domingo, octubre 13, 2013

PP, el arte de perder lo de otros y mantener lo suyo

Entre toda la masacre de servicios, derechos y prestaciones que estamos experimentando en virtud de una crisis que solamente es un argumento de cobertura para justificar posiciones feudales y medievales con respecto a la sociedad, tendemos a fijarnos en lo que se pierde, en lo que se elimina.
Pero, aún siendo mucho lo que se recorta, lo que se nos quita, no podemos dejar de fijarnos en lo que se mantiene, en lo que no se toca. Porque  el baremo de lo que realmente es importante para un gobernante no está en aquello de lo que prescinde -que puede ser por voluntad o por necesidad perentoria- sino en aquello de lo que se niega a deshacerse.
Y la medida de esa importancia la hemos tenido en el Parlamento de la Comunidad de Madrid está semana. El espejo en el que hemos visto reflejado lo que es importante, intocable, irrenunciable para la corte genovesa que ahora nos gobierna ha estado en el hemiciclo madrileño.
Porque en una iniciativa, que sería histórica si fuéramos nosotros los encargados de escribir nuestra propia historia, los políticos han hecho algo que no es habitual, algo que ni siquiera nosotros somos capaces de hacer con frecuencia: Han pensado en contra propia.
UPyD lo ha propuesto y el PSM e IU han estado de acuerdo. Por primera vez desde las Cortes de Cádiz, desde el Despotismo Ilustrado, casi desde esa Revolución Francesa que a nosotros no nos llegó -por falta de guillotinas, no de cuellos que cortar- han decidido devolvernos aquello que les damos.
Se trataba de eliminar la condición de aforados al gobierno regional y a los 129 diputados autonómicos. Se trataba de volver a colocarlos bajo el imperio de la ley común, como todos; de hacerles responsables de sus actos, sus delitos y sus faltas, como todos; de retirar el escudo inmarcesible y impenetrable de sus cargos políticos para dejar pasar el afilado venablo de la justicia cuando sea necesario.
Y el Partido Popular se ha negado. En redondo, sin disensiones, sin pensárselo dos veces. Como haría cualquier guardia de Korps que se precie, como haría cualquier élite guerrera a la que pretenden quitarle sus privilegios de nobleza. 
El mismo gobierno que no hace esfuerzo alguno por mantener la gestión directa de unos medios de comunicación públicos, que son un servicio público, se aferra a la condición de aforado.
La misma administración regional que se desprende sin ningún problema de la gestión y el poder directo sobre los servicios sanitarios, que son la última linea de combata que separa la salud de la enfermedad y la vida de la muerte, se niega a desprenderse de la sobreprotección jurídica que tienen en virtud de su condición de políticos.
El mismo ejecutivo autonómico que no tiene problema alguno en deshacerse de una educación pública que es la frontera que distingue un futuro social con posibilidades y expectativas de un destino de servidumbre empresarial y predeterminación a la miseria, retiene contra su pecho con uñas y dientes la defensa siciliana de no tener que enfrentarse a un tribunal por el mero hacho de haber sido elegido en unas urnas.
Aquellos que no tienen problema en dejar ir lo que protege a los demás ni siquiera pestañean para mantener lo que solamente les es útil a ellos.
Y esa es el resumen de lo que para ellos es importante: ellos mismos y lo suyo.
Se amparan en que es una propuesta demagógica. Y puede serlo. Pero una vez aprobada dejaría de ser demagógica porque afectaría incluso a los que la propusieron. Porque responsabilizaría incluso a los que la propusieron. 
La propuesta de UPyD solamente podría considerarse un acto de demagogia si solamente hubiera propuesto retirar la condición de aforados a los integrantes del gobierno regional -del que ellos no forman parte-, pero si les incluye a ellos ni su propuesta ni el apoyo de todos los demás puede ser un ejercicio de fuegos artificiales políticos.
Salvo que el PP esté dispuesto a admitir que la presentaron sabiendo que ellos, los integrantes de la élite que lleva toda la legislatura trabajando exclusivamente para si misma y sus intereses, iban a rechazarla. Pero, en ese caso, lo tenían muy fácil para evitar la demagogia. Solamente tenían que votar a favor.
Pero las mesnadas genovesas no pueden hacer eso. No pueden arriesgarse a perder lo único que les importa conservar.
Los enfermos crónicos pueden perder su medicación, las mujeres sus mamografías, los inmigrantes sus atención sanitaria, los niños con dificultades de aprendizaje sus profesores de apoyo y sus desdobles, los funcionarios su sueldo, las familias sus becas de comedor o de transporte, los estudiantes sus becas de libros, los trabajadores sus sueldos, sus puestos de trabajo y su dignidad laboral, la sociedad su derecho a estar informada, los ciudadanos pueden perder el derecho a recurrir de forma gratuita a la justicia... pero ellos no pueden perder su impunidad.
Acosados por demandas judiciales en Gürtel y en otra media docena de casos de corrupción, implicados en el dantesco episodio de las anotaciones de Bárcenas, con la justicia soltándoles, día sí y día también, bofetones en con la mano abierta en sus planes de privatización, no pueden permitirse el lujo de perder la muralla del aforamiento tras la que se refugian.
Como lo que defienden es lo suyo, sus intereses, sus nepotismos y sus negocios, no les duele en prendas pervertir un concepto, el aforamiento, que se ideo para proteger a los representes políticos de la persecución judicial de gobiernos despóticos que pudieran librarse de la oposición acusándoles de traición, sedición o cualquiera de esos delitos contra la patria que los totalitarios gustan de achacar a todos los que se oponen a ellos.
Y juegan a un juego muy antiguo., Un juego peligroso y perverso en el que todo vale con tal de lograr los objetivos, en el que se puede hacer cualquier cosa con tal de conseguir que la sociedad se convierta en lo que los gobernantes quieren que se convierta. Un juego en el que nada puede ser cuestionado, en el que ninguna regresión social puede ser evitada, en el que ningún delito puede ser aireado y mucho menos juzgado y sentenciado.
Un juego en el que la única norma es que nadie sepa lo que está ocurriendo hasta que ya ha ocurrido y en el que los perpetradores tienen que salir indemnes, inmaculados, impunes.
Un juego tan antiguo como el totalitarismo. Tan antiguo como un Golpe de Estado.
Porque, agotadas las excusas, las amenazas y las mentiras, el aforamiento es el único arma que les queda. Por eso es lo único que se preocupan por mantener.

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