domingo, septiembre 29, 2013

La muerte de Asunta reabre el circo del juez Lynch

Se nos viene encima sin comerlo ni beberlo, por mor de las necesidades viscerales de una sociedad que aún no ha aprendido que el morbo no es la medida de todas las cosas, otro circo mediático.
Reporteros, secciones llamadas de actualidad pero que lo son de morbo trágico y opinadores de barra de bar y café con las amigas ya están empezando a montar la carpa de tres pistas en la que se desarrollará el nuevo sacrificio ante el altar social en honor del viejo juez Lynch antes de que ningún juez real emita un veredicto.
En este caso la victima que seremos todos, que todos querremos vindicar, se llamaba Asunta. 
Y como antes los fueron Melody, Maddeliene, Marta o Ruth y José, llegará un día en que creeremos que tenemos derecho a ser jueces jurados y verdugos que impongan con mano de hierro su deseo, sin que importen todas las garantías judiciales que la sociedad creó precisamente para evitar lo que nosotros deseamos imponer como nuestro derecho: las lapidaciones y ahorcamientos populares.
Eso llegará dentro de poco como siempre lo hace. Y también como siempre estas endemoniadas lineas procurarán no participar en ello. Pero antes de que empiece se impone una reflexión.
Resulta que a Asunta -ya llegará el día en que alguien le ponga un diminutivo cariñoso para que parezca que era la hija de todos- la drogó alguien, la asfixió alguien, la mató alguien y alguien abandonó su cadáver.
Esos, hasta ahora, son los hechos del caso y, como diría el mítico fiscal interpretado por Kevin Bacon, son irrefutables.
La madre ha sido detenida, el padre ha sido detenido, ambos han sido imputados. Esos son los pasos de la investigación judicial y también son irrefutables.
A partir de aquí uno espera -no lo desea, pero lo espera por reiteración- que comiencen a desgranarse esas llamadas al linchamiento disfrazadas de informaciones y opiniones de expertos que buscan un culpable inmediato, obvio, evidente y tranquilizador para que podamos alimentar nuestra víscera social.
Donde en el caso de Marta del Castillo aparecieron supuestos informes y perfiles que presentaban al entonces imputado Carcaño como una mezcla entre Hannibal Lecter y Marilyn Manson y a sus colegas poligoneros como limpiadores profesionales de una agencia de inteligencia, aquí aparecen perfiles periodísticos que presentan a la madre imputada como una mujer ilustrada y cosmopolita y que listan sus títulos y menciones internacionales. Sorprendente.
En el mismo momento procesal en el que con los niños cordobeses se filtraban declaraciones policiales que definían al aún no imputado José Bretón como alguien frío, que no se ponía nervioso, que no lloraba porque habían desaparecido sus hijos; cuando nos referimos a Asumpta y a Rosario Porto se desgranan las excelencias de la ascendencia de la progenitora, su carácter de mujer independiente y su amplia cultura, en algo que se asemeja a un intento de presentarla como alguien muy por encima de los arranques viscerales que llevan al asesinato.
Como si Adolf Hitler no hubiera sido capaz de recitar de memoria y con estilo e Schiller o no conociera las obras completas de Richard Wagner.
Los mismos programas, los mismos falsos expertos, los mismos periódicos y los mismos opinadores que en otros casos enseguida tiraron de móviles criminales no confirmados como los celos de Carcaño ahora se devanan los sesos por encontrar un "móvil plausible" y por dar cumplida noticia del que el móvil de la herencia universal de la niña muerta no existe.
Las mismas coberturas televisivas y análisis de prensa que desde un primer momento se pelearon para sacar a la luz el odio que sentían el uno por el otro los padres divorciados de los niños cordobeses ahora se esfuerzan por decir lo bien que se llevaba Porto con su ex marido, como intentando acallar antes de su nacimiento la posibilidad de que esta pudiera ser la asesina y que pudiera hacerlo por venganza.
Las mismas voces, las mismas plumas y los mismos teclados, que vendieron a cuatro columnas un tufo a lejía en un apartamento como una prueba irrefutable ahora pasan como de puntillas por encima del hecho de que la cuerda que ataba a la niña era idéntica a la que se encontró ne la finca de la madre.
Aquellos que convirtieron media hora de silencio de móviles en una prueba abrumadora y cristalina de complicidad o que ignoraban el hecho de que no había cadáver en el caso de Marta del Castillo, ahora se limitan a exponer sin valorar que la niña dijo a sus profesoras de música que su madre intentaba matarla o que esta reconocía en mensajes de texto que drogaba a la niña.
Los medios no acusan, no ponen en la mano de sus audiencias y lectores la piedras para la lapidación, no empiezan a tejer hebra a hebra la soga para el linchamiento público, no regalan con sus ediciones dominicales el martillo y los clavos para la crucifixión de Rosario Porto. 
Y todo ello resulta sorprendente.
No porque no se deba hacer, que sí se debe hacer, sino porque no se ha hecho en otros casos.
No porque los medios no tengan la obligación ética de contenerse en sus análisis, de presentar -si es que de verdad deben tener el derecho a informar sobre estos casos antes de que haya sentencias judiciales, que lo dudo- las mejores versiones de este tipo de funestos sucesos, tanto las que apuntan a la culpabilidad como a la inocencia, sino porque demuestran que saben hacerlo cuando quieren.
Luego, por definición, en los otros casos, cuando no se hizo, simplemente fue porque no quisieron hacerlo.
Y no creo que sea porque se considere que una madre tiene que tener un motivo muy fuerte para matar a sus hijos y un padre no; no creo que sea porque se entienda que una mujer no es violenta por definición y un hombre sí; no creo que sea porque se esté dispuesto a vender que el hombre -machista por definición- es un demonio desapegado de la vida, mientras que la mujer es, en virtud de su propia naturaleza, una protectora de la vida que tiene que estar loca o desequilibrada para atentar contra su prole. ¿O sí?
Deseo que no sea por eso. Aunque en esta ocasión solamente lo deseo, no lo espero.
Y no es que Rosario Porto no tenga derecho a la presunción de inocencia, a que se trate el proceso judicial en el que está implicada e imputada con un rigor ético exquisito de la profesión informativa, sin introducir valoraciones personales ni prejuicios viscerales que las audiencias desean consumir.
Es que Carcaño, sus amigos y José Bretón también lo tenían. Y el hecho de que al final fueran judicialmente culpables es absolutamente irrelevante para la aplicación de ese derecho.
En cualquier caso, enhorabuena. El circo ha llegado de nuevo a la ciudad. 

Quien siembra vientos...


