Hace ya años, bastantes años, quedé con un amigo que había conocido todavía muchos años antes. Se trataba de aquello de tomar unas cañas, rememorar los buenos tiempos en los que el grupo de teatro era la excusa perfecta para el ligoteo adolescente y echarse unas risas a costa de los recuerdos de antiguos profesores de instituto obsesionados con Ramón Gómez de la Serna y con la artesanía etrusca entre otras cosas.
Yo recodaba a mi amigo con el pelo corto y se presentó con una melena hasta los hombros, yo recordaba a mi amigo moreno y reapareció pelirrojo. Yo recordaba a mi amigo hombre y se me presentó mujer.
He de reconocer que me resultó un choque tan insuperable que tardé tres cañas en cogerla el ritmo y nos pasamos el resto de la noche no riéndonos de los viejos profesores sino imaginándonos las caras que pondrían aquellas mozuelas que se habían hecho las encontradizas en los pasillos para ligársele cuando no era ni pelirroja, ni melenuda ni mujer.
A qué viene esta diatriba de mis tiempos mozos. Es sencillo. Cien padres cogen sus bolígrafos y firman una carta para pedir que no se trate a un infante que nació niño pero ha decidido ser niña como una niña en un colegio andaluz, concretamente malagueño. Cien padres mantienen que, aunque se respete a esa niña -a la que ellos solamente pueden ver como un niño que quiere ser niña-, debería seguir tratándosela como a un niño.
Es posible que no sea este el problema más peliagudo al que se está enfrentando la educación en estos momentos, con la guadaña del ministro Wert, sus leyes y sus recortes ondulando una y otra vez sobre el cuello de la enseñanza pública, pero es un problema que no se puede dejar pasar.
Para empezar, este problema no se hubiera producido, esta carta ni siquiera se hubiera enviado, si se tratara de un colegio público. Pero no lo es.
Es un colegio concertado, es un colegio religioso. Es uno de esos colegios que sobrevive con dinero de un Estado, el español, pero que pretende regirse con las leyes de otros, el Reino de Los Cielos -o en su defecto los Estados Pontificios-.
Es un colegio concertado, es un colegio religioso. Es uno de esos colegios que sobrevive con dinero de un Estado, el español, pero que pretende regirse con las leyes de otros, el Reino de Los Cielos -o en su defecto los Estados Pontificios-.
Para continuar, quizás alguien podría contestar a la pregunta de como se hace para que un alumno sea "querido y respetado por alumnos y profesores en su especificidad", como dicen los firmantes en su carta si se le niega el tratamiento de género -en este caso lo de género sí está bien empleado, porque es un asunto lingüístico- que explicita ese respeto.
Y luego llega lo más gordo.
Los 100 padres, que comienzan en este punto a parecerse peligrosamente a los 100.000 Hijos de San Luis -restituyentes de la monarquía católica en España- se quejan porque la decisión de aceptar la transexualidad de la pequeña se ha tomado "sin pensar en los posibles efectos que esta decisión puede provocar en el normal desarrollo social y psicológico del resto de los alumnos”.
O sea, que alguien no puede asumir la identidad sexual que le apetezca si los demás se sienten incómodos, descolocados o en fuera de juego por su cambio. Que mi amiga pelirroja debería haberse pensado cambiar de sexo teniendo en cuenta qué pensaría yo cuando me la encontrara. Que el hermano Warchowski que ahora es hermana debería haber pensado en el desasosiego de sus fans o en los problemas de promoción de su productor ejecutivo antes de asumir la identidad sexual en la que se sentía plena y completa.
Un argumento con el mismo peso específico que una pluma de ganso. Igual de fuerte y sólido que es el otro que utilizan que consiste en mostrarse disgustados porque la decisión se tomó "sin consultar a las demás familias del centro".
¡Estupendo!. Existen leyes, existe algo llamado Constitución Española, existe un texto que se llama algo así como Declaración de los Derechos del Menor... El Género Humano lleva evolucionando legislación con respecto a los derechos fundamentales inalienables del individuo desde hace tres siglos.
Pero la Consejería de Educación de la Junta y la Fiscalía General de Andalucía deben tomar como base para ejercer su obligación de hacer cumplir la ley la opinión de 100 padres para decidir si esos derechos fundamentales se respetan o no, si se aplica la legislación española o no, si se convierte un colegio de Málaga en un Estado independiente o sigue vigente en sus patios y en sus aulas la Constitución Española.
Nadie que tenga dos dedos frente, por lo menos dos dedos de frente no ocupados por sus principios religiosos, puede darle sentido a ese razonamiento.
Porque al final ese, como siempre, es el problema.
Un catolicismo español que entiende mal lo que es ser cristiano, católico y la libertad de culto, porque así se lo hacen ver sus jerarcas y purpurados.
Un culto católico patrio que cree que el respeto a su confesión pasa por no hacer nada que a ellos les disguste, por que no se vea públicamente nada de lo que ellos consideran inmoral. Un catolicismo de homilía y dictadura, que incluso su actual pontífice rechaza, que se basa en que ellos pueden hacer muestra pública de cualquiera de las manifestaciones de sus creencias sin que nadie pueda sentirse ofendido pero pretende que el resto de la humanidad no ponga antes sus ojos realidades que otros en sus púlpitos y sacristías han decidido por ellos que son ofensivas.
