Condenados como estamos al eterno retorno, en estos días hemos asistido a uno de los que se repite de continuo y de constante.
Esa vuelta al cole que sirve para ocupar los inicios de informativos televisivos y las fotografías de portada de los rotativos nos ha vuelto a asaltar por doquier entre niños con mochilas y reportajes de nadar y guardar la ropa en los que se pregunta a padres, alumnos -cuanto más pequeños mejor, no vaya a ser que...-, vecinos y hasta a los conductores de los autobuses escolares y en los que milagrosamente no aparece ni un solo profesor, jefe de estudios ni director de centro.
Pero esta no es una vuelta colegio.Todos esos alumnos no vuelven a sus colegios, sus institutos o sus facultades .
Van por primera vez a ellos. O, para ser más exactos, van por primera vez a sitios que parecen ser las aulas que dejaron al comienzo del estío pero que no lo son. Se presentan en ellos como el incomprendido Gulliver en Liliput o en los dominios de los Houyhnhnm, esas tierras donde las cosas parecen iguales pero son radicalmente diferentes.
Van por primera vez a ellos. O, para ser más exactos, van por primera vez a sitios que parecen ser las aulas que dejaron al comienzo del estío pero que no lo son. Se presentan en ellos como el incomprendido Gulliver en Liliput o en los dominios de los Houyhnhnm, esas tierras donde las cosas parecen iguales pero son radicalmente diferentes.
Porque abandonaron un sistema educativo en el que las becas garantizaban estudiar a quien lo quisiera y valiera para ello y vuelven a uno en el que esa tabula rasa de igualdad social no existe y diez mil alumnos que han aprobado -es decir, que han demostrado que tienen los conocimientos suficientes para seguir estudiando- se quedan sin esa beca y solo podrán seguir si la cartera parental o la cuenta corriente familiar da para ello.
Porque se fueron de vacaciones aparcando los libros en un sistema en el que la evaluación definitiva de nivel -hasta ahora la selectividad- era llevada a cabo por funcionarios públicos que no les conocían y a los que no conocían, en un intento de preservar la equidad en esas calificaciones.
Y vuelven a un sistema en el que esa decisión cae en manos de profesores de los centros privados que introducirán otros factores en esas calificaciones, sometidos a presiones económicas y del prestigio del centro, al conocimiento personal de los alumnos o incluso a sus propios egos que no acepten un fracaso escolar con parte de su responsabilidad -que los profesores son humanos, al fin y a la postre, aunque nuestro gobierno pretenda convencernos de que pueden alimentarse del aire y soportar sus recortes constantes de ingresos y de sueldos-.
Y vuelven a un sistema en el que esa decisión cae en manos de profesores de los centros privados que introducirán otros factores en esas calificaciones, sometidos a presiones económicas y del prestigio del centro, al conocimiento personal de los alumnos o incluso a sus propios egos que no acepten un fracaso escolar con parte de su responsabilidad -que los profesores son humanos, al fin y a la postre, aunque nuestro gobierno pretenda convencernos de que pueden alimentarse del aire y soportar sus recortes constantes de ingresos y de sueldos-.
Nuestros alumnos, esos que nos han de sustituir en el banco de remo y el timón de esta sociedad nuestra y sus destinos, regresan a una educación donde la falta de dinero te puede privar de los materiales o los libros necesarios para el aprendizaje, donde la necesidad financiera de un gobierno, que pone el foco en lo equivocado a costa de lo esencial, puede hacer que se te niegue una beca de libros y contribuir a tu fracaso escolar ante la mirada estupefacta e impotente de tus padres que no tienen dinero suficiente para comprar esos libros o esos materiales.
Regresan a una educación donde el hambre ya no será aquellas cosquillas estomacales que se sienten justo en la hora de antes del recreo, sino algo con lo que convivirán y que descubrirán en las tarteras con comidas frías de tus compañeros, en las becas de comedor reducidas o eliminadas y la voracidad con la que muchos de sus amigos de patio devorarán la única comida que pueden permitirse durante el día debido a la mala fortuna, el desempleo y la falta de recursos de sus padres.
