, de los que somos, de lo que creemos ser y de lo que queremos ser.
Lo tenemos porque nos hemos convecido de que tenemos derecho inalienable de ser como somos, de hacer lo que hacemos.
Lo tenemos porque, una vez más, como siempre ha sido y como siempre será, las urnas -encumbren a quien encumbren- son un espejo de lo que somos.
Ángeles González Sinde demostró ayer, entre el glamour y los vestidos de diseño, entre el espectáculo y los esmoquines -que yo no son smoking, faltaría más-, que ningún gobierno, ningún minsitro, ningún político puede sustraerse al mágico influjo de ser como todos los demás, de compartarse como un ciudadano más. De ignorar sus responsabilidades.
Mientras defendía su ley, González Sinde podía ser injusta, pero era ministra; mientras discutía su posición ideológica, la ministra podía ser intransigente, pero era política; mientras ordenaba cerrar páginas de descargas la política podía ser recalcitrante, pero era adulta.
Es posible que ayer María Ángeles González Sinde hiciera por acercar el cine a los escolares más que cualquier otro titular de la cartera de Cultura. 
Al fin y al cabo, en la noche de los Premios Goya en el  Teatro Real, transformó el desfile por una alfombra roja con escotes, tacones, plexos solares y bellezas sólo para adultos en el recreo del patio de un colegio. En el cambio de clase de un instituto.
Ayer se transformó en una adolescente, en una grupi. Y lo hizo por lo mismo que lo hace siempre está civilizada sociedad atlántica nuestra. Por anteponerse ella y lo suyo personal a todo lo demás. Eso es lo que le permitió olvidar que es ministra, que es política. Eso le hizo obviar el hecho de que es una mujer adulta.
Porque Marí Ángeles -y la llamo así porque a los adolescentes les suele gustar que les llamen por su nombre de pila- olvidó que su presencia en ese estallido de glomour y autocomplacencia industrial e institucional de una industria que, en estos momentos, tiene poco en lo que complacerse, no estaba diseñada para lucir su estupendo vestido púrpura; no estaba pensada para que se la calificara de "elegante a la vez que discreta"; no estaba estructurada para que castigara con el látigo de su indeferencia a sus rivales en la lucha por la popularidad en los pasillos del instituto.
Ignoró que su aparición en la alfombra roja la imponía el deber de ejercer de ministra. Sólo eso. Nada más que eso.
Porque Marí Ángeles -y la llamo así porque los adultos siempre terminamos usando el mari para referirnos a las jovencitas- omitió en sus pensamientos el hecho de que el político está obligado a la cortesía para con las instituciones que se relacionan con él; que el gobernante esta formalmente impelido a la diplomacia con aquellos miembros de su ciudadanía que piensan de forma distinta a él y que critican su forma de gobernar.
Porque Marí Ángeles se permitió el lujo de arrinconar en su mente y sus recientemente recuperadas visceras de adolescente ofendida la molesta circunstancia de que una ministra es designada por el Presidente del Gobierno y que un Presidente del Gobierno es elegido por los sufragios de los ciudadanos.
Y todos esos pequeños y comprensibles olvidos, originados por la decepción de la pobre Marí Ángeles para con su amigo Alex, por la impermeabilidad adolescente de Marí Ángeles hacia las críticas de Alex, la permitieron pasar por alto la inconveniente realidad de que la alfombra roja del Teatro Real no es el patio de recreo de un colegio de primaria; que el fotocall de los Premios Goya no es un pasillo de instituto por el que pasear estupenda para dirimir y poner al descubierto sus desavenencias personales.
 Todo ello,y su repentina regresión a la adolescencia ofendida -si es que alguna vez salió de ella-, la impidieron comprender que, cuando un adulto es invitado a una casa de otro adulto, lo primero que hace es buscarle y saludarle y, si no quiere encontrársele de frente, sencillamente declina la invitación, asumiendo el mensaje definitivo y demoledor que eso supone.
Y sobre todo, esos olvidos y omisiones, le permitieron mostrarse incapaz de comprender que , cuando le nagaba el saludo a Alex de la Iglesia, estaba escenificando como once millones de españoles -los votantes de su gobierno- le negaban el pan y la sal a su cine. Y, por supuesto, lograron que pudiera negarse a recordar que eso es más importante ella, su decepción y sus rabietas.
Ni la Ley Sinde, ni su defensa y aprobaciópn, ni su posible injusticia tendrían que obligar a la ministra de Cultura a la dimisión. El hecho de que sea incapaz de comportarse como una adulta quizás sí. Para ser cargo público hay que ser mayor de edad.
Pero la ministra González Sinde -vale, reconozcámosle el cargo- no es un caso especial. No es una rareza psicológica o incluso psiquiátrica. Quizás, después de todo, sea una bien elegida ministra de Cultura.
