lunes, agosto 16, 2010

¡Culpad al sepulturero! -o la estrategia Sarkozy-

Es un asunto viejo y recurrente. Lo es porque algunos humanos, sobre todo los que ahora estamos organizados en eso que se ha dado en llamar la sociedad occidental -y probablemente desde mucho antes- siempre que las cosas van mal necesitamos echarle la culpa a alguien. Y, claro, es mucho mejor que ese alguien no seamos nosotros.
Ahora las cosas van marcadamente mal y ha llegado el tiempo de buscar culpables. Todos sabemos quienes son los causantes del desaguisado, quienes somos los responsables de la situación -porque en mayor o menor medida lo somos todos, con nuestro egosimo y nuestra irreponsabilidad en muchos niveles- pero, como eso no se puede decir, como eso no se puede pensar, como eso no se puede reconocer, le echamos la culpa al empedrado. Y en este caso -como ya viene siendo una norma, el empedrado es el extranjero.
Nicolás Sarkozy, Presidente de la República Francesa, comienza su campaña electoral -con mucho adelanto, como se estila ahora- prometiendo a los policías y los "franceses de bien" que, si sigue  siendo presidente de Francia, retirará la nacionalidad a todos los extranjeros nacionalizados que cometan un delito.
Y así dicho -de corrido y sin señas, como el mus-, parece que hasta es razonable y plausible. El argumento no está exento de la abrumadora  lógica de las abuelas de calceta y punto de cruz: si alguien molesta en mi casa le echo a la calle. Porque, claro, la perdida de nacionalidad, acarrea deportación en la propuesta de Sarkozy.
Si alguien acude a un país a integrarse en él, no es de recibo que lo desintegre a través del ejercicio de la actividad criminal; si una persona llega a un país para aportar su granito de arena no parece muy ético que lo haga justo en el lugar en el que paraliza el engranaje de la sociedad que le ha permitido ser uno de los suyos. Si muerdes la mano que te alimenta, te arriesgas a que esa mano, no sólo deje de alimentarte, sino que además te abofetee en pleno rostro.
Pero hay algo en todo esto que, pese a resultar plausible en apariencia, pese a que Nicolas lo plantea de forma enérgica e indignada, pese a la tradición legal latina y los consejos ancestrales del refranero popular, no termina de cuadrar en lo que propone el presidente francés.
¡Ah, ya caigo, son las matemáticas!
La estadística es una ciencia perversa que puede hacer que los números se conviertan en adalides o fiscales de cualquier causa ideológica, religiosa o política. Pero lo malo que tiene la estadística es que, aunque se interprete de manera diferente, sigue siendo la misma.
Sarkozy tira de estadística -la que hay- y expone crudamente la realidad -la que le conviene-, afrimando que un 30 por ciento de la actividad delictiva en Francia es ejecutada por extranjeros nacionalizados o que residen de forma legal en el país, que el índice de economía sumergida entre los inmigrantes es de un 47 por ciento. Y que - claro, esa es su conclusión personal, que no lo dice la estadística- sin esa gente Francia estará mucho mejor.
Y no se equivoca. Pero la perversión que nos hace mirarnos tanto el ombligo que dejamos de ver el resto de nuestra anatomía -que es la que comete los errores. No olvidemos que el ombligo no puede moverse ni pensar- impide a Sarkozy proseguir su razonamiento hasta las últimas consecuencias.
Si Francia estará mejor sin los 30 delicuentes de cada 100 que son de origen extranjero, estará mucho mejor sin el 70 por ciento restante que son de origen galo.
Así que, ¿por qué en la tierra de la egalité, Sarkozy no propone directamente que todo aquel que cometa un delito -o un delito reiterado, para ser más condescendiente- pierde su nacionalidad francesa y santas pascuas?
No lo hace porque en este punto es donde comienzan las quejas contra el radicalismo, el fascismo, las referencias al derecho de gentes romano, etc, etc. En este punto sería en el que Sarkozy perdería hasta el último voto de su conciudadanos y compatriotas. No porque, de reperte, se acordaran de los valores revolucionarios, de la fraternité, sino porque nadie esta libre a priori de cometer un delito -o dos, ya puestos-, pero todo el que ha nacido fránces está a salvo de ser extranjero en Francia.
Así que no son las estadísticas, no es el aumento de la criminalidad -que, por cierto crece en número pero mantiene la proporcionalidad, es decir, aunque hay más delitos, los extranjeros siguen cometiendo el mismo porcentaje que hace tres años- y, desde luego no es la justa indignación de un país que ha recibido a alguien con los brazos abiertos, ha puesto sus recursos públicos a su servicio, aceptándolo como ciudadano, y ahora se siente traicionado y defraudado.
Si fuera eso, más defraudado se sentiría con aquellos a los que ha protegido y servido -eso suena a policía de Los Angeles- desde su nacimiento, con aquellos en cuya salud, educación, bienestar y protección ha invertido recursos durante más años y que ahora le devuelven la moneda de la desectructuración social en forma de delito, de crimen o de estafa.
Entonces, si no es por esa justa indignación y comprensible severidad en el castigo de un Estado defraudado por lo que el presidente francés propone esa nueva legislación, ¿por qué es?
Por lo que ha sido siempre -que Nicolás Sarkozy, tendrá muchas cosas, pero originalidad poca-. Las cosas van mal, no son lo que deberían ser, no son lo que quisimos que fueran y alguien tiene que tener la culpa.
Pero nosotros no podemos ser. Nosotros no hicimos nada para que fueran así. Ignoramos que el mero hecho de no hacer un esfuerzo para que algo no se corrompa, para que algo no se hunda es un sinónimo perfecto y completo de corromperlo y hundirlo. Hacemos como naciones, sociedades y pueblos lo mismo que hacemos como individuos. Fingimos que la inacción no es una elección y por tanto no acarrea responsabilidad.
 Por eso y porque la estadística -¡maldita estadística!- dice que el 75 por ciento de los franceses de origen extranjero no vota a Sarkozy. Así que Francia pierde el rumbo, los franceses pierden la conciencia de sus propias responsabilidades y él pierde muy poco.
La sociedad y el sistema económico occidental agonizaba desde hacía tiempo, transcurría bajo el manto de la falsa alegría del crecimiento económico, de las pírricas victorias de la especulación y es muy posible que la llegada masiva de la inmigración haya contribuido a precipitar su crisis -sino su destrucción, ya se verá-.
Y nosotros, que contribuimos a matarla con nuestra desidia, nuestra falta de visión y nuestro egoismo, le echamos la culpa a una circunstancia que, como mucho, tan sólo particípó en su sepelio como convidada de piedra. Por eso Sarkozy quiere expulsar al francés nacionalizado y no al francés nacido. Por eso la inmigración es culpable. Ha de ser culpable el sepulturero, porque sino nosotros seriamos complices, sino artífices directos, de su asesinato. Y eso no puede ser. ¡Fue la evolución natural de las cosas! ¡Nosotros no hicimos nada!

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