Si yo fuera yankie ahora estaría diciendo, con ese ingenuo maniqueismo que a veces les aqueja, que en el Capitolio y la Casa Blanca se está dirimiendo por la sanidad una batalla entre el bien y el mal; si fuera republicano -estadounidense, se entiende-, diría que es entre la libertad y el intervencionismo; si fuera democráta afirmaría que es un enfrentamiento entre la justicia y la injusticia. Y si fuera del Tea Party no diría nada. Simplemente gritaría y abuchearía a todos aquellos que no piensan como a mi me han dicho que tengo que pensar.
Pero como no soy ninguna de esas cosas. Como soy europeo, continental y de esos que han estudiado la ahora denostada asignatura de filosofía simplemente digo que lo que acontece ahora intramuros del poder estadounidense es un clásico. Un choque recurrente entre el ser y el deber ser.
Obama, que no es lo que quisimos que fuera con o sin Premio Nobel de la Paz, se ha colacado en las huestes del deber ser.
Sin la sempiterna presión de la reelección, que es constitucionalmente imposible tras un segundo mandato, hace lo que pocos presidentes estadounidenses han llegado a hacer.
No defiende la reforma sanitaria, no defiende el primer paso dado en siglos por Estados Unidos hacia una Seguridad Social operativa y una atención sanitaria universal, porque eso le otorgue votos -ya no los necesita- sino porque piensa que es lo que hay que hacer.
Sacrifica su presente, su momento de poder y de prestigio, para lograr un futuro. Se mantiene en un pulso que, ciertamente, pone en riesgo el presente de Estados Unidos, que amenaza no solamente su figura sino la capacidad financiera y económica de todo el Estado porque piensa que el futuro es más relevante que el presente. Que la historia es más importante que su papel en ella.
Mientras, los otros, los que se dicen la voz del pueblo y no son otra cosa que los que siguen las directrices de aquellos que quieren que sus beneficios estén más allá de todo control y de toda necesidad de su país para el futuro, escenifican el papel de las mesnadas de lo que es.
Parece que hacen lo mismo que Obama, parece que es la misma motivación puesto que es la misma pelea y la misma intransigencia en sus posturas.
Como siempre, lo parece pero no lo es. De hecho, es justamente todo lo contrario.
Porque ellos ponen en riesgo el futuro por un presente en que sus votos aumenten, por un momento de gloria en el que puedan apuntarse en su cinturon tejano la éfimera muesca de una victoria contra la Casa Blanca, en el que su demostración de poder les haga más fuertes y relevantes.
No les importa abocar al pais al colapso ecónomico -como tampoco parece importarle a Obama- pero no les importa por intereses propios. Algunos para mantener su puesto como cabeza de la oposición, otros para obtener víctores en sus carreras electorales particulares como gobernadores, congresistas o cualquier otro cargo electo, otros para desvancar a la linea moderada de la cabeza de la oposición republicana y colocar a un Tea Party, redundante y sin argumentos, en posición de alcanzar alguna vez el despacho oval.
Así que, al fin y a la postre, los miembros del Tea Party que se enfrentan con contumaz resistencia a la reforma sanitaria del presidente Obama, también ponen en riesgo el presente por el futuro.
La diferencia radical es que Obama sacrifica su presente por un futuro que afecta a toda una nación en la que ya él no ejercerá poder alguno, mientras que el Tea Party y los republicanos que les tienen miedo lo hacen por un futuro en el que no importa como quede la nación estadounidense con tal de que ellos se mantengan o alcance el poder.
A la hora de decirse no parece haber color.
Así que, aunque nos parezca que nada tiene que ver con nosotros, hagamos un esfuerzo.
La próxima vez que oigamos a un político español acusando de irresponsabilidad y de llevar al país al colapso a los profesionales sanitarios, los enseñantes públicos, los profesionales de los medios públicos o quien sea por mantener un pulso con el Gobierno, cerremos los ojos y recordemos a Obama y al Tea Party.
Quizás así resulte más sencillo descubrir quíen defiende el futuro de todos y quíen se obceca solamente pensando en el suyo propio.
Aunque, para nuestra desgracia, aquí el Tea Party ocupe La Moncloa.
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