Porque es precismente esa cultura la que esta mantando todo y nos esta mantando.
La cultura en la que, como nosotros somos el centro de todos los universos posibles e imposibles,  conocidos y por conocer, podemos mezclar lo profesional y lo personal, podemos dirimir nuestras frustaciones personales en los entornos profesionales. Podemos convertir nuestras divergencias profesionales en decepciones afectivas.
La cultura en la que no importa que el mundo se consuma hasta las cenizas con tal de que nosotros permanezcamos en su centro.
La cultura que permite a Ángeles González Sinde desairar a Alex de la Iglesia es la misma que nos permite creer que nuestros amigos están obligados a darnos la razón en todo. La misma que nos concede el derecho de exigir que aquellos que nos aprecian no nos critiquen, nos apoyen en todo y se vuelvan ciegos a nuestros defectos y nuestros errores.
Es la misma forma de pensar y de sentir que permite a la ministra desairar a un amigo de siempre porque no piensa como ella y correr a recibir el sonriente apoyo de sus nuevas amistades.
Es la cultura que le hace acercarse a aquellos que la arropan en su error y posan sonrientes junto a ella; aquellos que la dan palmaditas en la espalda en los pasillos del Congreso, que, probablemente, justifiquen, en las antesalas del Consejo del Gabinete, todas las cosas que hace o piensa su nueva amigita y que le susurren explicaciones a la oposición de Alex de la Iglesia con palabras como traición o envidia.
Aquellos que, con toda probabilidad, abominaran de ella cuando sus posiciones ideológicas ointerese no coincidan y que, seguramente, la utilicen -si no la están utilizando ya- como cortina de humo para distraer la atención de sus propios errores y sus propios fracasos.
La cultura que ayer representó González Sinde en la alfombra roja del Teatro Real  es la misma cultura que hace que nos sintamos en el inalienable derecho de exigir a los demás, a los que nos aprecian, que renuncien a lo que són y lo que piensan en aras de apoyar lo que nosotros somos y pensamos, sólo porque son amigos. Mientras nosotros nos negamos a hacer lo mismo -ni siquiera a planteárnoslo- pese a que nos hacemos llamar amigos suyos.
Es la forma de ver las cosas, egoista y egocéntrica, que impide observar a la ministra que Alex sigue llamándola amiga, incluso después de que le haya negado el saludo; que De la Iglesia se ha quemado intentando encontrar una solución intermedia entre ella y sus rivales y opositores.
La misma cultura que nos ha hecho olvidar como personas y como sociedad que la responsabilidad de la amistad y del afecto es seguir ejerciéndolos pese a las desavenencias. Es hablar abiertamente de errores y responsabilidades. Aunque moleste, aunque pique. Aunque duela.
Alex de la Iglesia puede estar equivocado, pero ha hecho lo que tenía que hacer. Ha defendido su postura, ha intentado llegar a un punto intermedio y ha recurrido a su coherencia y a su dignidad para no seguir representando a un cine que no piensa como él. Ha actuado como un adulto. Quizás equivocado, pero como un adulto.
Y lo ha hecho mientras su ministra, nuestra ministra, ha hecho lo contrario. Ha defendido su ley y, cuando esta fue rechazada, ni siquiera hizo el gesto formal de responsabilizarse de ella, sino que recurrió al pasillero para sacarla por la puerta de atrás, para tener razón, para ganar. Y luego, anclada en el orgullo de la falsa victoria, ha rechazado y ofendido a todos aquellos que se han opuesto a ella, sin reconocerles el derecho a relacionarse con ella si no piensan que ella no puede equivocarse. Que ella nunca se equivoca.
Ángeles González Sinde no ha hecho lo que tenía que hacer. Ha defendido su ley, ha intentado implicar en ella un juego de amistades y apoyos ideológicos y, cuando le ha salido el tiro por la culata, se ha pillado una rabieta. Ha actuado como una grupi de instituto. Puede que tenga razón, pero se ha comportado como una grupi.
Así que, después de todos estos duelos y quebrantos, puede que anoche la ministra sí estuviera en el sitio adecuado y que sólo un error protocolario impidiera que hiciera lo que había ido a hacer en el Teatro Real de Madrid. Puede que la crónica de su presencia deba ser reescrita:
"Ángeles González Sinde, ministra de Cultura, que lucía un impactante vestido púrpura con la espalda descubierta, convirtió anoche la entrega de los Premios Goya en un capítulo de Los Magos de Waberly Place y acudió a la ceremonia para recoger el Goya Honorífico a la mejor actriz infantil , del que se ha hecho acreedora por su interpretación del papel de Hanna Montana.
Algo muy de moda en nuestros días entre muchos y muchas."

