Entre tanto ir y venir, entre tanta protesta por lo que nos quitan y tanta lucha por lo que deseamos mantener, hay cosas que se nos escapan.
Actitudes nuestras que parecen consecuencias pero son causas, son los inicios de aquello que ahora sufrimos y padecemos.
Los que se dejan el alma y el riesgo luchando contra los desahucios, las privatizaciones, los saldos de lo público y el ascenso raudo y veloz de la nueva sociedad de la servidumbre empresarial miran a un lado y a otro y se preguntan el motivo de que nuestras calles y nuestras plazas no sean ya Sintagma, Tahir o cualquier otra en las que la furia estalló como consecuencia lógica de la acumulación continuada de agravios sociales y miseria creciente.
Y encuentran la respuesta -o creen encontrarla- en una frase juvenil que resume una actitud: "no me rayes".
Parece que tanto ataque a lo nuestro nos ha bloqueado, nos ha dejado sin capacidad de reacción, nos ha hecho recurrir a ese misticismo judeocristiano tan nuestro de la resignación bíblica, de ese sentimiento trágico de la vida contra el que Don Miguel -de Unamuno, se entiende- clamó en vano en el desierto de las letras y el desastre colonial del 98.
Pero ese "no me rayes" de una juventud a la que achacamos indolencia, a la que acusamos de falta de compromiso, a la que hemos bautizado injustamente como una generación Nini porque ni estudia ni trabaja -no generalicemos, por favor-, no viene de la reforma laboral, no viene de la falta de expectativas que un sistema educativo medieval les produce.
Ni siquiera tiene nada que ver con el botellón, con la playstation, con el sexo o con el tecno trance infumable del David Ghetta de turno en las noches ibicencas de drogas de diseño, sudor y sexo en los servicios de los afterhours poligoneros.
No es algo suyo. Es algo nuestro.
Algo que han mamado de nosotros en cada comida de mediodía con el telediario puesto, que han aprendido de cada uno de nuestros alzamientos de cejas o nuestros encogimientos de hombros ante lo que calificábamos como inevitable.
Lo aprendieron de todos aquellos que hace ya medio siglo prefirieron el destierro político en Montpelier, Moscú o México D.F a seguir una lucha perdida; que prefirieron esperar a que el enemigo muriera de viejo que arriesgarse a perder la propia vida persistiendo en el intento de descabalgarle del poder dictatorial en el que se había encumbrado.
Lo aprendieron de una Transición en la que el lema era dejar las cosas de la mejor manera posible para que, sin duelos, sin peleas, sin culpables, sin justicia, cada cual pudiera tener "su pan, su hembra y su libertad", como cantaba el himno de Jarcha a despecho de las feministas, todo hay que decirlo.
Esa resignación de no hacer nada porque lo que hagamos será poco y no valdrá, ese desprecio del pensamiento y la reflexión sobre los males no es algo que provenga del ron con Coca Cola ni del Sprinter Cell, proviene de todas las veces que nosotros mismos hemos hecho eso y nos han visto hacerlo.
Su "no me rayes" es hijo bastardo y pródigo del repetido e insano coito entre nuestros "no le des tantas vueltas" y "es lo que hay".
En todos los ámbitos de nuestra vida hemos tirado de instinto de supervivencia, de simplificación, de eso que se ha dado en llamar inteligencia emocional, que evita el esfuerzo de pararse a pensar y de descubrir que no estamos haciendo lo que deberíamos hacer.
Y así, en lo personal y lo afectivo, nos han visto evitar la distinción entre deseo y amor, entre amar y querer, entre dar amor y estar enamorados porque era "hilar muy fino"; han presenciado como hemos eludido reflexionar sobre nuestros errores, nuestras fallas éticas y nuestros accesos de puro egoísmo afectivo porque"en esto del amor todo vale y nunca hay culpables"; han asistido a la escenificación de como obviábamos las lealtades debidas, perpetrábamos las traiciones más arteras y protagonizábamos las huidas más cobardes porque "el amor no da de comer".
Nos han visto refugiarnos en nuestro egoísmo al grito de "Lo siento, no puedo evitarlo" para tapar todas las vergüenzas que nuestras conciencias deberían haber arrojado sobre nuestras noches de insomnio si hubiéramos dedicado solamente un momento a reflexionar en contra nuestra. Y en lo social no es que fuera peor. Es simplemente que era más evidente, menos excusable.
Nuestros padres dejaron morir de viejo a un tirano y se declaraban apolíticos -como si eso fuera posible- porque ellos "no entendían de esas cosas"; permitieron una transición política sin culpables, sin un solo procesado o detenido por una dictadura sangrienta y represiva, en el que sus protagonistas siguieron en el poder de una u otra forma porque "no tenemos tiempo para esas cosas ".
Y nosotros nos hemos atrincherado en el "los principios no dan de comer" para evitar reflexionar y reaccionar contra las injusticias que aquellos que nos pagaban cometían contra otros.
Nos hemos escudado en el "menos da una piedra" cada vez que queríamos eludir pensar sobre cada reforma laboral, cada recorte social y sobre lo que tendríamos que hacer al respecto.
Nuestros padres y nosotros sabíamos cuales eran las respuestas correctas. Por eso la única salida para no asumirlas era refugiarnos en la negativa fútil e infantil a hacernos las preguntas.
El "no me rayes" de la generación Nini no es el causante de que seamos el país de Europa con menor afiliciación sindical, con menor nivel de militancia política, con el penúltimo índice de lectura, con el más alto nivel de socios de clubes de fútbol o con el menor número de matriculados en estudios universitarios de pensamiento como la filosofía, la ética o la política.
Eso lo ha hecho nuestro "no le des tantas vueltas", nuestro "las cosas son como son", mientras desperdiciábamos nuestra capacidad reflexiva en dilucidar la alineación adecuada para el derbi futbolístico o cual era el mejor partido para la protagonista del culebrón venezolano de sobremesa.
Así que, ahora que hacen falta los principios, ahora que es necesaria la lucha, ahora que precisábamos una juventud radiante, arriesgada y luchadora que no tuviera miedo de enfrentarse al presente para pelear por el futuro, nos damos cuenta que solamente un puñado de ellos están por la labor mientras los otros prefieren "no rayarse" e intercambian vídeos divertidos en Youtube y fluidos corporales en los baños de La Posada de Las Animas.
Para nuestra desgracia, hemos convertido nuestra sociedad en la paráfrasis perfecta de la rima de Beqcuer:
Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
Si, mañana, rodando, este veneno,
envenena a su vez, ¿de qué acusarles?
¿Pueden darnos más de lo que a ellos les dieron?
Pero consolémonos. Al fin y al cabo "no hay mal que cien años dure". Olvidemos adrede que tampoco hay "ni cuerpo que lo resista".
No hay comentarios:
Publicar un comentario