Los hay que dicen que en esto de la reforma educativa, de la involución educativa que nos ha impuesto Wert apoyado en los votos que los españoles le dieron quizás para otra cosa, somos muy tremendistas, estamos exagerando.
Podría argumentarse que, al fin y al cabo, solamente hay que esperar para deshacer todo el daño que pueda haber hecho esta LOCME.
Y sobre todo hay muchos que afirman que el futuro no está en riesgo, que puede ser un error, pero no busca convertirnos en seres resignados a nuestra suerte de servidumbre expresada, en el mejor de los casos, en una nómina de subsistencia de setecientos euros al mes.
La respuesta a esa defensa pírrica de Wert y su LOCME podría llegar de una miriada de citas de filósofos, políticos, estadistas y pensadores, podría venir de multitud de ejemplos históricos que van desde Tiberio hasta Fernando VII.
Pero resulta que la respuesta llega de Londres.
Nos viene de un estudio en el que los expertos británicos afirman que el nivel cultural de los padres es mucho más determinante en la educación que la posición económica de los progenitores.
Y los defensores de Wert y su falsa reforma educativa basada en el esfuerzo creerán que eso les da la razón. Porque se puede ser pobre y culto, así que aunque la crisis -que no el Gobierno, el Gobierno no es culpable, ya lo sabemos- nos reste poder económico, el futuro no está en riesgo.
Pero cualquiera que compre ese argumento es igual de egoístamente inocente como lo sería cualquiera que cayera en el timo del tocomocho o de la estampita.
Porque Wert propone y ha puesto en marcha un sistema en el que gran parte del alumnado que no tiene dinero para costearse algo mejor accederá a una educación pública en la que, dicho por el mismo, "solamente se asegurarán los mínimos de comprensión lectora y capacidad matemática". Es decir en la que se enseñará a leer, escribir y las arcaicas e inmutables "cuatro reglas". Eso y religión, por supuesto.
Y así, serán lanzados a un sistema laboral en el que se moverán el resto de sus vidas sin expectativas de mejora cultural con sueldos "ajustados", hermoso eufemismo de miserables.
¿Puede esa persona contribuir con su nivel cultural a la educación de sus hijos?, ¿puede alguien enseñado en esa educación pública criminalmente minimizada aportar algo a la educación de sus vástagos?, ¿puede, condenado a un sueldo ínfimo aportar los bienes culturales que se precisan?
El informe del Instituto de Educación de la Universidad de Londres es claro al decir que la aportación cultural depende de los bienes culturales presentes en la casa pero ¿puede alguien con un sueldo de setecientos euros comprar libros, desde las Dragolance hasta lo más arduo que se nos ocurra de Umberto Ecco?, ¿puede destinar parte de su sueldo a la adquisición de discos, películas o cualquier otro bien cultural?.
Pero sobre todo, ¿puede aportarlos cuando desconoce su existencia porque, en el diseño de educación pública de Wert y sus adláteres autonómicos, ni siquiera le dijeron que existían?
Así vemos por fin lo que se busca y lo que se obtiene con esta reforma educativa, segregadora por lo económico e injusta por lo social, que los votos del PP han puesto en marcha a petición y mandato de José Ignacio Wert.
Una sola generación educada en mínimos y arrojada a una existencia de subsistencia laboral mínima es el mejor garante de que la sociedad siga siendo así. Porque no tendrán ni el nivel cultural ni el económico para servir de trampolín educativo a sus hijos.
Y estos reproducirán el esquema con los siguientes.
Así que que reduzcan a una generación a la servidumbre inculta no es un mal pasajero y temporal, es la perfecta planificación para que los que vengan detrás terminen siendo esclavos.
Por eso no podemos esperar cuatro años. Por eso no podemos conformarnos. Por eso, por mucho que arriesgen, los que aman la educación y han hecho de ella su vida han decidido pelear.
Nosotros podemos hacer lo mismo o empezar a imaginar a nuestros hijos como Charlie Chaplin en Tiempos Modernos. Depende de lo egoístas que seamos.
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