Alguien, hablando de esto de la política, sentenció que los extremos se tocan. Y no es que resulte darse cuenta cuando se contempla la historia. Pero a veces, en la cercanía de lo cotidiano y los pequeños detalles, esa máxima pasa inadvertida.
Se podría contar este relato: Un funcionario público pidió permiso para hablar en un medio de comunicación y a partir de ahí hubo de tramitar la solicitud administrativa, que fue supervisada por el comisario político de su institución, que as u vez fue remitida -con apuntes y matizaciones- al agente encargado de Seguridad Interior, quien revisó el expediente del individuo y posteriormente remitió para su aprobación su informe al comité del partido, que a su vez lo puso en conocimiento del Secretario Ejecutivo del área, que decidió en consecuencia y tras sellar su autorización la remitió de nuevo a la instancia inmediatamente inferior para reproducir la cascada de aprobaciones en sentido inverso hasta llegar al solicitante. que, cuando la recibió, once meses después de la emisión del programa televisivo, la enmarco en un bastidor de nogal para justificar ante sus descendientes que él podría haber salido en Televisión.
Al leer este delirante ejercicio de burocracia ficción todo el mundo esperaría ver aparecer en algún momento las siglas KGB, el término Politburó o el acrónimo PCUS, puesto que parece digno del más puro stalinismo, de los mejores años del control acérrimo de la expresión política tras el telón de acero.
Pues bien esto no ocurrió en Volvogrado, en Leningrado ni siquiera en la eternamente fría Vladivostok, puerta temida de los gulags siberianos. Bien podría haber ocurrido en Valencia.
De hecho algo parecido ha ocurrido en Valencia donde dos profesores -dos directores de centros públicos, concretamente. fueron convocados para hablar en los medios sobre la aplicación de la malhadada LOCME y de los recortes en la enseñanza pública en el feudo educativo de la inmarcesible consejera de Educación, María José Catalá.
En el ejercicio de totalitarismo burocrático desde que el bueno de Nikita Kruchev acuñara el axioma de que "la administración debe impedir al individuo que haga nada que pueda perjudicar al Estado" -entendido Estado como los que tienen el poder en el Estado, claro está- la Administración Valenciana de Educación le ha dado la mano ese otro extremo que tanto teme y contra el que tanto se postula una y otra vez el Partido Popular. Ha convertido al comunismo estatalista en su compañero de viaje.
Porque impedir a base de burocracia la disensión, la expresión libre de los pensamientos y de las quejas es, mal que le pese a los que ahora lo utilizan para sus fines neocon, una herramienta de control y dictadura inventada por los romanos, cierto, pero llevada a sus máximas consecuencias por los más fervientes seguidores de Josim Stalin.
Y aunque parezca imposible, si se piensa bien, es completamente normal.
Porque pese a las miles de diferencias irrelevantes, pese a la supuesta distancia ideológica y cultural, pese a la distancia histórica y al odio mutuo que el viejo dictador comunista y la consejera de Educación valenciana se hubieran profesado de conocerse, hay algo que les une, les empareja, que les hace parthenaires en la misma danza macabra sobre las sociedades que gobiernan.
No les une la ideología, no les une la economía: les une el miedo.
Miedo a que los que saben de lo que hablan puedan demostrar que ellos no saben sobre lo que legislan; miedo a que una sola palabra, un solo dato, demuestre las intenciones y los objetivos reales de sus acciones; miedo a que el poder se escape de sus manos si alguien demuestra que no lo ejercen para todos y en beneficio de todos; miedo a que los pensamientos de otros acallen sus ordenes, que las ideas de otros tiren abajo sus castillos de naipes. A que la libertad de otros ponga al descubierto su tiranía disfrazada de falsa democracia.
Y es lógico que ese miedo les una, les haga actuar de la misma manera, les haga utilizar la burocracia como mordaza de la libre expresión, como escudo contra la disensión.
Porque para alguien que gobierna aprovechando una legitimidad otorgada para fines que no son legítimos y para los que no se le otorgó esa legitimidad, nada es más fuerte que el miedo.
Aunque este te haga ser el reflejo en el espejo de la historia se aquello que más odias.
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