La historia de la filosofía rebate la LOCME de Wert

Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás y por eso una gran filosofía no es la que instala la verdad definitiva, es la que produce una inquietud y la que lleva al hombre a enfrentarse contra aquellas cosas que los poderosos imponen, mientras los que no se plantean cuestiones filosóficas simplemente se limitan a  caminar lenta y dócilmente hacia la muerte.
La filosofía es un silencioso diálogo del alma consigo misma en torno al ser propio y al mundo y por eso no se limita a interpretar el mundo de distintos modos; lo que trata es de transformarlo.
Pero algunos prefieren ignorar que la filosofía es la que nos distingue de los salvajes y bárbaros; las naciones son tanto más civilizadas y cultas cuanto mejor filosofan sus hombres y que es el único saber que no es importante por lo que otros dijeron sino porque nos fuerza a pensar nosotros mismos para poder rebatirles y  que solo quien filosofa es capaz de discernir más allá de lo que otros presentan frente a sus propios sentidos como los únicos hechos posibles.
Porque si el hombre piensa desde su reflexión interior siempre descubrirá lo que el Estado le oculta y ese pensamiento es el que permite que el individuo pueda defenderse de aquello que les es impropio y le ha sido impuesto contra natura.
Y es que la incredulidad es el primer paso hacia la filosofía y por eso son mucho más importantes las preguntas que las respuestas y transforma esas preguntas en armas que disparan en el mismo corazón de las realidades injustas, aunque los gobernantes más injustos sean los menos inclinados, dada la debilidad de su tiranía, a permitir a sus súbditos hacer  en sus almas las preguntas necesarias para alcanzar la justicia.
Porque los políticos piensan según las palabras pero los filósofos lo hacen según las ideas y por ello siempre tienen miedo de un conocimiento que sirve para desentrañar los pensamientos que se encuentras tras las frases y los actos. Porque aunque todo hombre tiende a estar centrado en alguna particularidad propia, la filosofía es lo que le permite buscar un sentido a la totalidad de las cosas y despreciar todo aquello que otros quieren imponerle como algo inmutable para generar un pensamiento propio que rija sus actos.
Y no es que sea fácil. Porque el que empieza a instruirse en filosofía siempre ha de comenzar por echarse la culpa a sí mismo  y la filosofía implica una movilidad libre en el pensamiento, es un acto creador que disuelve las ideologías y se opone a las artes del gobierno en tanto que no busca ni la ganancia ni el equilibrio sino la bondad y la justicia.

Y no lo digo yo

“Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás” (René Descartes) y por eso “una gran filosofía no es la que instala la verdad definitiva, es la que produce una inquietud” (Charles Peguy) y la que “lleva al hombre a enfrentarse contra aquellas cosas que los poderosos imponen” (Bertrand Russell), mientras “los que no se plantean cuestiones filosóficas simplemente se limitan a  caminar lenta y dócilmente hacia la muerte” (Friedrich Nietzche).
“La filosofía es un silencioso diálogo del alma consigo misma en torno al ser propio y al mundo” (Platón) y por eso “no se limita a interpretar el mundo de distintos modos; lo que trata es de transformarlo” (Karl Marx).
Pero algunos prefieren ignorar que “la filosofía es la que nos distingue de los salvajes y bárbaros; las naciones son tanto más civilizadas y cultas cuanto mejor filosofan sus hombres” (René Descartes) y que “es el único saber que no es importante por lo que otros dijeron sino porque nos fuerza a pensar nosotros mismos para poder rebatirles” (Bertrand Russell) y “solo quien filosofa es capaz de discernir más allá de lo que otros presentan frente a sus propios sentidos como los únicos hechos posibles” (Emmanuel Kant)
Porque “si el hombre piensa desde su reflexión interior siempre descubrirá lo que el gobernante le oculta” (David Hume) y “ese pensamiento es el que permite que el individuo pueda defenderse de aquello que les es impropio y le ha sido impuesto contra natura” (John Locke).
Y es que “la incredulidad es el primer paso hacia la filosofía” (Denis Diderot) y por eso “son mucho más importantes las preguntas que las respuestas” (Theodor Jaspers) y “transforma las preguntas en armas que disparan en el mismo corazón de las realidades injustas” (Friedrich Engels), aunque “los gobernantes  más injustos sean los menos inclinados, dada la debilidad de su tiranía, a permitir a sus súbditos hacer a dios en sus almas las preguntas necesarias para alcanzar la justicia” (Tomás Moro).
Porque  “los políticos piensan según las palabras pero los filósofos lo hacen según las ideas” (Albert Camus) y los políticos siempre tienen miedo de “un conocimiento que sirve para desentrañar los pensamientos que se encuentran tras las frases y los actos” (Cicerón) porque “aunque todo hombre tiende a estar centrado en alguna particularidad propia, la filosofía es lo que le permite buscar un sentido a la totalidad de las cosas” (Georg Simmel) y “despreciar todo aquello que otros quieren imponerle como algo inmutable para generar un pensamiento propio que rija sus actos” (Friedrich Hegel).
Y no es que sea fácil. Porque “el que empieza a instruirse en filosofía siempre ha de comenzar por echarse la culpa a sí mismo (Epiceto de Frigia) y “la filosofía implica una movilidad libre en el pensamiento, es un acto creador que disuelve las ideologías” (Martin Heideger) y “se opone a las artes del gobierno en tanto que no busca ni la ganancia ni el equilibrio sino la bondad y la justicia” (Erasmo de Rotterdam).

¿Comprendemos ahora porque el Gobierno del PP ha quitado la condición de troncal a la asignatura de Filosofía en su LOCME?, ¿nos damos cuenta de por qué es importante?, ¿descubrimos qué quiere conseguir con ello?
¿Van ustedes a creerme a mí o a sus propios ojos? (Groucho Marx)