Ellos creen que vuelven a a atravesar las puertas de los mismos centros, pero son otra cosa. Son lugares donde les preparan para un futuro de contratos de un mes, un día o una hora, viendo como se trata a sus profesores, a sus maestros, a aquellos que tienen en sus manos un de las actividades más importantes para una sociedad, como temporeros de la fruta o como repartidores de la publicidad inaugural de una pizzería.
Vuelven a centros donde ya no habrá nuevos laboratorios, nuevas aulas de informática, ni siquiera nuevos gimnasios, porque sus padres y madres han cometido el pecado insondable de no elegir un colegio concertado religioso al que sí se sufraga, si se llena de ayudas, si se mantiene como parte de la estructura del Estado cuando lo verdaderamente público se deja morir, se cierra y se desarma.
Así que por primera vez en muchos años y en muchas reformas educativas, los alumnos españoles no vuelven a las aulas, no regresan a sus centros. Inician, como el mítico viajero de Jonathan Swift un periplo por lo desconocido, por países y edades que ni siquiera imaginan a donde les quieren conducir.
Por lugares en los que le creencia se iguala al pensamiento libre, por reinos en los que un error en la revalida de cualquier ciclo se paga con la expulsión del sistema educativo y la condena a la cadena perpetua de la semi servidumbre empresarial y los sueldos de seiscientos euros. Por entornos donde el retraso en los estudios ya no tiene apoyos, ni desdobles, ni profesores que puedan prestarles la ayuda necesaria cuando así lo requieren.
Viajan a un país lejano por mucho tiempo olvidado que se parece mucho a la España de Claudio de Moyano, cuando la religión era materia obligatoria, cuando la educación pública era un mínimo que te daba lo imprescindible para poder trabajar y no cansarte en pensar.
A un país en el que dios y la Corona eran casi lo mismo y en el que la educación era solamente para quien podía costearsela.
A un país en el que dios y la Corona eran casi lo mismo y en el que la educación era solamente para quien podía costearsela.
La Locme y los recortes han transformado a nuestros estudiantes en una mezcla genética perfecta del Gulliver de Swift y el viajero de ojos grises de H.G. Wells, condenados ambos descubrir mundos de los cuales desconocían su existencia y tiempos en los que el nacimiento determina el futuro.
Por primera vez desde que tengo uso de razón ir a la escuela supone el comienzo de una batalla a muerte para ganarte un lugar entre los Houyhnhnm y no verte abocado a una existencia salvaje y sin sentido entre los yahoo.
Ni Aznar, ni Franco, ni Alfonso XIII y ni siquiera ese amargado e inútil déspota de nombre Fernando VII y de apodo "el deseado", habían hecho tanto como esta aciaga ley y el ministro que la ha ideado, defendido e impuesto contra todos, por transformar España en una guerra a muerte entre los Eloi y los Morlocks.
Entre hermosos seres que en el futuro lo tendrán todo gracias a su dinero y los desesperados habitantes del subsuelo que solamente servirán de pasto a esa élite que vivirá de ellos.
Nuestros alumnos pueden considerarse afortunados, muy afortunados.
Para ellos ya no existe la ciencia ficción. Ya no tendrán que imaginar en sus clubes de caballeros como hicieron Wells y Swift futuros distópicos llenos de desigualdades ocultas que niegan lo esconden y son completamente incomprensibles para aquellos que las descubren..
Como el bueno de Lemuel Gulliver, ellos ya están allí.
Feliz curso 2013 - 2014
Ni Aznar, ni Franco, ni Alfonso XIII y ni siquiera ese amargado e inútil déspota de nombre Fernando VII y de apodo "el deseado", habían hecho tanto como esta aciaga ley y el ministro que la ha ideado, defendido e impuesto contra todos, por transformar España en una guerra a muerte entre los Eloi y los Morlocks.
Entre hermosos seres que en el futuro lo tendrán todo gracias a su dinero y los desesperados habitantes del subsuelo que solamente servirán de pasto a esa élite que vivirá de ellos.
Nuestros alumnos pueden considerarse afortunados, muy afortunados.
Para ellos ya no existe la ciencia ficción. Ya no tendrán que imaginar en sus clubes de caballeros como hicieron Wells y Swift futuros distópicos llenos de desigualdades ocultas que niegan lo esconden y son completamente incomprensibles para aquellos que las descubren..
Como el bueno de Lemuel Gulliver, ellos ya están allí.
Feliz curso 2013 - 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario