viernes, mayo 23, 2014

El Carpe Diem según el efímero William Salas

Nos hemos confundido en muchas cosas. Eso salta a la vista con solamente mirar alrededor de nuestra economía, nuestra sociedad y nuestras propias existencias personales y personalizadas. Pero uno de los principales errores que podemos achacarnos es haber interpretado mal la escolástica. Dicho así de repente, sin anestesia ni nada, parece un desvarío filosófico pero cuando se ve la imagen de Justin Timberlake en el post ya todo se antoja como algo incomprensible, como una de esas efímeras y cogidas por los pelos relaciones que suelen asomarse a estas líneas endemoniadas.
Seguro que lo es, pero ese hombre que ustedes ven ahí -como diría la cirrótica diva de la copla Rocío Jurado- no es Justin Timberlake -gritos de adolescentes fanáticas incluidos- es Will, concretamente William Salas, papel protagonista de una película de esas raras que dan para mucho.
Y ¿qué tiene que ver el tal William Salas con la escolástica? Pues muy sencillo. Aparte de ese rapado de estilo monástico postapocalíptico que me luce el chaval, William Salas es un muchachito que, por arte de la magia de los complicados guiones de ciencia ficción, vive al día.
Pero no lo hace porque sea millonario, porque no quiera involucrarse en los tumultuosos mares de la realidad. Lo hace porque no le queda más que un día. Porque cada vez que se despierta solamente tiene un día de existencia. Tiene un día y lo mejor o lo peor, según como se mire, es que él lo sabe. Así de sencillo.
Y eso es, amiguitos, lo que le permite entroncar directamente con el bueno del lírico Horacio y sus odas y todos los monjes que desarrollaron los conceptos escolásticos. Porque mister Salas, Will para los amigos, está arrojado, por azar y por necesidad, al siempre nombrado y nunca bien entendido Carpe Diem.
Esa actitud es lo que le hace radicalmente distinto de nosotros. Y eso es lo que hace completamente distinta su vida de todas nuestras tarjetas de dedicatoria, recomendaciones de revista y camisetas compradas en un mercadillo. Y tuits, sobre todo tuits.
Porque en ese día, ese día que la vida le obliga a vivir como llegue, él aplica el Carpe Diem de forma absoluta, no de esa forma hedonista, individualista y egoísta que hemos dado nosotros a la antigua expresión latina.
Si el día viene de trabajar lo aprovecha y trabaja, si el día de viene de irse de copas lo aprovecha y se va de copas. Y hasta ahí no parece distinto de nosotros, no parece que no haga lo mismo que nosotros hacemos una y mil veces repetidas.
Pero Will Salas no tiene opción. No la tiene y no la quiere. Su Carpe Diem es puro y directo. Sabe que no sirve de nada convertir cada uno de sus últimos días -que son todos- en una suerte de elusiones, de escapismos absurdos, de secretos y mentiras, de ocultaciones fingidas entre risas forzadas, borracheras inducidas a toda prisa y polvos buscados con más aceleración si cabe que los episodios etílicos. Vienen bien de vez de en cuando, ni Salas lo niega, pero no son suficientes.
Lo sabe porque no puede hacerlo, porque vivir el día es vivir el día que te toca vivir y aprovecharlo. No intentar convertir todos los días que te restan en una eterna fiesta de fin de curso apocalíptico para el mundo.
Y en eso sí se diferencia radicalmente de nosotros y se acerca a lo que Fray tal y Fray cual pensaban en su escolástica filosofía sobre el Carpe Diem. Incluso si el día viene de regalar tiempo pues se regala aunque no me queden apenas unos segundos para acabar la jornada.
En lugar de recitar a todo correr en el mejor de los casos un Carpe Diem de salir del paso o enviarlo por sms, tuit o actualización de Facebook y seguir a lo nuestro -que no están las cosas ni los egoísmos para regalar nada. Ni siquiera tiempo- el tipo, con todo lo mal que canta, se dedica a hacer lo que tiene que hacer. Aunque eso funcione en contra propia.
