Hay dos formas de enfrentarse a la realidad, de saber de ella e intentar entenderla.
La primera es la de los grandes números, la verdad de las cifras estadísticas que ocultan con guarismos los nombres, con curvas y gráficos las vidas. En esa observación a vista de pájaro de la vida los políticos y sobre todo nuestro gobierno es donde suelen moverse. Donde los millones no tienen cuenta, los miles no tienen rostro y los cientos carecen de nombre y apellido.
La marea verde que ayer nos pasó por agua en Madrid - y en el resto de España- contra la Ley Wert forma parte de esos grandes números que resulta fácil diluir, manipular, minimizar o maximizar dependiendo de lo que venga bien cada momento.
Pero superada esa oposición de los grandes números, ese nuevo chocar de la marea contra el duro muro del malecón tras el que se refugia la tripulación escogida por José Ignacio Wert para pilotar la educación pública española hacia el desastre, está la otra forma de ver el mundo. La que adquiere rostro y nombre. La que nos permite saber de qué estamos hablando.
Si el rostro de la involución educativa es José Ignacio Wert, el rostro de la Marea Verde que intenta detener ese involución es Ainoa Fernández.
Ella no es sindicalista, ni profesional educativa, ni encabeza, lidera o ejerce de portavoz de movimiento alguno. Ella es una estudiante.
Una estudiante que logró por su esfuerzo, su inteligencia el premio especial en Bachillerato. Una estudiante que se matriculó en Derecho en la Universidad de Murcia, cuya familia vive a 40 kilómetros de donde ella estudia, que tiene que residir en un piso alquilado en la capital murciana para poder llegar a todas sus clases y seminarios, que tiene una madre en paro. Una estudiante que no tiene beca.
Y es aquí donde toda la estrategia mediática de las grandes cifras de Wert y su demolición de la educación pública comienza a tambalearse, es en este punto donde un solo nombre vale más que todos los datos y los gráficos que quieran enseñarnos en un Power Point preparado ad hoc, cuando una sola persona vale más que todas las cifras que nos puedan mostrar en un papel.
Es con Ainoa Fernández con la que se desmonta toda la falsa cultura del esfuerzo que la Ley Wert y su sistema de becas nos quiere vender.
Porque Ainoa Fernández, pese a todas las condiciones económicas a las que se enfrenta, no tiene beca porque ha suspendido tres de las trece asignaturas que estudia.
Y los que están en la sombra, ocultos y dispuestos para defender la reforma educativa a la menor ocasión, empezarán imaginaran ipso facto a una estudiante brillante devorada por la vorágine de la vida estudiantil, arrojada a continuas fiestas y botellones que han diluido en alcohol y nocturnidad la brillantez que demostró en el bachillerato y dirán "veis, esto nos da la razón, si se hubiera esforzado hubiera aprobado y tendría beca. Hay que potenciar la cultura del esfuerzo".
Pero claro errarán de medio a medio porque Ainoa no ha suspendido por eso.
Ha suspendido porque gobierno murciano decidió reducir el radio de kilómetros que dan derecho a tener una beca y su localidad se quedó fuera, ha suspendido porque tuvo que irse a vivir a Murcia para poder llegar a todas las clases, ha suspendido porque tuvo que alquilar un piso y, por ende, pagar el arrendamiento, ha suspendido porque tuvo que destinar tiempo y esfuerzo a trabajar en una tienda de muebles porque, con su madre en paro, no había dinero para pagar el alquiler.
Así que, Ainoa se esfuerza, tiene la constancia y la brillantez como para merecer la beca pero ha suspendido tres asignaturas y la defensa de la cultura del esfuerzo se nos deshace entre las manos como un terrón de arcilla del campo murciano.
Porque Ainoa ha perdido la beca por no aprobar todas sus asignaturas. Ha suspendido tres asignaturas porque perdió una beca.
Y nada han tenido que ver con ello su esfuerzo ni su capacidad sino la falta de esfuerzo y la incapacidad de su gobierno. Falta de esfuerzo a la hora de impedir que impedir que los problemas económicos de la familia de una estudiante brillante la parten de los estudios e incapacidad a la hora de establecer una gestión que permita que los ciudadanos importan más que sus cuentas y que los dineros vayan al lugar al que tiene que ir en lugar de a los agujeros financieros a los que a ellos les conviene que vayan.
De manera que una sola persona, una sola estudiante, se convierte en la mordaza que cierra la boca a los que quieren vender a gritos, como traficantes o buhoneros ambulantes, las reformas de Wert y su corte elitista como una apuesta por la cultura del esfuerzo.
Porque la familia de Ainoa se ha esforzado, Ainoa se ha esforzado y hasta la empresa en la que trabaja Ainoa se ha esforzado -cambiando y ajustando turnos- para que ella pueda desarrollar su potencial, para que pueda ampliar sus expectativas de futuro, para que pueda estudiar. Y los únicos que no han contribuido a ese esfuerzo colectivo han sido los que más deberían haberlo hecho. Unos gobiernos -central y autonómico que para ahorrar y que les cuadraran las cuentas han decidido que no importaba inmolar el futuro de Ainoa en el altar de su falsa contención de gasto. Aunque no lo mereciera,
Ya que algunos de ellos son tan de lecturas sacras y abigarradas misas de mantilla y catedral quizás deberían echarle un vistazo a esa vieja leyenda mitológica de Lot, su esposa, la sal, su dios y Sodoma y Gomorra.
Deberían recordar la pregunta que el personaje hizo intentando negociar con su dios la ira "Si encontraras un solo hombre justo en la ciudad, ¿la salvarías?" y deberían recordar qué contestó su dios "si encuentras un solo hombre justo entre sus muros, lo haré, detendré mi brazo y salvaré la ciudad".
Así que la Ley Wert, su política de becas y toda su visión de la educación pública ya no es injusta por las grandes cifras, por los números macroeconómicos ni por las supuestas éticas del esfuerzo o las falsas necesidades de contención presupuestaria.
Es injusta porque, al contrario de lo que hizo el dios en el que dice creer y en el que es seguro que no cree, encontró una mujer justa, esforzada y brillante en su camino y no detuvo la mano de su ira destructora.
Es injusta porque obligó con sus recortes previos a suspende a Ainoa y luego la castigó quitándole la beca por unos suspensos que eran culpa del gobierno murciano, no de la estudiante.
Mientras haya una Ainoa, convertida en estatua de sal en su futuro y sus expectativas sin merecerlo, la política educativa de Wert será injusta y totalitaria. Por mucho que intente cambiarnos los grandes números, nunca podrá cambiarnos el rostro y la vida de Ainoa.
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