lunes, septiembre 23, 2013

El "no me rayes" Nini es también nuestro hijo

Entre tanto ir y venir, entre tanta protesta por lo que nos quitan y tanta lucha por lo que deseamos mantener, hay cosas que se nos escapan. 
Actitudes nuestras que parecen consecuencias pero son causas, son los inicios de aquello que ahora sufrimos y padecemos.
Los que se dejan el alma y el riesgo luchando contra los desahucios, las privatizaciones, los saldos de lo público y el ascenso raudo y veloz de la nueva sociedad de la servidumbre empresarial miran a un lado y a otro y se preguntan el motivo de que nuestras calles y nuestras plazas no sean ya Sintagma, Tahir o cualquier otra en las que la furia estalló como consecuencia lógica de la acumulación continuada de agravios sociales y miseria creciente.
Y encuentran la respuesta -o creen encontrarla- en una frase juvenil que resume una actitud: "no me rayes".
Parece que tanto ataque a lo nuestro nos ha bloqueado, nos ha dejado sin capacidad de reacción, nos ha hecho recurrir a ese misticismo judeocristiano tan nuestro de la resignación bíblica, de ese sentimiento trágico de la vida contra el que Don Miguel -de Unamuno, se entiende- clamó en vano en el desierto de las letras y el desastre colonial del 98.
Pero ese "no me rayes" de una juventud a la que achacamos indolencia, a la que acusamos de falta de compromiso, a la que hemos bautizado injustamente como una generación Nini porque ni estudia ni trabaja -no generalicemos, por favor-, no viene de la reforma laboral, no viene de la falta de expectativas que un sistema educativo medieval les produce.
Ni siquiera tiene nada que ver con el botellón, con la playstation, con el sexo o con el tecno trance infumable del David Ghetta de turno en las noches ibicencas de drogas de diseño, sudor y sexo en los servicios de los afterhours poligoneros.
No es algo suyo. Es algo nuestro. 
Algo que han mamado de nosotros en cada comida de mediodía con el telediario puesto, que han aprendido de cada uno de nuestros alzamientos de cejas o nuestros encogimientos de hombros ante lo que calificábamos como inevitable.
Lo aprendieron de todos aquellos que hace ya medio siglo prefirieron el destierro político en Montpelier, Moscú o México D.F a seguir una lucha perdida; que prefirieron esperar a que el enemigo muriera de viejo que arriesgarse a perder la propia vida persistiendo en el intento de descabalgarle del poder dictatorial en el que se había encumbrado.
Lo aprendieron de una Transición en la que el lema era dejar las cosas de la mejor manera posible para que, sin duelos, sin peleas, sin culpables, sin justicia, cada cual pudiera tener "su pan, su hembra y su libertad", como cantaba el himno de Jarcha a despecho de las feministas, todo hay que decirlo.
Esa resignación de no hacer nada porque lo que hagamos será poco y no valdrá, ese desprecio del pensamiento y la reflexión sobre los males no es algo que provenga del ron con Coca Cola ni del Sprinter Cell, proviene de todas las veces que nosotros mismos hemos hecho eso y nos han visto hacerlo.
Su "no me rayes" es hijo bastardo y pródigo del repetido e insano coito entre nuestros "no le des tantas vueltas" y "es lo que hay".
En todos los ámbitos de nuestra vida hemos tirado de instinto de supervivencia, de simplificación, de eso que se ha dado en llamar inteligencia emocional, que evita el esfuerzo de pararse a pensar y de descubrir que no estamos haciendo lo que deberíamos hacer.
Y así, en lo personal y lo afectivo, nos han visto evitar la distinción entre deseo y amor, entre amar y querer, entre dar amor y estar enamorados porque era "hilar muy fino"; han presenciado como hemos eludido reflexionar sobre nuestros errores, nuestras fallas éticas y nuestros accesos de puro egoísmo afectivo porque"en esto del amor todo vale y nunca hay culpables"; han asistido a la escenificación de como obviábamos las lealtades debidas, perpetrábamos las traiciones más arteras y protagonizábamos las huidas más cobardes porque "el amor no da de comer".
Nos han visto refugiarnos en nuestro egoísmo al grito de "Lo siento, no puedo evitarlo" para tapar todas las vergüenzas que nuestras conciencias deberían haber arrojado sobre nuestras noches de insomnio si hubiéramos dedicado solamente un momento a reflexionar en contra nuestra. Y en lo social no es que fuera peor. Es simplemente que era más evidente, menos excusable.
Nuestros padres dejaron morir de viejo a un tirano y se declaraban apolíticos -como si eso fuera posible- porque ellos "no entendían de esas cosas"; permitieron una transición política sin culpables, sin un solo procesado o detenido por una dictadura sangrienta y represiva, en el que sus protagonistas siguieron en el poder de una u otra forma porque "no tenemos tiempo para esas cosas ".
Y nosotros nos hemos atrincherado en el "los principios no dan de comer" para evitar reflexionar y reaccionar contra las injusticias que aquellos que nos pagaban cometían contra otros. 
Nos hemos escudado en el "menos da una piedra" cada vez que queríamos eludir pensar sobre cada reforma laboral, cada recorte social y sobre lo que tendríamos que hacer al respecto.
Nuestros padres y nosotros sabíamos cuales eran las respuestas correctas. Por eso la única salida para no asumirlas era refugiarnos en la negativa fútil e infantil a hacernos las preguntas.
El "no me rayes" de la generación Nini no es el causante de que seamos el país de Europa con menor afiliciación sindical, con menor nivel de militancia política, con el penúltimo índice de lectura, con el más alto nivel de socios de clubes de fútbol o con el menor número de matriculados en estudios universitarios de pensamiento como la filosofía, la ética o la política.
Eso lo ha hecho nuestro "no le des tantas vueltas", nuestro "las cosas son como son", mientras desperdiciábamos nuestra capacidad reflexiva en dilucidar la alineación adecuada para el derbi futbolístico o cual era el mejor partido para la protagonista del culebrón venezolano de sobremesa.
Así que, ahora que hacen falta los principios, ahora que es necesaria la lucha, ahora que precisábamos una juventud radiante, arriesgada y luchadora que no tuviera miedo de enfrentarse al presente para pelear por el futuro, nos damos cuenta que solamente un puñado de ellos están por la labor mientras los otros prefieren "no rayarse" e intercambian vídeos divertidos en Youtube y fluidos corporales en los baños de La Posada de Las Animas.
Para nuestra desgracia, hemos convertido nuestra sociedad en la paráfrasis perfecta de la rima de Beqcuer:

Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
Si, mañana, rodando, este veneno,
envenena a su vez, ¿de qué acusarles?
¿Pueden darnos más de lo que a ellos les dieron?

Pero consolémonos. Al fin y al cabo "no hay mal que cien años dure". Olvidemos adrede que tampoco hay "ni cuerpo que lo resista".

viernes, septiembre 20, 2013

Sanidad, fármacos y los 4,3€ del precio del dolor

La economía, ese monstruo multicéfalo que la humanidad nunca ha llegado a domar y cabalga más o menos como puede, dispone de términos que nos dejan estupefactos cuando los comprendemos -aún sin asimilarlos del todo- y este gobierno nuestro, vástago bastardo de un falso neo liberalismo de libro de texto trasnochado y leído a medias, está dispuesto a aplicar a rajatabla alguno de ellos.
Para empezar lleva casi dos años intentando colarnos su venta de saldo de la Sanidad Pública como un ejemplo de eficiencia paretiana, que recibe su nombre del iluminado economista italiano Vilfredo Pareto, al que le dio por pensar que "dada una asignación inicial de bienes entre un conjunto de individuos, un cambio hacia una nueva asignación que al menos mejora la situación de un individuo sin hacer que empeore la situación de los demás".
O sea, que nos dicen que el hecho de que la privatización de los hospitales y centros de salud públicos llene los bolsillos de sus amigos y familiares y les ayude a detraer del gasto social el dinero que les hace falta para cubrir el déficit que ellos mismos y sus entidades financieras satélite han originado por otros asuntos es eficaz porque a nosotros no nos perjudica.
Obvian el hecho de la presión ejercida sobre los profesionales, del aumento de las listas de espera, del riesgo de desatención de los pacientes no rentables, de la ruptura de los principios de equidad y universalidad en la atención y pretenden que hacen más eficaz la Sanidad Pública a costa de muchos asignando a lo privado recursos que deberían ser públicos.
Pero como quiera que nosotros -y nuestro rudimentario concepto de la economía intuitiva- no tragamos el sapo y la justicia parece que estima que no tenemos porque tragarlo sin quejarnos, parece que ahora aparcan a la fuerza ese concepto y tiran de otro.
Miran hacia las alacenas hospitalarias donde se guardan 42 medicamentos que sirven para tratar algunas de las enfermedades más graves, mortales y dolorosas que sufre el ser humano y suspiran pesarosos pensando todo el dinero que no ganan por darlas de forma gratuita.
Y la señora ministra Ana Mato, que debió asimilar por encima el concepto en alguna clase de la universidad, tira de uno de los más funestos inventos del ideario liberal capitalista, sobre todo si se aplica a estos asuntos: el coste de oportunidad.
El Ministerio de Sanidad decide empezar a cobrar por fármacos que tratan -de forma paliativa- el cáncer, la esclerosis múltiple y la artritis entre otras enfermedades porque decide ignorar el beneficio que reportan en alivio y calidad de vida a enfermos crónicos o cuasi terminales y solamente se fija en el coste de oportunidad: en el dinero que deja de ingresar por no venderlos.
Ya no se trata de restar prestaciones sanitarias gratuitas, se trata simplemente de aprovechar la oportunidad de ganar dinero de forma directa y sin intermediarios con el dolor y la enfermedad. Es posible que los liberales y neocon más puros se revolvieran en sus tumbas ante un Estado que quisiera hacer negocio a costa de sus enfermos y moribundos.
Mato y su equipo, que han convertido el Ministerio de Sanidad en un Think Tank neocon destinado a buscar el mayor número de maneras de hacer negocios con la salud de los ciudadanos, consideran más importantes para la sociedad, para el Estado, los 4,3 euros que va a ingresar por cada uno de los envases de estos medicamentos que el coste social que supone que un Estado ni siquiera quiera garantizarte que cuando te mueres poco a poco y durante largos años lo hagas sin dolor.
Con el pensamiento menos socialmente empático desde los impuestos especiales de Luis XVI para sufragar su banquete de coronación a una población que eludía difícilmente la inanición, el ministerio de Sanidad no piensa que cada vez que dispensa de forma gratuita uno de esos fármacos -que tienen un coste elevado- a un enfermo de esclerosis múltiple gana un ciudadano sin dolor, que cada vez que facilita un tratamiento contra el cáncer gana un miembro de su sociedad con esperanza. Solo piensa que cada vez que lo hace pierde 4,3 euros.
Cuatro euros y treinta céntimos que necesita para otra cosa, que necesita para cuadrar su déficit y que Merkel les sonría, 4,3 euros que necesita para devolver el dinero que Europa le ha dado para cubrir los abusos financieros de sus entidades financieras, 4,3 euros que precisa para equilibrar que haya perdonado miles de millones de impuestos a los evasores, que perdone cientos de millones en impuestos y cotizaciones a los magnates del juego a cambio de que conviertan a una ciudad del extrarradio madrileño en su feudo de semi servidumbre laboral.
Esos 4,3 euros resuenan en su cabeza acallando los gritos de los dolientes y las lágrimas de los moribundos. Y además es un negocio redondo. Porque todas esas personas son enfermas crónicas, pagarán hasta el día de su muerte. 
Ahora también hay que pagar para no sufrir.Un coste de oportunidad que no hay sociedad que pueda soportar.