Porque el Carpe Diem es tomar el día tal y como llega, contemplarlo desde la posibilidad de que sea el único que queda -en el caso del bueno del señor Salas, la certeza es casi absoluta- y hacer lo que toque, aunque lo que nos toque no sea lo que queríamos que nos tocara, aunque no sea justo -como si la vida hubiera evolucionado desde el barro primigenio para ser justa-. Sencillamente, lo que nos toque.
Y Salas, con su rapadillo monacal al viento y al sol, se despierta y, si el día está de sufrir, pues se sufre, porque el sufrimiento también es parte de la vida. No lo ahoga en alcoholes que destilan tanta elusión como desidia, no lo inunda de barbitúricos, ansiolíticos y antidepresivos para dejarlo pasar cuando sabemos que no será el Carpe Diem de la juerga, la risa y de la felicidad.
Y créanme que aceptar el sufrimiento cuando este supone ver a morir a escasos centímetros de ti a la maravillosa e inefable 13 de House por un quítame allá unos segundos de más o de menos es mucho sufrir. Aunque haga el papel de tu madre.
Pero digresiones testosterónicas al margen. William Salas es el ejemplo de lo que no somos, de ese aprovechamiento absoluto del día sin renunciar a él. De esa vida que tenemos que vivir y que no queremos vivir porque nos resulta pesada, onerosa o simplemente porque creemos que no estamos preparados para ella.
Si el día de William Salas amanece de correr, él aprovecha todo lo que puede y se pone a correr porque eso es lo que toca y si está de disfrutar y de desparramar pues también. Pero no se intenta que todo último día sea un día en el que haya buen rollito y en el que nadie nos eche nada en cara y en el que el egoísmo sea la bandera que se tremole en el fin de los tiempos.
Nosotros, los occidentales atlánticos que hemos decidido que para nosotros todo vale, hemos vaciado de responsabilidad el Carpe Diem, convirtiéndolo en una suerte de justificación continua para nuestra despreocupación, nuestra falta de compromiso con todo y con todos y nuestra continua obsesión por percibirlo todo como una extensión de nuestras necesidades.
Así que, señores y señoras, si vuelven a oír o a querer utilizar la expresión Carpe Diem no se acuerden de sus copas alocadas, de sus fiestas de última hora, de sus amores sin compromiso recién conseguidos ni de sus polvos de fin de semana.
Acuérdense de William Salas -y si se tercia de su madre-.
Y si hay que llorar lloren, y si hay que reír, rían y si hay que tomar, que dirían los argentinos, tomen y si hay que coger, en el mismo modismo, cojan. Y si hay que sufrir tomen aire, hinquen la rodilla y sufran. 
Porque como diría el personaje de Intime -así se llama la película- "el día da para mucho, aunque sea el último"
Ah, y si tienen que luchar, luchen. Que están por llegar algunos Carpe Diem de esos. Yo diría que bastantes.



4 comentarios:

Tu economista de cabecera dijo...

Creo que a algunos no nos queda claro quien es el tal salas, aunque he buscado algo en google sobre él...

devilwritter dijo...

Papel protagonista de la película Intime, basada en un comic y un relato de ciencia ficción.

Un tipo que cada día tiene solamente un día para vivir (como casi siempre, mejor el realto que la película)

Tu economista de cabecera dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Tu economista de cabecera dijo...

Muy interesante, plantea el tema de la redistribución de la riqueza disfrazándolo de tiempo para darle un feeling diferente.

Está entre Robin Hood, Bonnie & Clyde, Marx y los Vampiros...

Holliwood no solo nos hace tragar mierda, de vez en cuando nos da pildoras de sabiduria, sabedores de que la gente no las va a recoger, excepto unos pocos, es retorcido.

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