domingo, septiembre 29, 2013

La muerte de Asunta reabre el circo del juez Lynch

Se nos viene encima sin comerlo ni beberlo, por mor de las necesidades viscerales de una sociedad que aún no ha aprendido que el morbo no es la medida de todas las cosas, otro circo mediático.
Reporteros, secciones llamadas de actualidad pero que lo son de morbo trágico y opinadores de barra de bar y café con las amigas ya están empezando a montar la carpa de tres pistas en la que se desarrollará el nuevo sacrificio ante el altar social en honor del viejo juez Lynch antes de que ningún juez real emita un veredicto.
En este caso la victima que seremos todos, que todos querremos vindicar, se llamaba Asunta. 
Y como antes los fueron Melody, Maddeliene, Marta o Ruth y José, llegará un día en que creeremos que tenemos derecho a ser jueces jurados y verdugos que impongan con mano de hierro su deseo, sin que importen todas las garantías judiciales que la sociedad creó precisamente para evitar lo que nosotros deseamos imponer como nuestro derecho: las lapidaciones y ahorcamientos populares.
Eso llegará dentro de poco como siempre lo hace. Y también como siempre estas endemoniadas lineas procurarán no participar en ello. Pero antes de que empiece se impone una reflexión.
Resulta que a Asunta -ya llegará el día en que alguien le ponga un diminutivo cariñoso para que parezca que era la hija de todos- la drogó alguien, la asfixió alguien, la mató alguien y alguien abandonó su cadáver.
Esos, hasta ahora, son los hechos del caso y, como diría el mítico fiscal interpretado por Kevin Bacon, son irrefutables.
La madre ha sido detenida, el padre ha sido detenido, ambos han sido imputados. Esos son los pasos de la investigación judicial y también son irrefutables.
A partir de aquí uno espera -no lo desea, pero lo espera por reiteración- que comiencen a desgranarse esas llamadas al linchamiento disfrazadas de informaciones y opiniones de expertos que buscan un culpable inmediato, obvio, evidente y tranquilizador para que podamos alimentar nuestra víscera social.
Donde en el caso de Marta del Castillo aparecieron supuestos informes y perfiles que presentaban al entonces imputado Carcaño como una mezcla entre Hannibal Lecter y Marilyn Manson y a sus colegas poligoneros como limpiadores profesionales de una agencia de inteligencia, aquí aparecen perfiles periodísticos que presentan a la madre imputada como una mujer ilustrada y cosmopolita y que listan sus títulos y menciones internacionales. Sorprendente.
En el mismo momento procesal en el que con los niños cordobeses se filtraban declaraciones policiales que definían al aún no imputado José Bretón como alguien frío, que no se ponía nervioso, que no lloraba porque habían desaparecido sus hijos; cuando nos referimos a Asumpta y a Rosario Porto se desgranan las excelencias de la ascendencia de la progenitora, su carácter de mujer independiente y su amplia cultura, en algo que se asemeja a un intento de presentarla como alguien muy por encima de los arranques viscerales que llevan al asesinato.
Como si Adolf Hitler no hubiera sido capaz de recitar de memoria y con estilo e Schiller o no conociera las obras completas de Richard Wagner.
Los mismos programas, los mismos falsos expertos, los mismos periódicos y los mismos opinadores que en otros casos enseguida tiraron de móviles criminales no confirmados como los celos de Carcaño ahora se devanan los sesos por encontrar un "móvil plausible" y por dar cumplida noticia del que el móvil de la herencia universal de la niña muerta no existe.
Las mismas coberturas televisivas y análisis de prensa que desde un primer momento se pelearon para sacar a la luz el odio que sentían el uno por el otro los padres divorciados de los niños cordobeses ahora se esfuerzan por decir lo bien que se llevaba Porto con su ex marido, como intentando acallar antes de su nacimiento la posibilidad de que esta pudiera ser la asesina y que pudiera hacerlo por venganza.
Las mismas voces, las mismas plumas y los mismos teclados, que vendieron a cuatro columnas un tufo a lejía en un apartamento como una prueba irrefutable ahora pasan como de puntillas por encima del hecho de que la cuerda que ataba a la niña era idéntica a la que se encontró ne la finca de la madre.
Aquellos que convirtieron media hora de silencio de móviles en una prueba abrumadora y cristalina de complicidad o que ignoraban el hecho de que no había cadáver en el caso de Marta del Castillo, ahora se limitan a exponer sin valorar que la niña dijo a sus profesoras de música que su madre intentaba matarla o que esta reconocía en mensajes de texto que drogaba a la niña.
Los medios no acusan, no ponen en la mano de sus audiencias y lectores la piedras para la lapidación, no empiezan a tejer hebra a hebra la soga para el linchamiento público, no regalan con sus ediciones dominicales el martillo y los clavos para la crucifixión de Rosario Porto. 
Y todo ello resulta sorprendente.
No porque no se deba hacer, que sí se debe hacer, sino porque no se ha hecho en otros casos.
No porque los medios no tengan la obligación ética de contenerse en sus análisis, de presentar -si es que de verdad deben tener el derecho a informar sobre estos casos antes de que haya sentencias judiciales, que lo dudo- las mejores versiones de este tipo de funestos sucesos, tanto las que apuntan a la culpabilidad como a la inocencia, sino porque demuestran que saben hacerlo cuando quieren.
Luego, por definición, en los otros casos, cuando no se hizo, simplemente fue porque no quisieron hacerlo.
Y no creo que sea porque se considere que una madre tiene que tener un motivo muy fuerte para matar a sus hijos y un padre no; no creo que sea porque se entienda que una mujer no es violenta por definición y un hombre sí; no creo que sea porque se esté dispuesto a vender que el hombre -machista por definición- es un demonio desapegado de la vida, mientras que la mujer es, en virtud de su propia naturaleza, una protectora de la vida que tiene que estar loca o desequilibrada para atentar contra su prole. ¿O sí?
Deseo que no sea por eso. Aunque en esta ocasión solamente lo deseo, no lo espero.
Y no es que Rosario Porto no tenga derecho a la presunción de inocencia, a que se trate el proceso judicial en el que está implicada e imputada con un rigor ético exquisito de la profesión informativa, sin introducir valoraciones personales ni prejuicios viscerales que las audiencias desean consumir.
Es que Carcaño, sus amigos y José Bretón también lo tenían. Y el hecho de que al final fueran judicialmente culpables es absolutamente irrelevante para la aplicación de ese derecho.
En cualquier caso, enhorabuena. El circo ha llegado de nuevo a la ciudad. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La niña es gallega, no catalana, así que se llama Asunta y no Assumpta. Un poquito de rigor en estas cosas no está mal, que ya estamos hasta las narices de imperialismo cultural catalán.

devilwritter dijo...

Lo siento. Seguro que eso es lo más importante de toda esta historia... el imperialismo cultural catalán.
Corrijo el error pero que conste que Asumpta es latín, no catalán, y hasta hay una santa con ese nombre y es...¡vaya italiana!
Que para quejarse del imperialismo cultural catalán -sea este lo que sea- hace falta un poquito de rigor.

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