miércoles, septiembre 18, 2013

La huelga y Wert, el instrumentalista democrático

Existe una novela -una trilogía, para ser exactos- que tiene un nombre más que curioso: Los Señores de la Instrumentalidad. 
Puede que la historia, una de estas de futuros post civilización vaya de otra cosa, pero si hay alguien que se merece ese nombre, ese rango y ese título en nuestro presente es el Ministro de Educación, ese ente soberbio y arrogante, poco sospechoso de humanidad, llamado José Ignacio Wert.
El titular -que no responsable- de la Educación en España ha vuelto a las andadas. Como a nadie le gusta su ley, él se requema en su soberbia y como le protestan y amenazan con hacerlo masivamente el próximo 24 de octubre pues el tira de los suyo, de instrumentalidad. Y vuelve a tratar de utilizar la democracia instrumentalmente, para sus fines, para su defensa.
Afirma el ministro que "se trata de una huelga política" y que “las huelgas políticas no están contempladas ni amparadas por la Constitución ni la legislación laboral”.
Y dicho así, bote pronto y sin una reflexión mayor, puede parecer que tiene razón. Quizás por eso el ministro sonría tras decirlo, porque no confía en que seamos capaces de una reflexión mayor.
Pero, claro, la LOCME, su LOCME, todavía no ha entrado en vigor, así que todavía somos capaces de pensar.
Los profesores de la enseñanza pública trabajan para el Estado y por tanto el Gobierno es su jefe -no su dueño, como la corte genovesa quiere, pero sí su jefe-. Así que si su jefe modifica sustancialmente sus condiciones de trabajo, pone en marcha mecanismos que les dificultarán el ejercicio de sus actividades, arremete contra la esencia misma de sus funciones, cierra sus centros de trabajo y no cumple - de manera indirecta, al no dotar presupuestariamente para ello- con las mínimas normas de seguridad, salud e higiene en el trabajo, la huelga está más que justificada.
No son los profesionales de la educación los que han transformado el asunto en político. Ha sido Wert y su corte de adláteres autonómicos, desde Figar hasta Catála, los que han decidido hacer política con la educación. Así que, siguiendo su criterio serían ellos, sus cambalaches y su intento de modificar la sociedad los que no se hayan  amparados por la la Constitución.
Y puede que el proceloso ministro que no acepta sugerencia alguna de nadie pueda tragar eso, pero si duda dirá que eso sirve para los maestros, los profesores y los profesionales de la enseñanza pública en general, pero desde luego que no para los alumnos "vagos y antisistema" que también harán huelga.
Wert de nuevo instrumentalizará la realidad democrática -algo que ya es costumbre- pretendiendo ignorar el hecho clave: que el principal trabajo, la única ocupación social del estudiante es precisamente esa: estudiar.
Y si un gobierno -jefe de la enseñanza pública por definición- les resta los materiales, cercenando las becas de libros; les dificulta el acceso, metiendo un tajo elitista y segregador en las becas universitarias; les corta la posibilidad de elección, eliminando las becas de movilidad y reduciendo a cantidades pírricas o inexistentes las de transporte y les coloca en el límite del riesgo, haciendo que tengan que acudir para estudiar a barracones insalubres, a centros con goteras, con basuras acumuladas por impago, la huelga está más que justificada.
Y cierto esque todo eso no se recoge en la funesta LOCME, pero sí el hecho de que puedan ser expulsados del proceso educativo por no aprobar una reválida, o de que hagan descender sus conocimientos a mínimos propios de la sociedad de Los Santos Inocentes o que se cree una situación de desequilibrio valorando para una media docente asignaturas que nada tienen que ver con la obtención de conocimientos.
Wert es el primero que se llena la boca de decir que los estudiantes deben dedicarse a estudiar. Así que, si ellos consideran que la LOCME les dificulta ese que es su trabajo tienen todo el derecho constitucional y legal a ir a la huelga. Y ya lo han dicho varios tribunales aunque el soberbio ministro olvide consultar sus sentencias.
Y aún así todavía le restan los padres que apoyan esa huelga. Ellos no deberían hacer la huelga. Ellos son todos "izquierdosos sociatas" que hacen política.
A lo mejor la Constitución no dice nada al respecto y la legislación laboral tampoco. Pero el Código Civil sí. Es responsabilidad de los padres velar por los intereses de los menores hasta que estos tienen capacidad legal de hacerlo ellos mismos.
Así que ahí, en algo tan sencillo, está la cobertura legal a ese apoyo a la huelga por parte de los padres. Aunque a Wert se le olvide o se le quiera olvidar.
Pero la instrumentación de la democracia del ministro aciago que Rajoy ha tirado sobre nuestra educación pública no acaba ahí:
“No está justificada una huelga que se plantea frente a un instrumento legislativo como la LOMCE, que está siendo discutido por los representantes de la soberanía popular sobre todo cuando los convocantes son sólo una parte del sistema educativo, es decir, algunos representantes de padres, alumnos y profesores", mantiene el orgulloso ministro.
¡Vaya, Sancho, con la soberanía popular hemos topado!
Quizás no estaría justificada si no la hubiera impuesto en contra de todos los representantes del sistema educativo, pero se podría argumentar que la reforma no está justificada porque ha sido rechazada por todos los órganos de representación que la Educación tiene en un sistema democrático. Por el Consejo Educativo en pleno, por la Junta de rectores, por todos los sindicatos de la enseñanza -todos, no unos pocos-, por todos los sindicatos de estudiantes, por la inmensa mayorías de las asociaciones de padres de la enseñanza pública y hasta está puesta en tela de juicio por varios organismos europeos.
Pero claro la instrumentalización de la democracia de la que Wert se ha titulado cum laude hace que todo ese peso social sea irrelevante ante los votos que el PP recibió en las pasadas elecciones, más la mitad de los cuales -por puro desarrollo estadístico de la sociedad española-  corresponden a personas que ni estudian ni tienen hijos en edad escolar.
Wert olvida algo que quizás nunca aprendió porque no se detuvo a leer a ese individuo con peluca empolvada y mal genio recurrente llamado Jean Jacques Rousseau: la soberanía es popular, no sufragista. Reside en el pueblo, no en el voto.
Y para completar la trilogía de la instrumentalidad democrática en su favor, Wert suelta una de sus invectivas clásicas.
"Los argumentos del colectivo son simplemente la repetición de una serie de eslóganes, algunos de los cuales, como el “desmantelamiento de la escuela pública”, no coinciden con la realidad de los datos objetivos”.
En esto solamente se puede pedir algo de comprensión al señor ministro.
Porque escribir que se han despedido a 20.000 profesores de la enseñanza pública mientras se han contratado ha 800 docentes más en la concertada y además se han recortado los presupuestos de las escuelas públicas en 5.000 millones de euros en dotación para los centros públicos, mientras se ceden en suelo más de 11.000 millones para la construcción de centros privados religiosos es demasiado largo para escribirlo en una pancarta.
O gritar que se han recortado 50 millones de euros en la dotación de la educación compensatoria, y los mecanismos de adaptación curricular mientras se mantienen  solamente en una comunidad, 100 millones de gasto en profesores de religión o que se conceden becas de comedor a los colegios concertados mientras se niegan las de transporte y comedor a los públicos o que se invierte en reformar un centro privado religioso concertado mientras no se saca de barracones casi anegados a los alumnos de centros públicos que deberían ser preferentes en el sistema, es demasiado largo para gritarlo en un eslogan.
Así que con decir que "se está desmantelando la educación pública" la idea queda resumida. Que para no resumir ya están post como este.
Y toda esa instrumentalización de la democracia para defenderse, todo ese argumentario falsamente demócrata que utiliza el ministro Wert se destruye en una sola frase final que demuestra que en realidad no tiene ni ha tenido nunca nada de demócrata:
“No es una opción” mantener el ‘statu quo’ educativo".
¿por qué no es una opción?, , ¿porque el actual sistema educativo no les permite utilizar el dinero de la enseñanza pública en cubrir los agujeros negros financieros que quieren cubrir?, ¿por qué necesitan dinero para paliar un déficit que no creo la enseñanza pública ni la sanidad pública sino todas las obras majestuosas e inútiles y todos los gastos suntuarios a los que gobierno central y comunidades autónomas se arrojaron?, ¿por qué en el actual orden de cosas no se puede potenciar la educación concertada religiosa para que órdenes y obras religiosas puedan ganar dinero con ello a la vez que evangelizan?, ¿por qué el sistema no permite obtener mano de obra semi esclava para que los empresarios afines puedan emplearla cuanto antes por tres o cuatros centenares de euros al mes?

La respuesta es muy simple. No es una opción porque él y la corte moncloita a la que pertenece han decidido que no lo es. No porque la realidad, la soberanía popular o la economía lo demuestren.
Porque cuando la democracia solamente se usa como un argumento instrumental. Al final siempre se te ven las vergüenzas totalitarias cuando hablas.
Otra cosa que aún no ha querido aprender el señor Wert y que es de esperar que la huelga del 24 de octubre le demuestre.



martes, septiembre 17, 2013

Bañez y Wert nos colocan entre Malthus y el Taigeto

Poco podía saber el bueno de Edipo que la respuesta  al acertijo de la esfinge que le sirvió para librarse de servir de aperitivo a la mitológica bestia y que definía al ser humano como el único animal de tes edades, cambiaría radicalmente varios milenios después.
Este gobierno nuestro, que nos hemos echado a la espalda, el bolsillo y la dignidad, en nuestra última visita a las urnas amenaza con romper esa trilogía que convierte al ser humano en un animal de tres edades: la infancia, la madurez y la ancianidad.
Porque la corte moncloita con Fátima Bañez al mando de un ala y José Ignacio Wert a la cabeza de la otra está atacando con saña y con denuedo los flancos de nuestra sociedad, esas zonas que por su debilidad y por su falta de capacidad de defensa propia son tradicionalmente las que más exigencia de protección reclaman de los gobiernos.
Después de ensañarse con los productivos, con los trabajadores activos, con una reforma laboral que ha arrojado a varios millones a la más absoluta precariedad del servilismo en el que los empresarios deciden arbitrariamente sin imposición contractual alguna lo que les viene bien, con unos ERE que han arrojado a varios millones al paro y la miseria, vuelven su mirada iracunda de austeridad paranoica hacia los flancos indefensos de la sociedad. Hacia los niños y los ancianos.
Con un golpe de pluma Wert ha dejado sin libros a medio millón de alumnos, una cifra que se incrementará exponencialmente a medida que las comunidades autónomas -todas ellas prácticamente en manos de los comandantes regionales genoveses- impongan también sus recortes, con unas cuentas hechas mirando para otro lado Madrid deja a los alumnos sin centenares de profesores que les son necesarios para poder prepararse, para poder educarse, para tener un futuro distinto al que los ideologías del neo servilismo empresarial han diseñado para ellos.
Y por si esto fuera poco, la ministra de Trabajo y Seguridad Social -cada vez menos seguridad y ya apenas social- anuncia que los pensionistas, aquellos que ya han dado lo que podían o querían dar al sistema perderán ni más ni menos que 300.000 millones de suspensiones. Eso sí, en cuatro años. Como si eso fuera a apaciguaros.
A los niños les niegan el futuro y a los viejos les roban el pasado.
Por mor de su necesidad ficticia de dinero, usando como excusa una contención de gasto que es solamente necesaria porque ellos se han empeñado en rescatar de la quiebra y la cárcel a los responsables de las entidades bancarias que financiaron sus campañas, sus obras faraónicas destinadas a su ego político y sus tejemanejes varios, sacrifican las dos únicas fuentes de progreso, de evolución que tiene una sociedad: el aprendizaje y la experiencia.
Después de meter descaradamente la mano en la caja de las pensiones -de la que juraron y perjuraron que no tocarían un duro- ahora deciden que necesitan el dinero que deberían reservar para las pensiones, el dinero que esas personas se han ganado el derecho a recibir con treinta, cuarenta o cincuenta años de trabajo, para otras cosas, para cuadrar sus cuentas, para paliar su déficit.
Después de recortar en una educación pública que también prometieron con la mano en su biblia que no tocarían ahora, como el padre irresponsable que utiliza el dinero destinado a la paga de sus vástagos para comprar tabaco, deciden coger el dinero de los libros de texto que los niños precisan para su aprendizaje, de los sueldos de los profesores que precisan para su educación y lo destinan a otros fines.
Y con ello convierten a infantes, trabajadores activos y ancianos en especies diferentes. Dejan de tratar al ser humano como una totalidad y le trasforman en una suerte de trilogía perversa.
Tratan a niños y ancianos como si fueran especies simbiontes de los auténticos seres humanos, de los que producen, de los que generan con su trabajo una riqueza económica que cae siempre en las mismas manos y no se redistribuye, como si fueran parásitos que no aportan nada a la sociedad y que solamente drenan recursos y por tanto deben ser eliminados de la ecuación del coste social.
Ponen la condición de humanidad en un baremo insostenible.
Nos ponen en riesgo la memoria y la imaginación. Las dos cosas que nos hacen ser una sociedad humana, que nos hacen ser nosotros.
Quizás Eleanor Roosevelt, Charles Malik o cualquiera de los redactores de la Declaración Universal de Derechos de 1948 que escribieron  que ningún ser humano puede ser discriminado por razón de su raza, sexo, credo o nacionalidad deberían haber añadido que tampoco pueden serlo en virtud de su situación productiva.
Porque, en esencia eso es lo que hace el ejecutivo encabezado por Rajoy y sostenido por los farfullos incoherentes de la Santa Cospedal desde Génova, 13. Establecen una línea en la cual la productividad es el baremo de la humanidad.
Si no produces para que los gobiernos te puedan cobrar impuestos, para que tu trabajo genere beneficios a élites empresariales y corporativas que mantienen o pretenden mantener a ese gobierno en su puesto, no tienes derechos. El dinero que precisas, el dinero que has aportado en el pasado para el futuro será utilizado para otros fines. Lo robarán ante tu propios ojos para gastarlo en lo que les venga en gana.
Sin becas y con pensiones ínfimas nos retrotraen en la Francia de Víctor Hugo en la que los ancianos que no podían trabajar vivían de la caridad y conmiseración de los que salían de templos o cabaretes y a la Inglaterra de Dickens en la que niños que no habían leído un libro porque sus padres no tenían para pagarlo se ganaban la vida como pilluelos hasta que lograban un trabajo por unos cuantos peniques en cualquier fábrica.
Esperemos que no llegue el día en que como pidiera Malthus se sacrifique a todo el que no sea productivo a partir de una edad para evitar su gasto de manutención o en el que, como hicieran los chicos de Leónidas en el Peloponeso, nos busquemos un monte Taigeto cualquiera por el que arrojar a aquellos cuyo coeficiente intelectual no les permita alcanzar el 6,5 para ahorrarnos el coste de su educación.
Aunque ese futuro distópico no llegue, Rajoy y su corte ya han logrado romper la unidad de las edades del hombre ya han empezado a convertirnos en lo que el bueno de Henry Wotton no quería que nos convirtiéramos porque para él:  "una ciudad en la que se deja morir a los viejos y no se deja crecer a los niños no es en realidad una ciudad, es solo una suma de recintos para esclavos".
Ni Edipo hubiera sido capaz de resolver el acertijo de lo que el Gobierno está haciendo con nosotros..

lunes, septiembre 16, 2013

Wert, Locme y la vuelta al cole de morlocks y yahoos

Condenados como estamos al eterno retorno, en estos días hemos asistido a uno de los que se repite de continuo y de constante.
Esa vuelta al cole que sirve para ocupar los inicios de informativos televisivos y las fotografías de portada de los rotativos nos ha vuelto a asaltar por doquier entre niños con mochilas y reportajes de nadar y guardar la ropa en los que se pregunta a padres, alumnos -cuanto más pequeños mejor, no vaya a ser que...-, vecinos y hasta a los conductores de los autobuses escolares y en los que milagrosamente no aparece ni un solo profesor, jefe de estudios ni director de centro.
Pero esta no es una vuelta colegio.Todos esos alumnos no vuelven a sus colegios, sus institutos o sus facultades . 
Van por primera vez a ellos. O, para ser más exactos, van por primera vez a sitios que parecen ser las aulas que dejaron al comienzo del estío pero que no lo son. Se presentan en ellos como el incomprendido Gulliver en Liliput o en los dominios de  los Houyhnhnm, esas tierras donde las cosas parecen iguales pero son radicalmente diferentes.
Porque abandonaron un sistema educativo en el que las becas garantizaban estudiar a quien lo quisiera y valiera para ello y vuelven a uno en el que esa tabula rasa de igualdad social no existe y diez mil alumnos que han aprobado -es decir, que han demostrado que tienen los conocimientos suficientes para seguir estudiando- se quedan sin esa beca y solo podrán seguir si la cartera parental o la cuenta corriente familiar da para ello.
Porque se fueron de vacaciones aparcando los libros en un sistema en el que la evaluación definitiva de nivel -hasta ahora la selectividad- era llevada a cabo por funcionarios públicos que no les conocían y a los que no conocían, en un intento de preservar la equidad en esas calificaciones.
Y vuelven a un sistema en el que esa decisión cae en manos de profesores de los centros privados que introducirán otros factores en esas calificaciones, sometidos a presiones económicas y del prestigio del centro, al conocimiento personal de los alumnos o incluso a sus propios egos que no acepten un fracaso escolar con parte de su responsabilidad -que los profesores son humanos, al fin y a la postre, aunque nuestro gobierno pretenda convencernos de que pueden alimentarse del aire y soportar sus recortes constantes de ingresos y de sueldos-. 
Nuestros alumnos, esos que nos han de sustituir en el banco de remo y el timón de esta sociedad nuestra y sus destinos, regresan a una educación donde la falta de dinero te puede privar de los materiales o los libros necesarios para el aprendizaje, donde la necesidad financiera de un gobierno, que pone el foco en lo equivocado a costa de lo esencial, puede hacer que se te niegue una beca de libros y contribuir a tu fracaso escolar ante la mirada estupefacta e impotente de tus padres que no tienen dinero suficiente para comprar esos libros o esos materiales.
Regresan a una educación donde el hambre ya no será aquellas cosquillas estomacales que se sienten justo en la hora de antes del recreo, sino algo con lo que convivirán y que descubrirán en las tarteras con comidas frías de tus compañeros, en las becas de comedor reducidas o eliminadas y la voracidad con la que muchos de sus amigos de patio devorarán la única comida que pueden permitirse durante el día debido a la mala fortuna, el desempleo y la falta de recursos de sus padres.
Ellos creen que vuelven a a atravesar las puertas de los mismos centros, pero son otra cosa. Son lugares donde les preparan para un futuro de contratos de un mes, un día o una hora, viendo como se trata a sus profesores, a sus maestros, a aquellos que tienen en sus manos un de las actividades más importantes para una sociedad, como temporeros de la fruta o como repartidores de la publicidad inaugural de una pizzería.
Vuelven a centros donde ya no habrá nuevos laboratorios, nuevas aulas de informática, ni siquiera nuevos gimnasios, porque sus padres y madres han cometido el pecado insondable de no elegir un colegio concertado religioso al que sí se sufraga, si se llena de ayudas, si se mantiene como parte de la estructura del Estado cuando lo verdaderamente público se deja morir, se cierra y se desarma.
Así que por primera vez en muchos años y en muchas reformas educativas, los alumnos españoles no vuelven a las aulas, no regresan a sus centros. Inician, como el mítico viajero de Jonathan Swift un periplo por lo desconocido, por países y edades que ni siquiera imaginan a donde les quieren conducir.
Por lugares en los que le creencia se iguala al pensamiento libre, por reinos en los que un error en la revalida de cualquier ciclo se paga con la expulsión del sistema educativo y la condena a la cadena perpetua de la semi servidumbre empresarial y los sueldos de seiscientos euros. Por entornos donde el retraso en los estudios ya no tiene apoyos, ni desdobles, ni profesores que puedan prestarles la ayuda necesaria cuando así lo requieren.
Viajan a un país lejano por mucho tiempo olvidado que se parece mucho a la España de Claudio de Moyano, cuando la religión era materia obligatoria, cuando la educación pública era un mínimo que te daba lo imprescindible para poder trabajar y no cansarte en pensar. 
A un país en el que dios y la Corona eran casi lo mismo y en el que la educación era solamente para quien podía costearsela.
La Locme y los recortes han transformado a nuestros estudiantes en una mezcla genética perfecta del Gulliver de Swift y el viajero de ojos grises de H.G. Wells, condenados ambos descubrir mundos de los cuales desconocían su existencia y tiempos en los que el nacimiento determina el futuro.
Por primera vez desde que tengo uso de razón ir a la escuela supone el comienzo de una batalla a muerte para ganarte un lugar entre los Houyhnhnm y no verte abocado a una existencia salvaje y sin sentido entre los yahoo.
Ni Aznar, ni Franco, ni Alfonso XIII y ni siquiera ese amargado e inútil déspota de nombre Fernando VII y de apodo "el deseado", habían hecho tanto como esta aciaga ley y el ministro que la ha ideado, defendido e impuesto contra todos, por transformar España en una guerra a muerte entre los Eloi y los Morlocks.
Entre hermosos seres que en el futuro lo tendrán todo gracias a su dinero y los desesperados habitantes del subsuelo que solamente servirán de pasto a esa élite que vivirá de ellos.
Nuestros alumnos pueden considerarse afortunados, muy afortunados.
 Para ellos ya no existe la ciencia ficción. Ya no tendrán que imaginar en sus clubes de caballeros como hicieron Wells y Swift futuros distópicos llenos de desigualdades ocultas que niegan lo esconden y son completamente incomprensibles para aquellos que las descubren..
Como el bueno de Lemuel Gulliver, ellos ya están allí. 
Feliz curso 2013 - 2014

miércoles, septiembre 11, 2013

Los indistintos muertos del 11 de Septiembre

Siempre que llega el 11 de Septiembre intento discernir qué tiene de especial. Y no encuentro nada que lo haga más “monstruoso”, que lo haga más “inhumano”, que otro día cualquiera en la guerra infinita que nos hemos impuesto. 
Nada diferencia sus aviones suicidas del bloqueo y el pogromo en toda Palestina. Y antes de los burros bomba y las operaciones de castigo en Líbano, de las ejecuciones nocturnas de pastunes y los tanques soviéticos en Afganistán, del hambre forzada y los pozos trampa en Somalía, Etiopía y Eritrea, del napalm y las minas saltadoras en el triángulo dorado de Tailandia, Camboya y Vietnam, de los gases en Corea… 
El 11 de septiembre, aunque me creáis insensible, no es salvo un episodio más en la locura bélica de sangre que ya ni siquiera somos capaces de discernir quién empezó y que todos tememos saber cómo acabará. 
Cada vez que se acerca el 11 de Septiembre intento encontrar qué hace diferentes a esos tres 3.000 muertos y nunca encuentro nada que llevarme hasta el alma. Porque nada distingue sus mórbidas figuras de los 11.000 que murieron en la primera noche en que las bombas cayeron a peso sobre Iraq un trienio después, ni de los 1.500 abrasados con napalm tres décadas antes en una sola aldea perdida de Vietnam, ni de los 5.000 que cayeron cegados por el fósforo blanco en Gaza o de los 2.500 que yacen en La Becah, sangrientamente vendimiados por las Uvas de la Ira del ejército hebreo. 
Nada les hace diferentes de los 15.000 kurdos matados por Sadam, ni de los 7.000 pastunes sacrificados a mayor gloria del imperio soviético. Ni siquiera de las 25.000 sombras radioactivas que decoran aún los muros de Hiroshima o de los 100.000 convertidos en jabón y cenizas en Dachau o Treblinka. 
Aunque me creáis frío, no veo nada en los muertos del 11 de septiembre salvo otra sangrienta cifra más. El resumen numérico del capítulo en el que esa guerra, eterna y demencial, que inventamos para nuestro futuro abandonó el patio trasero de Occidente y se estrelló en América. 
Porque si me acordara de la vendedora de las entradas de WTC, tendría que recordad al oficial de conservación del Museo Nacional de Bagdad que discutía entre risas con su colega cairota sobre zigurats y pirámides, o al tendero que arregló un reloj digital que llevaba un lustro sin funcionar a cambio de comprarle unas pilas de walkman. 
Porque si me acordara de las ascensoristas y los guías, tendría que mantener en mi memoria al guardia republicano que con unos golpecitos en la espalda evita que se invada sin querer el baño de señoras, o a la mujer que con paciencia infinita ante la sorna de los parroquianos intenta enseñar al turista la proporción perfecta entre aguardiente, menta y hierbabuena para el té, o al taxista que rescata del zoco de Basora, después de media hora de perdido despiste occidental por las sórdidas callejuelas de un barrio de burdeles. 
Así que cuando llega el 11 de septiembre, y luego el 1 de marzo, y luego el 11 de marzo, y luego el 15 de mayo, y luego el 7 de julio,y luego... procuro no pensar en ninguno o hacerlo en todos ellos. Por todos los muertos son muertos de los nuestros. Porque todas las víctimas son nuestras víctimas. 
No rezo desde hace una vida entera. Pero si volviera mi rostro hacia algún dios en este día no podría hacerlo para rezar pidiendo que aquellos que conocí no estuvieran allí cuando la locura envío dos aviones contra el WTC. Tendría que hacerlo para maldecir porque sé que aquellos que recuerdo sí que estaban allí el día en que las bombas asolaron Bagdad. 
No es que el 11 de septiembre me niegue y me resista a llorar o rezar por esos 3.000 muertos. Es que no tengo lágrimas ni blasfemias bastantes para poder llorar o maldecir por todos los demás. 
Porque esto no va, como quieren algunos, de victoria. De ellos o nosotros. 
Esto va, como sabemos todos, de justicia. De todos o ninguno. 
Y si alguien ve eso aún frío o insensible es que nada conoce ni comprende del llanto y de la muerte.

martes, septiembre 10, 2013

Apologética Universal del Buen Rollo (manual de uso interno del buenrollista)

El buen rollo te ordena que sonrías, que siempre mantengas la sonrisa. El buen rollo lo manda  y tú siempre lo haces.
Esparces por los días y noches tu gesto sonriente, la sonrisa que oculta tus vergüenzas, que esconde tus desidias, que es síntoma de nada.
Y cuando esa sonrisa, vacía y milimétrica, mecánica e inútil, dibujada en la cara como un escudo fatuo de un corazón que se vuelve siempre sólo a si mismo, no es devuelta al instante, no es equilibrada con otro gesto absurdo, el culpable es el otro, el que no te sonríe, el que mata el buen rollo.
Si no es correspondida el culpable es aquel que se niega a ocultarse, que se niega a concederte el don de olvidar tus olvidos, que insiste en recordarte que tras una sonrisa ha de haber un motivo, una historia, un impulso real. Ha de haber un ser vivo.
Pero eso no te importa. La sonrisa es buen rollo y ese es el objetivo. Tú has cumplido tu parte, aunque sea fingido.
El buen rollo te impone la caricia constante, el abrazo continuo, el recurso obsesivo a estrechar unos lazos que nunca han sido atados con un nudo real. El buen rollo lo exige y tú siempre lo cumples.
Y repartes a siniestro y a diestro -mucho más a siniestro- caricias que no curan, abrazos que no salvan.
Y al hacerlo le exiges a la piel que el roce de tus dedos que olvide las heridas que tu misma has abierto, le impones a la espalda que estrechas que ignore lo dolores que causan los puñales que tú misma has clavado. Porque eso es el buen rollo y el buen rollo lo manda.
Y si no lo consienten, si el hombro que has tocado se irrita con tu toque, si la espalda que buscas se retuerce en un esfuerzo tenso de eludir tu contacto, la ofendida eres tú y el que falla es el otro.
Él le falla al buen rollo por no olvidar a tiempo que tras una caricia tiene que haber un alma, que tras fuertes abrazos ha de haber corazones. Por recordarte, cuando lo has olvidado o nunca lo has sabido, que las caricias de los dedos que hieren rara vez nos reparan,  que los abrazos de manos que nos matan no han servido ni sirven para darnos la vida.
Pero eso no te afecta. La caricia es buen rollo y ese es tu salvavidas. Tú ya has hecho lo tuyo, aunque sea mentira.
Y el buen rollo te impele a los millones de dos besos en las mejillas a granel y sin tiento, a quedadas continuas, a llamadas preguntando por otros para hablar de ti misma. Te impone los toques cariñosos, los "bonita", los "cari", las fotos colgadas en el éter de pedos compartidos, los mensajes vacíos, los apoyos lejanos y alejados de espacios virtuales.
Y tú sigues a rajatabla todos sus mandatos, cumples sin rechistar con sus cansinos ritos y con sus exigencias. Lo haces y esperas recompensa, cual devota creyente. Y el buen rollo, cual dios misericorde que protege a su hija, te concede tu sueño.
Te resguarda de aquellos que reclaman criterio y coherencia; te aparta de los necios que aún creen que tras una sonrisa ha de haber sentimientos, de las malas personas que aún identifican cariño y lealtad, de los intransigentes que aún saben que hay cosas que hay que hacer cuando les pintan bastos a aquellos que nos apoyan y que nos acompañan.
Cumplidos sus simples y siempre ineludibles eternos mandamientos, el buen rollo te permite alejarte de aquellos que aún defienden que el amor no te impide mostrarte tus errores, que la amistad no se basa en vapores etílicos o en fotos digitales, sino en un compromiso que implica lealtades y esfuerzos por los otros.
Una vez que ha sido obedecida la voz irrelevante del buen rollo expandido, por fin te ves recompensada con el mundo esperado, con ese paraíso soñado por perdido de un mundo que tan solo es habitado por ti y por lo que has decidido.
Un mundo en el que tú existes sola, rodeada de comparsas, de comprensión vacía de todos tus errores por más que se repitan, de consejos que se ofrecen sabiendo que no son escuchados. Un orbe en el que el amor siempre falla por culpa de los otros, en el que los demás se disculpan por todos tus errores, en el que nadie te exige más allá de lo que estás dispuesta a dar, aunque esto sea nada.
El paraíso del buen rollo soñado te crea un universo en el que siempre puedes acallar tu conciencia, ocultar tu egoísmo,  escapar de ti misma. 
Te regala un espejo  que transforma todo lo que le enseñas para que tú lo veas y te quedes contenta. Que te cambia irresponsabilidad continua por pasión necesaria, la falta de criterio por cambio inevitable y el error reiterado por mala suerte absurda.
Un prisma de cristal que te devuelve imposibilidades manifiestas donde sólo hay negligencias inconfesables, que te permite ver amores imposibles en lugar de egoísmo, amistad traicionada en vez de egocentrismo. Un perverso reflejo que nunca te devuelve lo que no quieres ver, que te hace perfecta.
Porque eso es el buen rollo y por eso lo usas. Porque evita pensar y pensar en tu contra, porque evitar sentir y hacerlo por los otros, porque evita vivir e intentar seguir viva.
Porque evita crecer y saber que, si habitas un mundo en el que nadie cabe, es mejor estar muerta. Yeso no da buen rollo.

Lo pensado y lo escrito

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