3 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

ESTIMADOS HERMANOS:
Solicito una investigacion hindú de las regiones de Guatemala que me creyeron prevaricador (payaso macabro que zarandea angustiosamente a la gente) y de las regiones de Guatemala que me creyeron un hostigador sexual pretencioso porque mis delatores surrealistas del vórtice virtual me resarcieron con un linchamiento sexual popular pero por mi parafilia voyeurista no alcanzaron perpetrarme cuando me creían prevaricador con mi secuela de calumniarme de hostigador sexual en otras regiones por mi obsesion culminante de las primeras regiones que me resarcieron de prevaricador. El linchamiento sexual popular es una necrofilia consistente en ventosearme al semblante con bates de base ball para perpetrarme pero lamentablemente es masturbatorio para las adversarias.
Las regiones de mi país Guatemala de la América Central que me creyeron prevaricador son:

Valle Dorado zona 8 del municipio de Mixco del departamento de Guatemala, Jocotenanago de Antigua Guatemala del departamento de Sacatepéquez, Colonia Justo Rufino Barrios de la zona 21 de la ciudad capital de Guatemala, municipio de Amatitlán del departamento de Guatemala y San Lucas Sacatepéquez del departamento de Sacatepéquez.

Las regiones de mi país Guatemala de la América Central que me creyeron hostigador sexual son:

colonia Centroamérica y colonia Tikal 2, ambas de la zona 7 de la ciudad capital de Guatemala.

Atentamente:
Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
Documento de identificacion personal:
1999-01058-0101 Guatemala,
Cédula de Vecindad:
ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
Ciudadano de Guatemala de la América Central.

Anónimo dijo...

ESTIMADOS HERMANOS:
Solicito el cierre de la red social de FACEBOOK a través de la ley Gonzalez-Sinde de Angelines Gonzalez-Sinde porque tal red social me ha disentido 4 ocasiones con cerrarme a mi cuenta de FACEBOOK porque soy el lider universal de internet.

Atentamente:
Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
Documento de identificacion personal:
1999-01058-0101 Guatemala,
Cédula de Vecindad:
ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
Ciudadano de Guatemala de la América Central.

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