Porque si los hijos de esos 100 padres tienen un problema psicológico con la decisión de su compañera no será por culpa de la Junta de Andalucía, ni de la legislación española ni del cambio de orientación sexual de la niña en cuestión.
Será solo y exclusivamente por culpa de sus padres.
Porque no les habrán enseñado que hay gente que piensa y siente de manera distinta a ellos y que hay que respetarles; porque no les habrán enseñado que, aunque ellos crean que su dios dijo en algún momento que la homosexualidad, la transexualidad o cualquier otra identidad sexual que no sea la heterosexual es algo maligno, enfermizo o pecaminoso, las leyes del país en que viven lo respetan, lo apoyan, lo comprenden y lo defienden.
Porque no les habrán enseñado que la libertad de los demás no depende ni puede depender de lo que ellos han decidido que su dios piensa sobre el ejercicio de esa libertad.
Cuando era pequeño fui con mi madre a una fiesta del PCE en el parque de mi barrio y allí había un tipo vestido de mujer. Yo le pregunté a mi madre si era un chico o una chica y ella me dijo: "si tanto te preocupa, acércate y pregúntaselo" y siguió empeñada en avanzar en la cola para comprar los siempre míticos bocadillos de chorizo frito.
Quizás por eso tarde solo tres cañas a asumir que tenía una nueva amiga y ya apenas me acuerdo de ese otro viejo amigo que se iba de ligue conmigo en el instituto.
Y luego llega lo más gordo.
Los 100 padres, que comienzan en este punto a parecerse peligrosamente a los 100.000 Hijos de San Luis -restituyentes de la monarquía católica en España- se quejan porque la decisión de aceptar la transexualidad de la pequeña se ha tomado "sin pensar en los posibles efectos que esta decisión puede provocar en el normal desarrollo social y psicológico del resto de los alumnos”.
O sea, que alguien no puede asumir la identidad sexual que le apetezca si los demás se sienten incómodos, descolocados o en fuera de juego por su cambio. Que mi amiga pelirroja debería haberse pensado cambiar de sexo teniendo en cuenta qué pensaría yo cuando me la encontrara. Que el hermano Warchowski que ahora es hermana debería haber pensado en el desasosiego de sus fans o en los problemas de promoción de su productor ejecutivo antes de asumir la identidad sexual en la que se sentía plena y completa.
Un argumento con el mismo peso específico que una pluma de ganso. Igual de fuerte y sólido que es el otro que utilizan que consiste en mostrarse disgustados porque la decisión se tomó "sin consultar a las demás familias del centro".
¡Estupendo!. Existen leyes, existe algo llamado Constitución Española, existe un texto que se llama algo así como Declaración de los Derechos del Menor... El Género Humano lleva evolucionando legislación con respecto a los derechos fundamentales inalienables del individuo desde hace tres siglos.
Pero la Consejería de Educación de la Junta y la Fiscalía General de Andalucía deben tomar como base para ejercer su obligación de hacer cumplir la ley la opinión de 100 padres para decidir si esos derechos fundamentales se respetan o no, si se aplica la legislación española o no, si se convierte un colegio de Málaga en un Estado independiente o sigue vigente en sus patios y en sus aulas la Constitución Española.
Nadie que tenga dos dedos frente, por lo menos dos dedos de frente no ocupados por sus principios religiosos, puede darle sentido a ese razonamiento.
Porque al final ese, como siempre, es el problema.
Un catolicismo español que entiende mal lo que es ser cristiano, católico y la libertad de culto, porque así se lo hacen ver sus jerarcas y purpurados.
Un culto católico patrio que cree que el respeto a su confesión pasa por no hacer nada que a ellos les disguste, por que no se vea públicamente nada de lo que ellos consideran inmoral. Un catolicismo de homilía y dictadura, que incluso su actual pontífice rechaza, que se basa en que ellos pueden hacer muestra pública de cualquiera de las manifestaciones de sus creencias sin que nadie pueda sentirse ofendido pero pretende que el resto de la humanidad no ponga antes sus ojos realidades que otros en sus púlpitos y sacristías han decidido por ellos que son ofensivas.
Porque si los hijos de esos 100 padres tienen un problema psicológico con la decisión de su compañera no será por culpa de la Junta de Andalucía, ni de la legislación española ni del cambio de orientación sexual de la niña en cuestión.
Será solo y exclusivamente por culpa de sus padres.
Porque no les habrán enseñado que hay gente que piensa y siente de manera distinta a ellos y que hay que respetarles; porque no les habrán enseñado que, aunque ellos crean que su dios dijo en algún momento que la homosexualidad, la transexualidad o cualquier otra identidad sexual que no sea la heterosexual es algo maligno, enfermizo o pecaminoso, las leyes del país en que viven lo respetan, lo apoyan, lo comprenden y lo defienden.
Porque no les habrán enseñado que la libertad de los demás no depende ni puede depender de lo que ellos han decidido que su dios piensa sobre el ejercicio de esa libertad.
Cuando era pequeño fui con mi madre a una fiesta del PCE en el parque de mi barrio y allí había un tipo vestido de mujer. Yo le pregunté a mi madre si era un chico o una chica y ella me dijo: "si tanto te preocupa, acércate y pregúntaselo" y siguió empeñada en avanzar en la cola para comprar los siempre míticos bocadillos de chorizo frito.
Quizás por eso tarde solo tres cañas a asumir que tenía una nueva amiga y ya apenas me acuerdo de ese otro viejo amigo que se iba de ligue conmigo en el instituto.
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